viernes, 24 de febrero de 2017

Vida, pasión y muerte de un santo cuadrúpedo: “Al azar, Baltasar”, de Robert Bresson, “cinematografista”…





La imperturbabilidad de la mirada estoica del asno o Al azar, Baltasar, de Bresson, un drama a medio camino entre el Lazarillo y el auto sacramental.

Título original: Au hasard Balthazar
Año: 1966
Duración: 95 min.
País: Francia
Director: Robert Bresson
Guion: Robert Bresson
Música: Franz Schubert
Fotografía: Ghislain Cloquet (B&W)
Reparto: Anne Wiazemsky, Walter Green, François Lefarge, Philippe Asselin, Nathalie Joyaut, Jean-Claude Guilbert, Pierre Klossowski.



Bresson consideraba que había dos clases de realizadores: él y todos los demás. Del mismo modo, él no hacía “cine”, que, en los otros, no pasaba de un vulgar teatro filmado, sino “cinematógrafo”, un arte sutilmente distinto y en el que la imagen y los sonidos creaban un lenguaje y una realidad más próximas a la verdad, a través del artificio depurativo, muy al estilo de la poesía de Mallarmé, es decir, siguiendo sus célebres aforismos, en los 28 en los que sintetizó su poética cinematográfica, en una película lo importante no es tanto lo que aparece como lo que se ha eliminado. Así pues, el arte del cinematógrafo es, básicamente, el arte de la elipsis, lo cual recuerda bastante el ideal mallarmeano de la “página en blanco” como expresión máxima de lo poético. Con todo, y a pesar de las especiales condiciones en que Bresson realizó su obra, con un control absoluto de su trabajo, filmando siempre con actores y actrices aficionados, salvo alguna excepción no significativa, y sin rendir cuentas más que a su propia exigencia, muchas de sus películas han sido capaces de atraer a la inmensa minoría del aficionado al cine riguroso, poético y un mucho filosófico, a pesar de la sencillez de la trama en la que se insertan esos discursos explícitos en la película. La historia de un asno, de Baltasar, primero compañero de juego de los niños que se lo quedan y lo bautizan siguiendo el rito católico, y que luego va pasando de amo en amo hasta la impresionante secuencia de la muerte final de la asendereada y maltratada bestia, en cuya mirada se advierte enseguida la existencia de un alma sufriente e incapaz de manifestarse para ser entendida, compadecida y redimida, no parece, a primera revelación, una historia digna de gran interés, pero ¡ah, amigos!, es Robert Bresson quien está al otro lado de la cámara para contaros esa historia. Está claro que la trama toma al asno como motivo dinámico para mostrarnos lo peor de la especie que lo esclaviza y somete a todo tipo de sevicias, excepto cuando tiene un momento de gloria actuando como burro sabio en un circo. Buñuel y Dalí sacaron un asno muerto encima de un piano, dicen que para “vengarse” del burro de Juan Ramón Jimenéz, ofendidos por el empalagoso Platero y yo, del que no entendieron nada de nada. La obra de JRJ es una autobiografía con retrato en clave negra y cruel de la España de su época, un libro oscuro lleno de nihilismo, desesperanza y compasión por la miseria, el atraso cultural y la vida de una España enfangada en el atavismo, la miseria moral y las más esquinadas y agresivas pasiones animales. No me parece que sea un libro del que se saque nada en claro sobre su verdadero sentido hasta que se lee con unos 50 años… La historia de Baltasar la puse en relación, nada más verla, con una de las películas que me han marcado cuando la vi y reví desde los 15 hasta los 18 cada Semana Santa: El hombre que no quería ser santo, de  Edward Dmytryk, una joya auténtica de un tipo de cine que, teniendo un motivo religioso, va mucho más allá de esa temática para conectar con rasgos universales de la psicología de la especie. El paralelismo entre el santo al que todos maltratan y del que todos se burlan me parece evidente, como evidente es, por ejemplo, el proceso de construcción de una psicología en Baltasar, que trasciende su condición y lo eleva a fenómeno religioso. Recordemos que Bresson era un jansenista confeso y que buena parte de su cine tiene una evidente relación con el misticismo. En Baltasar me parece clarísima la vertiente religiosa que protagoniza el asno, cuya mirada en primer plano repetido una y otra vez tiene una elocuencia que ni el mejor discurso defensor de los animales sería capaz de lograr. Hay dos momento particularmente intensos en la película, que fluye con una naturalidad increíble: cuando el asno rechaza el agua que se le ofrece para calmar la sed y cuando, en un zoológico, va intercambiando su mirada equina con la de los animales allí enjaulados, especialmente la del elefante: el juego de plano/contraplano de los ojos de ambos animales, el asno y el elefante, consigue una emoción genuina en el espectador, del mismo modo que la muerte del animal , rodeado de ovejas, tiene una atmósfera religiosa inconfundible: ¿sueñan los asnos con ovejas mecánicas?, se pregunta uno cuando el asno va perdiendo la vida en medio del prado, sin amo que lo cuide, y rodeado del rebaño de ovejas que añaden una inequívoca connotación angelical al desenlace. Al azar, Baltasar es una película llena de sentimientos no subrayados, no enfatizados, aunque tampoco negados, y cuya banda sonora, la sonata nº 20 de Schubert, dota a la película de una dimensión emocional estremecedora, sobre todo al extraordinario y conmovedor final. A título anecdótico, no me resisto a reseñar, como he leído, que Bresson se retiró de la dirección cuando no halló financiación para dirigir ¡nada menos que una adaptación del Génesis! En cualquier caso, remito, para más información a la crítica que hice a El dinero.

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