La tragedia de un hombre ridículo o los dramas en tono menor
de la vida cotidiana: Crisis o el
viaje de ida y vuelta de la ingenuidad rural a la perversión ciudadana…
Título original: Kris
Año: 1946
Duración: 93 min.
País: Suecia: Dirección
Ingmar Bergman
Guion: Ingmar Bergman (Obra: Leck Fischer)
Música: Erland von Koch
Fotografía: Gösta Roosling (B&W)
Reparto: Allan Bohlin, Julia
Cæsar, Ernst Eklund, Karl Erik Flens, Svea Holst,
Inga Landgré, Arne Lindblad,
Dagny Lind, Marianne
Löfgren, Stig Olin, Signe Wirff.
Siempre me preguntaba cómo
sería la primera película de un autor en el que he ido recalando a lo largo de
mi vida, siempre con idéntico interés y con renovada satisfacción. Ahora que,
siguiendo mi método de visión, ha caído en mis manos, a través de Filmin, su primera película, me he dado
el gustazo de comprobar, desde sus grandísimas obras posteriores, qué de ellas
había en aquella auroral ocasión en que se situó detrás de la cámara y asumió
la responsabilidad de llevar su guion a las imágenes. La ausencia de
pretensiones, de querer sorprender a toda costa al publico con lo nunca visto,
algo que sí necesitaba hacer ¡y como lo hizo!, Orson Welles, forma parte de lo
que se podría denominar un perfecto plan evolutivo, tanto en las formas como en
el contenido. Con todo, la elección del conflicto dramático, la dualidad entre
el campo y la ciudad, la adolescencia como época de profundos cambios, abierta
a la experiencia de lo bueno, lo malo y lo peor, así como la fragilidad y
complejidad de las relaciones sociales de todo tipo: la maternidad rechazada,
la huida de la vejez, el fracaso existencial, la maternidad adoptiva, los
amores difíciles, el hastío de la monotonía, la necesidad de la exaltación
vital, etc., son direcciones creativas sobre las que Bergman volvería una y
otra vez, y a las que iría añadiendo otras parcelas y otros registros que desde
la comedia pura y dura hasta el experimentalismo formal de títulos centrados en
la técnica del primerísimo plano, por ejemplo, nos han dado una obra cinematográfica
individualísima e inconfundible. He hecho ya varias críticas de obras suyas
poco conocidas, pero muy potentes, por lo que esta de hoy, Crisis, supone algo así como una vuelta al origen muy estimulante.
La historia es simple, pero va progresando en una dirección existencial que no
esquiva, al final, ni la tragedia,
aunque se llega a ella de una forma tan común que parece inscribirse en una
suerte de ciclos psicológicos de la naturaleza que la exigen, de tanto en
tanto, como una catarsis para quienes siguen vivos. Una joven vive con su madre
adoptiva y otras personas a quienes esta tiene alquiladas habitaciones. La
madre biológica, que regenta una tienda de belleza en la ciudad viene a verla,
trayéndole un vestido nuevo con el que ir al baile de la localidad, organizado
por el Ayuntamiento. A la madre la acompaña el hijo de su hermanastro, un
bohemio a quien acoge en su casa como amante y protectora. El desarrollo del
baile, una fase realmente cómica de la historia, que acaba, sin embargo, con un
final que nos resitúa en la perspectiva dramática, con la irrupción del realquilado de la madre
adoptiva que se interpone en l seducción que lleva a cabo el artista de la
joven inocente, de quien el realquilado está enamorado, por supuesto, aunque hay
entre ellos una considerable diferencia de edad. Finalmente, la hija toma la
decisión súbita de irse con su madre biológica, ante el desmoronamiento de su madre adoptiva,
quien solo ha vivido para ella desde que la adoptó. Jack, el sobrino de la madre
de Nelly, una figura en permanente crisis existencial porque, queriendo
dedicarse al arte de la representación no halla manera de abrirse paso en ese
mundo, aparta el interés de Jenny, la madre de Nelly y no para hasta seducir a
la joven, quien había logrado mantenerlo a raya hasta que una vulgar escena de
seducción, con amenaza de suicidio incluido, logra su objetivo. La presencia de
la madre tras una cortina durante la parte final de la seducción deviene una
máscara viva que emerge entre las máscaras muertas de las fraustinas que
sostienen las pelucas de la tienda parta confidenciarle a su hija la repetición
de la técnica del seductor de pacotilla que, ¡vaya por donde!, acaba cumpliendo
la eterna amenaza y se descerraja un tiro a pocos metros de la tienda de
belleza, ante la fachada del teatro con el que linda la tienda a la que han
llegado, mientras seducía a la joven, las reacciones del público, carcajadas
incluidas, en una suerte de simbiosis de lugares que dota de una extraña
perspectiva a la acción seductora en curso. Algo parecido, en clave de comedia,
ocurre cuando en el baile del Ayuntamiento -solo toca la orquesta valses porque
es el único baile que conoce el alcalde…- los jóvenes se escabullen del recital
lírico de la cantante local y comienzan, en la sala contigua, a bailar al ritmo
del swing más rítmico posible hasta que los viejos acaban desplazándose allí.
Desde lo alto, Jack le enseña el alboroto a Nelly y reclama la poderosa autoría
del mismo, porque esa es, en efecto, su especialidad: seducir y hacer bailar a
los demás a la música que él toca, por más que no haya melodía en su interior
que consiga dar coherencia y sentido a su vida. El regreso al pueblo de Nelly y
la reanudación de su relación con el realquilado da a entender que la
naturaleza sigue su curso y que, como se dice en el Eclesiastés, “hay un tiempo
para todo". Esa sumisión de la vida al poderoso ritmo de la naturaleza,
contra el que los humanos también se rebelan, será una constante, siempre, en
la obra del director sueco.
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