La vertiente
social del cine inglés: Fuego en las calles, de Roy Ward Baker: un duelo
interpretativo entre John Mills y Brenda de Banzie.
Título original: Flame in the Streets
Año: 1961
Duración: 93 min.
País: Reino Unido
Director: Roy Ward Baker
Guión: Ted Willis
Música: Philip Green
Fotografía: Christopher Challis
Reparto: John Mills, Sylvia Syms, Brenda De Banzie,
Earl Cameron, Johnny Sekka, Ann Lynn, Wilfrid Brambell, Meredith Edwards,
Newton Blick, Glyn Houston, Barbara Windsor
No hace mucho critiqué otra película de Roy Ward
Baker, Las manos del destripador, una
variación sobre la historia de Jack el Destripador, un cineasta del que
recordaba con delectación la excelente y turbadora, para un adolescente como yo
era cuando la vi, El Dr. Jeckyll y su
hermana Hyde, y, por esa apoteosis de
los azares, ando viendo estos días Niebla
en el alma, con una sorprendente
Marilyn Monroe y un eficacísimo, como siempre, Richard Windmark, tras
haber visto la presente Fuego en las
calles, lo cual me permite sugerir que Ward Baker, tenido hasta el presente
por un artesano, escorado básicamente hacia la ficción de terror, sobre todo de
tipo psicológico, es un autor al que debería prestársele una más digna atención
crítica. Fuego en las calles no es una película pretenciosa, desde el punto de
vista de la realización o del de la puesta en escena, porque el conflicto
racial que ilustra es de una naturaleza tan estremecedora que no parece
dispuesto, el director, a desviar ni lo más mínimo la atención del espectador
hacia unos valores fílmicos que puedan oscurecer dicho conflicto. El
planteamiento y el nudo son de manual: un dirigente sindicalista está dispuesto
a ofrecer el puesto de capataz a un negro, y ha de enfrentarse a la negativa
racista de sus compañeros de sindicato, lo cual hace en una reunión sindical en
la que “noquea” dialécticamente a sus adversarios, saliéndose con la suya.
Ahora bien, apenas ha acabado su sólida defensa de la integración racial, le
llega la noticia de que su hija se quiere casar con un negro, lo que tiene
desesperada a su esposa, quien ha sido víctima de un shock realmente traumático cuando su hija le ha revelado cuáles
eran sus planes de boda. A raíz de ese conflicto se desenmascara el verdadero
conflicto subyacente: el del fracaso de la relación entre los padres, con él,
un soberbio John Mills, viviendo casi exclusivamente para el sindicato y para
ayudar a los demás, y ella, una excepcional Brenda de Banzie, convertida en,
como dice ella, “un mueble más de la casa”. Hay en la película una escena con
una conversación “de dormitorio” realmente estremecedora: precisamente aquella
en la que el marido descubre, horrorizado, la terrible responsabilidad de no
haberse dado ni cuenta del malestar que se iba adueñando de su mujer hasta
convertirla en una mujer fracasada y, hasta cierto punto, resentida. La vida
toda de esa mujer abnegada ha sido su hija, quien, en un barrio obrero, ha
hecho carrera y se ha convertido en maestra. Las expectativas que la madre ha
forjado sobre el futuro de su hija se derrumban tras oír de quién dice estar
enamorada. La
trama de la película se desarrolla a lo largo de un día, concretamente el 5 de
noviembre, cuando se celebra la festividad de Guy Fawkes, noche en que Londres
se llena de hogueras que recuerdan la intención del magnicida, que fue voluntario católico en los tercios de
Flandes españoles, por cierto…- de querer volar el Parlamento británico, con el
gobierno dentro, para conseguir sus fines, entre los cuales figuraba en lugar destacado
la reivindicación de la libertad religiosa. La película refleja una situación social
de finales de los 50 y principios de los 60 con una dureza extrema, como se
advierte en el “asco” evidente que le produce a la madre el saber que su hija
tiene relaciones con un negro: poco menos que los matrimonios interraciales estaban
condenados a la segregación social y habían de escoger entre esa unión y vivir
en el gueto o reintegrarse, las mujeres blancas, a su mundo de blancos y
disfrutar de sus privilegios. La apuesta ética del director es inequívoca y de ahí
que la película se constituya en una suerte de referente de la lucha contra la
segregación racial en Gran Bretaña y, por extensión, en todo el mundo, puesto
que ese conflicto sigue siendo, lamentablemente, un problema universal, a pesar
de cuanto se ha avanzado en ese terreno. Hay un potente realismo en la puesta
en escena que pretende estrechar el vínculo entre ideología y acción, de tal
manera que los espacios nos sugieren, enseguida, cierta “opresión” material que
condiciona la vida de los personajes, como el hecho del aseo del protagonista,
mediante una jofaina, cuando vuelve de trabajar y se arregla antes de cenar y
de marchar a la reunión sindical, porque en el distanciamiento de los esposos
subyace la frustración de la mujer de no poseer “un cuarto de baño”, algo sobre
cuya importancia es incapaz de pensar con claridad el protagonista, de ahí que
sea el padre, que vive con ellos, quien se lo haga ver: para su mujer el cuarto
de baño es tan esencial como para él su dedicación sindical. Esa desviación
argumental hacia la invisibilidad de la mujer “ama de casa” enriquece
notablemente la película y consigue, como he dicho antes, la mejor escena de la
película, ese dramático momento de las confidencias en que, Pisuerga y
Valladolid…, se abren hasta el máximo sufrimiento posible las viejas heridas
enconadas y nunca cicatrizadas. No digo nada de cómo se resuelve la película
porque es de una sutileza admirable y de una emoción logradísima… ¡Que la
disfruten!
P.S. Me parece una película que debería proyectarse en las escuelas… Nada que ver, por cierto, con esa meliflua y hasta cierto punto edulcorada Adivina quién viene [a cenar] esta noche…
P.S. Me parece una película que debería proyectarse en las escuelas… Nada que ver, por cierto, con esa meliflua y hasta cierto punto edulcorada Adivina quién viene [a cenar] esta noche…
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