A todo
riesgo: Claude Sautet o la delicadeza de los matices.
Título original: Classe tous risques
Año: 1960
Duración: 107 min.
País: Francia
Director: Claude Sautet
Guión: Claude Sautet, Pascal Jardin (Novela: José
Giovanni)
Música: Georges Delerue
Fotografía: Ghislain Cloquet
Reparto: Jean-Paul Belmondo, Lino Ventura, Sandra
Milo, Marcel Dalio, Jacques Dacqmine, Michel Ardan, France Asselin, Claude
Cerval, Evelyne Ker, Charles Blavette
A pesar de ser su segunda película, Claude Sautet rodó un
polar que si no alcanza la majestuosidad de otras obras cumbres del género,
como El samurai, de Melville, o Rififí, de Jules Dassin, sí que raya a
suficiente altura como para verla con creciente interés y satisfecha sorpresa,
porque Sautet, que basa su reputación en la creación de atmósferas y en los
matizados dibujos de sus personajes, usualmente retraídos y poco sociables,
como en la deliciosa Nelly y el señor
Arnaud, la áspera Un corazón en
invierno o la americanizada Max y los
chatarreros, pero siempre predispuestos a la intensa vivencia de los
sentimientos, nos ofrece el retrato de un maleante, casado y con dos hijos, con
quienes quiere pasar de Italia, donde, si le detienen, le espera la condena a
muerte, a Francia, donde sus viejos camaradas de aventuras delictivas, ahora
relativamente apartados de ellas, pueden esconderlo. La película se plantea
como una huida permanente, con lo que ello tiene de angustioso para el
espectador, pues desde el inicio, en que los esposos se separan para reunirse
en San Remo, después de que el protagonista y un colega y amigo den un último
golpe en suelo italiano que los provea de fondos, el ritmo de los contratiempos
se sucede con un ritmo trágico inapelable. Si espectacular y sin tregua es la
huida de los dos delincuentes de los carabinieri hasta que por vía marítima
pasan de Italia a Francia, la película da un giro aún más tenebroso, pues al
llegar a la orilla son sorprendidos por una pareja de gendarmes con quienes
mantienen un cruce de disparos que acaba con la vida de los policías, pero también con las de la esposa y del amigo.
La acción paralela del estrechamiento del cerco policial sobre el protagonista,
quien ha de renunciar a caminar junto a sus hijos por la calle para no ser
identificado, hasta que halla una pensión donde instalarse y desde donde “exigir”
a sus antiguos compinches que lo saquen de ese lugar y lo lleven a París,
aumenta la tensión exponencialmente. No hay plano en el que no se insinúe un
peligro de incierto y temible resultado, porque el protagonista es hombre de
gatillo fácil y aunque la protección de sus hijos es, para él, un valor
superior, no duda ni un segundo en hacer frente a cualquier intento de captura.
La irrupción en escena de Jean Paul Belmondo, bajo disfraz de conductor de ambulancia
contratado por los colegas parisinos del protagonista para sacarlo de su
inconsistente guarida eleva el tono deprimente de la cinta hasta ese momento y
dota a la película de una dimensión ética, y de un acercamiento entre ambos
hombres, que progresa poco a poco hacia la amistad y la lealtad del joven
hampón, quien, a mitad de camino auxilia a una joven actriz en problemas y la
suma a la expedición a París. La estructura básica de la película, la huida,
sigue fielmente hasta el final, aunque los hijos han quedado instalados en casa
de un amigo de su padre, quien por amor a la memoria del padre se encargará de
ellos. Es evidente, desde la primera reunión con sus antiguos camaradas, que su
aparición en París supone un compromiso para todos ellos, menos para quien
entre ellos no ha logrado “instalarse” en el establishment y, sin embargo, se
pone incondicionalmente a su disposición. La trama se centra en la progresión
del estrechamiento del cerco policial sobre su persona; pero se añade una
nueva: la traición de sus antiguos compinches. Aunque la acción en ningún
momento se vuelve vertiginosa, como sí sucede en el principio de la película, la
soberbia interpretación de un Lino Ventura nacido, diríase, para ese tipo de papeles,
que tan a menudo interpretó en su carrera, consigue trasladar al espectador el
peligro evidente en que vive de forma permanente y la incertidumbre radical
sobre sus posibilidades de huir a Suiza. Poco a poco va llegando a la
convicción del esfuerzo inútil de su escapada y del costo enorme en vidas
humanas que ha tenido su huida. Y ahí, en el final, es donde se le puede hacer
un serio reparo al director, porque el final de la película de ninguna de las
maneras está a la altura del resto de ella, la desmerece completamente y deja
en los espectadores la sensación bien de no haber podido dominar el metraje de
la película, como si se le hubiera ido de las manos el desarrollo de la
historia, bien de precipitación inexcusable, bien de auténtica falta de
imaginación para coronar lo que, con otro final, hubiera ganado mucho más de lo
que la película ya en sí vale. Los diálogos, la puesta en escena y, sobre todo,
un espectacular blanco y negro, además de unas secuencias urbanas magníficas,
hacen muy recomendable la visión de esta película de un autor maestro en la
descripción de los sentimientos, porque la rareza de este polar de Sautet
radica, bien curiosamente, en haber privilegiado la vida emocional del
protagonista, quien pasa, en un tris de derrumbarse, por dos dolorosas
experiencias en apenas unos días: la muerte de su mujer en la refriega con la
policía y el forzoso abandono de sus dos hijos para que puedan tener el futuro
que él no puede darles. Estoy convencido de que los espectadores que sigan mi
consejo, me lo agradecerán. A veces conviene ir al rescate de películas con
tanta solidez argumental, estética y humana como esta de Claude Sautet.
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