sábado, 10 de febrero de 2024

«Una vida no tan simple», de Félix Viscarret, o a medio camino de todo…

La que podría haber sido una excelente película sobre el fracaso fracasa al desviarse hacia terrenos melodramáticos que hacen agua por todos lados…

 

Título original: Una vida no tan simple

Año: 2023

Duración: 107 min.

País:  España

Dirección: Félix Viscarret

Guion: Félix Viscarret

Reparto: Miki Esparbé; Álex García; Ana Polvorosa: Olaya Caldera; Ramón Barea; Julián Villagrán; Xabi Valcárcel.

Música: Mikel Salas

Fotografía: Óscar Durán.

 

          Había una historia muy bien perfilada en un comienzo que prometía mucho: el momento del triunfo y el Tiresias de turno que te avisa de que todo triunfo es efímero y el presagio del fracaso futuro: un «suflé», le dice el promotor al joven arquitecto premiado, quien anuncia, al recibirlo, la llegada de su primer hijo. En el modo como agradece el premio se advierte, sin embargo, la inseguridad propia de quien íntimamente duda de si va a estar a la altura de las expectativas. Eso es lo que se confirma en la secuencia que sigue al prometedor comienzo: un arquitecto que, a pesar de haber recibido ese premio como una joven promesa, mantiene un gabinete de proyectos que amenaza ruina, dada la escasez de pedidos. El recurso de presentarse a premios, y su negativa a hacer trabajos de reformas, le hacen chocar con unas bases en las que se ahogan sus esperanzas: los proyectos han de ir avalados por una empresa constructora. Ahí es donde todo amenaza con desmoronarse. El hombre moderno, que cuida de sus hijos, de su casa y mantiene su carrera profesional, comienza a sospechar que ha entrado en un bucle perdedor del que es posible que no salga. Las referencias de los compañeros de profesión que triunfan y son entrevistados en los platos de televisión o han conseguido destacar a través de su promoción publicitaria en las redes son algo así como el contrapunto de su vida diaria: manteniendo un gabinete amenazado, sufriendo el peso de llevar una familia, porque su mujer, profesora de universidad, se pasa la vida corrigiendo y sin tiempo para nada, ni siquiera para el sexo. Todo ello lo va minando de un modo tal que, aunque se empeñe en mantener la «apariencia» social de que todo le va muy bien, las señales de hundimiento solo se amortiguan cuando inicia un tibio acercamiento a la madre de un compañero de clase de su hijo. Al mismo tiempo, su socio de gabinete, perdido en el marasmo de su vida sentimental, acaba descubriendo en la mujer de su socio algo así como un alma gemela, lo que lo empuja a tratar de estrechar esa relación. Por aquí, ya se va viendo por lo tópico del planteamiento, es por donde la historia comienza a perder lo poco que hasta ese momento había despertado el interés del espectador, de este, al menos: cómo afrontar el declive de una vida profesional que había empezado tan prometedoramente. Y el director había encontrado al actor ideal, porque Esparbé daba en pantalla espectacularmente el «tipo» del perdedor cuyo retrato se va ensombreciendo a medida que se reducen sus oportunidades de triunfar de nuevo. La indeterminación entre la comedieta de costumbres, sobre todo las torpes aventuras extramatrimoniales, y el retrato sombrío de un perdedor profesional cuya vida se va derrumbando a medida que tiene la impresión cierta de que todos los trenes pasan de largo es lo que más perjudica a la película, porque se escoge el tono semifestivo y no hay materia para poder desarrollarlo, sobre todo porque a lo que podía habérsele sacado algo de gracia, los alarmismos antitecnológicos de la madre del colegio a la que se acerca, choca con la realidad de un personaje que cae más del lado de la oscura insatisfacción manifiesta que del de la comedia romántica. Al final, el espectador queda atrapado entre dos historias sentimentales muy flojas, y un mucho asexuadas, y una potente historia, la del fracasado, que no llega a desarrollarse como a este espectador le hubiera gustado, No sé, tengo la impresión de que al director le ha asustado su propia historia y, como si tocara un tema tabú, ha preferido concentrarse en el ámbito de las comedias generacionales, que siempre tienen un público, está claro, en vez de arriesgarse a una obra muy singular con un tema poco tratado por el cine joven.

          No tener claro el objetivo final genera desconcierto, y de ahí que la historia no parezca tener ni contexto social, dado el constante intimismo de las relaciones sentimentales y familiares a que casi todo se reduce. La acción transcurre en Bilbao, pero dada la ausencia de contexto, me pasé toda la película tratando de intuir en qué capital española se había rodado. La profesión del personaje daba para que hubieran salido muestras de sus obras, o de las de sus rivales, de modo que pasáramos del cliché a la realidad, pero por ahí es por donde flojean ciertas historias excesivamente esquemáticas. Todos los personajes están escasamente definidos, y, sin embargo, los actores cumplen muy decorosamente con su trabajo y hacen lo que pueden para sacarlos adelante con el mínimo de verosimilitud necesaria.

          Esperemos que en otra ocasión, Viscarret se atreva a dar el paso al que aquí no se ha atrevido. La profesión de arquitecto del personaje, además, invita a conseguir planos de edificios que aquí ni se plantean, lo que me parece inexplicable, y ello ha sido por la opción escogida. El piso donde transcurre buenas parte de la acción, el del protagonista, tiene unas posibilidades cinematográficas extraordinarias, pero las secuencias rodadas en él parecen haberse contagiado de la apatía y la atonía del protagonista, quien en sus desencajadas facciones acusa la tormenta interior que lo está martirizando y de la que quiere salir, más por peteneras, que por convicción.

          En fin, imagino que el cine también se ha de nutrir de películas fallidas, por caras que sean para los contribuyentes que tanto colaboran económicamente con ellas, pero en este caso apena que, teniendo los mimbres en su mano para hacer un hermoso cesto, ha desperdiciado una historia tan prometedora como triste, ¿pero quién dijo que al cine solo va uno a reírse o sonreír? Y si esto último se hubiese logrado, entonces estaríamos de enhorabuena, pero tampoco. Lástima.

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