¡Pero cómo es
posible que El intruso no sea considerada una de las mejores películas
antirracistas jamás rodadas!
Título original: The Intruder
Año: 1962
Duración: 84 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Roger Corman
Guion: Charles Beaumont. Novela: Charles Beaumont
Música: Herman Stein
Fotografía: Taylor Byars
(B&W)
Reparto: William Shatner, Frank Maxwell, Beverly Lunsford, Robert
Emhardt, Leo Gordon, Charles Barnes, Charles Beaumont, Katherine Smith, Bo
Dodd, William F. Nolan.
Acabo de terminar de ver El
intruso, de Roger Corman y, a pesar de estar atareado en la recensión de Vida
privada, de Sagarra, y en mis propios asuntos, no he podido por menos que
dejarlo todo y plantarme en este Ojo
con esa exclamada pregunta que urge una respuesta de la legión de críticos
profesionales que han pasado por alto una verdadera joya cinematográfica como
es esta película del todoterreno Roger Corman, una institución en sí mismo del
Séptimo Arte, como le fue reconocido con el Oscar honorífico a su contribución.
La película fue un fracaso de taquilla,
pero recordemos que estamos en 1962, cuando se inicia con fuerza el Movimiento
por los Derechos Civiles de los negros, sobre todo en el sur del país. Desde
que se inicia la película, siguiendo la entrada de un autobús que entra en una ciudad sureña al ritmo de una música de la que se podría decir que hasta
tiene contenido narrativo en sus notas, con un pasajero atildadísimo, con gafas
de sol que llega a la ciudad y se hospeda en un hotel en el que acaba siendo
compañero de piso de una pareja no muy bien avenida que acabará teniendo una
importancia decisiva en la trama., el espectador intuye que en esas secuencias está
el germen de una gran película, a fuerza de modestia y de excelente planificación,
porque buena parte de la obra transcurre en exteriores, lo que abarata
notablemente el presupuesto, algo en lo que era especialista Roger Corman:
sacar petróleo golpeando con una varita en la roca. Ese intruso, que responde al nombre de Adam Cramer, es, además, nada menos que William Shatner, quien, cuatro
años después, se convertiría en el famoso capitán Kirk de Star Trek.
Aquí, decididamente, da el papel de agitador racista con una propiedad
absoluta, y la trama lo convierte no solo en seductor de masas escasamente
ilustradas y fervorosamente racistas, sino en seductor de jovencitas y maduras
en ardiente celo, un papel que borda Jeanne Cooper en una escena desbordante de
pasión que pasa de los cuerpos abrazados de la pareja adúltera a su reflejo en
penumbra en la superficie oscura de un espejo, un detalle de dirección que,
como muchos otros a lo largo de la película, le confieren a la película un
estatus artístico que va mucho más allá del virtuoso contenido de la tesis
antisegregacionista de la película.
Lo excelente de
la película, que transcurre el primer día en que los jóvenes negros van a
incorporarse, de acuerdo con la ley, a las High Schools públicas, frente
a la resistencia activa de los blancos racistas, es que nos muestra el problema
desde la complejidad del mismo, no desde la tranquilizadora dicotomía del bien
y del mal con que se suele despachar este tipo de asuntos en los que los
límites del bien y del mal están tan nítidamente perfilados. El director del
diario local, por ejemplo, está convencido de la bondad de la ley de integración,
y ello le acaba costando la pérdida de un ojo y casi la propia vida, por la
paliza que las turbas agitadas por «el intruso», promotor del Ku-Klux-Klan, le infligen.
Su mujer, sin embargo, no es partidaria de la integración, sin considerarse particularmente
«racista» por ello. La hija piensa como la madre y tendrá un papel importantísimo
en ese último tramo de la película, cuando nos acercamos a la posibilidad del
linchamiento de uno de los alumnos por la supuesta agresión sexual de que ella
es víctima.
Con extras locales
contratados para la película, cuyos rostros componen un auténtico retrato de lo
que peyorativamente conocemos como «la América profunda», la película de Corman
describe a la perfección a los personajes principales de la trama y capta el
ritmo vital de esas pequeñas comunidades en la que los negros viven en las
afueras, segregados, alejados de los blancos. Son dos las películas
antirracistas que llevan al gran público el tema: Sargento negro, de
John Ford y Matar a un ruiseñor, de Robert Mulligan. Lo que me extraña
sobremanera es que El intruso no sea la tercera pata de la banqueta, porque está
a la altura de ambas y con ellas se codea de igual a igual, y aun con un toque
de intensidad realista que acongoja al espectador, como el famoso discurso del
activista kukluxklanero ¡que tanto recuerda en todo momento a los que hemos
oído en boca de los activistas del prusés en Cataluña durante diez años!
Que conste que,
de alguna localidad donde filmaron, el equipo de Corman hubo de salir por
piernas, acusados todos de «comunistas», algo, en el sur, casi peor que ser
defensor de la integración racial. Con todo, Corman consigue filmar una historia
perfectamente trabada y coherente, basada en la novela de uno de los actores,
Charles Beaumont, autor también del guion. A pesar de la violencia implícita en
la historia, no se trata de una película que explote el lado sensacionalista de
lo sanguinario, aunque hay muertes, en efecto e intento de linchamiento, como
es de rigor donde la ley de Lynch acabó siendo eso mismo: «ley». El desfile del
Ku-Klux-Klan, con el incendio de la cruz, contemplada después desde la ventana
de la habitación del hotel donde el seductor de masas seduce a la mujer del
viajante de comercio, quien al principio de la película se nos muestra como un
salvaje que abusa de su mujer y que tendrá una secuencia espectacular con el «intruso»,
está realizado de un modo tan austero como eficaz. Corman sabía conseguir
efectos de película de gran presupuesto con muy poquito, y eso, a los
partidarios del teatro pobre de Grotowsky siempre nos parece un valor añadido.
En fin, si
alguien quiere acercarse a los primeros momentos de lo que fue aquella lucha
aún no acabada en pro de los derechos civiles de los negros en Usamérica, hará
muy bien en acercarse a esta auténtica joya olvidada que merece una revisión crítica
urgente. El desdichado Corman, intentó reflotarla comercialmente, cambiándole
el título hasta dos veces más, pero bajo el original, The Intruder, consiguió
una obra clásica, por la dirección, la impecable estructura del guion y unas
interpretaciones de muchos quilates. ¡No se la pierdan! La tienen en versión
original en YouTube.
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