La bildungsmovie de la venganza y la tortuosa psicología
de la insatisfacción: La larga noche
y El tigre dormido, dos obras nada
menores de Joseph Losey.
Título original: The Big Night
Año: 1951
Duración: 75 min.
País:Estados Unidos
Dirección: Joseph Losey
Guion: Joseph Losey, Stanley
Ellin, Hugo Butler, Ring Lardner Jr. (Novela:
Stanley Ellin)
Música: Lyn Murray
Fotografía: Hal Mohr (B&W)
Reparto: John Drew
Barrymore, Preston Foster, Joan Lorring,
Howard St. John, Dorothy Comingore, Philip Bourneuf, Howland Chamberlain, Myron Healey, Emil Meyer.
Título original: The Sleeping Tiger
Año: 1954
Duración: 89 min.
País: Reino Unido
Dirección: Joseph Losey
Guion: Harold Buchman, Carl
Foreman (Novela: Maurice Moisiewitsch)
Música: Malcolm Arnold
Fotografía: Harry Waxman
(B&W)
Reparto: Dirk Bogarde, Alexis Smith,
Alexander Knox, Hugh
Griffith, Patricia McCarron, Maxine
Audley, Glyn Houston, Harry Towb,
Russell Waters, Billie Whitelaw,
Fred Griffiths, Esma Cannon.
Las agrupo en magnífico programa
doble porque las he visto una tras otra con un interés redoblado, aunque en
inverso orden cronológico. La usamericana, La
larga noche, tuvo que dejarla Losey deprisa y corriendo, recién
acabada, cuando supo que el Comité de
Actividades Antiestadounidenses seguía sus pasos y emigró a Europa. Volvió a
Usamérica, pero halló todas las puertas cerradas y se trasladó a Londres donde
enseguida le ofrecieron El tigre dormido,
un estreno magnífico de lo que habría de ser su fructífera carrera como
director inglés. La larga noche ,
que no traduce exactamente el big night del inglés, es algo así como
una adaptación al cine del clásico bildungsroman
de la literatura, porque el día del
cumpleaños de un joven de 16 años, este va a enfrentarse a unos hechos que van
a exigir de él un súbito aprendizaje de la condición de adulto. El comienzo nos
muestra a un estudiante acomplejado que sufre el acoso de sus compañeros. Más
tarde, cuando su padre le saca un pastel de cumpleaños del que apaga todas las
velas menos una, se presenta en el bar del padre un periodista deportivo que
exige que el padre, un antiguo boxeador, se desnude de cintura para arriba para
recibir unos bastonazos que lo dejan malherido, ante la desesperación de su
hijo, que no entiende que el padre no se defienda. A partir de ese momento, y
una vez descubierto un revólver en la casa, el hijo se dispone a perseguir al
periodista para vengar al padre. Como el padre había sacado dos entradas para
el combate de esa noche, allá que va el hijo, disfrazado de hombre en cierne,
con chaqueta, corbata y sombrero, dispuesto literalmente a todo. Al encontrarse
con un profesor borrachín que lo adopta paternalmente -un excepcional trabajo
de, Philip Bourneuf, un punto por encima
de todo el reparto, aunque John Drew Barrymore, de la saga de los Barrymore,
lleva todo el peso de la película con una eficacia más que notable, y un
parecido insólito con Sean Penn, por cierto. El viaje al fondo de la noche del
protagonista va a encadenar una serie de situaciones en que el protagonista,
acuciado por la necesidad de demostrar su condición de adulto, entrará en
contacto con realidades nunca hasta entonces frecuentadas o incluso conocidas.
