Del melodrama inverosímil a la tragedia barata: La condesa descalza o la brillante
técnica narrativa contra la mediocridad del argumento.
Título original: The Barefoot Contessa
Año: 1954
Duración: 128 min.
País: Estados Unidos
Director: Joseph L. Mankiewicz
Guion: Joseph L. Mankiewicz
Música: Mario Nascimbene
Fotografía: Jack Cardiff
Reparto: Humphrey Bogart, Ava Gardner,
Edmond O'Brien, Marius
Goring, Valentina Cortese, Rossano Brazzi, Elizabeth Sellars, Warren Stevens, Franco Interlenghi, Mari Aldon, Bessie Love.
Por esos azares de
Tallers 79, han caído al tiempo en mis manos esta película y Eva al desnudo, ambas de Mankiewicz,
aunque no lo parezca, porque mientras de esta segunda sé que volveré a verla y
seguiré quedando tan admirado como la primera vez que asistí a esa orgía
psicológica de una historia extraordinaria contada de la mejor manera posible,
la primera me ha supuesto una decepción de tal naturaleza que me ha obligado a
replantearme cómo es posible que tuviera un buen recuerdo de ella, si es que lo
tenía y no andaba yo confundido, porque lo que es imposible es que se me
hubiera mezclado con otra condesa, La
condesa de Hong-Kong, de Chaplin, con la que, ahora, esta poco menos que
podría equipararse aunque la de Mankiewicz aún sale ganadora en la comparación,
porque, a pesar de las inverosimilitudes manifiestas del guion y la impropiedad
de los personajes -que obliga a la “gran bailarina Ava Gardner” a tener que mostrar
sus encantos flamencos fuera de plano, una incongruencia difícil de encajar,
aunque fácil de entender, teniendo en cuenta las limitaciones propias de la
actriz, por supuesto-, la de Chaplin es un auténtico bodrio que emborronó una
carrera que no se merecía un final así. En las breves líneas anteriores ya he
indicado por dónde van mis desencuentros con la película, pero me permitiré
insistir algo más. La estructura de la película es inobjetable, tanto en la
elección del narrador principal, el director decadente y semifracasado que
acepta con escepticismo y savoir faire
su posición subalterna en la industria, como en el encadenado de flash backs a partir del entierro de la
célebre bailarina flamenca María Vargas, reciclada en actriz de éxito en
Usamerica, de la mano del director, Humphrey Bogart, muy ajustado a su papel,
pero sin el glamour de la lejana Casablanca y, finalmente, casada con un
conde italiano, un castrati en acto
de servicio militar. Todo en la película tiene un aire artificial, de película
cosmopolita, muy de moda en los 50 y 60, muy al estilo de los personajes de
Fitzgerald, un mundo de artistas, nobles, banqueros, depravados, espabilados y
algún artista mediocre que pasea su mirada crítica entre ellos. De hecho, la
parte de la trama que tiene que ver con la dependencia y posterior
independencia del productor tiránico que intenta aprovecharse de la actriz y de
su camarilla de servidores es, quizás, lo mejor de la película. La aventura de
la bailarina medio ninfómana queda un tanto empalidecida, no solo por la
superficialidad con que es tratada esa pasión de ella, sino, sobre todo, por
una puesta en escena en la que Ava Gardner, lejos de ser ese “animal más bello
del mundo” que admiramos en Venus era mujer, de Seiter, aparece
fotografiada como con cierta desgana, en parte por el horroroso vestuario y la pésima labor de peluquería. Se advierte
enseguida, eso está claro, que la Gardner se sintió muy incómoda en su papel y
que no acababa de saber con claridad qué se esperaba de ella. Es innegable que
hay escenas en que sigue exhibiendo una presencia maravillosa, pero el cuento
de esa Cenicienta (That spanish word for
Cinderella, que repite Bogart hasta cinco veces…) rebelde e independiente
que no quiere ataduras, comenzando por los propios zapatos, resulta algo
tópica, insulsa y afectadamente dramática en no pocos momentos. Todo queda en
una superficialidad que no llega a ahondar en la verdadera raíz de la pasión.
Y, claro, así es muy difícil empatizar con ella o con su doble drama sexual y
amoroso. La película sigue los pasos del descubrimiento de la bailaora, de su
encumbramiento como actriz y de su relieve social, un poco en la estela de lo
que supuso el matrimonio de Grace Kelly con Rainiero de Mónaco, pero en menor
relieve. Mi decepción me llevó a buscar virtuosismos técnicos en la realización
que no se prodigan como, teniendo en cuenta quién es el padre de la criatura,
debieran. Hay una escena narrada dos
veces, desde dos puntos de vista distintos, el rescate de ella, por parte del
conde, de la relación malsana que la actriz tiene con una suerte de rico
italiano que la había liberado a su vez del productor celoso y tiránico, que he
de poner en el escaso haber de la película. Sí,
claro, hay un dominio narrativo que, a pesar de una puesta en escena
feúcha, ¡ese lujo de baratillo de las clases dominantes!, sabe sacar partido de
la historia, que solo gana enteros cuando Bogart anda de por medio. Tiene mucho
de cine crepuscular, de un modo de concebir las historias y de realizarlas que
está a punto de pasar a mejor vida. Su otro yo cinematográfico no lo veríamos
sino en sus dos últimas y extraordinarias películas: El día de los tramposos y, sobre todo, La huella. Supongo que si se hubiera producido la elección de Frank
Sinatra para el papel de Bogart, la cosa hubiera tenido un morbo añadido que,
sin embargo, apenas hubiera cambiado la inverosimilitud de partida del guion,
pero quizás hubiera revertido el destino de su fracaso en taquilla. En fin, es
posible que, al final, La condesa
descalza sea una película exclusiva para fans irredentos de Ava Gardner, y
poco más, porque Bogart, francamente apático y viviendo de las rentas de su
fama, no da mucho de sí, tampoco, en la endiablada historia de la Cenicienta
española. Quien sí supo sacar partido a la película fallida de Mankiewicz fue
el extraordinario secundario Edmond O’Brien, quien consiguió el Oscar al mejor
actor de reparto. Aquí ya lo hemos loado suficientemente en Con las horas contadas, de Maté y Siete días de mayo, de Frankenheimer, como para que tengamos que redescubrirlo a
quienes se paseen, de tanto en tanto, por este Ojo voyerista. A título anecdótico, me permito insinuar que es probable
que la estatua de la tumba del personaje de la Gardner que tanta presencia visual
tiene en la película sea la misma, con algunos retoques, que ya le hicieran
para Venus era mujer, pero no he
logrado avalarlo con datos contratados.
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