jueves, 15 de julio de 2021

«Reina y patria», de John Boorman, la mirada autobiográfica.

 


Segunda parte de la autobiografía de John Borman, iniciada con Esperanza y gloria o una visión crítica y ácida del ejército británico y la educación sentimental de una generación. 

Título original: Queen and Country

Año: 2014

Duración: 114 min.

País: Reino Unido

Dirección: John Boorman

Guion: John Boorman

Música: Stephen McKeon

Fotografía: Seamus Deasy

Reparto: Callum Turner, Caleb Landry Jones, David Thewlis, Richard E. Grant, Tamsin Egerton, Vanessa Kirby, Sinead Cusack, David Hayman, Brian F. O'Byrne, Gerran Howell.

 

         Más de 32 años después de Esperanza y gloria, en la que Boorman evocaba su infancia durante los bombardeos de Londres, el director avanza unos años y evoca su adolescencia en el servicio militar forzoso cuando fue reclutado durante el transcurso de la Guerra de Corea, aunque se mantuvo en la retaguardia en labores de formación de reclutas para convertirse en escribientes. La vida del acuartelamiento adonde llega como recluta, aunque no tardará en promocionar a sargento, junto con su inseparable «compañero de armas», senos describe con un tono de comedia no exenta incluso de gags muy buenos, como el saludo del soldado aquejado de una hernia, y  con quien ambos están compinchados para hacerles la vida imposible a dos mandos hiperautoritarios a quienes se la tienen jurada. De forma paralela, la vida extramuros del cuartel, con la iniciación sexual y amorosa de los jóvenes se convierte en una segunda línea narrativa que aumenta el interés de la trama y nos depara escenas muy bien descritas. Todo ello está filmado con una elegancia propia de quien está en la cumbre  de su oficio y no ha perdido ni un ápice, a sus 81 años (la película es de 2014), de su excelente hacer tras la cámara, un oficio acreditado en películas como Deliverance o Excalibur, por poner dos ejemplos de cine muy distinto, pero de idéntica  calidad.

         La película se inicia con el recibimiento de la carta de reclutamiento, tras una escena en la que el joven nada en las proximidades de su hogar —vive en una isla a la que solo se accede cruzando el estrecho canal con un bote—, lindante con las instalaciones de una productora de cine, momento en el que están rodando una película en la que un oficial alemán es disparado y cae al agua, muy cerca de donde él nada. Ello explica, en la narración, la devoción que el joven, rebelde y antimilitarista, siente por el cine, y que comparte, siquiera parcialmente, con su compañero de fatigas. Algunos críticos han discutido la elección del doble del director, Callum Turner, aunque a mí me parece que una cierta ingenuidad de base, mezclada con una integridad ideológica, está perfectamente encarnada por el joven actor. Su compañero de fatigas, el magnífico Caleb Landry Jones, a quien descubrí por primera vez en la muy efectiva Antiviral, de Brandon Cronenberg, se lo come en cada plano y en cada secuencia, pero es que estamos hablando de un actorazo de esos que salen uno por generación, que conste. La situación peculiar de la casa, idílica, podríamos decir, parece hablarnos de una suerte de fábula, y hasta incluso la temporada militar parece propia de ese género, como si estuviéramos en una comedia de Plauto y sus miles gloriosus, o en Catch-22, de Mike Nichols o M*A*S*H*, de Robert Altman, entre otras.

         Es cierto que a medida que avanza la película, cuando los reclutas que pasan por el centro de formación acaban yendo al frente, a Corea, la película, junto con la historia de la relación del protagonista con una joven perteneciente a la aristocracia, a quien acaba identificando en la ceremonia de coronación de Isabel II y que tiene una tormentosa historia amorosa que acaba con ella en el hospital, va agriándose por momentos, como si el tono de comedia que ha dominado el primer tercio de película dejara paso, en el proceso de iniciación de los jóvenes a una madurez compleja y llena de claroscuros a los que habrán de enfrentarse para encontrar su lugar en el mundo.

         El tono, a medio camino entre la narración autobiográfica y la crónica de una época está logradísimo. Boorman conjuga a la perfección el retrato de los personajes con la crítica de la institución militar, por más que ese retrato lo presida un estupendísimo sentido del humor que, en gran parte, cae sobre las espaldas interpretativas del soldado raso herniado, perfectamente interpretado por Pat Shortt, cuya vis cómica e ingenio para escaquearse en el servicio corren a la par. Destaquemos la magistral escena en la que, como quien no quiere la cosa, con una canción silbada se nos informa de un cambio en el trono de Inglaterra... Está fuera de duda que el resto del reparto, como sucede en las películas británicas, raya a una altura acorde con su espléndida cinematografía. De hecho, creo que aún está por escribirse una Historia del Cine que se fije, no tanto en las grandes estrellas cuanto en esos actores y actrices modestos —«secundarios» los llamamos, sin saber lo que decimos…—, sin cuya participación profesionalísima muchas películas no valdrían lo mucho que hoy todos decimos que valen.

         El cine británico se caracteriza, entre otras cosas, por la exquisitez formal con que enfoca lo que denominamos «cine de época» y eso se advierte en la majestuosa puesta en escena de la película, tanto en el cuartel cuanto en la casa familiar del protagonista, donde su compañero de fatigas acaba encontrándole sentido a su vida, a pesar de haber sido sentenciado en un consejo de guerra a pasar cuatro meses en una prisión militar, y el viaje con su amigo, quien lo lleva esposado para entregarlo en la prisión, es uno de esos momentos inspirados de la película, que tiene muchos, como el del enamoramiento del protagonista al contemplar la nuca desnuda, en un concierto, de la joven aristócrata conflictiva.

         En fin, tengo ya ganas de ver la primera entrega, Esperanza y gloria, que me trae a la memoria títulos inolvidables como Clamor de indignación, de Charles Crichton, la primera película de los Ealing Studios, entre otras…

 

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