Una emocionante historia de amor a redropelo del fatum: Los amantes de la noche o la desigual
lucha del candor contra la corrupción moral.
Título original: They Live by
Night
Año: 1948
Duración: 95 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Nicholas Ray
Guion: Nicholas Ray, Charles Schnee (Novela: Edward Anderson)
Música: Leigh Harline
Fotografía: George E. Diskant
(B&W)
Reparto: Cathy O'Donnell, Farley Granger, Howard Da Silva, Jay C. Flippen, Helen Craig, Will Wright, William Phipps, Ian Wolfe,
Harry Harvey, Marie Bryant, Will Lee, James Nolan, Charles Meredith, Teddy Infuhr,
Byron Foulger, Guy Beach.
Un buen día se me ocurrió
que, habiendo escrito tantas críticas de primeras películas de autores con y
sin éxito, quizás debería agruparlas todas ellas en algo así como un blog
supeditado a este, El fondo de ojo
cosmológico o algo parecido…, de modo que los lectores interesados en las
primeras películas tuvieran su propio espacio y pudieran incluso comparar unos
debuts con otros, en caso de sufrir un disparatado interés por la primera
película de los directores, claro está. En menos de una semana he visto dos: Crisis, de Bergman y Los amantes de la noche, de Ray, muy
distintas pero ambas muy interesantes para rastrear las obsesiones temáticas de
los autores y, hasta cierto punto, su concepción del mundo, por esquemática que
pueda resultar. Partamos de que el título es equívoco, dado que lo propio sería
Los amantes de noche, puesto que el
hecho de estar perseguidos por la justicia propiamente los obliga a vivir de
noche, escondidos, huidos, temerosos de ser descubiertos en cualquier momento.
La historia arranca con la huida, filmada con planos aéreos desde un
helicóptero, de tres presidiarios, dos hermanos maduros y un jovencito que
defiende toda costa su inocencia y
quiere reunir dinero para contratar un buen abogado que lleve su caso y la
demuestre. Cuando llegan al refugio, una joven de enérgico carácter acabará
enamorándose, por primera vez, del joven delincuente, nada ducho en amores
tampoco, y esa virginidad común a ambos será algo así como el sello de
idealidad romántica en el seno de una trama que gira en torno a la
delincuencia, porque los dos expresidiarios maduros, uno de ellos tuerto, de
quien Ray -quien nunca lo fue, a pesar del coqueto parche que lucía…- toma primeros planos espectaculares que
refrendan la ambigüedad moral del sujeto, le han permitido evadirse con ellos
de la cárcel con el compromiso de ayudarles a cometer los atracos que les
permitan hacer caja. El primer atraco sale bien, y todo parece indicar que los
jóvenes tórtolos serán capaces de iniciar una vida no marcada por la violencia
o por la huida de la Justicia. Un accidente de tráfico en el que acaba muerto el
policía que quiere evitar que se evadan del lugar del accidente, y la pérdida
de la pistola del joven, tuercen la vida de todos, lo que lleva al joven a
tener que huir. Cuando la joven se apunta a la huida, porque él la corresponde
en sus sentimientos amorosos, se inicia propiamente la parte importante de la
película, esa extraña historia del primer amor de ambos jóvenes en el
transcurso de una huida de la policía mientras, solo pensando en buscar un
refugio seguro, aumenta la fama del joven como “peligroso” atracador. En medio
de esa tensión constante, Ray tiene la humorada de filmar una boda en una expendeduría de certificados
matrimoniales casi con una planificación de corto de cine mudo, a juzgar por
el humor que destilan dichas secuencias,
con un juez impagable y dos testigos de pago que son convocados en plena noche
para poder oficiar el rito con todas las de la ley. Se trata de ese tipo de
secuencias que suelen quedarse en la memoria de los espectadores no solo por la
exquisita realización de las mismas, sino , sobre todo, por el contraste cómico
con la angustiosa huida de los amantes hasta que llegan a unos bungalows donde
otro cómico hostelero aceptará hospedarlos como lo que son, una pareja en su
luna de miel, que desean tan íntima como discreción necesitan para quienes son fugitivos de la ley. Que la
joven incluso se quede embarazada añade a la trama una dimensión de posible
esperanza y redención que el destino se encarga de disipar en cuanto aparece el
presidiario tuerto -magnífica escena la
del síndrome de abstinencia alcohólica que sufre el atracador de bancos en el “hogar”
de los jóvenes- y lo fuerza a cumplir su promesa de ayudarles a dar los golpes
que necesiten para sobrevivir. Se trata, sí, de un thriller, rodado con la
estética tenebrosa propia del género, pero la historia de amor de los jóvenes
inexpertos en esas lides está tocada de tan sublime ternura que resulta
imposible no ver la película como un melodrama en el que se cumple un atávico
determinismo según el cual no hay redención posible para quienes han roto las
barreras morales que fundamentan la convivencia social. El protagonista, Farley Granger, representa a
la perfección el idealismo bondadoso de quien se ve obligado a respetar un código
con el que no comulga; así como la protagonista, Cathy O’Donnell -perfecta en
su papel, ¡tan difícil!- expresa magníficamente la mezcla de candor,
ingenuidad, determinación y pasión por un hombre que representa para ella la oportunidad
de una nueva vida. ¡Con qué delicadeza construye Ray los primeros planos de ese
amor primero! Puede hacerse un paralelismo, sin duda, con el mimo con que ha dirigido esta primera película en la que
no se observa la mirada primeriza de un debutante, sino la solidez de un autor
consagrado.
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