La memoria del género no
traiciona, La La Land o un rompecabezas irresoluble y sin magia.
Título original: La La Land
Año: 2016
Duración: 127 min.
País: Estados Unidos
Director: Damien Chazelle
Guión: Damien Chazelle
Música: Justin Hurwitz
Fotografía: Linus Sandgren
Reparto: Ryan Gosling, Emma
Stone, John Legend, Rosemarie De Witt, J.K. Simmons, Finn Wittrock, Sonoya
Mizuno, Jessica Rothe, Jason Fuchs, Callie Hernandez, Trevor Lissauer, Phillip
E. Walker, Hemky Madera, Kaye L. Morris.
Me temo que me van a dar de tortas anticríticas hasta
en el carnet de internetidad, pero La La
Land es, para quien lleva el musical en la sangre cinéfila desde hace
cincuenta años, un auténtico refrito sin inspiración, lleno de clichés, con un
nulo sentido de la filmación del “número”, despreciando la breve narración que
exige la filmación de cada uno de ellos, y, a veces, con una puesta en escena
que parece anular incluso el desarrollo del número, como ocurre en el de la
casa que comparte la protagonista con sus amigas. Hay muy buenas canciones -Start a fire es magnífica-, y, excepto
de Lovely Night Dance, quizás el
mejor número de la película, de casi ninguna de ellas sale un número que pueda
quedar en el recuerdo, como, preceptivamente, para que la película pueda formar
parte de lo mejor del género, ha de suceder. De hecho, la extraordinaria City of lights no pasa de ser una pieza
a la que no se le saca el partido que permite, a pesar de su pegadiza
emotividad. A mi entender, Chazelle no ha acabado de captar algunas leyes
básicas del género y se ha quedado a medio camino entre una historia tópica de
aspirantes a triunfadores, de perseguidores del gran sueño americano del éxito,
aquí “perpetrado”, en el caso de ella, con algo más que con el recurso deus ex machina; en el de él, más congruente
con la renuncia temporal a “su sueño” a modo de inversión para poder conseguirlo
más adelante. La historia es tan endeble que ni Gosling ni Stone saben nunca ni
qué cara poner ni siquiera cómo dotar de cierta verosimilitud a unos personajes
tan acartonados y tópicos que apenas, cuando llegan las fases dramáticas de su
desencuentro, saben por qué actúan como lo hacen, salvo porque, como en las
viejas películas del “destape”, “lo exige el guion”. No acaban de conseguir funcionar
como pareja, no hay, digámoslo tópicamente, para estar a la altura de la
película, la química imprescindible que enamore a los espectadores, que les
haga seguir sus lances vitales con la emoción con que el guion pretende que los
sigamos. No me gusta autocitarme, pero
quien quiera saber exactamente qué significa el musical para mí, haría bien en
leer esta crítica de tres clásicos del género, http://elojocosmologicodejuanpoz.blogspot.com.es/2016/12/sombrero-de-copa-amanda-y-bodas-reales.html,
donde resumo brevemente algunas de sus características esenciales que La La Land incumple, a mi modesto
entender, flagrantemente. Quien tiene en la memoria títulos como Pennies from Heaven o la mismísima Singing in the rain, por no hablar de la
maravilla de maravillas que es Los
paraguas de Cherburgo, por ejemplo, difícilmente puede salir de ver La La Land sin una sensación de
frustración, de “no es esto, no es esto”, que lo acompaña en la digestión
difícil de tantas esperanzas como había puesto en este estreno. Decir, por
ejemplo, que a la película le falta la “magia” del género, esa sensación que el
espectador tiene de “necesitar” levantarse de la butaca y arrancarse a bailar,
dejándose llevar por una coreografía que se crea con la instantaneidad de la
inspiración que le transmite la música que oye, puede ser malentendido, pero en
mi caso particular de veterano amante del género es “la piedra de toque”
definitiva para saber si estoy ante un verdadero musical, ante una burda
imitación o ante una desangelada recreación. No hace mucho vi Oklahoma, uno de esos clásicos que,
¡afortunadamente!, aún no había visto, y puedo decir que toda La La Land no se acerca ni siquiera mínimamente
al número de la ensoñación de la protagonista, Out of my dream, una de las cumbres del género, sin duda. He de
añadir, porque si no lo hago reviento, una circunstancia personal que puede
haber enturbiado mi percepción de la película, pero de ningún modo embotado mi
sentido crítico, hubo un momento -¡maldito momento!- en que sobre el rostro de
Emma Stone se me calcó el del último Michael Jackson, y apenas hubo ya escena
en que esa terrible fusión no me arruinara la función. Me fue imposible, a
pesar de mis esfuerzos, apartarme de esa identificación que en modo alguno le
hace justicia a una actriz tan estupenda y hermosa. La película está llena de
aciertos visuales, porque Chazelle tiene un fantástico sentido de la puesta en
escena y ha sabido mover a sus personajes en secuencias llenas de inspiración
estilística, como la de la continuación de la película Rebelde sin causa, que se malogra en el viejo cine de reestrenos
donde la ven los protagonistas, y que se “consuma”, por así decirlo, en el Observatorio
Griffith real, donde se rodó la escena de la lucha de James Dean. En él
Chazelle le saca un excelente partido al edificio y logra una secuencia muy
inspirada, aunque la coreografía sin gravedad no consiga ni sorprender ni
emocionar, por cierto. Pero, lamentablemente, eso es algo común a muchos
números de la película, como la de los desaprovechados escenarios teatrales de
la ribera del Sena, por ejemplo. Como la historia del desencuentro amoroso de los
aspirantes es algo tan visto, he de reconocer que el contrapunto fantástico con
que cierra Chazelle la película le concede un giro argumental que, aunque tan
antiguo como el tan criticado sueño de El
último, de Murnau, le pone un broche a la altura de sus innegables dotes
artísticas. Que lo mejor de un musical sea la música no siempre,
paradójicamente, es lo suyo, aunque suene a boutade.
