viernes, 9 de octubre de 2020

«I love trouble» y «Lust for gold», de S. Sylvan Simon: dos joyas de un magnifico director ignorado.


Un thriller de lo mejor del manual y un western con Glenn Ford y Ida Lupino en el cénit de su bien hacer… El mejor programa doble posible en estos tiempos de pandemia y estrenos anémicos… 

Título original: I Love Trouble

Año: 1948

Duración: 93 min.

País:  Estados Unidos

Dirección; S. Sylvan Simon

Guion: Roy Huggins (Novela: Roy Huggins)

Música: George Duning

Fotografía: Charles Lawton Jr. (B&W)

Reparto: Franchot Tone, Janet Blair, Janis Carter, Adele Jergens, Glenda Farrell, Steven Geray, Tom Powers, Raymond Burr, John Ireland.

 

Título original: Lust for Gold

Año: 1949

Duración: 90 min.

País: Estados Unidos

Dirección: S. Sylvan Simon, George Marshall

Guion: Ted Sherdeman, Richard English (Libro: Barry Storm)

Música: George Duning

Fotografía: Archie Stout

Reparto: Ida Lupino, Glenn Ford, Gig Young, William Prince, Edgar Buchanan, Jack Tornek, Will Geer, Paul Ford, Hank Bell, George Morrell, Paul E. Burns, John Roy, Bill Wolfe, Edmund Cobb, Chalky Williams, George Chesebro, Suzanne Ridgeway, Myrna Dell, Dorothy Vernon, Eddy Waller, Si Jenks, Kermit Maynard, William Tannen, Ray Jones.

 

         La cinta de correr en el gimnasio no deja de depararme gratas sorpresas mayúsculas, como la del descubrimiento de un director de quien, sin reparar en su autoría, solo vi antaño, creo recordar, la de Abbot y Costello, una pareja de la que me gustó, sobre todas, la extraordinaria película de terror que hicieron, Abott y Costello contra los fantasmas, de Charles Barton, porque el terror logró incluso sobreponerse a la comedia, ¡que ya tiene mérito! ¡Y cómo no, apareciendo el propio Bela Lugosi! Como Franchot Tone es un actor que siempre me ha gustado, imaginé que, aun no conociendo al tal S. Sylvan Simon (y ya es curioso que sea el primer nombre el que se «elide», cuando suele ser el segundo, excepto en el caso del psicólogo B.F.Skinner, cuya B pertenece a Burrhus…, pero no he logrado saber qué esconde la S. de Sylvan Simon), la película, un thriller, sería «visible».  Y así ha resultado ser.

         Escrita por Roy Huggins a partir de una novela suya, I love trouble tiene el mérito de haber sido algo así como el episodio piloto de lo que luego se convertiría en la serie para televisión creada por el propio Huggins 77 Sunset Strip (el nombre coloquial con el que se conocía la famosa calle Sunset Boulevard, 39 quilómetros de longitud…, que haría famosísimo en todo el mundo Billy Wilder con su película de igual nombre…) y protagonizada, ¡aún hoy me acuerdo del nombre!, por Efrem Zimbalist Jr. La película se ajusta escrupulosamente a los cánones del género con un detective privado de por medio que se ve envuelto en un oscuro caso en el que parece que sus servicios tienen más de tapadera que de lupa, porque todas las pistas que sigue, para un marido a medias celoso y angustiado, parecen conducir a laberintos sin salida. Eso sí, a Franchot Tone lo rodearon de cuatro bellezas despampanantes, cuatro mujeres fatales, no vampiresas, ojo, que le complican la vida durante todo el metraje. Adviértase, sin ir más lejos, el poderoso erotismo explícito del cartel... La presencia elegante de Tone, su dicción exquisita y las maneras de dandy con que igual trata con ellas que con el trío de matones del dueño de un cabaret donde supuestamente trabajó quien acabó huyendo  con 40.000 dólares de él, un trio en el que destacan dos «malos» de lujo del cine negro: John Ireland y Raymond Burr, este en sus comienzos, aunque ya había tenido un papel de entidad, mayor que el que tiene aquí, en Desesperado, de Anthony Mann. La dirección de Sylvan acentúa el contraste del claroscuro, tanto en interiores como en exteriores, y sigue los pasos de su protagonista por cuantos espacios propios exige el género. Incluso cuando parece derrotado por la terrible paliza que recibe, Stuart Bailey, el detective, se las ingenia para despistar a los bobos chicos malos… con una evasión por la ventana, con sábanas anudadas que le quitan el peligro de encima… Los diálogos con las mujeres fatales, y ahí hemos de incluir el muy divertido con la camarera escultural que lo atiende en la cafetería, son de lo mejor de la película, aunque toda ella se va oscureciendo a medida que irrumpe la violencia y no queda nada claro cuál sea el verdadero objetivo del marido que le encarga la búsqueda de su esposa desaparecida. La sobriedad en la interpretación, la puesta en escena muy apropiada y el quebradero de cabeza que le causa al espectador la identificación de mujeres que cambian de nombre y que se parecen tanto que ya no sabe en presencia de cuáles está ni qué relación tienen con la trama confirma lo que los primeros compases de la película daban a entender, que estamos ante un peliculón de cien negro que nada tiene que envidiarle a los clásicos de Marlowe, por ejemplo. Mi recomendación es que adquieran el DVD que se vende. Yo la vi en Youtube y la copia usada es más que deficiente; pero sobre una cinta de correr no puede uno ser muy exigente…

