lunes, 31 de julio de 2017

“A merced del odio”, de Seth Holt, excelente terror psicológico de la Hammer.


El terror con niños o cómo William Dix, actor revelación, te clava en el sofá hasta el desenlace final y auténticamente, como el título indica, a merced del odio que te domina...

Título original: The Nanny
Año: 1965
Duración: 93 min.
País: Reino Unido
Director: Seth Holt
Guion: Jimmy Sangster (Novela: Evelyn Piper)
Música: Richard Rodney Bennett
Fotografía: Harry Waxman (B&W)
Reparto: Bette Davis,  Jill Bennett,  William Dix,  James Villiers,  Wendy Craig,  Pamela Franklin, Maurice Denham,  Jack Watling,  Alfred Burke,  Nora Gordon.


De una película de terror psicológico estructurada en torno a la ignorancia del espectador, las pistas falsas y los equívocos contantes, ¿qué puede decirse que no viole el imperativo ético de un crítico: no desvelar la trama para no  chafarle al espectador las sorpresas que lo aguardan continuamente a lo largo de la película? A eso vamos, porque The nanny, en el original inglés, se centra, por el título, en el personaje que interpreta Bette Davis, lo suficientemente intrigante, por su sola presencia, para poder pensar en cualquier aberración, perversión, locura o desgarramiento que la tengan por objeto, sobre todo si atendemos al encasillamiento que sufrió la actriz tras las dos celebres películas de Aldrich: ¿Qué fue de Baby Jane? y Canción de cuna para un cadáver. Aquí su presencia domina la película de punta a cabo, y la caracterización ya induce al espectador a temerse lo peor, sobre todo porque la nanny en cuestión lo ha sido previamente de la madre y la hermana de esta y ahora lo es de los hijos de una madre a quien la noticia de que su hijo de once años vuelve a casa la sume en un depresión insoportable. El niño, y aquí estamos ante el verdadero héroe de la película, desde el punto de vista de la interpretación, William Dix, nos regala un recital interpretativo de primerísima magnitud, y lo que más me ha sorprendido, buscando información acerca de él, es que, salvo en El extravagante doctor Dolittle, de Fleisher, su carrera se truncara, teniendo en cuenta el altísimo nivel del que venía con esta Nanny en la que le roba la estelaridad a la Davis y al resto del reparto. El guion, y a ver si no me traiciono al contar lo poco que debo contar, nos planta ante la extraña situación de una familia que, con no poco recelo, va a buscar a su hijo mayor a un hospital psiquiátrico en el que el niño ha estado internado dos años, al parecer, por haber sido responsable de la muerte de su hermana pequeña, aunque de todo ello nos vamos enterando con las famosas cuentagotas con que se administra el terror en películas de esta naturaleza. Desde la representación de un ahorcamiento en su cuarto del sanatorio, visión que provoca un telele en la gobernanta de la institución que va a buscarlo para “devolvérselo” a su padre, al estilo de las bromas que le gustaba gastar a Harold en Harold y Maude, de Hal Ashby, el comportamiento del niño, a quien la madre, destrozada por la muerte de su hija, no ha querido ir a recoger por no verse con fuerzas para hacerlo, ira sufriendo un crescendo de rebeldía, despotismo, odio, malas maneras y actitudes tiránicas que no solo descolocan a unos padres que dudan mucho de que el niño se haya corregido, sino que escoge a la nanny, una institución en la casa, como objetivo central de su desprecio. Poco a poco, el padre porque se va a trabajar fuera unos días, y la madre porque su neurastenia le impide hacerse cargo de la casa y de su hijo, la acción se va centrando en el enfrentamiento abierto la mayoría de las veces y soterrado otras, entre la niñera y el niño. Lo que más sorprende al espectador, está claro, es el amor que le profesa la niñera, que la lleva a disculpar cualquier impertinencia del niño. Lo que no pasa desapercibido es que entre ambos hay una tensión que requiere una explicación que la película, con cuentagotas, eso sí, lo recuerdo, la da ¡y de qué manera!, porque a partir de cierto momento, la trama se acelera hacia un final excelentemente preservado en el desarrollo del guion y que, con lo difícil que es eso en este tipo de películas que parecen sin trampa ni cartón, sorprende y satisface al espectador. Técnicamente la película, en blanco y negro y con profusión de interiores en los que se advierte un cierto virtuosismo en no pocos enfoques y un uso del primer plano muy efectivo, tiene incluso cierta elegancia y una efectividad notable en las escenas de terror auténtico que no son pocas. A mí me ha recordado mucho, en el uso de la cámara en el interior a Repulsión, de Polanski, rodada, curiosamente, el mismo año y, para más cercanía entre ambas, comparten la aparición de James Villiers un secundario muy solvente. Ya digo que me estoy mordiendo las falangetas para no teclear más de lo que debo, pero acabaré diciendo que si la adquirí por la presencia de Bette Davis, una dama del terror, de todos los terrores psicológicos imaginables, ahora la recomiendo por la actuación excepcional de William Dix, cuya naturalidad por acción y por dicción merece un visionado urgente de la cinta, porque nadie se arrepentirá, salvo para quienes el género de terror psicológico sean palabras mayores e inaccesibles.

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