jueves, 30 de enero de 2025

«The Way of the Strong» y «La amargura del general Yen», de Frank Capra, del mudo al sonoro.

 

Título original: The Way of the Strong

Año: 1928

Duración: 61 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Frank Capra

Guion: Peter Milne. Argumento: William M. Conselman

Reparto: Mitchell Lewis; Alice Day; Margaret Livingston; Theodore von Eltz; William Bailey; Jack Perry; Blackie Whiteford; Willie Fung.

Fotografía: Ben Reynolds (B&W).

 








Título original: The Bitter Tea of General Yen

Año: 1932

Duración: 89 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Frank Capra

Guion: Edward E. Paramore Jr.. Novela: Grace Zaring Stone

Reparto: Barbara Stanwyck; Nils Asther; Walter Connolly; Gavin Gordon; Toshia Mori; Richard Loo

Música: W. Franke Harling

Fotografía: Joseph Walker (B&W).

 

Una magnífica versión de La bella y la bestia y una delicatessen oriental muy poco conocidas del autor de ¡Qué bello es vivir!

 

          Rastrear en la obra primeriza de algunos autores depara sorpresas como estas dos películas de Frank Capra, tan dignas de aplauso como llenas de mucho mérito, y absolutamente distintas de las clásicas que lo hicieron famoso como adalid del optimismo vital a machamartillo y la justicia social.

          The way of the Strong se ajusta escrupulosamente al mito de la bella y la bestia y tiene secuencias realmente conmovedoras, porque Handsome, «guapo», así llamado por lítote, se enamora de una violinista ciega a quien, tras un tiroteo desde un automóvil que pretende eliminarlo, la violinista se salva por poco, aunque se desmaya. Handsome la lleva a su apartamento, encima del local que regenta y allí la tranquiliza y, como está habituado a hacer, cuando sale a oírla por la noche en la esquina donde toca, le pide que toque para él. A partir de ese momento, la peculiar historia de amor se complica, un poco al modo de otra obra clásica, Cyrano de Bergerac, porque cuando ella pretende acariciar el rostro de Handsome para «conocerlo», este, llevado por la vergüenza infinita de sí mismo, escoge al pianista que toca en su tugurio para que lo «sustituya». La ciega queda encantada, claro, porque el pianista es un hombre joven y hermoso, pero vive con esa confusión en la que se mantiene durante toda la película: la voz de Handsome y el rostro del pianista.

          Handsome es un gánster de medio pelo acostumbrado a robarle la mercancía a otro con quien anda siempre a la greña. La novia del rival trabaja en la taberna de Handsome y es quien sugiere raptar a la violinista, de la que Handsome está enamorado, para evitar la rapiña del licor de contrabando. Y ahí sí que se acaba complicando la historia. Antes, sin embargo, hay una escena, la del debut de la violinista en el cafetucho, acompañada por el pianista, de quien al principio se nos dice que era un músico clásico que ha tenido que acabar tocando en ese local infame. La escena en la que Handsome obliga a todo el mundo a aplaudir a rabiar al dúo clásico es de un humor quintaesenciado, y destaca en lo que es la línea narrativa de la historia.

          La violinista ha sido secuestrada, pero la novia, ante el acoso sexual de su amante a la joven ciega, decide revelar el escondite donde la banda al completo protege el secuestro de la joven. El enfrentamiento entre bandas, la llegada del joven pianista, la ulterior de la policía y la huida del trío protagonista tienen un vigor narrativo muy particular, y sorprende mucho cuando pensamos en el director responsable. No me extiendo hasta el desenlace, porque, aun siendo muda —y no ignoro el absurdo impedimento que eso supone para buena parte del público actual…—, estoy segura de que quienes se acerquen a ella van a pasar una hora estupenda, deliciosa. Las interpretaciones, sobre todo la de Handsome, no parecen ya del cine mudo, porque están exentas de aquellos primeros aspavientos con que actores y actrices acompañaban la acción. En cualquier caso, es tan evidente la trama, que bien podríamos incluso ahorrarnos los intertítulos.

          Nadie se arredre, pues, ante la mudez de la película, porque es bastante más «elocuente», como artefacto narrativo, que buena parte del cine actual. ¡Y en 61 minutos!, que suena casi a prodigio de síntesis.

