sábado, 3 de marzo de 2018

Dos Loseys intensos, y poco conocidos, a ambos lados del charco: de McCarthy a la libertad inglesa :“La larga noche” y “El tigre dormido”.



La bildungsmovie de la venganza y la tortuosa psicología de la insatisfacción: La larga noche y El tigre dormido, dos obras nada menores de Joseph Losey.

Título original: The Big Night
Año: 1951
Duración: 75 min.
País:Estados Unidos
Dirección: Joseph Losey
Guion: Joseph Losey, Stanley Ellin, Hugo Butler, Ring Lardner Jr. (Novela: Stanley Ellin)
Música: Lyn Murray
Fotografía: Hal Mohr (B&W)
Reparto: John Drew Barrymore,  Preston Foster,  Joan Lorring,  Howard St. John, Dorothy Comingore,  Philip Bourneuf,  Howland Chamberlain,  Myron Healey, Emil Meyer.

Título original: The Sleeping Tiger
Año: 1954
Duración: 89 min.
País: Reino Unido
Dirección: Joseph Losey
Guion: Harold Buchman, Carl Foreman (Novela: Maurice Moisiewitsch)
Música: Malcolm Arnold
Fotografía: Harry Waxman (B&W)
Reparto: Dirk Bogarde,  Alexis Smith,  Alexander Knox,  Hugh Griffith,  Patricia McCarron, Maxine Audley,  Glyn Houston,  Harry Towb,  Russell Waters,  Billie Whitelaw, Fred Griffiths,  Esma Cannon.

