sábado, 24 de diciembre de 2022

«José Luis López Vázquez: ¡Qué disparate!», de Roberto Oltra, un homenaje.

 

Una oportunidad desaprovechada, aunque de buen ver para devotos y rendidos admiradores como servidor…

 

Título original:  José Luis López Vázquez: ¡Qué disparate!

Año: 2022

Duración: 83 min.

País:  España

Dirección: Roberto Oltra

Guion: José Luis López Magerus, Roberto Oltra

Reparto: José Luis LópezVázquez

Música: Juan Antonio Simarro

Fotografía: Andrés Torres, Javier Caballero.

 

         Confieso que nada más enterarme del estreno de este documental sobre el inmortal actor José Luis López Vázquez me dije que sería lo primero que había de ver, desplazando, incluso, otros compromisos ya contraídos. Así lo he hecho y, a pesar de que el mero recuerdo de decenas de actuaciones suyas es un regalo por el que doy las gracias de todo corazón, el documental, que quiere conmemorar el centenario de su nacimiento, naufraga de un modo que, a mi modesto juicio, desaprovecha las potencialidades de un actor como él, de la mejor escuela cómico-costumbrista de Pepe Isbert y con una vena dramática comparable a cualquier grande de la historia del cine mundial.

         Hace muchos años que vengo sembrando la idea de que el mejor homenaje a López Vázquez, un actor que ha impuesto su nombre y apellidos de tal manera que no hay manera de hablar de él separando nombre y apellidos, si bien Lopez Váquez, al estilo de los árbitros, aún tendría un pase, pero en modo alguno José Luis —un familiar suyo nos revela que, para la familia, siempre fue «Luchito», un hipocorístico que en modo alguno cabe relacionar con él— sería un encadenado de actuaciones milimétricamente escogidas entre sus infinitas películas al estilo de That’s Entertaintment!, la antología de números del musical usamericano que incluso dio pie a una segunda parte por la excelente acogida que tuvo la primera; no se trataría de hilvanar una historia aprovechando sus actuaciones, sino de crear un ritmo narrativo que permita al espectador disfrutar de un maestro de la comicidad y de la tragedia, dos habilidades interpretativas que no siempre se dan en una misma persona.

         Me declaro entusiasta devoto de la carrera del actor desde que entré en contacto con su obra, y ahora mismo me es imposible decir cuál fue la primera película que vi de él, aunque muy probablemente fuera La gran familia, de Palacios y Salvia, porque el «¡Chencho!» lastimero de Pepe Isbert es un recuerdo imborrable de mi pubertad. Luego ya, en mi adolescencia, coincidí con una época de películas disparatadas, muchas de ellas con la no menos inmortal Gracita Morales, que siempre, sin fallar ni una, me arrancaban la carcajada en cuanto el actor entraba en escena, de las maneras más insólitas imaginables. Por eso sostengo que el documental que propongo sería un absoluto éxito de taquilla. Recordemos lo que atrajo a los jóvenes el descubrimiento de Tony Leblanc, ¡otro grande del cine español!, rescatado por Segura para su Torrente,el brazo tonto de la ley. Mi juventud y primera madurez la marcan las películas de Saura y un corto de Antonio Mercero, La cabina, que ya es historia de la televisión y en el que él destaca con una potencia dramática que ya había descubierto Carlos Saura en Pepermint frappé.

         Como buen profesional, JLLV nunca despreció cuanto había hecho, porque para mantenerse en una profesión tan difícil como la de actor, uno no puede ponerse ni estupendo ni exquisito, pero su virtud fue que se entregó a todos esos papeles y dio lo mejor de sí mismo, aunque, en la medida en que se trata de un actor «sin método», esto es, un cómico que tira de sus recursos por vía de una maravillosa intuición que siempre le dictó lo que cada personaje necesitaba, y acertó de lleno.

         El documental tiene un guion de su hijo, José Luis López Magerus, y se alternan en él las declaraciones de los familiares, de las amistades y de algunos eruditos del cine, si bien la selección no es lo suficientemente interesante para los espectadores, porque, sin ir más lejos, ¿qué valor tiene el «documento» de José Sacristán, que no va más allá de constatar que es un actorazo como la copa de un pino o de admirar interjectivamente su habilidad como figurinista? Se echa de menos un acercamiento íntimo al personaje, a pesar de lo difícil que él lo ponía, por su escasa predisposición hacia la sociabilidad y su entrega absoluta al trabajo, lo que poco tiempo le dejaba incluso para la familia, como su hijo y sus dos hermanas se quejan sentidamente. Falta, a mi modo de ver, una cierta dimensión épica de ese actor que se asocia a una extensa parte de la historia del cine español, y, a través de él,  podría haber emergido el retrato de una sociedad que pasó de la herencia de la posguerra, El pisito, de Ferreri, al desarrollismo de los 60, El turismo es un gran invento, de Pedro Lazaga, y la revisión crítica de la Guerra Civil y el franquismo, La prima Angélica, de Saura, además de obras singulares e impactantes como El bosque del lobo, de Pedro Olea y, sobre todo, Mi querida señorita, de Jaime de Armiñán, adelantadísima a su época. Los constantes saltos de unos a otros géneros, sin explorar suficientemente la singularidad de su trabajo en cada uno de ellos es un lastre para la atención del espectador, quien navega algo perdido, cronológicamente, en sus plurales registros interpretativos.

         Insisto, está por hacerse ese documental que propongo, porque solo entonces, perdónenme la soberbia, se devolverá a José Luis López Vázquez al público que lo encumbró, ese que es de ayer, de hoy y de siempre. A título de ejemplo, aduzco el festival de carcajadas con que me regalaron mis hijos, adolescentes entonces, cuando los llamé para que vieran conmigo Usted puede ser un asesino, de José María Forqué.

         Todos conocemos las virtudes artísticas de JLLV, y en este centenario, que tan discretamente está pasando, ¡cómo se ha echado de menos un ciclo en La 2 dedicado a sus películas, a todas ellas, las malísimas, las malas, las regulares, las buenas, las excelentes y las obras maestras... en las que él siempre ha destacado por encima de cualesquiera circunstancias. El agradecimiento no es una de las virtudes de nuestro pueblo español, ¡y menos aún de sus gobernantes!, pero insisto en que le debemos a JLLV un homenaje a la altura de su importancia estelar en la historia de nuestro cine.

         Cualquier aficionado a su cine va a disfrutar con este documental, porque aparece el actor en películas claves y en momentos muy señalados, pero, ¡y ya es paradójico!, este espectador al menos se queda con unas ganas inmensas de seguir viéndolo en pantalla, en acción, y cada vez que se da paso a un familiar, a los amigos o a los colegas se nos pinta la contrariedad en el rostro, como si nos privaran de lo mejor de la película…

         Me quedo con la copla, eso sí, de ¡Es mi hombre!, de Rafael Gil, que no creo haber visto, de un director, además, cuya importancia capital en nuestro cine aún no ha sido lo suficientemente justipreciada.

        

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