         Lust for Gold reúne a dos estrellas consagradas de Hollywood, nada menos que Glenn Ford, que ya había rodado Gilda, de Charles Vidor, y Ida Lupino, que había rodado El último refugio, de Raoul Walsh, con Humphrey Bogart, un película que recién he visto ayer, antes de ponerme a redactar estas notas entusiastas sobre el programa doble de Sylvan Simon. La presencia de ambas estrellas tarda en aparecer, porque la película parte del presente para, en un flash back retrotraerse al tiempo del bisabuelo del protagonista, quien descubrió la mina de oro que los indios apache habían condenado mucho tiempo atrás, arerbatándosela a los mejicanos que pretendían explotarla.   El bisabuelo, en compañía de un viejo, sigue a un mejicano que conoce la existencia de la mina. Al llegar a ella, acaba con la vida de todos y se queda él solo con la mina, para pasmo de un pueblo que lo recibe con honores de héroe. En ese momento se inicia el «romance» entre la dueña de la panadería y pastelería de la ciudad, casada con un hombre al que no ama, pero al que ha de guardar felicidad porque es el encubridor de un asesinato cometido por ella. Cuando él se percata, en una escena brillante en la que el primer plano en sombras de la espalda de él tiene como fondo de la imagen el beso de quienes quieren traicionarlo para quedarse con su oro, la película da un giro hacia la perversidad más que notable. Las bajas pasiones afloran y las caretas caen. Es un guion escrito mil veces y que en el cine ha tenido muestras tan excelentes como El tesoro de Sierra madre, de John Huston, por ejemplo, rodada solo un año antes de la presente. No importa, dicha cercanía, porque Sylvan consigue una película redonda, a la altura sin lugar a dudas de la de Huston, y con unas interpretaciones de Ford y de Lupino que dejan sin respiración a los espectadores, sobre todo en el primer final, el del flash back. El segundo final, el capitulo del presente, en el que se narra que muchos ilusos emprendieron la ruta de «Superstición», así se llama el camino que atraviesa una sierra desértica donde, en los últimos años, han hallado la muerte no menos de cuatro buscadores de la mina, el descendiente de aquel alemán que se quedó violentamente con la mina se acabará enfrentando a quien se ha erigido en «protector» de ese oro que algún día acabará siendo suyo. Quién sea ese asesino es algo que no se sabrá hasta el desenlace de la película, por supuesto.

         La película convierte la sierra donde se halla la mina en una suerte de protagonista indirecto de la película, porque en sus riscos no solo transcurre buena parte del metraje, sino que su áspera presencia impone su ley a los ambiciosos y a los tramposos, como si el oro emitiera una maldición que alcanza a quienes lo descubrieron y a quienes aspiran a redescubrirlo.

         A pesar del excelente reparto, me sigue extrañando que esta película de Sylvan no haya tenido el reconocimiento que merece. Como está catalogado entre los «maestros artesanos», tengo para mí que muchos se han quedado con la copla de la «artesanía», en vez de con la de la «maestría», que es la que por derecho estético y narrativo le corresponde. Salgo de este conocimiento de Sylvan con la intención, si puedo, de ver un par de obras suyas que prometen. Les tendré al tanto…

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