Los pródromos de la Guerra se Secesión en USA: Camino de Sante Fe o la lacra del racismo
en un país en construcción.
Título original: Santa Fe Trail
Año: 1940
Duración: 110 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Michael Curtiz
Guion: Robert Buckner
Música: Max Steiner
Fotografía: Sol Polito
Reparto: Errol Flynn,
Olivia de Havilland, Raymond
Massey, Ronald Reagan, Alan Hale, Van Heflin, Ward Bond,
William Lundigan, Guinn Williams.
Lo sé, Errol Flynn fue un
germanófilo, simpatizante de Hitler y aun hasta algunas fuentes dicen que espío
para su Régimen, pero ¿hay otra sonrisa como la de sus héroes en pantalla,
usualmente, además, al servicio de los desfavorecidos?, ¿algún sentido del
humor como el suyo, que comienza por dudar de su propia misión heroica? Por
otro lado, ha de reseñarse también en su quehacer cinematográfico, que su último
proyecto fue Cuban Rebel Girls (1959), un alegato pro-castrista escrito,
coproducido y narrado por él mismo, lo que muestra la indudable complejidad de
su persona. Para mí Flynn es la encarnación del perfecto galán cinematográfico,
sobre todo del cine de aventuras, su especialidad, y habremos de esperar hasta
el triunfo de Cary Grant para descubrir un perfecto émulo de ese carisma que erige, al poseedor, en una estrella
indiscutible del séptimo arte. Aquí lo tenemos, haciendo dúo con De Havilland,
como en tantas otras películas, protagonizando un extrañísimo western como
cadete recién salido de West Point, después de haber protagonizado un alboroto castrense
al enfrentarse a puñetazos a un defensor del abolicionismo que le restregaba su
condición de sudista poseedor de esclavos. Ese cadete abolicionista acabará,
después de ser expulsado por haber intentado hacer propaganda política en la
Academia -¡el peor de los delitos!, en palabras del director de la Academia- ,
uniéndose a la patria de John Brown un mesiánico abolicionista que, harto de
que no se aboliera la esclavitud por medios pacíficos, decide empuñar las armas
para lograrlo por la fuerza. Los hechos de la película son históricos y
constituyen una oscura página de la Historia usamericana, a juzgar por los
detractores y defensores del mesiánico y rígido abolicionista dispuesto a
conseguir por la fuerza el derecho a la libertad de los esclavos negros, a los
que va liberando y llevando a un estado, Dakota, que aún no pertenece a la Unión.
Es llamativa la presencia de jóvenes cadetes como Custer -interpretado nada
menos que por Ronald Reagan, quien llegaría a ser Presidente de Usamérica- y Jeb
Stuart, interpretado por Flynn quienes,
poco tiempo después, militarían en bandos opuestos en la Guerra de Secesión. El
western es excelente. Tiene una fotografía llena de claroscuros que lo acercan
a un ti bio expresionismo y una mezcla de drama y comedia que recuerda mucho
las películas de John Ford, en quien seguro que Curtiz se inspiró. Hay una
historia de amor en forma de trío, Stuart y Custer se disputan el amor de De
Havilland, que está metida como con calzador, porque la trama gira en torno a
las acciones de fuerza de John Brown y a los intentos del ejército de controlar
la expansión de bandas al margen de la ley que hagan imposible la vida en los
territorios, tanto en los esclavistas como en los unionistas. A la película se
la ha acusado de prorracista, por el modo maniqueo como se presenta al
abolicionista Brown, sobre quien Thoreau escribió un alegato en su defensa –( http://www.famous-trials.com/johnbrown/618-thoreauplea)-
que viene a rectificar en gran medida la presentación que se hace n la película
de Brown como un loco fanático que se cree el instrumento de Dios para liberar Usamérica
de la esclavitud. La película es una película de acción, y las escenas de las
cargas de la caballería del ejército y las diferentes luchas contra Brown son
muy meritorias e impactantes. Hay lugar incluso para una situación de desenlace
imposible, acorralado en un pajar al que los abolicionistas prenden fuego para
matar al espía -Flynn- que busca la ruina de su santa causa, muy lograda; pero, insisto, lo más llamativo de la película
es la galería de personajes que o bien simpatizan con el esclavismo o lo
contemplan desde un lado paternalista, como en el caso de Flynn, pero del que
todos ignoran que, como predice una adivina india, acabará enfrentando a
quienes hasta ese momento forman parte de un único ejército. Esa escena de la
predicción de la india, en la que los rostros van cambiando a medida que
intuyen el aciago porvenir que dibuja la profecía, y que acaba en un estallido
de risas a las que no le cabe otro calificativo que el de “nerviosas”, porque
son las típicas risas que quieren ser descreídas para no delatar la
preocupación de que lo profetizado acabe convirtiéndose en verdad, como así
fue. Es evidente que la película asume el punto de vista de la institución
militar, garante de la supervivencia de la Unión, y que, en consecuencia, a
Brown se le presenta como un forajido cuyo objetivo es trastocar el orden
social liberando a los esclavos negros y alterando, por consiguiente, un orden
económico en el que el uso y abuso de los esclavos garantizaba el poder a los
propietarios de raza blanca sureños. La escena del tren, por ejemplo, es clave:
dos racistas quieren que los negros no viajen en su mismo vagón, a pesar de que
sean ciudadanos libres. Su guía, que los lleva a Kansas, para que puedan llevar
una vida libre, alejados de los estados del sur, acaba disparando y matando a
quien quiere echarlos del vagón, del que el se lanza para acabar presentándose
ante Brown, quien solo le reprocha que haya abandonado a la familia negra a su
suerte, lo que prueba el compromiso inequívoco en pro de sus ideales, nobilísimos,
aunque los defienda de una manera fanática y equivocada, a través de la violencia.
De algún modo, el caso de Brown tendría su equivalente en el terrorismo que
busca conseguir objetivos políticos mediante la violencia, porque por sus pasos
contados en la paz jamás llegarán a alcanzarlos. Camino de Santa Fe, así pues, es una extraña película política en
clave de western y con una floja historia de amor que no condiciona el
excelente ejercicio de cine de acción que Curtiz nos ofrece. Curtiz, por otro
lado, era un profesional de la dirección, y el hecho de que en Casablanca queden
tan claras sus preferencia políticas nos permite abstenernos de achacarle a él
un planteamiento que sin caer en la apología del racismo tampoco defiende, como
hubiera sido menester, la causa del abolicionismo, y de esa cojera es de lo
único que se resiente la película, por lo demás, ya digo, una cinta de acción rodada
con nervio y escenas espectaculares que satisfarán a los aficionados al género
y a cualquier cinéfilo. Si añadimos las secuencias cómicas, que haylas, Curtiz
nos permite intuir qué hubiera sido capaz de hacer John Ford con ese guion tan ambiguo.
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