jueves, 29 de julio de 2021

«Un cuento de Navidad», «Tres recuerdos de mi juventud» y «Los fantasmas de Ismael», de Arnaud Desplechin, la “Trilogía de Roubaix”

 

Título original:  Un conte de Noël

Año: 2008

Duración: 150 min.

País:  Francia

Dirección: Arnaud Desplechin

Guion: Arnaud Desplechin, Emmanuel Bourdieu

Música: Grégoire Hetzel

Fotografía: Eric Gautier

Reparto: Catherine Deneuve, Jean-Paul Roussillon, Mathieu Amalric, Anne Consigny, Melvil Poupaud, Emmanuelle Devos, Chiara Mastroianni, Hippolyte Girardot, Laurent Capelluto, Françoise Bertin.

 







Título original:  Trois souvenirs de ma jeunesse

Año: 2015

Duración: 123 min.

País: Francia

Dirección: Arnaud Desplechin

Guion: Arnaud Desplechin, Julie Peyr

Fotografía: Irina Lubtchansky

Reparto: Mathieu Amalric, Quentin Dolmaire, Lou Roy-Lecollinet, André Dussollier, Dinara Drukarova, Cécile Garcia-Fogel, Françoise Lebrun, Irina Vavilova, Olivier Rabourdin, Léonard Matton.

 









Título original: Les fantômes d'Ismaël

Año: 2017

Duración: 110 min.

País:  Francia

Dirección: Arnaud Desplechin

Guion: Arnaud Desplechin

Música: Grégoire Hetzel

Reparto: Mathieu Amalric, Marion Cotillard, Charlotte Gainsbourg, Louis Garrel, Alba Rohrwacher, Hippolyte Girardot, Samir Guesmi, Laszlo Szabo.

 

      Las tormentosas relaciones humanas, familiares y amorosas, rodadas con una sensibilidad muy personal y una luminosa imaginación visual.


  Una inmersión acuciada por la visión de la última entrega de una suerte de «saga» en la que van apareciendo personajes arraigados en Roubaix, pero con un considerable laberinto de reencarnaciones, buena parte de ellas complementarias, a partir de un personaje, Dedalus, tras el que se intuye un discreto intento de narración autobiográfica, más la contribución determinante de la elección de Mathieu Amalric como hilo vagamente conductor del baile de personalidades a través de las cuales se nos narran las fases de una suerte de educación sentimental que va desde la adolescencia y primera juventud hasta la madurez conforman un fresco cinematográfico de máximo interés en el que se exploran atormentadas psicologías en relaciones de muy diferente naturaleza. En la base de todo ello hay una película coral, Un cuento de Navidad, en la que, como en las dos siguientes, Tres recuerdos de mi juventud y Los fantasmas de Ismael, nos acercamos a una personalidad muy compleja que se mueve a medio camino entre la desesperación por no ser amado y la búsqueda del amor.

Las tres películas pueden verse independientemente, no tienen una continuidad narrativa, ni todos los personajes que en ella aparecen son los mismos, aunque la historia de los hermanos que se odian y repelen se extiende desde la primera hasta la última. Cambian las circunstancias, eso sí, pero el extremismo temperamental del protagonista permanece impertérrito, en parte acosado por esos fantasmas que se concretan en la última película y que se gestaron en la segunda: la aventura de espionaje tras el telón de acero, que, en la tercera, dan pie al rodaje de una película en la que el tal Dedalus es el personaje central sobre el que gira la acción de un rodaje que el director interrumpe para regresar a casa de su tía en Roubaix, donde, en la segunda película, se había refugiado para huir de los malos tratos de su padre tras el suicidio de la madre, poco antes de lanzarse a la aventura casi de indigente en la universidad de París, donde busca especializarse en antropología. ¿Me siguen? Pues no falta que hace, porque estoy tratando de crear una suerte de cadena cronológica que no existe en las películas, todos ellas tan individuales que mi intento de agruparlas en una suerte de «trilogía» lo tiene todo de esfuerzo baldío. Aunque quizás no vaya muy desencaminado…

