El desafío de
Guerín: el cine de la palabra: La
academia de las musas.
Título original: La academia de las musas
Año: 2015
Duración: 92 min.
País: España
Director: José Luis Guerín
Guión: José Luis Guerín
Fotografía: José Luis Guerín
Reparto: Raffaele Pinto, Emanuela Forgetta, Rosa
Delor Muns, Mireia Iniesta, Patricia Gil, Carolina LLacher, Juan Rubiño, Giulia
Fedrigo, Giovanni Masia, Gavino Arca.
Es muy probable que el cine de José Luis Guerin no
llegue jamás al público mayoritario, y menos aún a los Premios Goya para cuyos dadores
es posible que Guerín no tenga actualmente más entidad que la sombra o la
extrañeza prosodemática de una duda ¿Guequién?, a pesar de haberle concedido en
el pasado un Goya por esa maravilla documental que es En construcción, porque, si no, no se explica que una obra como esta,
tan osada como original, divertida y polémica, haya pasado desapercibida para
los miembros de la Academia del Cine. Los cinéfilos, sin embargo, aguardan cada
obra suya como se han aguardado siempre las de Víctor Érice o como en Francia
se han esperado las de Bresson, Godard o Rohmer, autor, este último, con el que
me parece que Guerín tiene no pocos puntos de contacto, y el principal la
veneración por el discurso, por la capacidad creadora de la palabra. De hecho,
mientras seguía -porque La Academia de
las musas es una película que se ha de seguir con una exigente
concentración intelectual- un discurso filológico y existencial en que los
juegos de máscaras suplantaban la verdadera vida que pugnaba por imponerse a
ellos, no hacía más que pensar en aquella incomprendida película de Rohmer, El romance de Astrea y Celadón,
cuyo tema principal es la fidelidad, y de la que el inefable Carlos Boyero
escribió en su crítica: "Un insoportable bla, bla, bla entre cursis
pastorcillos medievales". ¡No
quiero ni imaginar qué crítica hubiera hecho de La academia de las musas!
Esta película puede entenderse como la variante académica de aquel poeta
y filosofo marroquí de En construcción. Y todo lo que allí era intuición
genuina, de raíz popular, es en La
academia de las musas, a través del protagonista, Rafaelle Pinto, profesor
de la UB, y del seminario que imparte, y que da título a la película, alta
cultura elaborada, un discurso que, pretendiendo hundir sus razones en la
cultura clásica y en la naturaleza se nos acaba apareciendo como una coartada
para determinadas experiencias humanas comunes que tienen el amor, la fidelidad
y la poesía como ejes centrales. La película se inicia como un documental, a
partir de las discusiones que la poesía, el deseo, el amor y la transformación
de la mujer en musa provoca en el seminario conducido por el profesor Pinto,
aunque dicho seminario haya sido idea de una alumna italiana con quien el
profesor tiene una relación privilegiada. De hecho, la película podría haberse
titulado El profesor y las musas, y
ser una ficción -algo que no queda claro, después de haber visto la película,
por cierto-, dada la complejidad de la historia en la que también participa su
mujer en la vida real, Rosa Delor, con quien comparte, acaso, las mejores
secuencias de la película, ya que, frente al discurso exquisito y abstracto del
profesor, la mujer representa algo así como el revés de la trama, lo material,
lo concreto, la verdad frente a la impostura. Se oponen, en las figuras de
ambos, la del poeta y la de la crítica literaria, de ahí que el discurso de la
mujer, una auténtica crítica textual del marido, vaya deslizándose, sobre todo
de la mitad de la cinta en adelante, hacia el análisis implacable de su
relación de pareja, una relación que se ve afectada por la peculiar relación
que tiene el profesor con sus musas, que no excluyen viajes-escapada ni
infidelidades matrimoniales. Dada la densidad de la exposición académica y la
resistencia crítica que el profesor encuentra en sus alumnas, le cuesta trabajo
al espectador retener todos los planteamientos que se le ofrecen, si bien no
tarda en deducir todo lo que de banal hay en una abstrusa especulación sobre el
deseo, la poesía, el amor y la función de la mujer como musa, como muy pronto
se encarga de remarcar la mujer del profesor, que parece un personaje
construido para que el espectador se identifique con él y pueda relativizar
aquel asfixiante caudal de citas clásicas que amenaza con reducirlo a la más
palmaria ignorancia, sobre todo si no es un frecuentador de la literatura
clásica. El tema central de la película es la nueva concepción de la mujer que
propone Pinto a partir del proceso de transformación de la mujer concreta en
musa poética, una metamorfosis que ésta ha de revertir para poder empujar al
hombre a una nueva concepción de ella en la que se supere la concepción
medieval planteada por el dolce stil
nuevo de Dante, entre otros, y por la poesía provenzal: la mujer como un
ser deseadamente inalcanzable y el matrimonio como la tumba del amor, que
únicamente podría prosperar en el campo del adulterio, algo, esto último, que
el profesor Pinto cumple al pie de la letra. La minúscula trama, no obstante,
pudiera parecerle insulsa o aburrida a no pocos espectadores, pero la grandeza
de esta obra de Guerín radica, esencialmente, en la manera como nos la ofrece,
porque la selección de encuadres en los planos, la selección de los espacios e
incluso la reiteración en la filmación a través de superficies acristaladas, además
