De la ética al cine negro con un gusto exquisito en el
encuadre: La honradez de la cerradura
o la fragilidad moral en tiempos de escasez y activos bajos fondos.
Título original: La honradez de la cerradura
Año: 1950
Duración: 88 min.
País: España
Director: Luis Escobar
Guion: Luis Escobar (Obra: Jacinto Benavente)
Música: Juan Dotrás Vila
Fotografía: Emilio Foriscot (B&W)
Reparto: Francisco Rabal,
Mayrata O'Wisiedo, Ramón
Elías, Dolores Bremón, Pilar Muñoz, María Victoria Durá, Mercedes Gisbert, Concha López Silva, Pedro Puche, Juan Velilla.
Como no siempre tengo
tiempo -ni Conjunta aquiescente…- para ver en directo los clásicos olvidados de
la Historia del Cine Español de La 2, en
pocos días he revisado dos que me han dejado muy buen sabor de ojo crítico. El
primero fue, 091, policía al habla. Ahora toca esta adaptación de la obra de Benavente,
La honradez de la cerradura, una muestra escogida del teatro de “denuncia”
benaventino, que húbolo. Luis escobar, afamado director teatral y personaje
singular del mundillo teatral de la posguerra, no necesita presentación, porque
Berlanga lo convirtió poco menos que en un icono nacional a partir de la
película La escopeta nacional, donde
interpretaba al Marqués de Leguineche, y que tuvo dos secuelas de irregular
acierto. Su debut en el cine, del que no tenía noticia, es, sin embargo, por lo
visto, el inicio de una prometedora carrera que, no obstante, se truncó tras la
segunda película, sobre una soprano famosa en toda Europa, María Malibrán: La
canción de Malibrán, de la que apenas he conseguido información y que supongo
debió de ser un fracaso de taquilla, porque de otro modo no se explica que
Escobar acabará en ella, y en seco, como se suele decir, la prometedora carrera
que se intuye en esta película. La trama es sencilla. Una rentista usurera
recibe un dinero de su administrados y en ese momento entra la criada, que la
descubre contándolo. Temerosa de que se lo robe, decide dejárselo, sin recibo
alguno, a los vecinos de arriba, una pareja joven en la que el marido trabaja
en un banco y la mujer cosiendo en casa. Se extrañan, pero sucede lo
impensable: la mujer aparece asesinada a la mañana siguiente. La criada es
detenida, no sin lanzar una expresiva y explosiva mirada silenciosa al “vecino
de arriba”, cuando desfila, escaleras abajo, bajo la custodia policial. El
matrimonio ha de decidir que hace con ese dinero que “oficialmente” no consta
que ellos lo tengan. Ha de decirse que la mujer, antes de llevársela, hizo una
lista con los numero de serie de los billetes y se la guardó en la ropa
interior. Los pobres vecinos, que pasan más estrecheces que un maestro de
escuela, deciden quedarse con el dinero, que empiezan a gastar con cierto
rumbo, apreciable en la contratación de una criada , en el vestuario y en los
caprichos” que se permiten. Un buen día, sin embargo, aparece el cuñado de la
sirvienta detenida y les dice que ha encontrado la lista con los números de
serie de los billetes y que, como es lógico, su silencio tiene un precio:
compartir el botín. Se inicia así una tortura compartida por los esposos que
los llevará al desquiciamiento, casi a la ruptura y a él -una ostentosa
interpretación de Paco Rabal en el papel de un pobre hombre, atemorizado, sin
recursos, y devorado por la culpa,
secundado con una eficacia total por Mayrata O’Wisiedo, una actriz
indisolublemente unida a la mejor época de Televisión Española, a través de
programas como Estudio 1, Hora 11 o
Novela, gracias a los cuales conocimos los jóvenes del franquismo un buen
número de clásicos inmortales. En esta película, su debut en el cine, no solo
le da la réplica perfecta a Rabal, sino que, entre ambos, consiguen que esa
culpa que los asfixia adquiera una dimensión moral que va mucho más allá de la
simple intriga de cine negro en que se convierte la película así que aparece el
chantajista, quizás lo mejor de la película, porque en cuanto desaparece, por
estrategia del chantaje, se le echa muchísimo de menos. Ramón Elías borda el
papel de chantajista amable y comprensivo que, al final, se convierte en un
pistolero que huye de la policía llevando consigo al pobre de infeliz banquero,
quien va tras él porque el otro se ha negado a darle el original de la lista de
la difunta con los números de serie. La persecución final es una buena muestra
de ese cine policiaco que se hacía en aquellos tiempos del franquismo, sobre
todo en Barcelona, donde están rodados los exteriores de la película, y el
resto en estudio, y del que hemos dado
cumplida cuenta en este Ojo. La
puesta en escena de la película, tanto la oficina bancaria, un ejemplo
decimonónico de oficina siniestra, como el miserable apartamento de los esposos
o el cafetín cantante, cuyas actuaciones mima la cámara de Escobar con la
complicidad del especialista y el cariño de quien tiene bien presente las vidas
aperreadas de tantos artistas que sobrevivían gracias a sus actuaciones en baratos
cafés con espectáculo, de naturaleza muy popular, como el que se nos retrata en
la película. En resumen, se trata de una obra muy meritoria, una ópera prima
que nada tiene que envidiar a quienes podrían considerarse sus discípulos,
Berlanga y Bardem, por acercarnos a las fechas de la película. Me han encantado
los planos de interior tomados desde el exterior y ciertas tomas en
contrapicado, como el cruce de miradas entre la detenida y el vecino depositario de los dineros, tan expresivas y anunciadoras de la tormenta que se ha de cerner sobre
los pipiolos protagonistas. La escena del café con baile en la sierra, donde se
“tropieza” el chantajista “accidentalmente” con ellos, es técnicamente
impecable y dramáticamente un acierto, porque desde ahí se inicia el tormento
que acaba devorándolos con un ahínco que los sitúa al borde de la desesperación
y del tango: como juega el gato maula con
el mísero ratón…, porque esa es, exactamente, la situación entre el
extorsionador y la pareja. En fin, que me ha sorprendido más que gratamente. Y
ya estoy deseando tropezarme yo, a propósito, con La canción de Malibrán, para
ver si salgo de dudas acerca de la truncada carrera cinematográfica del
simpatiquísimo y culto Luis Escobar.
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