         Un cuento de Navidad, con un comienzo a través de dibujos recortados, al estilo del teatro de sombras, en el que se nos narra el nacimiento y muerte por leucemia del primogénito de una familia de Roubaixa quien no pueden salvar, por ser incompatibles ni su hermana, ni otro hijo, Henri, concebido para ese fin ni, por supuesto, el último hijo, Ivan, que nace seis años después de la muerte del primogénito, Joseph. Al poco, la película se adentro en las más que tensas relaciones entre la hermana y Henri, a quien odia, y a quien le paga unas deudas con la condición de no volverlo a ver. La hermana, divorciada,  tiene un hijo con problemas psíquicos que intenta suicidarse, lo que le genera un desasosiego notable. Con motivo de la fiesta de Navidad,  Henri se presenta con una acompañante que, sin embargo, no se queda para celebrar el día señalado. Sabemos, entonces, que la madre, representada con una desbordante naturalidad por una «amatronada» Catherine Deneuve, padece de una leucemia que solo puede tratarse con un trasplante de médula: hechas las pruebas, solo dos familiares son compatibles, el nieto, Paul Dedalus, y su tercer hijo, Henri, el rechazado. En esas jornadas, en las que incluso un primo se reúne con ellas, quien está enamorado apasionadamente de la esposa de Ivan, acabarán sucediéndose los encuentros y desencuentros entre los miembros de la familia. Y allí veremos el acercamiento entre Paul Dedalus y Henri, el progresivo derretimiento de las distancias que marca la hermana y el adulterio de la mujer de Ivan con su primo. El grado de intimidad con que Desplechin narra las historias cruzadas de los miembros de la familia, con una delicadeza extrema tanto en el uso de los primeros planos, como en los interiores en penumbra por los que los personajes van escribiendo torpemente sus conflictos, todo ello subrayado por una música minimalista que puntúa, usualmente con el piano, los movimientos pausados de quienes viven muy serios conflictos, consigue que entremos muy adentro de esos conflictos, que los vivamos con una intensidad que nos permite seguirlos con verdadero interés. Como se advierte, estamos ante una familia en modo alguno «normal», esto es, exenta de serios conflictos de todo tipo. Las películas de reuniones familiares tienen cierta tradición en Francia, y son lo que son: un auténtico microcosmos en el que explorar las pasiones humanas y nuestras miserias y grandezas. Un cuento de Navidad cumple sobradamente lo que promete, y la naturalidad con que Desplechin levanta ante nuestros ojos curiosos ese tapiz de relaciones merece un entusiasta visionado. Como he visto su obra en sentido inverso, esta fue la tercera, me sorprendió el modo como ha ido sofisticando la puesta en escena de sus películas, porque la última, Los fantasmas de Ismael, se acerca poderosamente a las imágenes visionarias del surrealismo, por ejemplo.

         En Tres recuerdos de mi juventud Paul Dedalus es interpretado por Mathieu Amalric, quien, en la anterior, había sido su tío. Lo vemos en una misión en el extranjero, tras la que evoca su primera misión, siendo un adolescente, en la RDA. Sin solución de continuidad, el joven adquiere el protagonismo y se nos narra su despertar sentimental y sexual y su vocación estudiosa, lo cual cumple, auspiciado por su tía de Roubaix a cuya casa se va a vivir huyendo de los malos tratos del padre. La biografía del joven, en una película directamente inspirada en Truffaut, narra el nacimiento de un gran amor y la decepción consiguiente, cuando la realidad de una personalidad provinciana, de muy cortos alcances e intereses, frente a la sed de conocimiento del joven Dedalus y su aventura en el París en el que malvive aquí y allá y se abre a todo tipo de experiencias, las sexuales incluidas, y, sobre todo, las del conocimiento en la Universidad. La tensión emocional de un amor que deja de serlo y se convierte en algo así como un compromiso, pero al que se quiere recuperar cuando es abandonado por el recambio que significa el amigo al que ese amor había postergado, está perfectamente descrito en su complejidad de amor adolescente sin recursos propios para iniciar una vida en común; un amor que ha marcado la vida del protagonista hasta un punto hasta el que jamás hubiera sospechado que llegaría, como se conforma cuando se reencuentra, en la madurez, con el amigo que «se la robó» aprovechando sus ausencias parisinas. En el fondo, esos recuerdos de juventud suponen, para el protagonista, algo así como el asentamiento de la duda sobre su propia personalidad, compartida con un doble al que le dio su documentación para poder escapar del yugo comunista.

