Al margen de solapar interesadamente la Revolución Francesa
y la Bolchevique, Las dos huérfanas
es, sobre todo, un ejercicio de estilo narrativo soberbio, tan actual que pocas
películas en cartelera, ahora, podrían competir con ella, si hay alguna que
pueda siquiera intentarlo.
Título original: Orphans of
the Storm
Año: 1921
Duración: 150 min.
País: Estados Unidos
Dirección: D.W. Griffith
Guion: D.W. Griffith (Novela:
Adolphe d'Ennery, Eugène Cormon)
Música: (Versión restaurada: William Frederick Peters, Louis F.
Gottschalk, Brian Benison) (Película muda)
Fotografía: Paul H. Allen, G. W. Bitzer, Hendrik Sartov (B&W)
Reparto: Lillian Gish, Dorothy Gish,
Joseph Schildkraut, Frank
Losee, Katherine Emmet, Morgan Wallace, Lucille La Verne, Sheldon Lewis, Monte Blue,
Leslie King.
Como sé que casi nadie se
va a tomar la molestia de entrar aquí para ver Las dos huérfanas, me tomo la libertad
de empezar por el final, porque tiene una dimensión espectacular de la que han
bebido cientos de cineastas y muy especialmente maestros del western como John Ford, por
ejemplo. Una vez que Danton -a quien elige Griffith como el “liberal” con el
que identificarse frente al bolchevique Robespierre, para quien reserva toda
clase de aborrecimientos, manifestados en la soberbia actuación de quien lo
interpreta con una dosis de maquiavelismo y cobardía a partes iguales- consigue
que se suspenda la ejecución en la guillotina de una de las dos huérfanas por
haber amparado en su casa a un aristócrata de quien está enamorada, se inicia
una travesía a galope tendido hacia el lugar de la ejecución que, como en una
refinada obra del malévolo Hitchcock, habrá de salvar varios obstáculos para
poder llegar al pie del fatídico ingenio de Monsieur Guillotine, donde ruedan
las cabezas de la aristocracia y de sus colaboradores; el montaje paralelo de
la ejecución y de la cabalgata liberadora se van sucediendo en un crescendo
emocionante que, imagino, haría prorrumpir en sonoros aplausos y otras manifestaciones
de aprobación a los espectadores. ¡Menudo mal trago!, el que habían pasado,
pendients de si Danton llegaba o no a tiempo de impedir que sobre el grácil cuello
de Lillian Gish cayera la afilada hoja justiciera. Los planos del grupo de jinetes
tienen una energía tan poderosa que parece que vayan a salirse de la pantalla,
como amenazaba con hacer aquel tren famoso de los inicios del cine. ¡Lo que hubiera
dado por asistir a su estreno y contemplar la reacción del público! La película, basada en la obra teatral de Adolphe
Philippe d'Ennery, quien llegó a escribir con Verne una versión teatral de Miguel
Strogoff, por ejemplo, se acoge a la estructura del folletín para construir una
pieza narrativa en el que los destinos de las dos huérfanas separadas seguirán
caminos muy dispares, llenos de aventuras que los espectadores vivirán con la
esperanza acongojada del momento en que ambas jóvenes puedan volver a
encontrarse. Mientras que de una de ellas se enamora un noble que la mantiene y
quiere casarse con ella contra la voluntad de sus padres, la otra, que es hija
abandonada de la madre del joven noble enamorado, es secuestrada por unos
facinerosos que la obligan a mendigar para sacar un jornal del que nunca se
beneficia. El retrato de la maldad sin mezcla posible de bien alguno de la
familia que secuestra a la huérfana ciega solo tiene su rayo de luz en la
figura del hijo impedido que trata de defenderla frente a su madre y su hermano
mayor. El estallido de la Revolución Francesa, representado por Griffith en
escenas inmortales del pueblo parisino sumido en una suerte de exaltación
indesmayable de la libertad conseguida al precio de la sangre de quienes han
combatido contra las fuerzas de la realeza y han tomado la Bastilla y la cárcel
de mujeres, liberando a una de las huérfanas, que había sido condenada, se
funde con la historia de las protagonistas admirablemente, de modo que tiene el
espectador toda la impresión de estar ante un Episodio Nacional al etilo de los
de de Galdós, en los que hobres y mujeres del pueblo viven muy de cerca, con un
indudable protagonismos, hechos históricos trascendentales. La habilidad de Griffith para mover las masas
está fuera de toda duda, y había sido acreditada en sus obras mayores, Intolerancia y El nacimiento de una nación. Aquí, mezclando hábilmente historia y
anécdota individual, el triste destino de ambas jóvenes, que se consideran
hermanas aunque no lo sean de nacimiento, y de ahí que las interpreten las
hermanas Gish, con una capacidad absoluta para trasladar a los espectadores las
diferentes fases de sus ajetreadas existencias. Llama la atención, por ejemplo,
una de las escenas en las que toda la atención del guion se centra en si la
hermana que ve será capa de identificar la voz con que la ciega canta una canción
en su cometido limosnero. Y sí, en un delicioso momento emocionante, muy
emocionante, Lilian le hace ver a la madre de la joven secuestrada que es su
hermana quien canta, ¡en una película muda! Ese es el milagro de la cinta:
nosotros también somos capaces de oír esa tonada que le va a permitir acercarse
a ella tras muchos meses sin saber nada de su existencia. Que la película se
conforme como una carrera de obstáculos que se van sucediendo sin interrupción
para evitar el reencuentro de las hermanas concede a la cinta una capacidad de
suspense muy notable, y perfectamente explotada por Griffith, quien parece
recrearse con delectación en esa técnica soberbia del folletín que alarga la
acción dramática con el “continuará” de rigor. La visión de la Revolución
Francesa, inspirada en la Revolución Usamericana, como se indica oportunamente
en la película, al mostrar a Thomas Jefferson como embajador de los Estados
Unidos de américa, acentúa el componente inevitable de lucha de clases que
tuvo, y que Griffith no rehúye mostrar, porque, como dice por boca del noble
que pretende a la hermana que no es ciega, Lillian Gish, este se confiesa -una
vez que ha triunfado la Revolución- “aristócrata, sí; pero no enemigo del
pueblo”. Desde ese inicial momento de entusiasmo revolucionario, de desquite de
la opresión feudal tiránica, que Griffith celebra a través del hermoso
pasacalles que va recorriendo la ciudad como una “danza de la vida” frente a la
represión; el autor no tarda en mostrar el mundo de bajas pasiones canallas que
ha despertado ese poder entre quienes, sin ningún plan concreto ni a corto ni a
medio ni a largo plazo, lo usan como un ajuste de cuentas, antes que como una oportunidad
para construir algo que entusiasme al pueblo. Ambas realidades que se siguen casi
sin solución de continuidad, hallan en Griffith un intérprete que pretende
rehuir el partidismo inevitable que se ve obligado a tomar contra una actuación
represiva que va más allá de lo que la Justicia puede permitir y aconsejar. Con
todo, ya digo, el retrato de Griffith se acerca bastante a la ecuanimidad,
aunque cargue las tintas contra los juicios sumarísimos y la ambición de poder
omnímodo por parte de Robespierre, por supuesto La verdad es que he de confesar
que esta película muda y elocuente al mismo tiempo ha tenido la sanísima virtud
de atraparme desde los compases iniciales y no soltarme hasta llegar a ese
final de Séptimo de caballería o de lanceros bengalíes que deja impactado a
cualquiera. Sí, es un tópico, lo sé; pero Las
dos huérfanas sería hoy la película
más moderna de la cartelera…
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