jueves, 14 de diciembre de 2017

Un Hitchcock descomedido comediante: “Alarma en el expreso”.


Alta comedia en intrigas de países imaginarios: Alarma en el expreso o la irreverencia genérica de Sir Alfred…


Título original: The Lady Vanishes
Año:1938
Duración: 97 min.
País: Reino Unido
Dirección: Alfred Hitchcock
Guion: Sidney Gilliat, Frank Launder (Novela: Ethel Lina White)
Música: Louis Levy
Fotografía: Jack Cox (B&W)
Reparto: Margaret Lockwood,  Michael Redgrave,  Dame May Whitty,  Paul Lukas, Basil Radford,  Naunton Wayne,  Cecil Parker.

¡Qué agradecido es revisitar las películas de Hitchcock! No hay ninguna en la que no descubras, con la segunda o la tercera o la cuarta visión, algo que te hubiera pasado desapercibido con anterioridad! Tenía algo olvidada Alarma en el expreso, pero ir recordando la historia a medida que avanzaba no me ha estropeado el disfrute enorme de todo el genio cómico de un autor que no ha pasado a la Historia del cine por ser considerado un maestro de ese género que, sin embargo, se cuela en sus películas con una gracia y una perfección que ya quisieran la mayoría de las comedias disparatadas y aburridísimas que cada año se producen para estragar el gusto de los espectadores. Hasta me atrevería a decir que advierto una sutil influencia de Lubitsch en su manera de afrontar los gags cómicos, todos ellos “de situación”, aunque también los haya verbales, de excelente factura british, por cierto, llenos de la peculiar ironía insular. La película explota, al estilo de algunas novelas de Christie, la desaparición en un tren de una pasajera y la conjura del resto de los viajeros para demostrar a la persona con quien había tratado, y que denuncia su separación, que tal persona no se ha subido al tren. Antes del viaje, se inicia la acción en un hotel lleno hasta la bandera, en un país centroeuropeo, al estilo de Zenda, en donde los viajeros han de hacer noche hasta que quede expedita la vía para poder circular, debido al mal tiempo. Los personajes escogidos por el autor para introducirnos en la trama parecen protagonizar más un vodevil que propiamente una película de suspense. Destacan los dos amigos, una extraña parodia de Laurel y Hardy, quienes compartirán la habitación con una camarera, y dormirán juntos en la única cama, donde, en un gag delicioso, la cámara enfoca las páginas de un tabloide que, al abatirse, nos muestra a ambos amigos compartiendo la única cama de la habitación, momento en el que entra a cambiarse la camarera…, una sutil insinuación de la homosexualidad harto atrevida en aquellos años.Los amigos, que no se separan un milímetro durante toda la película, constituyen un atractivo cómico de primera magnitud, tanto por su interés en que el tren llegue cuanto antes a destino, puesto que se dirigen a Londres para asistir a un importantísimo partido de cricket, cuanto por su intima comunión de pareceres y de actitudes. La protagonista que entra en relación cordial con la vieja institutriz con quien compartirá vagón, se relaciona a su vez con un músico que está estudiando el folclore centroeuropeo y que, alojado encima de su cuarto en el hotel, le impide dormir con las danzas populares que algunos lugareños interpretan para que él pueda anotarlas. Expulsado de su cuarto, el músico entra en el de la hija de un millonario, que va camino de una boda indeseada, dispuesto a instalarse en él, al haberse quedado a la intemperie. Finalmente, todos cogen el tren y, desaparecida la institutriz, será el músico el único que acabe creyendo en su versión y se dedique de lleno a encontrar a la vieja dama, cuya desaparición les sorprende muchísimo, porque no aciertan a entender qué dama sea esa ni cuál su importancia como para que haya alguien dispuesto a secuestrarla o deshacerse de ella. Así planteada la acción, pronto el suspense deja paso a la comedia, propiamente vodevilesca, lo que nos va a permitir la contemplación de algunas escenas verdaderamente notables, como la de la lucha contra el mago en el vagón de mercancías, rodeados de todos los útiles que el mago utiliza para sus funciones, y  los que Hitchcock les saca un rendimiento espectacular, en términos de comedia. Hay un uso abundante de maquetas que no parecen querer esconder su condición, como si el director quisiera ubicar la acción en un espacio y tiempo no naturalistas, sino propios del cuento, de la fábula. En ese ámbito hemos de incluir, por supuesto, la aparición de los soldados del país que atraviesan y de quienes los viajeros se defienden, incluso con una pistola, cuando comprenden que pretenden raptar a la vieja dama a quienes la millonaria y el músico han logrado rescatar de las malignas garras de los esbirros que la tenían secuestrada, justo antes de que la sacaran del tren para conducirla a una muerte segura. Se adivina enseguida que hablamos de una espía británica que ha sido descubierta y que, en medio de la refriega, cuando el tren está detenido en vía muerta, porque lo han desenganchado del que los llevaba a la frontera, se escapa a campo traviesa con la duda terrible de si esa mujer audaz, ¡y tan mayor!, será capaz de burlar a sus perseguidores. La película discurre con una fluidez maravillosa, propia de un maestro de la narrativa, y el reparto, en el que sobresale el padre de Vanessa Redgrave, Michael, consigue convencer plenamente a los espectadores de la seriedad de una trama, ya digo, que más parece de vodevil que de película de espías. Los esfuerzos de los sitiados por poner el tren en marcha y reemprender el viaje camino de la frontera añaden una buena dosis de acción que, mediante un trucaje excelente, logra mantener en vilo a los espectadores. Después de esta vi, al día siguiente, El hombre que sabía demasiado, la de 1934 con ese icono del cine que fue Peter Lorre y me extrañó que de ella hiciera el propio Hitchcock un remake, pero no de esta. Es cierto, eso sí, que Alarma en el expreso es bastante más redonda que la primera versión de El hombre que sabía demasiado, y eso podría justificar que no viese Hitchcock la necesidad de una actualización, y no le faltaba razón. Tiene, Alarma en el expreso, un punto de magia cinematográfica que apela a la ilusión entregada de los espectadores por encima de cualesquiera posibles defectos de facturación técnica, de ahí que nos dejemos llevar por esa narración salpicadísima de excelente humor y llena de un suspense conseguido con la maestría habitual de sir Alfred.


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