         Los fantasmas de Ismael, sin embargo, acaso la más complicada argumentalmente de las tres, retoma el enfrentamiento entre dos hermanos, Ismael, nuevo en la «saga» y Dedalus, y añade la insólita resurrección de la primera mujer de Ismael tras veinte años de ausencia, durante los cuales ha sido oficialmente dada por muerta. Como tiene una nueva relación estable, la llegada de la resurrecta, que no ha dado señal de existencia ninguna durante esos 20 años  va a complicar su vida emocional, del mismo modo que va a significar un trauma en la vida de su padre, quien ha sido diligentemente atendido por su marido y quien se niega a admitir que quien se presenta ante él como su hija lo sea de verdad, en vez de ese fantasma del título. Ismael es director --de cine y está rodando una película sobre su hermano, el espía Dedalus, que el mismo actor interpretó, parcialmente, en Tres recuerdos de juventud. Si tuviera que arriesgar un juicio crítico sobre la película, diría que Desplechin aúna la influencia de dos directores muy distintos entre sí: Truffaut y Godard. Del primero toma el análisis de las pasiones y la tormentosa vida amatoria de los personajes; del segundo, la pasión por el cine y la creación de imágenes capaces de llegar, a fuera de concretas, a la abstracción, como la imborrable secuencia en la que, sobre una sábana banca atravesada por un suave bationdeo, el director proyecta las imágenes aún no rodadas de su película, para pasmo del productor que ha ido a compartir con él su ostracismo en Roubaix, en la que fuera la casa de su tía lesbiana donde se refugió para huir de la violencia de su padre cuando era niño, escenas que vimos en la segunda película, Tres recuerdos de juventud. Es evidente que el protagonista, Ismael, tiene una seria perturbación de la percepción de la realidad y, sobre todo, de su propio hermano, Dedalus, quien, cuando es interrogado por el productor al respecto, rehúye cualquier contacto con su hermano, de quien nada quiere saber y a quien Ismael, a su vez, da por muerto, en una versión distorsionada de su propia historia y de la película que se basa en el hermano. Lo innegable, con todo, es la potencia visual de las imágenes de Desplechin, quien sabe sacar un excelente partido a una depurada puesta en escena, lo que le permite crear una atmósfera de desasosiego que se apodera del espectador, quien nunca tiene un agarradero firme para distinguir la realidad de la ficción, porque esa lucha es la lucha interior del protagonista.

         Conozco al autor por primera vez, y he de reconocer que mi debilidad por el buen cine ha encontrado en sus películas un motivo de regocijo. Me gusta de él el ritmo lento con que la cámara acompaña a los personajes, los barridos descriptivos y cierta premiosidad en el desarrollo de las escenas: nada se precipita, aun a pesar de los conflictos acezantes del protagonista, todo discurre dentro de ese ritmo que está subrayada siempre por una elección musical acorde plenamente con la atmósfera creada. La interpretación de Amalric quizá peque de una levísima sobreactuación, pero la de Marion Cotillard y Charlotte Gainsborough se ajustan al extraño triángulo con sorprendente ductilidad. Quiero dejar constancia de lo mucho que me ha complacido adentrarme en la obra de Desplechin, y espero nuevas entregas con mucho interés.

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