de la situación de los conversadores en la escena, como la magnífica
composición del matrimonio Pinto-Delor con ella en primer plano mirando por la
ventana y su marido en segundo plano, oyéndola desde una lejanía cansada,
sufriendo las recriminaciones de quien, desde la madurez, amonesta al
viejo-joven barroco incapaz de ver el ridículo de su situación, por más que la
enaltezca con los ropajes suntuosos de la poesía, el deseo y la libertad. Salvo
las escenas en Cerdeña, en las que el profesor y la alumna privilegiada
aparecen con un poeta, en la investigación eco-antropológica de la alumna,
quien busca grabar la verdadera palpitación de la naturaleza, una suerte de
remedo de la música de las esferas pitagórica con que arranca la película en un
aula de la Universidad de Barcelona, en todas las escenas de la película
aparecen dos personas hablando sobre los temas esenciales tratados en el
seminario. La variación de espacios y de encuadres, además de las muchas
facetas del discurso que encarnan los personajes, nos acercan a un reducido
grupo de personajes de quienes acabamos conociendo una intimidad que se ve
afectada por el seminario en el que participan. Los hombres del seminario son
meros figurantes, con menos relieve que el de una cañería de PVC, de ahí que el
profesor Pinto acabe convertido en algo así como un Sátiro, como el Gran Buco
al que la corte de admiradoras/ninfas rinde pleitesía, excepto su propia mujer,
quien, por cierto, es protagonista de uno de los mejores diálogos de la
película cuando se “enfrenta” a una alumna, que también lo ha sido suya, a
cuenta del viaje infiel que hizo con su marido a Nápoles, patria chica del
profesor. La visión cinematográfica de Guerín, tan singular, se encuadra, sin
embargo, en una tradición que tiene sus predecesores, Víctor Érice, pero
también sucesores, porque autores como Jaime Rosales o, más recientemente,
Fernando Franco son prueba irrefutable de la buena salud del auténtico cine, el
que construye su lenguaje plano a plano, secuencia a secuencia, con una
congruencia que, como ocurre en La
academia de las musas, acaba maravillando al espectador. He de confesar que
habiendo sido alumno de Filología en esas aulas de la UB mi predisposición hacia
la película no puede ser más favorable, pero no olvido que en ese espacio también
hube de sufrir la docencia de verdaderos enemigos de lo literario. Es
sorprendente que, con un tema tan en principio abstruso, la película tenga un
ritmo tan relativamente vivace, algo a lo que contribuye la brevedad de las
escenas, separadas por rótulos con la mera indicación temporal, y, sobre todo,
las dos salidas exteriores: Cerdeña y Nápoles, el lago del Averno y la gruta de
la sibila. Todas las secuencias de Cerdeña, aun teñidas del carácter documental
que le imprime a la visita la investigación de una de las alumnas de Rafaelle
Pinto, tienen un encanto especial, sobre todo la afirmación de que en el sardo
no existe la palabra amore, que eso
es “una invención de los italianos”. Como se advierte, pues, los alicientes
para ir a ver La academia de las musas
no son solo propios para filólogos, sino para todos aquellos espectadores que
reconocen, desde el primer plano, la especificidad apasionante del lenguaje
cinematográfico y que, además, tienen la mínima sensibilidad estética que el
planteamiento cultural de la película exige de ellos. Si concluyo diciendo que
es un thriller de ideas en el que todos los personajes aparecen enmascarados
quizás se me entienda cabalmente. No quiero dejar de mencionar la conmovedora
entrevista entre la poetisa, interpretada excepcionalmente por Carolina Llacher,
y el profesor, quien realiza una crítica despiadada de las poesías que la
participante en el seminario le ha presentado para recabar su opinión. Se trata
de una situación muy común y a la que cuesta sobrevivir cuando el poeta o la
poetisa están convencidos de que el crítico vive de espaldas a las corrientes
renovadoras y solo valora los grandes hitos sólidamente establecidos. Con todo,
hay un aspecto que conviene retener: la oposición entre sentimiento y
expresión, porque sin la segunda difícilmente puede valorarse el valor de algo
tan común a todos los seres. La individualidad del sentimiento solo se consigue
a través de la expresión: estamos hechos de la materia de las palabras, y esto
sirve para todos los personajes de la película, pero no para la película, cuyo
discurso está hecho de luces, sombras y sonidos, unos articulados y otros muchos no.
P.S. Un viejo conocido de mi conjunta y mío ha actuado como extra en la película, si bien le sacan un primer plano muy expresivo en el aula de la Facultad. Como hemos hecho juntos recientemente un viaje, nos ha puesto en antecedentes de la historia real de su profesor de italiano, con quien ha compartido muchas lecturas y experiencias. No nos ha dado, sin embargo, ninguna clave que no esté al alcance de cualquier espectador.
P.S. Un viejo conocido de mi conjunta y mío ha actuado como extra en la película, si bien le sacan un primer plano muy expresivo en el aula de la Facultad. Como hemos hecho juntos recientemente un viaje, nos ha puesto en antecedentes de la historia real de su profesor de italiano, con quien ha compartido muchas lecturas y experiencias. No nos ha dado, sin embargo, ninguna clave que no esté al alcance de cualquier espectador.
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