domingo, 7 de febrero de 2016

“Carol”, de Todd Haynes.


                         

En brazos de la mujer madura… y rica: Carol, de Todd Haynes, una evocación autobiográfica de Patricia Highsmith.
 Título original: Carol
Año: 2015
Duración: 118 min.
País: Reino Unido
Director: Todd Haynes
Guión: Phyllis Nagy (Novela: Patricia Highsmith)
Música: Carter Burwell
Fotografía: Edward Lachman
Reparto: Cate Blanchett, Rooney Mara, Sarah Paulson, Kyle Chandler, Jake Lacy, Cory Michael Smith, Carrie Brownstein, John Magard, Kevin Crowley, Gielreath, Ryan Wesley Gilreath, Trent Rowland, Jim Dougherty, Douglas Scott Sorenson, Nik Pajic.


                             El director de la extraordinaria Lejos del cielo lo fue también de la plúmbea serie televisiva Mildred Pierce, y ahora nos entrega esta película, Carol, basada en una obra autobiográfica de Patricia Highsmith, quien, sin duda, ha tenido mucha mejor fortuna en las adaptaciones literarias de sus obras de intriga, como bien reconocerán quienes aún tengan en la memoria visual Extraños en un tren, A pleno sol o El amigo americano, por poner tres ejemplos muy distintos de tres directores excepcionales. Es verdad que también ha sido muy mal adaptada, como ocurrió con la deleznable Las dos caras de enero de Hossein Amini o la mediocre El talento de Mr. Ripley, de Anthony Minghella. Lejos de los thrillers habituales a que han dado pie las adaptaciones de sus obras, Todd Haynes ha escogido una novela autobiográfica de Highsmith, El precio de la sal, y ha rodado una historia de seducción amorosa lésbica con una puesta en escena preciosista en la que la fidelísima recreación de la época, los años 50, potencia el aire de gran melodrama al estilo de los que Douglas Sirk rodó entonces, sin que, a mi juicio, pueda considerarse a Sirk un referente de Haynes para el rodaje de Carol. Más me ha venido a la memoria la amistad pseudolésbica de Jane Fonda y Vanessa Redgrave en Julia, de Zinneman, también basada en una obra autobiográfica, en este caso la de Lillian Hellman, Pentimento y, de rebote en La calumnia, de Wyler. En Carol, a diferencia de otros planteamientos en que se denuncia la incomprensión social hacia el lesbianismo, se plantea una vivencia del mismo desde una casi libertad total, porque ambas mujeres, que se enamoran apasionadamente, sencillamente no tienen en cuenta a los hombres en su vida, excepto en lo que tienen de rémora para poder dar rienda suelta a su pasión sin la necesidad enojosa del ocultamiento, la discreción y, muy a menudo, el fingimiento. En el caso de la mujer madura, una seductora nata encarnada a la perfección por Cate Blanchet, quien mide los tiempos de la seducción de su jovencísima presa como un guepardo merodea el rebaño de impalas en la sabana, esperando el momento de iniciar la ceremonia del asalto final y la devoración, la vinculación al marido, quien intenta privarla de la custodia de su hija, supone un obstáculo que impulsa la trama cuando el cortejo de la bellísima Patricia Rooney Mara se extiende, con cierto tedio argumental, desde la Nochebuena hasta la Nochevieja, momento en el que se produce el encuentro amoroso, rodado con tanta delicadeza como pasión, mucho menos gimnástico que en La vida de Adèle, de Abdellatiz Kechiche, en el que lo glacial se imponía a la calidez y a la ternura. Si el papel devoratriz de Blanchet es espectacular, el de Patricia Rooney Mara, con una belleza que recuerda, curiosamente, a Audrey Hepburn (que actuó en La calumnia), no le va a la zaga, porque es capaz de expresar con total fidelidad la ambigüedad de sus sentimientos -en el momento de sentirse tentada por Carol, ella, Therese Belivet,  tiene un novio con quien incluso ha proyectado un viaje a Europa- y la transformación de la amistad en pasión amorosa. Quizás ese proceso sea lo mejor de la película. Y es indiferente que se trate de una relación