La visión épica de Fuller sobre el inicio del periodismo
independiente y combativo: La voz de la
primera plana o la dura lucha por la libertad de expresión del “cuarto
poder”.
Título original: Park Row
Año: 1952
Duración: 83 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Samuel Fuller
Guion: Samuel Fuller
Música: Paul Dunlap
Fotografía: John L. Russell (B&W)
Reparto: Gene Evans, Mary Welch,
Bela Kovacs, Herbert Heyes, Tina Pine, George O'Hanlon, J.M. Kerrigan, Forrest Taylor. Don Orlando.
La acción in media res, tras haber pasado revista
la cámara, en un travelín descriptivo, a la calle Park Row, sede de la mayoría
de los diarios que se editaban en el siglo XIX en Nueva York, deteniéndose en
la estatua de Benjamin Franklin, como paradigma de la profesión y de la honesta
libertad de expresión, nos muestra en un bar a un joven periodista que ha sido
expulsado del diario donde trabajaba y que, sin embargo, no deja de repetir,
como una cantinela, las grandes ideas que alberga para editar un diario que
pueda competir con los “grandes” y no solo ponerse a su altura, sino incluso
arrebatarles ese lugar de privilegio mediante una selección de noticias
impactantes tratadas con rigor, seriedad y profesionalidad. Un viejo editor
decide poner en sus manos el negocio que él es incapaz de sacar adelante: unas
instalaciones destartaladas, una rotativa añosa y un equipo profesional, eso
sí, que le ayudará a lanzar su periódico, The
Globe, para competir, sobre todo, con The
Star, el rival al otro lado de la calle, gobernado por la heredera del
fundador del diario con mano de hierro, si bien entre ambos acaba habiendo algo
más que mera rivalidad profesional. Nacido de la nada, así pues, la
trompiconeada aventura de The Globe
se convertirá en la protagonista real de la película, con lo que todo y todos
quedan subordinados a esa misión que se presenta casi como imposible. A partir
de una anécdota, el novio de la hija del dueño del bar donde se reúnen los periodistas,
se ha lanzado desde lo más alto del puente de Brooklyn al río y ha sobrevivido
para contarlo, el nuevo diario capta el interés del público con el relato de
esa aventura singular y llamativa. Que el Star
no tarde ni un día en detectar la amenaza que les supone el Globe y lo mismo en organizar una
defensa de su posición dominante en el mercado, defensa que no se detendrá ni
ante el uso de la violencia, si es necesaria, marca nítidamente el terreno de
juego donde se va a jugar un partido sórdido, lleno de mala intención y con unas
actuaciones mafiosas que recurrirán a las bombas e incluso a la mutilación de
trabajadores del diario para disuadirles de seguir apareciendo ante el público.
Decía Hitchcock, y lo recordaba Almodóvar, que una película siempre te ha de
enseñar algo concreto, aportarte un conocimiento que ignorabas. Pues bien, en
esta película los ignorantes hemos aprendido que el uso de “Cuarto Poder”,
referido a la prensa, ha de serle atribuido a quien primero lo usó en el
Parlamento británico, Edmund Burke. Aunque la película puede considerarse de
época porque nos habla del periodismo en el último tercio del siglo XIX, el
espectador sigue la trama con una absoluta visión contemporánea, y más desde
que el periodismo de trinchera, partido o bando sea enseñoreado de lo que antes
se consideraba el primer mandamiento deontológico del periodismo: la
independencia y el compromiso con la verdad. La película adjudica al novísimo Globe su participación en una campaña de
suscripciones para construir el pedestal de la Estatua de la Libertad donada
por el gobierno francés al estadounidense, y que, en realidad, fue obra del
diario de Joseph Pulitzer, The New York
World. Esa “presencia” patriótica del diario en la vida neoyorquina le sirve
a la rival para urdir un plan de desprestigio mediante la venta fraudulenta de
recibos de haber contribuido a la recaudación, lo que origina la protesta de
los lectores que, tras haber pagado, no ven reconocida su aportación con la inclusión
de su nombre en las páginas del diario. De forma paralela a esa trama de
sabotaje por parte del diario rival, la película pone el acento en la evolución
de las propias técnicas periodísticas, entre las que figura de forma estelar,
la invención de la linotipia, que permitirá pasar de la edición de las ocho
páginas, que era el tope que permitía la composición manual, letra a letra, de
los textos. La aparición del inventor en la trama, Ottmar Mergenthaler, añade
dimensión histórica a la narración, que, sin acercarse ni de lejos al
documental, sí que permite ver la historia con una perspectiva bastante más
amplia. La rivalidad, finalmente, llega a la violencia desatada y permite, a un
apasionado de la acción como es Fuller, rodar unas escenas vigorosas y magníficas.
Todo ello precede, como es lógico, a un final inesperado que acentúa otra línea
narrativa sumergida que opera en la película, el enamoramiento del nuevo
director y de la rival de la acera de enfrente. En resumidas cuentas, Samuel
Fuller, en una producción propia que no le reportó apenas ganancias, tuvo la
habilidad de rodar en 14 días, en un escenario, Park Row, reconstruido en
estudio, una película que, basándose en su temprana experiencia como periodista,
y en un bar, en el que arranca la película durante casi 20 minutos, la historia
de todo un mundo inmerso en el periodismo con el toque nostálgico de reproducir
la época de los grandes fundadores del mismo. La película es una apología del
periodismo independiente como uno de los grandes baluarte del sistema democrático,
y es de agradecer la épica que derrocha Fuller en defensa de la profesión, algo
que acaso hoy avergüence a quienes han convertido la profesión en meros altavoces
de intereses políticos y empresariales.
No estamos, por otro lado, ante una película primeriza del autor, pues hace la
quinta de sus 30 películas, lo cual se advierte en la facilidad con que ha
construido un relato convincente, efectivo y contundente en un número muy
limitado de escenarios, aunque, eso sí, con un reparto tan fabuloso como
desconocido, en el que cada pieza funciona con esa verosimilitud extraordinaria
del cine usamericano. Gene Evans, actor fetiche de Fuller, a quien prefirió a
John Wayne contra el criterio de los productores para Casco de acero, encana a la perfección el héroe norteamericano por
excelencia, el que lleva dentro una visión y una misión a la que subordinará su
propia vida. Mary Welch, desaparecida prematuramente a los 36 años por las
complicaciones de su segundo parto, le da una réplica perfecta, porque sus
trucos para absorber el diario rival mezclando la seducción amorosa con el
interés comercial son llevados a cabo con una sutileza que, sin embargo, no
acaban engañando al furiosamente independiente director del Globe. NO pierde ocasión, Fuller, de
añadir un toque de comedia en no pocos personajes “característicos”, como el
gracioso y analfabeto linotipista que compone las páginas, tipo a tipo, con la
mayor velocidad imaginable, y todo ello, por supuesto, sin saber leer ni
escribir, un Don Orlando muy gracioso. La película se aparta del género popular
en aquellos años, el thriller, y, refugiándose en decorados de estudio, construye
una historia que hoy día se ve con agrado y mucho interés, no solo por la
visión romántica del periodismo, sino por la habilidad realizadora de Fuller.
No hay comentarios:
Publicar un comentario