El príncipe, de las Letras, y la corista, del cotilleo:
los últimos años de Scott Fitzgerald en Días
sin vida, de Henry King, un sólido melodrama con una impresionante Deborah Kerr.
Título original: Beloved Infidel
Año: 1959
Duración: 123 min.
País: Estados Unidos
Director: Henry King
Guion: Sy Barlett (Novela:
Sheilah Graham)
Música: Franz Waxman
Fotografía: Leon Shamroy
Reparto: Gregory Peck, Deborah Kerr,
Eddie Albert, Philip Ober, Herbert Rudley, Karin Booth, Ken Scott.
Vaya por delante que la actriz británica Deborah Kerr
nunca fue una de mis actrices favoritas, aun reconociéndole siempre una
solvencia profesional indiscutible, pero cierta frialdad en la expresión y el
aire severo de su presencia me distanciaban de ella. En Días sin vida, sin embargo, consigue una actuación a la altura de
mis deseos y borda un papel complejo que deja pequeño a un Gregory Peck que, de
todas todas, no acaba de encajar en la piel del escritor famoso y maldito al
tiempo que fue Francis Scott Fitzgerald. Es sorprendente que un actor como él
pase por una película tan intensa con una limitación expresiva tan grande, como
si viviera de rentas y con la simple “presencia” pudiera pasar ya por
interpretación. La película, ignoro si poco o muy vista actualmente, tiene un poder
visual muy notable, porque los escenarios naturales rodados en cinemascope
permiten encuadres a medio camino entre la panorámica y el plano americano muy
efectivos por su amplitud y por el desahogo visual que supone para el
espectador, además de la belleza innata de las localizaciones exteriores en L.A.,
como la playa donde tiene lugar una de las escenas culminantes de la película,
el desvelamiento de la impostura de la “distinguida” dama de la aristocracia
inglesa que resulta ser una niña de orfanato dispuesta a borrar sus orígenes
para construirse una vida que no solo rompa con su pasado, sino que, gracias a
sus dotes personales, le impida ser asociada a él y, sobre todo, volver a caer
en la miseria. La dramática escena de la playa, curiosamente, parece evocar,
acaso como su reverso, la tórrida de De
aquí a la eternidad, con Burt Lancaster, que puede considerarse ya como un
auténtico icono del cine. La película está basada en las memorias de la
cronista británica, Sheilah Graham, Beloved
Infidel -que es el título original de la película-, a quien, después de
triunfar en Nueva York le ofrecen una columna sobre el mundo de las estrellas del
cine de Hollywood en California. Allí es donde conoce a Scott Fitzgerald, con
quien inicia una relación de tres años que serán los últimos de su vida. Pudiera
pensarse que estamos ante un biopic
más o menos afortunado, pero la película es una historia de amor en clave
melodramática que incluye un turbulento periodo en la vida del escritor, ya en
su ocaso, cuando lleva mucho tiempo sin publicar ninguna novela, le rechazan
los guiones cinematográficos porque no acaba de entender que el cine es un
lenguaje notablemente distinto del de la novela y cuando, empujado por su
relación con Graham a retomar su actividad novelística, el primer rechazo
editorial lo devuelve al alcoholismo del que se había rehabilitado a través del
trabajo en Hollywood. La relación entre ambos se centra en la pasión de
postrimerías, ambos son mayores cuando la inician, que es descrita con sobria
elegancia y sin ninguna salida de tono que la ridiculice: esas son las mejores
escenas de Peck. Luego está la otra cara de la moneda, el alcoholismo y la
violencia, incluso física, que ejerce el embriagado escritor, incapaz de
contenerse, razón por la que se separan: esas son las escenas mediocres de
Peck. La película obvia, aunque no del todo, porque alguna escena hay que alude
a ella, la relación intelectual que hubo entre ambos, porque Fitzgerald se
convirtió en algo así como un Pigmalión para Graham y se propuso educarla y
pulirla para que se convirtiera en algo más que una gacetillera. Visualmente,
eso se refleja, sin embargo, en los planos de la sala de estar de la magnífica
casa que alquila Graham en una de las colinas de Los Ángeles, con una espléndida
vista sobre la ciudad, cuando observamos, al comienzo de la película, vacía
completamente la estantería y cómo, a lo largo de la relación con Fitzgerald,
va poco a poco siendo ocupada por esos libros que él le propuso leer, un plan
diseñado perfectamente y que, si aparece en las memorias, sería interesante
conocer en detalle, por lo que tiene del consejo del experto y para conocer
mejor las propias preferencias de Fitzgerald. Henry King, de quien no hace
pocas semanas vi La colina del adiós,
que se tiene por una de las cumbres del melodrama -y lo es-, en este caso interracial,
con dos magníficas actuaciones de William Holden y Jennifer Jones, y con unas impresionantes
“vistas” del Hong Kong de 1955, que nada tiene que ver con el actual de los
rascacielos, dirigió, tres años después de esta película, y acaso influido por
ella, una adaptación más que notable de Suave
es la noche, la novela de Fitzgerald, contando de nuevo con Jennifer Jones
y con Jason Robards. Insisto, sin ser
una película completamente lograda, tiene mucho interés y permite ver en todo
su apogeo a una gran actriz como Deborah Kerr en radiante madurez.
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