lésbica, en el sentido de que el interés objetivo de la relación es el sentimiento amoroso, con tanta precisión filmado, lo que, en cierta manera, nos permite relacionar Carol con Brokeback Mountain, de Ang Lee. De forma paralela a la relación amorosa entre ambas mujeres, la película nos ofrece el lento pero sólido progreso profesional como fotógrafa de la vendedora ocasional -Carol conoce a Therese cuando se encuentran en unos grandes almacenes donde intenta comprar una muñeca para su hija como regalo de Navidad, momento en que se produce el hechizo que le causa a la dependienta la contemplación de la hermosa “gran señora”,- y la lucha matrimonial de Carol por la custodia de la hija. De ambas líneas argumentales, la película privilegia la de Carol, porque es la que permite ofrecer un discurso reivindicativo de la asunción de la homosexualidad, aunque se produzca en el ámbito estrictamente privado de su proceso de divorcio y aunque, para ello, dados los códigos morales de la sociedad americana de aquellos años, haya de renunciar a la custodia de la hija, garantizándose, eso sí, el derecho a las visitas regulares. La película, a pesar de sus innegables valores estéticos y reivindicativos, discurre muy próxima al tedio en buena parte de su metraje, y apenas hay motivos dinámicos que permitan no tanto agilizar la narración cuanto incardinarla en una realidad cotidiana que actúe como contexto delimitador y coercitivo, como en el caso del detective que espía a ambas mujeres por cuenta del esposo para buscar pruebas de la “inmoralidad” que le permitan disputarle la custodia de la hija. Es una película militante, sin duda, en pro del derecho a la libre sexualidad entre adultos sin cortapisas legales, pero no pretende convertirse en bandera de ello. Los personajes están perfectamente individualizados y su historia es, en todo momento, una historia singular, no un arquetipo. Es innegable, sin duda, que la perspectiva femenina desde la que está narrada la historia invita a la complicidad con las espectadoras, máxime cuando la presencia masculina en la película es del todo irrelevante, y que, en ese sentido, puede acabar encasillada en esa suerte de “circuito” de obras específicamente dirigidas al público femenino, algo de lo que ya se habla que ocurre en la novela, por ejemplo. Con todo, sería una visión demasiado reductora, considerar esta obra de Haynes una película solo para mujeres. Ya dejé dicho al principio que lo importante es la descripción del fenómeno amoroso, y frente a él sí que, aunque vivido de formas muy diferentes, todos somos igual de vulnerables y frágiles.

2 comentarios:

  1. No estoy de acuerdo en que la película resulte tediosa, a mí desde luego no me lo ha parecido. Dura dos hora y algo que a mí se me han hecho cortas. Desde luego es una pasión amorosa contada con lentitud, algo que agradezco y no se me ha hecho morosa. De hecho, me ha gustado esa delicadeza, esa lentitud hasta que se encuentran amorosamente. Es lo que marca la diferencia con la relación con un varón. Se miman, se miran, se desean, se acarician, comparten un viaje. No sé cuáles son sus referencias fílmicas pero Sirk me parece muy cercano, ciertamente, pero no soy un especialista. Una agradable sorpresa porque yo quería ir a ver El renacido. Creo que hemos acertado. Y no pienso que sea una película para público femenino aunque los varones que la vean tienen que tener amplitud de miras y no ser demasiado aficionados al cine de acción.

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  2. El tedio se lo adjudicaba solo al primer tercio de la película, demasiado moroso para la escasa ambigüedad del hechizo mutuo. En el resto, estamos de acuerdo. De la de Revenant he oído de todo, pero nada me ha convencido para ir a verla, a pesar de lo muchísimo que me gustó Birdman.

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