El
proceso de alienación de un joven rebelde por el integrismo islámico: Making of
o las técnicas de manual de las sectas peligrosas.
Título original: Making of
Año: 2006
Duración: 120 min.
País: Túnez
Dirección: Nouri Bouzid
Guion: Nouri Bouzid
Música: Nejib Cherradi
Fotografía: Michel Baudour
Reparto: Lotfi Abdelli, Afef Ben
Mahmoud, Fatma Saidane, Foued Litayem, Helmi Dridi, Mahmoud Larnaout, Taoufik El Bahri, Soufiene Chaari, Dora Zarouk.
Verdaderamente
impresionado por la contemplación de la película de Nouri Bouzid, no porque, en
tanto que cinematografía periférica a los grandes núcleos de la producción occidental,
aporte algo nuevo o radicalmente diferente o exótico, sino porque la historia
del joven bailarín de hip-hop que suspende el bachillerato y, por su propia psicología conflictiva, vive
en un mundo de contestación sin futuro y sin oficio ni beneficio, está narrada
con una dosis de verdad tan profunda que toca al espectador en lo más profundo.
No es una película de “entretenimiento”, digámoslo así, ni un “espectáculo” en
el sentido más trivial que tiene el cine: estamos ante un cine político, muy combativo,
que se vale, además, de un recurso metacinematográfico que, en vez de operar
como la técnica de distanciamiento de Brecht, sirve, por el contrario, para
acentuar aún más esa implicación ética y cívica del realizador, del actor y,
por ende, del espectador que asiste al desarrollo de la historia desde esa
suerte de deslocalización narrativa que, en vez de apartarnos del drama íntimo
y terrible del protagonista, nos mete más de lleno en su triste destino. La
obra transcurre en Túnez, la sociedad islámica más occidentalizada de la ribera
africana del Mediterráneo y comienza como una suerte de extraña película
musical en la que el baile transgresor
de los jóvenes acaba recordando a aquella deliciosa y también triste película
que era Rebeldes del swing, de Thomas Carter. La policía aparece e interrumpe
su pacífica lucha de bailes y detiene al protagonista, a quien la intercesión
de su primo, policía, consigue librar de momento del arresto y una pena que se
añadiría a la cadena de disgustos que le da a su madre, aunque para pena los
latigazos que le da su padre, ante la mirada impotente del resto de la familia.
Se va de casa y duerme en la casa de su primo, a quien sustrae el uniforme para
presentarse en el bar donde han seguido los acontecimientos de la Guerra de
Irak y el derrocamiento de Sadam, alardeando de ser una autoridad, aun sabiendo
el ridículo enorme que hace. Dos “ojeadores” islámicos no tardan en fijarse en
él para, sutilmente, tenderle una celada en la que el joven inexperto y
bullanguero no tardará en caer. Paso a paso, acaba en la casa del jefe de la
célula islamista, quien tratará de educarlo en la versión dura e intransigente
del Islam. Es acogido en ella, le proporciona un trabajo e incluso le da dinero
como adelanto para sus gastos: “nunca me habían tratado así”, dice el
protagonista. Y recuerda punto por punto la estrategia del partido nazi con los
jóvenes que vivían en la depresión económica que sufrió Alemania: les daban un
sitio donde dormir, tres comidas calientes y la perspectiva de uniformarse y
defender la patria. Así engrosaron sus filas hasta convertirse en una formación
paramilitar. El modelo de la película, individualizado, sigue el camino de la
creación del terrorista-suicida, sin embargo. El primer corte de la película
nos muestra la reacción del protagonista que, siendo bailarín, y creyendo que
lo habían contratado para hacer una película sobre el baile, se percata de que
lo están convirtiendo en un islamista fanatizado, a medida que el jefe de la
célula prosigue con su alienación/entrenamiento. El joven, sometido a ese
bombardeo religioso que pone en evidencia sus creencias más íntimas, exige del
director una confesión de qué película está haciendo y qué quiere conseguir con
ella. A partir de esa declaración de
intenciones, y de alguna escapada que hace el protagonista para visitar a su
madre y para “castigar” a su antigua novia, por haberle sido infiel, unas
imágenes estremecedoras, por cierto, porque choca frontalmente la versión
islamista del protagonista con la libertad de vestimenta propia de la mujer en
Túnez, totalmente occidentalizada, el proceso de alienación del joven se
consuma y da el paso para convertirse en un terrorista que ha de sacrificarse
para castigar a los infieles y acceder a las huríes que el Profeta le ha prometido.
Aunque el final de la película no está a la altura del resto, la transformación
del joven es un prodigio interpretativo de primera magnitud. Recordemos que su
debilidad psicológica, su espíritu fantasioso, y su necesidad de protagonismo
son el caldo de cultivo imprescindible para que esos siniestros “ojeadores” del
mal se centren en él y lo seduzcan para sus terribles fines. La película,
dentro del tono realista e incluso costumbrista, sirve para descubrirnos la
realidad tunecina y ver lo cerca que,
salvado el islam, está su sociedad de las nuestras occidentales, lo que acentúa
la impresión poderosa de esa metamorfosis que entre nosotros equivaldría a la
creación de un fascista, al estilo de aquella vieja joya que es Camada negra,
de Gutiérrez Aragón.
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