Las agrupo en magnífico programa doble porque las he visto una tras otra con un interés redoblado, aunque en inverso orden cronológico. La usamericana, La larga noche, tuvo que dejarla Losey deprisa y corriendo, recién acabada,  cuando supo que el Comité de Actividades Antiestadounidenses seguía sus pasos y emigró a Europa. Volvió a Usamérica, pero halló todas las puertas cerradas y se trasladó a Londres donde enseguida le ofrecieron El tigre dormido, un estreno magnífico de lo que habría de ser su fructífera carrera como director inglés. La larga noche , que  no traduce exactamente el big night del inglés, es algo así como una adaptación al cine del clásico bildungsroman de la literatura, porque  el día del cumpleaños de un joven de 16 años, este va a enfrentarse a unos hechos que van a exigir de él un súbito aprendizaje de la condición de adulto. El comienzo nos muestra a un estudiante acomplejado que sufre el acoso de sus compañeros. Más tarde, cuando su padre le saca un pastel de cumpleaños del que apaga todas las velas menos una, se presenta en el bar del padre un periodista deportivo que exige que el padre, un antiguo boxeador, se desnude de cintura para arriba para recibir unos bastonazos que lo dejan malherido, ante la desesperación de su hijo, que no entiende que el padre no se defienda. A partir de ese momento, y una vez descubierto un revólver en la casa, el hijo se dispone a perseguir al periodista para vengar al padre. Como el padre había sacado dos entradas para el combate de esa noche, allá que va el hijo, disfrazado de hombre en cierne, con chaqueta, corbata y sombrero, dispuesto literalmente a todo. Al encontrarse con un profesor borrachín que lo adopta paternalmente -un excepcional trabajo de,  Philip Bourneuf, un punto por encima de todo el reparto, aunque John Drew Barrymore, de la saga de los Barrymore, lleva todo el peso de la película con una eficacia más que notable, y un parecido insólito con Sean Penn, por cierto. El viaje al fondo de la noche del protagonista va a encadenar una serie de situaciones en que el protagonista, acuciado por la necesidad de demostrar su condición de adulto, entrará en contacto con realidades nunca hasta entonces frecuentadas o incluso conocidas. Losey consigue escenas espectaculares como la fusión del solo de batería con las imágenes del apaleamiento del padre, a la que sigue una declaración de rendida admiración hacia la cantante negra Mauri Lynn, quien le ha “matado dulcemente con su canción” Am I too young… y a la que, queriendo hacerle un cumplido no se le ocurre decirle sino que es muy hermosa a pesar de ser negra…, algo de lo que se arrepiente como se arrepiente de casi todo lo que hace, porque el joven es una explosión de hormonas, de vergüenza, de complejos, de ira y de desconocimiento…, porque esa travesía nocturna es, sobre todo, un camino hacia el conocimiento que se le ha hurtado por razón de su edad y porque su padre ha preferido, también, el ocultamiento a la vergüenza de una revelación que supone el desenlace de la película. Estamos ante una película intimista, con un conflicto familiar cuyos secretos van revelándose a medida que el joven ha de enfrentarse a una realidad para la que nadie le ha preparado. El encuentro, por ejemplo, con la hermana de la amante del profesor con quien realiza buena parte de la travesía nocturna es de una delicadeza excepcional, y revela un fondo moral del joven que es muy valorado por su padre, aunque sea incapaz de transmitírselo a su hijo, quien prefiere otros modelos viriles distintos, como el de la imagen de pistolero vengativo que compone para desagraviar a su padre, humillado ante sus ojos de una forma para él incomprensible. Centrada la narración en una noche, hay algo de viaje catártico e iniciático en ella para el protagonista, quien, golpe tras golpe a su vanidad, a su orgullo, a su ignorancia, a su vehemencia y a su timidez congénita sale de ella totalmente transformado, siendo otro a quien le va a costar reconocer y con quien se intuye una problemática reconciliación. El blanco y negro de la película crea una atmósfera de cine negro con el que colaboran ciertos espacios como el estadio, los bares nocturnos, y una ciudad desierta por la que el protagonista se abre camino hacia su venganza. En resumen, una película de marcado acento psicológico que, con una puesta en escena de cine negro, logra atraer al espectador mediante la cadena de misterios que se van sucediendo hasta el desenlace inesperado.
El tigre dormido tiene un empaque muy diferente de la anterior, pero no dejamos el ámbito del cine negro en cuanto a la situación, el uso de la iluminación y un desarrollo en el que se mezclan a partes iguales la película policiaca y el experimento psiquiátrico, porque el arranque de la película es un asalto callejero que s resuelve en una invitación del psiquiatra a su asaltante para instalarse como invitado en su casa y someterse a una terapia que pueda curarlo de lo que tiene toda la impresión de ser una adicción a la criminalidad con una base traumática que entre los dos pueden elucidar. Si el delincuente es un joven y apuesto Dirk Bogarde, y la esposa del psiquiatra una atractiva mujer -usamericana, se recalca en el guion, curiosamente…- dominada por la insatisfacción sexual en un matrimonio en el que la actividad académica y terapéutica del marido lo domina todo, pues no tardamos en olernos la tostada de lo que va, indefectiblemente, a acabar pasando… En un espacio acotado en el que los protagonistas se cruzan a diario, la inicial animadversión de la esposa hacia el experimento del marido se va trocando, con una progresión perfectamente planificada, en una relación pasional que tendrá, además, sus altibajos, porque Bogarde no renuncia en ningún caso a escapadas que le restituyen al único mundo al que ha pertenecido, el de la delincuencia. Si a eso añadimos que la esposa siente celos de la ayudante del psiquiatra, quien sí, ¡y cómo no iba tópicamente a ser así!, está enamorada de su brillante colega, con quien comparte el experimento, vamos entrando en una dinámica en la que el tigre dormido del título se desplaza del delincuente a la esposa, quien realmente se trastorna ante la posibilidad de que su marido declare curado al joven y este se reincorpore a la vida corriente, lejos de la casa del doctor y de su mujer, aun a pesar de que esta esté dispuesta a dejarlo todo por él. La película muestra brillantemente el proceso de amores y de apasionamiento al que se abandona la mujer para devolver a su vida un aliciente que la haga sentirse viva. Aunque la situación es tópica, los personajes están perfectamente individualizados, de tal manera que consigue, Losey, acercarnos a ellos para vivir, desde dentro de sus atormentadas existencias, dos dramas de muy diferente naturaleza que se cruzan por mor del espacio donde se desarrollan. Decía que algo del cine negro había en el planteamiento de este triángulo amoroso que se desequilibra por la parte del científico, cuya frialdad experimental es incapaz, sin embargo, de siquiera intuir el proceso de desequilibrio paralelo que se está produciendo ante sus ojos. No revelo el final de la película, pero, cinematográficamente, es una lección de síntesis narrativa digna de figurar en las antologías de los finales brillantes. En conjunto, diríamos que se trata de una película poco ambiciosa, ceñida a un “caso” concreto y rodada con una humildad que choca con la densa carga dramática que acaba apoderándose de ella. En este sentido, ambas películas, la usamericana y la inglesa son hijas de un mismo propósito: la lealtad a la exploración de unas psicologías perturbadas que forman parte del escenario real de nuestras vidas, con una frecuencia mayor de la que imaginamos. En la película inglesa se inicia la fructífera colaboración entre Losey y Bogarde, con películas mayúsculas, como Accidente, de la que estas que comento son hermanas más discretas pero igualmente importantes.

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