martes, 27 de febrero de 2018

Un director por descubrir: “El ojo de cristal”, de Antonio Santillán



Un elaboradísimo guion sobre un original de Cornell Woolrich, el autor de La ventana indiscreta: El ojo de cristal o un thriller de factura impecable, y algo más… 

Título: El ojo de cristal:
Año: 1956
Duración: 92 min.
País: España
Dirección: Antonio Santillán
Guion: Joaquina Algars, José Antonio de la Loma, Ignacio F. Iquino
Música: José Casas Augé
Fotografía: Ricardo Albiñana (B&W)
Reparto: Carlos López Moctezuma,  Armando Moreno,  Beatriz Aguirre,  Jesús Colomer, Francisco Alonso,  José Sazatornil,  Juanita Espín,  Javier Dotú,  Carolina Jiménez, Miguel Fleta,  Manuel Fernández Pin.

Leí la sinopsis en el diario y tardé segundos en irme a FilmAffinity para saber algo más de la película que me anunciaban para ayer por la noche en La historia del cine español. Cuando supe que estaba basada en un relato del autor de La ventana indiscreta comencé a ilusionarme con la posibilidad de ver una película a la altura de la expectativa que me estaba creando. Esta tarde he podido, por fin, sentarme a mis anchas ante ella y degustarla como se merece, porque se trata, en efecto, de una contribución sobresaliente al cine policiaco que se hizo en la década de los 50 en Barcelona, alguna de cuyas películas ya he criticado y elogiado en este Ojo. Lo más efectivo de la película es que no se anda con rodeos: tiene una perfecta historia que contar y la cámara está al servicio de ella en dos planos opuestos que acaban fundiéndose en uno solo: la investigación policial para determinar la autoría de un crimen del que el espectador está al corriente para acentuar la desesperación del detective encargado del caso que no sabe ni por dónde empezar a buscar. La familia del detective, con un hijo que tiene una pandilla de amigos entre los que destaca por su afición a los casos policiacos, quiere ser policía como el padre, nos introduce el mundo de los niños que, entre ellos, van tejiendo una red de supuestos que los acercan a la identificación del posible culpable del asesinato. Esas dos tramas se cruzan a lo largo de la película y el ojo de cristal, por ejemplo, que se intercambian los niños por juegos de cromos, una armónica y cosas así, es el que se le cayó en el interior del bajo del pantalón al asesino de un asegurado a quien quería robar la indemnización que la compañía de seguros iba a pagarle, lo cual sabía gracias a que su novia trabajaba en ella y lo había puesto al corriente. Cuando la novia sabe que su novio, un ambicioso vendedor de coches que quiere enriquecerse por la vía delictiva, ha matado al asegurado, quiere romper la relación con él, pero él planea con notable habilidad su asesinato para tener una coartada que lo exculpe. Excuso decir que todas estas secuencias, con un impresionante Carlos López Moctezuma, el gran villano del cine mexicano, pues se trata de una coproducción, rezuman un estilizadísimo aire del mejor cine negro de origen usamericano. Los “paseos” de Carlos López con la gabardina y el sombrero por las tenebrosas calles en penumbra de la Barcelona nocturna, como el antológico seguimiento de su persona que llevan a cabo los dos críos, el hijo del policía y el hijo del tintorero donde se descubrió el ojo de cristal, un negocio regentado por Sazatornil y del que enseguida hablaremos, pertenecen por derecho propio a esa antología de las mejores escenas del cine negro español y barcelonés de aquella década. Los encuadres de Santillán, con algunos contrapicados antológicos en exteriores o el primerísimo plano de los ojos del protagonista en el momento del asesinato de la novia que puede acabar confesando que él asesinó al asegurado, son muestra de una sensibilidad cinematográfica exquisita y de un dominio de la narración que poco o nada tiene que envidiar a los mejores directores del género. Bien puede decirse que se trata de una película ajustadísima a la narración en la que, al menos a mí me ha dado esa sensación, no hay ni un solo plano gratuito o innecesario. El final, hecha alguna salvedad sobre la ingenuidad súbita del asesino, es espléndido y convincente. La mezcla de los dos niveles de investigación, el del padre y el del hijo acaban sintetizándose en las secuencias finales en un espacio inhóspito que incluye una escena tremenda del niño cayendo hacia un espacio donde estaba oculto el cadáver del asegurado sin el ojo de cristal, lo que comprueba tras encender una cerilla y retirar la manta que cubre el rostro y el cuerpo del asesinado. ¡Perfecto! Hay un eco innegable de Emilio y los detectives, el clásico alemán infantil de Erich Kästner, estupendamente engarzado con la investigación del padre, un detective necesitado de un éxito policial para poder promocionarse y salir de la inseguridad psicológica que lo atenaza hasta casi deprimirle, un papel perfectamente representado por Armando Moreno, el marido de Núria Espert, con quien se había casado dos años antes de esta película. Pero si hemos de destacar una actuación secundaria casi con ribetes de principal esa ha de ser la de Sazatornil, en un papel costumbrista y cómico que permite entrar en una faceta de la historia, la de las relaciones humanas de todo tipo que se complementa con la rivalidad entre una vecina y la portera de la finca donde vive la novia del protagonista y donde es asesinada. El papel de Sazatornil como padre “desesperado” por las travesuras de su hijo raya a la altura propia del grandísimo actor que es. Capítulo aparte merecen ambos hijos, el del policía y el de Saza, porque, sobre todo al final de la película, componen un dúo extraordinario que a mí en particular me ha parecido admirable. El atuendo de ambos, con los abrigos largos y el hijo del tintorero con la gorra, crean un tipo de pequeños detectives osados encantadores. Finalmente, conviene otorgarle a la fotografía de un todoterreno como Ricardo Albiñana el mérito que le corresponde sobre todo en esas escenas nocturnas callejeras en las que las sombras se agigantan sobre las paredes al modo expresionista o se derraman sobre las esquinas como relojes blandos de Dalí. Hablamos, en definitiva, de todo un excelente descubrimiento que espero poder confirmar en otras películas del autor que caigan ante mis ojos.

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