martes, 6 de marzo de 2018

Cine árabe, una película superlativa: “Making of”, de Nouri Bouzid.



 
El proceso de alienación de un joven rebelde por el integrismo islámico: Making of o las técnicas de manual de las sectas peligrosas.

Título original: Making of
Año: 2006
Duración: 120 min.
País: Túnez
Dirección: Nouri Bouzid
Guion: Nouri Bouzid
Música: Nejib Cherradi
Fotografía: Michel Baudour
Reparto: Lotfi Abdelli,  Afef Ben Mahmoud,  Fatma Saidane,  Foued Litayem,  Helmi Dridi, Mahmoud Larnaout,  Taoufik El Bahri,  Soufiene Chaari,  Dora Zarouk.

Verdaderamente impresionado por la contemplación de la película de Nouri Bouzid, no porque, en tanto que cinematografía periférica a los grandes núcleos de la producción occidental, aporte algo nuevo o radicalmente diferente o exótico, sino porque la historia del joven bailarín de hip-hop que suspende el bachillerato  y, por su propia psicología conflictiva, vive en un mundo de contestación sin futuro y sin oficio ni beneficio, está narrada con una dosis de verdad tan profunda que toca al espectador en lo más profundo. No es una película de “entretenimiento”, digámoslo así, ni un “espectáculo” en el sentido más trivial que tiene el cine: estamos ante un cine político, muy combativo, que se vale, además, de un recurso metacinematográfico que, en vez de operar como la técnica de distanciamiento de Brecht, sirve, por el contrario, para acentuar aún más esa implicación ética y cívica del realizador, del actor y, por ende, del espectador que asiste al desarrollo de la historia desde esa suerte de deslocalización narrativa que, en vez de apartarnos del drama íntimo y terrible del protagonista, nos mete más de lleno en su triste destino. La obra transcurre en Túnez, la sociedad islámica más occidentalizada de la ribera africana del Mediterráneo y comienza como una suerte de extraña película musical  en la que el baile transgresor de los jóvenes acaba recordando a aquella deliciosa y también triste película que era Rebeldes del swing, de Thomas Carter. La policía aparece e interrumpe su pacífica lucha de bailes y detiene al protagonista, a quien la intercesión de su primo, policía, consigue librar de momento del arresto y una pena que se añadiría a la cadena de disgustos que le da a su madre, aunque para pena los latigazos que le da su padre, ante la mirada impotente del resto de la familia. Se va de casa y duerme en la casa de su primo, a quien sustrae el uniforme para presentarse en el bar donde han seguido los acontecimientos de la Guerra de Irak y el derrocamiento de Sadam, alardeando de ser una autoridad, aun sabiendo el ridículo enorme que hace. Dos “ojeadores” islámicos no tardan en fijarse en él para, sutilmente, tenderle una celada en la que el joven inexperto y bullanguero no tardará en caer. Paso a paso, acaba en la casa del jefe de la célula islamista, quien tratará de educarlo en la versión dura e intransigente del Islam. Es acogido en ella, le proporciona un trabajo e incluso le da dinero como adelanto para sus gastos: “nunca me habían tratado así”, dice el protagonista. Y recuerda punto por punto la estrategia del partido nazi con los jóvenes que vivían en la depresión económica que sufrió Alemania: les daban un sitio donde dormir, tres comidas calientes y la perspectiva de uniformarse y defender la patria. Así engrosaron sus filas hasta convertirse en una formación paramilitar. El modelo de la película, individualizado, sigue el camino de la creación del terrorista-suicida, sin embargo. El primer corte de la película nos muestra la reacción del protagonista que, siendo bailarín, y creyendo que lo habían contratado para hacer una película sobre el baile, se percata de que lo están convirtiendo en un islamista fanatizado, a medida que el jefe de la célula prosigue con su alienación/entrenamiento. El joven, sometido a ese bombardeo religioso que pone en evidencia sus creencias más íntimas, exige del director una confesión de qué película está haciendo y qué quiere conseguir con ella.  A partir de esa declaración de intenciones, y de alguna escapada que hace el protagonista para visitar a su madre y para “castigar” a su antigua novia, por haberle sido infiel, unas imágenes estremecedoras, por cierto, porque choca frontalmente la versión islamista del protagonista con la libertad de vestimenta propia de la mujer en Túnez, totalmente occidentalizada, el proceso de alienación del joven se consuma y da el paso para convertirse en un terrorista que ha de sacrificarse para castigar a los infieles y acceder a las huríes que el Profeta le ha prometido. Aunque el final de la película no está a la altura del resto, la transformación del joven es un prodigio interpretativo de primera magnitud. Recordemos que su debilidad psicológica, su espíritu fantasioso, y su necesidad de protagonismo son el caldo de cultivo imprescindible para que esos siniestros “ojeadores” del mal se centren en él y lo seduzcan para sus terribles fines. La película, dentro del tono realista e incluso costumbrista, sirve para descubrirnos la realidad tunecina y ver  lo cerca que, salvado el islam, está su sociedad de las nuestras occidentales, lo que acentúa la impresión poderosa de esa metamorfosis que entre nosotros equivaldría a la creación de un fascista, al estilo de aquella vieja joya que es Camada negra, de Gutiérrez Aragón.

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