          La amargura del general  Yen, en el original The bitter tea of General Yen , «el té amargo del general Yen», es una delicada historia oriental ambientada en las postrimerías de la Guerra Civil China, y en ella se nos presenta un atrevido e inusual romance entre la que se ha de convertir en mujer de un misionero usamericano y un Señor de la Guerra de los muchos que proliferaron en el bando nacionalista que se enfrentó a las fuerzas comunistas encabezada por Mao Zedong, el antiguo Mao TseTung de nuestra juventud. El cruce de miradas de la novia con el general, un cruce electrizante, augura algo que tardará en conformarse como una verdadera seducción. Llama la atención que la figura del general una en idéntica dosis la crueldad y la delicadeza, como un ejercicio de realismo que choca con la acción benéfica de los misioneros usamericanos, el doctor Robert Strike y su prometida recién llegada, Megan. Aunque en el círculo de misioneros todos hablan de la boda inminente, el doctor la posponer porque ha de rescatar a unos huérfanos, para lo cual se entrevista con el general Yen, quien les da un salvoconducto que, en realidad, es una burla y, por ende, una condena de sus personas. ¿El objetivo? El que se verifica cuando, salvados los niños, el doctor y su novia acaban separados, uno, en lugar desconocido, ella, en el tren particular del general, donde recibe los cuidados de la concubina de este. De ese momento en adelante comienza un atenuado «secuestro» en el que, poco a poco, accederemos a la culpable ambigüedad con que Megan Davis se deja seducir por la actitud altiva, pero conciliadora, de un general rendido a sus encantos, sometido a su belleza y esperando de ella una correspondencia que él en ningún momento quiere forzar. El papel de la concubina, enamorada, a su vez, de un oficial del ejército del general, forma con ella y el general un triángulo extraño. Y si en ese enredo algo llama la atención es la presencia de un consejero usamericano que favorece la economía y el poder del general, y con quien la mujer tendrá sus más y sus menos, porque su objetivo primordial es regresar con su prometido, aunque la tela de araña que teje a su alrededor el hermoso, distinguido y refinado general acabará favoreciendo la comprensión de una cultura ajena y en conflicto con la suya. La apertura de Megan coincide con la pasión del general, y ambos vivirán una relación compleja que evolucionará en función de cómo evoluciona la Guerra Civil en la que el general participa. Sí, hay un choque de culturas, pero también un reconocimiento de los valores de cada una de ellas. No estamos ante una rendición de una a otra, sino ante la posibilidad de abrir la mente y el corazón a la comprensión del otro, por terrible que algunas cosas nos parezcan. Los dos intérpretes principales contribuyen al halo romántico y exótico que desprende la película, y recordemos, como he leído, que Capra tapó el objetivo de la cámara con una media para lograr esa atmósfera como de ensueño, como una niebla que aislara a los protagonistas en una atmósfera pasional arrebatada. Barbara Stanwyck y ¡el sueco Nils Asther!, en el papel de Yen, a quien estoy viendo, por cierto, en Vírgenes modernas, de Harry Beaumont, conforman una pareja que combina a la perfección el proceso de desvelamiento que sufre Megan con la pasión absorbente del general chino: la unión de dos grandes intérpretes que potencian una historia de amor apasionado, llamada a causar un gran impacto en las masas de espectadores amantes de lo exótico que, muy a menudo, les brindaba el séptimo arte.

          La película, sin embargo,  fue un fracaso sin paliativos, pero en la memoria del cine queda que a su autor, Capra, le parecía una de sus mejores películas y que fue la escogida para inaugurar un lugar emblemático de la cultura de masas usamericana, el Radio City Music Hall. No es extraño, pues, que, con el paso del tiempo, sea una película que cada vez se vea con mejores ojos. Algo hubo, en su día, de ese difuso racismo que impedía ver como algo normal un amor interracial.

           

1 comentario:

  1. Es cierto q Capra supo expresar los sueños de su época y supongo q parte de su éxito lo propició el hecho de que su etapa más luminosa se desarrolló tras la gran depresión Estadounudense, creo q por eso a través de sus películas pretendía transmitir un mensaje de aliento que en el mundo real parecía no existir, pocos como él dibujaron el tópico del sueño americano que predicaba el “New Deal” de Roosevelt. Por eso, sus relatos aluden a situaciones ideales del norteamericano medio honesto, buena persona tirando a ingenuo qué tan bien encarnaba el rostro candoroso de James Stewart...Por eso me encajan tan bien los argumentos de estas dos películas q tan bien describes ...dos feos malos q luego resultan no serlo tanto derretidos frente a una pobre ciega y una cautiva q con el tiempo seguro caerá rendida a los encantos del general chino , como ocurría en tantas películas me viene a la mente supongo porque coincide en lo exótico , salvando las diferencias "el rey y yo" con un Yul Brynner enfurruñado que finalmente conquista a una Deborah Kerr institutriz tras civilizar o mejor dicho, occidentalizar a toda la familia. En fin , que mil gracias como siempre por rescatar del olvido estás pequeñas joyas q si no es por ti permanecerían olvidadas para todos los q ni buceamos ni sabemos tantísimo de cine como tú. Un beso y muy feliz finde , por cierto... hoy o mañana quería ir a ver The Brutalist, si aguanto las casi cuatro horas q creo dura, ya os contaré; )

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