Losey consigue escenas espectaculares como la fusión del solo de batería con
las imágenes del apaleamiento del padre, a la que sigue una declaración de rendida
admiración hacia la cantante negra Mauri Lynn, quien le ha “matado dulcemente
con su canción” Am I too young… y a
la que, queriendo hacerle un cumplido no se le ocurre decirle sino que es muy
hermosa a pesar de ser negra…, algo de lo que se arrepiente como se arrepiente
de casi todo lo que hace, porque el joven es una explosión de hormonas, de
vergüenza, de complejos, de ira y de desconocimiento…, porque esa travesía
nocturna es, sobre todo, un camino hacia el conocimiento que se le ha hurtado
por razón de su edad y porque su padre ha preferido, también, el ocultamiento a
la vergüenza de una revelación que supone el desenlace de la película. Estamos
ante una película intimista, con un conflicto familiar cuyos secretos van
revelándose a medida que el joven ha de enfrentarse a una realidad para la que
nadie le ha preparado. El encuentro, por ejemplo, con la hermana de la amante
del profesor con quien realiza buena parte de la travesía nocturna es de una
delicadeza excepcional, y revela un fondo moral del joven que es muy valorado
por su padre, aunque sea incapaz de transmitírselo a su hijo, quien prefiere
otros modelos viriles distintos, como el de la imagen de pistolero vengativo
que compone para desagraviar a su padre, humillado ante sus ojos de una forma
para él incomprensible. Centrada la narración en una noche, hay algo de viaje
catártico e iniciático en ella para el protagonista, quien, golpe tras golpe a
su vanidad, a su orgullo, a su ignorancia, a su vehemencia y a su timidez
congénita sale de ella totalmente transformado, siendo otro a quien le va a costar
reconocer y con quien se intuye una problemática reconciliación. El blanco y
negro de la película crea una atmósfera de cine negro con el que colaboran
ciertos espacios como el estadio, los bares nocturnos, y una ciudad desierta
por la que el protagonista se abre camino hacia su venganza. En resumen, una
película de marcado acento psicológico que, con una puesta en escena de cine
negro, logra atraer al espectador mediante la cadena de misterios que se van
sucediendo hasta el desenlace inesperado.
El tigre dormido tiene un empaque muy diferente de la anterior,
pero no dejamos el ámbito del cine negro en cuanto a la situación, el uso de la
iluminación y un desarrollo en el que se mezclan a partes iguales la película
policiaca y el experimento psiquiátrico, porque el arranque de la película es
un asalto callejero que s resuelve en una invitación del psiquiatra a su
asaltante para instalarse como invitado en su casa y someterse a una terapia
que pueda curarlo de lo que tiene toda la impresión de ser una adicción a la
criminalidad con una base traumática que entre los dos pueden elucidar. Si el
delincuente es un joven y apuesto Dirk Bogarde, y la esposa del psiquiatra una
atractiva mujer -usamericana, se recalca en el guion, curiosamente…- dominada
por la insatisfacción sexual en un matrimonio en el que la actividad académica
y terapéutica del marido lo domina todo, pues no tardamos en olernos la tostada
de lo que va, indefectiblemente, a acabar pasando… En un espacio acotado en el
que los protagonistas se cruzan a diario, la inicial animadversión de la esposa
hacia el experimento del marido se va trocando, con una progresión
perfectamente planificada, en una relación pasional que tendrá, además, sus
altibajos, porque Bogarde no renuncia en ningún caso a escapadas que le
restituyen al único mundo al que ha pertenecido, el de la delincuencia. Si a
eso añadimos que la esposa siente celos de la ayudante del psiquiatra, quien
sí, ¡y cómo no iba tópicamente a ser así!, está enamorada de su brillante
colega, con quien comparte el experimento, vamos entrando en una dinámica en la
que el tigre dormido del título se desplaza del delincuente a la esposa, quien
realmente se trastorna ante la posibilidad de que su marido declare curado al
joven y este se reincorpore a la vida corriente, lejos de la casa del doctor y
de su mujer, aun a pesar de que esta esté dispuesta a dejarlo todo por él. La
película muestra brillantemente el proceso de amores y de apasionamiento al que
se abandona la mujer para devolver a su vida un aliciente que la haga sentirse
viva. Aunque la situación es tópica, los personajes están perfectamente
individualizados, de tal manera que consigue, Losey, acercarnos a ellos para
vivir, desde dentro de sus atormentadas existencias, dos dramas de muy
diferente naturaleza que se cruzan por mor del espacio donde se desarrollan.
Decía que algo del cine negro había en el planteamiento de este triángulo
amoroso que se desequilibra por la parte del científico, cuya frialdad experimental
es incapaz, sin embargo, de siquiera intuir el proceso de desequilibrio
paralelo que se está produciendo ante sus ojos. No revelo el final de la película,
pero, cinematográficamente, es una lección de síntesis narrativa digna de
figurar en las antologías de los finales brillantes. En conjunto, diríamos que
se trata de una película poco ambiciosa, ceñida a un “caso” concreto y rodada
con una humildad que choca con la densa carga dramática que acaba apoderándose de
ella. En este sentido, ambas películas, la usamericana y la inglesa son hijas
de un mismo propósito: la lealtad a la exploración de unas psicologías
perturbadas que forman parte del escenario real de nuestras vidas, con una frecuencia
mayor de la que imaginamos. En la película inglesa se inicia la fructífera colaboración
entre Losey y Bogarde, con películas mayúsculas, como Accidente, de la que estas que comento son hermanas más discretas
pero igualmente importantes.
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