La
indeterminación del género: ni comedia, ni tragedia, ni tragicomedia..., y un
poco de todo: Los hombres no son dioses
o los celos de Desdémona.
Título original: Men Are Not
Gods
Año: 1936
Duración: 90 min.
País: Reino Unido
Director: Walter Reisch
Guion: G.B. Stern, Iris Wright
(Historia: Walter Reisch)
Música: Geoffrey Toye
Fotografía: Charles Rosher (B&W)
Reparto: Miriam Hopkins, Gertrude Lawrence, Sebastian Shaw, Rex Harrison,
A.E. Matthews, Val Gielgud, Laura
Smithson, Lawrence Grossmith, Sybil Grove,
Winifred Willard, Wally Patch.
Esta película me atrajo
porque vi, leyendo su sinopsis, que anticipaba la estupenda Doble
vida que le deparó a Ronald Colman un merecido Oscar por un papel que
aquí Sebastian Shaw es incapaz de elevar a los niveles conseguidos por Colman.
Todo comienza como un vodevil, con la mujer de un actor de teatro que acude a
la sede del diario del crítico más importante de Londres para implorarle una
crítica benévola, porque su marido, un manojo de nervios en los estrenos, no ha
sido capaz de estar a la altura que alcanza a poco que la obra vaya adquiriendo
un rodaje de días y semanas en cartelera. El crítico, sin embargo, en
confidencia con su secretaria, Miriam Hopkins -un pelín sobreactuante, e
inducida al desconcierto por esa indeterminación genérica que lastra la
película-, revela que ha escrito una crítica despiadada con quien le parece que
"masacra" la gran obra de Shakespeare. La actriz, así pues, acaba
entrevistándose con la secretaria, quien, compadecida, decide reescribir la
crítica, porque este ya ha dicho que tiene por costumbre no releerse jamás,
razón por la cual se anima a "corregir" a su jefe. La ley inexorable
de Peter, que en el cine se cumple más que en cualquier otro ámbito humano, nos
lleva a que el crítico acabe leyendo la tergiversación que ha sufrido su
crítica y que nos veamos con la secretaria en la calle, sin oficio ni
beneficio. Eso sí, desde ese momento, lo que fue una curiosidad, ir a ver si el
actor era tan malo como decía su jefe, se convierte en una adoración hacia su
trabajo y, por extensión, a su persona. Como la mujer, que interpreta a
Desdémona, por supuesto, le está agradecida, le franquea el acceso a una
relación con ellos que enseguida se torcerá, porque, y eso es lo singular en
esta incursión del cine en el drama shakesperiano, es la mujer quien sufre de
celos patológicos y ve en cualquier mujer una enemiga potencial. Como Otelo
vive angustiado por los celos de su mujer, se lanzará a la conquista de la
extraña, por más que desde una poderosa ambigüedad: sigue enamorado de su esposa
y, sobre todo, depende de ella, de su apoyo y de sus consejos,
profesionalmente. Que en 1936 él le proponga a la incondicional admiradora, que
establezcan una relación adúltera de la que él pueda disfrutar, liberándose de
la presión de su mujer, sin tener que dejar a ésta, es decir, la clásica amante
a la que se le monta un piso, no deja de ser un cierto atrevimiento moral, y
más aún que ella, después de sentirse humillada e insultada, y no pudiendo
vencer la obsesión que siente por él, acabe aceptando esa situación
extramarital de él con ella sin renunciar al vínculo. El progreso de la
historia nos lleva, sin embargo, en la dirección del drama, porque el actor se
asfixia en una relación toxica que no le deja ser libre. Que, antes del
desenlace, se sepa que la mujer va a tener un hijo, algo que ignora el marido,
pero no la amante, quien rompe con él definitivamente, nos pone en el buen
camino de la tragedia que ha de resolverse, como es preceptivo, en el asesinato
de Desdémona, justificado por la propia obra.
Se trata de un desenlace previsible, pero que el espectador no se
espera, porque, hasta ese momento, casi todo la acción ha transcurrido con el
tono ligero de la comedia y el frívolo de la comedia sentimental. La
interpretación de Shaw y Lawrence en ese momento adquiere verdaderos visos de
tragedia horrorosa que logra impresionar al espectador, al menos a este que
escribe. Al trastorno mental transitorio que se apodera de Otelo, responde,
entonces, el grito horrorizado de la amante exigiéndole que pare, que no siga,
que desista de su acción criminal. El escándalo que se arma en el teatro
justifica, obviamente, que se detenga la obra y que no pueda reanudarse, dado
el estado de shock en que están ambos intérpretes. Como dice el encargado de
comunicar la suspensión: "permitamos a Desdémona, aunque sea por una
noche, seguir viviendo..." La película es muy ágil y alterna el rodaje en
Londres con interiores, el periódico, la casa de la amante y los lujosos
hoteles en los que vive la pareja protagonista con una agilidad narrativa que
solo entorpece, en un momento dado, la frustrante relación que no acaba de
establecerse como a él le gustaría entre un compañero de la protagonista, un
joven Rex Harrison, propenso al histrionismo, y la protagonista, una Hopkins
siempre a medio camino entre la comedia, a veces incluso alocada, y una
tragedia que solo en el desenlace se consolida como tal.
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