El rechazo moral al trasplante: Las manos de Orlac o “el otro”
(demoníaco) en mí.
Título original: Orlacs Hände
Año: 1924
Duración: 92 min.
País: Alemania
Director: Robert Wiene
Guion: Louis Nerz (Novela: Maurice Renard)
Música: Película muda
Fotografía: Hans Androschin, Günther Krampf (B&W)
Reparto: Conrad Veidt, Alexandra
Sorina, Fritz Kortner, Carmen Cartellieri, Fritz Strassny, Paul Askonas.
Haber dirigido El gabinete del Dr. Caligari tiene tanto
de bendición como de maldición, porque diríase que Robert Wiene no tiene más
obra que ese hito fundamental en la Historia del cine. Tenía yo ganas, sin
embargo, de echarle mi Ojo a Las manos de Orlac, y, en verdad esas ganas se
remontan al año de la tana en que leí Bajo el volcán, de Lowry y se me quedó la
obsesión del protagonista, de Firmin, por la película cuyo cartel ve repetido,
verdadero leit motiv en el texto, una y otra vez, por lo que el lector ha de entender
que juega un papel importantísimo en la narración. Y así es. En su momento,
hube de contentarme con la sinopsis de la película; ahora he tenido la
gratísima experiencia de poder verla y descubrir, así mismo, que la
desesperación existencial del Cónsul alcohólico tiene un nexo evidente con la
del pianista Orlac que, una vez que le han sido trasplantadas las manos de un
asesino, se siente incapaz de siquiera sobrevivir a semejante maldición: todo
lo que toca corre peligro, su mujer la primera, y siente nacer en su interior
unos impulsos criminales que ignora a dónde pueden acabar llevándolo. No es
fácil en nuestros días, excepto en plataformas de pago que no frecuento, porque
prefiero el sólido azar de Tallers 79, acceder al visionado de películas que,
por ser mudas, además, poco menos que han sido estigmatizadas incluso por los
programas dedicados al cine, entre los que pueden contarse con los dedos de una
mano las películas al año, en abierto, que, anteriores al sonoro, pueden verse
en las pantallas de televisión , ¡y no digamos ya en los cines de estreno o
reestreno!, a no ser que se cuele alguna rareza como The Artist, de Hazanavicius. A mí, lo confieso, y sé que nado a
contracorriente, cada vez me gustan más las películas mudas y cada vez voy
descubriendo verdaderos hitos cinematográficos sin los que es muy difícil
explicar el arte del cinematógrafo en nuestros días. Curiosamente, y aunque
conserve ciertos rasgos expresionistas, como algunos decorados, la iluminación,
la distorsión de espacios y las tomas desde ángulos insólitos, Las manos de
Orlac se acerca más al género del terror tradicional, pero no cae de lleno en él,
porque la deriva psicológica del rechazo al trasplante de las manos de un
asesino y el asesinato del padre del protagonista, que no quiere ayudar a su
hijo y su nuera cuando estos se encuentran empobrecidos por la falta de
ingresos del pianista, que se niega a tocar con esas manos, acerca más la
película al género del thriller, sin que por ello el género del terror deje de
estar presente, en la variante de los experimentos médicos y sus secuelas
psicológicas y morales. Lo que si es expresionista hasta la médula es la
interpretación de la pareja protagonista, Conrad Veidt y Alexandra Sorina.
Ambos viven la película como un estado de ansiedad y horror mezclados y
permanentes. Primero, en unas escenas llenas de vigor narrativo, cuando la
mujer, que se acerca a la estación a recibir a su marido, se entera de que su
tren ha tenido un accidente, un choque con otro y decide seguir camino hasta el
lugar del accidente y buscarlo, junto con el chófer. Esas escenas,
logradísimas, tienen, ya digo, un vigor tremendo. Hallado el cuerpo del músico
famoso, y corriendo grave peligro su vida por un golpe en la cabeza, es llevado
al hospital donde, a requerimientos de su mujer, de salvarle las manos, porque
son “toda su vida”, incluso por encima de ella, el doctor decide lo único
posible, trasplantarle las manos de un asesino al que acaban de ejecutar. El
reencuentro de los esposos, fugaz, y lleno de intensidad, tiene su segunda
parte en el descubrimiento, por parte del músico, de unas manos que “no son las
suyas”. Cuando finalmente se entera, porque un chantajista se encarga de que
llegue la información a su conocimiento, de que no son “sus” manos, y del
origen de las mismas, el músico entra en una crisis de identidad absoluta que
se manifiesta de muchas maneras y en una interpretación extraordinaria por
parte de Veidt, quien consigue, exclusivamente a través del trabajo corporal,
que seamos capaces de disociar su cuerpo y ver las manos como las manos de “otro”,
como si tuvieran vida propia, ¡a tal extremo llega la calidad de la
interpretación de Veidt! La desesperación de la esposa, a quien el músico se ve
incapaz siquiera de acariciar, de abrazar o de simplemente tocar, es el perfecto
contrapunto del dolor casi metafísico que experimenta el músico que se
considera “invadido” por la aciaga personalidad del “otro”, de un asesino.
Wiene consigue, gracias a esos trabajos portentosos de interpretación, que
empaticemos totalmente con ambos personajes y en situaciones opuestas. Cuando la
película deriva hacia el asesinato del padre, supuestamente obra del hijo, por
la presencia de las huellas de Orlac en la casa
y en el mango del cuchillo con que lo han matado, se nos presenta un
giro en el guion que, si hace más vulgar la trama, más trivial, no es menos
cierto que introduce una ligera brizna de humor en el acezante drama vivido por
ambos esposos. Es reconfortante ver en pantalla una actriz como la bellísima
Alexandra Sorina cuyo tipo corporal la aleja de modelos ulteriores que, andando
el tiempo, establecería el cine casi como una censura del suyo. La película es
un prodigio de ajuste a la historia y de concentración en el motivo narrativo
que le da sentido. Hay muchísimas escenas logradísimas, sobre todo en los
decorados de la casa de la pareja y la casa del padre, estudiados con una
obsesión fantástica por la puesta en escena. Remito, en todo caso, a la escena
del “sofá”, un sofá art decó de diseño monumental, en el que Veidt está sentado en
escorzo y llega la criada -introductora del chantajista en la casa, para mal de
sus señores- a sentarse a sus pies, momento en el que el músico, se abandona a
una suerte de cuadro de la Pietà a la inversa e intenta acariciar a la criada…¡Indescriptible,
tanta belleza! Sí, Las manos de Orlac es un drama moral y una anticipación de
ciencia-ficción de un logro médico que aún está en mantillas, como quien dice…
Y no digo más, aunque me gustaría, porque, dado ese componente de thriller que
tiene la película, conviene que no les chafe a los posibles (y deseo que muchos)
espectadores la resolución de la trama.
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