domingo, 28 de octubre de 2018

«La voz de la primera plana», de Samuel Fuller o la loa del auténtico periodismo.



La visión épica de Fuller sobre el inicio del periodismo independiente y combativo: La voz de la primera plana o la dura lucha por la libertad de expresión del “cuarto poder”.

Título original: Park Row
Año: 1952
Duración: 83 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Samuel Fuller
Guion: Samuel Fuller
Música: Paul Dunlap
Fotografía: John L. Russell (B&W)
Reparto: Gene Evans,  Mary Welch,  Bela Kovacs,  Herbert Heyes,  Tina Pine, George O'Hanlon,  J.M. Kerrigan,  Forrest Taylor. Don Orlando.

La acción in media res, tras haber pasado revista la cámara, en un travelín descriptivo, a la calle Park Row, sede de la mayoría de los diarios que se editaban en el siglo XIX en Nueva York, deteniéndose en la estatua de Benjamin Franklin, como paradigma de la profesión y de la honesta libertad de expresión, nos muestra en un bar a un joven periodista que ha sido expulsado del diario donde trabajaba y que, sin embargo, no deja de repetir, como una cantinela, las grandes ideas que alberga para editar un diario que pueda competir con los “grandes” y no solo ponerse a su altura, sino incluso arrebatarles ese lugar de privilegio mediante una selección de noticias impactantes tratadas con rigor, seriedad y profesionalidad. Un viejo editor decide poner en sus manos el negocio que él es incapaz de sacar adelante: unas instalaciones destartaladas, una rotativa añosa y un equipo profesional, eso sí, que le ayudará a lanzar su periódico, The Globe, para competir, sobre todo, con The Star, el rival al otro lado de la calle, gobernado por la heredera del fundador del diario con mano de hierro, si bien entre ambos acaba habiendo algo más que mera rivalidad profesional. Nacido de la nada, así pues, la trompiconeada aventura de The Globe se convertirá en la protagonista real de la película, con lo que todo y todos quedan subordinados a esa misión que se presenta casi como imposible. A partir de una anécdota, el novio de la hija del dueño del bar donde se reúnen los periodistas, se ha lanzado desde lo más alto del puente de Brooklyn al río y ha sobrevivido para contarlo, el nuevo diario capta el interés del público con el relato de esa aventura singular y llamativa. Que el Star no tarde ni un día en detectar la amenaza que les supone el Globe y lo mismo en organizar una defensa de su posición dominante en el mercado, defensa que no se detendrá ni ante el uso de la violencia, si es necesaria, marca nítidamente el terreno de juego donde se va a jugar un partido sórdido, lleno de mala intención y con unas actuaciones mafiosas que recurrirán a las bombas e incluso a la mutilación de trabajadores del diario para disuadirles de seguir apareciendo ante el público. Decía Hitchcock, y lo recordaba Almodóvar, que una película siempre te ha de enseñar algo concreto, aportarte un conocimiento que ignorabas. Pues bien, en esta película los ignorantes hemos aprendido que el uso de “Cuarto Poder”, referido a la prensa, ha de serle atribuido a quien primero lo usó en el Parlamento británico, Edmund Burke. Aunque la película puede considerarse de época porque nos habla del periodismo en el último tercio del siglo XIX, el espectador sigue la trama con una absoluta visión contemporánea, y más desde que el periodismo de trinchera, partido o bando sea enseñoreado de lo que antes se consideraba el primer mandamiento deontológico del periodismo: la independencia y el compromiso con la verdad. La película adjudica al novísimo Globe su participación en una campaña de suscripciones para construir el pedestal de la Estatua de la Libertad donada por el gobierno francés al estadounidense, y que, en realidad, fue obra del diario de Joseph Pulitzer, The New York World. Esa “presencia” patriótica del diario en la vida neoyorquina le sirve a la rival para urdir un plan de desprestigio mediante la venta fraudulenta de recibos de haber contribuido a la recaudación, lo que origina la protesta de los lectores que, tras haber pagado, no ven reconocida su aportación con la inclusión de su nombre en las páginas del diario. De forma paralela a esa trama de sabotaje por parte del diario rival, la película pone el acento en la evolución de las propias técnicas periodísticas, entre las que figura de forma estelar, la invención de la linotipia, que permitirá pasar de la edición de las ocho páginas, que era el tope que permitía la composición manual, letra a letra, de los textos. La aparición del inventor en la trama, Ottmar Mergenthaler, añade dimensión histórica a la narración, que, sin acercarse ni de lejos al documental, sí que permite ver la historia con una perspectiva bastante más amplia. La rivalidad, finalmente, llega a la violencia desatada y permite, a un apasionado de la acción como es Fuller, rodar unas escenas vigorosas y magníficas. Todo ello precede, como es lógico, a un final inesperado que acentúa otra línea narrativa sumergida que opera en la película, el enamoramiento del nuevo director y de la rival de la acera de enfrente. En resumidas cuentas, Samuel Fuller, en una producción propia que no le reportó apenas ganancias, tuvo la habilidad de rodar en 14 días, en un escenario, Park Row, reconstruido en estudio, una película que, basándose en su temprana experiencia como periodista, y en un bar, en el que arranca la película durante casi 20 minutos, la historia de todo un mundo inmerso en el periodismo con el toque nostálgico de reproducir la época de los grandes fundadores del mismo. La película es una apología del periodismo independiente como uno de los grandes baluarte del sistema democrático, y es de agradecer la épica que derrocha Fuller en defensa de la profesión, algo que acaso hoy avergüence a quienes han convertido la profesión en meros altavoces de  intereses políticos y empresariales. No estamos, por otro lado, ante una película primeriza del autor, pues hace la quinta de sus 30 películas, lo cual se advierte en la facilidad con que ha construido un relato convincente, efectivo y contundente en un número muy limitado de escenarios, aunque, eso sí, con un reparto tan fabuloso como desconocido, en el que cada pieza funciona con esa verosimilitud extraordinaria del cine usamericano. Gene Evans, actor fetiche de Fuller, a quien prefirió a John Wayne contra el criterio de los productores para Casco de acero, encana a la perfección el héroe norteamericano por excelencia, el que lleva dentro una visión y una misión a la que subordinará su propia vida. Mary Welch, desaparecida prematuramente a los 36 años por las complicaciones de su segundo parto, le da una réplica perfecta, porque sus trucos para absorber el diario rival mezclando la seducción amorosa con el interés comercial son llevados a cabo con una sutileza que, sin embargo, no acaban engañando al furiosamente independiente director del Globe. NO pierde ocasión, Fuller, de añadir un toque de comedia en no pocos personajes “característicos”, como el gracioso y analfabeto linotipista que compone las páginas, tipo a tipo, con la mayor velocidad imaginable, y todo ello, por supuesto, sin saber leer ni escribir, un Don Orlando muy gracioso. La película se aparta del género popular en aquellos años, el thriller, y, refugiándose en decorados de estudio, construye una historia que hoy día se ve con agrado y mucho interés, no solo por la visión romántica del periodismo, sino por la habilidad realizadora de Fuller.

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