En este caso, he de reconocer que la obra de Justin Hurwitz tiene, en todo
momento, un extraordinario nivel de inspiración. Que no haya el necesario machihembrado
entre la historia y las canciones es algo que solo puede entenderse desde ese
incumplimiento de las leyes del género del que he hablado en esta crítica. El
musical y el realismo puro y duro se dan de coces, y eso es lo que, a mi
juicio, ocurre en la película, y ahí están esas escenas feístas de las fiestas
angelinas, tan agresivas estéticamente, by
the way. Si hubiera habido algo más de “fabulación”, en vez de una suerte
de crónica realista de los esfuerzos de los dos jóvenes por triunfar en un medio tan
competitivo y en una ciudad tan desconsiderada para con los L (los losers) como
L.A -y en la desesperación de la protagonista ante sus fracasos en los castings
he encontrado lo mejorcito de la película-, y en ella, en la fábula, hubieran
tenido los números musicales su razón de ser de forma “natural”, con ese
hermoso artificio de los números que parecen nacer de la situación como su
forma biológica de ser -me viene ahora el Let’s
misbehave de Pennies from Heaven con un Christopher Walken maravilloso, striptease incluido…-, posiblemente, con
la potencia imaginativa de la película que demuestra Chazelle, estaríamos hablando
ahora, posiblemente de un nuevo clásico del género. Salí del cine con esa idea,
la de que se había desperdiciado un excelente material, acaso porque el
director -quien confesó no ser precisamente un amante de los musicales- se ha
dejado llevar por el recuerdo de lo que fueron las cimas del género más que por
la necesidad de lo que el género-en-sí exige. Dicho en otras palabras, me
parece infinitamente más eficaz como musical El otro lado de la cama, de Emilio Martínez-Lázaro, que esta La
La Land que pretende ser inolvidable y naufraga en el tópico y en la
irrelevancia, en cierto discurrir anodino por caminos tan trillados como
lamentablemente poco recreados con ese máximum de inspiración que el género impone
a quienes se acercan a él con la humildad innegociable con que han de hacerlo.
Una lástima. Pero quedan la música y no pocas imágenes a la altura del genio
creador de Chazelle.
"Me temo que me van a dar de tortas anticríticas hasta en el carnet de internetidad."
ResponderEliminarHaha!
Disfruté mucho con La La Land. Pero tenémos dos puntos de vista totalmente distintos con respecto a ella. Usted es un conocedor y amante del musical. A mi es un género que siempre me ha costado. Solo aguanté West Side Story y la aprecié, pero no lo suficiente como para seguir viendo musicales (a lo mejor a mi también me darán tortas por eso!).
Creo que el hecho de considerar Whiplash la mejor película de estreno que vi en 2014, convertía La La Land en un caramelo. Me gusta como Damien Chazelle funde imagen y sonido. Reconozco que me impactó más en Whiplash, que es bastante mejor que La La Land (incluso en La La Land se copia a sí mismo cuando rueda en el club de jazz).
Pero claro, me falta todo el conocimiento que usted tiene sobre el género! Tal vez será el momento de intentar entrar otra vez. El número de "Out Of My Dream" es increible!
El problema, a mi muy humilde entender, Pau, es el de la "impostación",fenómeno que me hunde no poca películas. Es el viejo asunto de la verosimilitud, de amplia tradición en la crítica, no solo la literaria o la cinematográfica. Si pudiéramos analizar plano a plano la película, algo que hacían en Qué grande es el cine!, el programa de Garci en La 2, una de mis mejores escuelas de crítica cinematográfica, podría ir explayándome sobre esos gestos tópicos, sobre esas miradas anodinas, sobre ciertas alegrías más falsas que Judas, sobre el disparate de no pocas reacciones, sobre la cursilería de algunos números como el del planetario, del torpetópico número de las "girls sharing flat" y otras caramelerías mas. Es evidente que podría ir señalando los muchos aciertos, que no niego, desde el punto de vista de la realización y de la búsqueda de decorados que, a primer golpe de vista, deslumbran, como el fresco mural cerca del bar, y otros. En su conjunto, sin embargo, Chazelle no le ha acabado de pillar el tranquillo a la "narrativa" del número, que la tiene y de obligado cumplimiento: cada número, en un musical, funciona como un corto, para entendernos. Y claro que pueden subvertirse las tradiciones, ¡faltaba más!, ¡para eso están!, pero si uno se adscribe a un género deliberadamente, ha de aspirar a ver reconocida su obra como parte del mismo. Cabaret, de Fosse, fue también un musical, y muy transgresor, pero musical, al cabo.
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