Una
oportunidad desaprovechada, aunque de buen ver para devotos y rendidos
admiradores como servidor…
Título original: José Luis López Vázquez: ¡Qué disparate!
Año: 2022
Duración: 83 min.
País: España
Dirección: Roberto Oltra
Guion: José Luis López
Magerus, Roberto Oltra
Reparto: José Luis
LópezVázquez
Música: Juan Antonio Simarro
Fotografía: Andrés Torres,
Javier Caballero.
Confieso que nada más enterarme del
estreno de este documental sobre el inmortal actor José Luis López Vázquez me
dije que sería lo primero que había de ver, desplazando, incluso, otros
compromisos ya contraídos. Así lo he hecho y, a pesar de que el mero recuerdo
de decenas de actuaciones suyas es un regalo por el que doy las gracias de todo
corazón, el documental, que quiere conmemorar el centenario de su nacimiento,
naufraga de un modo que, a mi modesto juicio, desaprovecha las potencialidades
de un actor como él, de la mejor escuela cómico-costumbrista de Pepe Isbert y
con una vena dramática comparable a cualquier grande de la historia del cine
mundial.
Hace muchos años que vengo sembrando la
idea de que el mejor homenaje a López Vázquez, un actor que ha impuesto su nombre
y apellidos de tal manera que no hay manera de hablar de él separando nombre y
apellidos, si bien Lopez Váquez, al estilo de los árbitros, aún tendría un
pase, pero en modo alguno José Luis —un familiar suyo nos revela que, para la
familia, siempre fue «Luchito», un hipocorístico que en modo alguno cabe relacionar
con él— sería un encadenado de actuaciones milimétricamente escogidas entre sus
infinitas películas al estilo de That’s Entertaintment!, la antología de
números del musical usamericano que incluso dio pie a una segunda parte por la
excelente acogida que tuvo la primera; no se trataría de hilvanar una historia
aprovechando sus actuaciones, sino de crear un ritmo narrativo que permita al
espectador disfrutar de un maestro de la comicidad y de la tragedia, dos
habilidades interpretativas que no siempre se dan en una misma persona.
Me declaro entusiasta devoto de la
carrera del actor desde que entré en contacto con su obra, y ahora mismo me es
imposible decir cuál fue la primera película que vi de él, aunque muy
probablemente fuera La gran familia, de Palacios y Salvia, porque el «¡Chencho!»
lastimero de Pepe Isbert es un recuerdo imborrable de mi pubertad. Luego ya, en
mi adolescencia, coincidí con una época de películas disparatadas, muchas de
ellas con la no menos inmortal Gracita Morales, que siempre, sin fallar ni una,
me arrancaban la carcajada en cuanto el actor entraba en escena, de las maneras
más insólitas imaginables. Por eso sostengo que el documental que propongo
sería un absoluto éxito de taquilla. Recordemos lo que atrajo a los jóvenes el
descubrimiento de Tony Leblanc, ¡otro grande del cine español!, rescatado por
Segura para su Torrente,el brazo tonto de la ley. Mi juventud y
primera madurez la marcan las películas de Saura y un corto de Antonio Mercero,
La cabina, que ya es historia de la televisión y en el que él destaca con
una potencia dramática que ya había descubierto Carlos Saura en Pepermint
frappé.
Como buen profesional, JLLV nunca despreció
cuanto había hecho, porque para mantenerse en una profesión tan difícil como la
de actor, uno no puede ponerse ni estupendo ni exquisito, pero su virtud fue
que se entregó a todos esos papeles y dio lo mejor de sí mismo, aunque, en la medida
en que se trata de un actor «sin método», esto es, un cómico que tira de sus
recursos por vía de una maravillosa intuición que siempre le dictó lo que cada
personaje necesitaba, y acertó de lleno.
El documental tiene un guion de su
hijo, José Luis López Magerus, y se alternan en él las declaraciones de los
familiares, de las amistades y de algunos eruditos del cine, si bien la selección
no es lo suficientemente interesante para los espectadores, porque, sin ir más
lejos, ¿qué valor tiene el «documento» de José Sacristán, que no va más allá de
constatar que es un actorazo como la copa de un pino o de admirar interjectivamente
su habilidad como figurinista? Se echa de menos un acercamiento íntimo al
personaje, a pesar de lo difícil que él lo ponía, por su escasa predisposición
hacia la sociabilidad y su entrega absoluta al trabajo, lo que poco tiempo le
dejaba incluso para la familia, como su hijo y sus dos hermanas se quejan sentidamente.
Falta, a mi modo de ver, una cierta dimensión épica de ese actor que se asocia
a una extensa parte de la historia del cine español, y, a través de él, podría haber emergido el retrato de una sociedad
que pasó de la herencia de la posguerra, El pisito, de Ferreri, al
desarrollismo de los 60, El turismo es un gran invento, de Pedro Lazaga,
y la revisión crítica de la Guerra Civil y el franquismo, La prima Angélica,
de Saura, además de obras singulares e impactantes como El bosque del lobo,
de Pedro Olea y, sobre todo, Mi querida señorita, de Jaime de Armiñán,
adelantadísima a su época. Los constantes saltos de unos a otros géneros, sin
explorar suficientemente la singularidad de su trabajo en cada uno de ellos es
un lastre para la atención del espectador, quien navega algo perdido, cronológicamente,
en sus plurales registros interpretativos.
Insisto, está por hacerse ese
documental que propongo, porque solo entonces, perdónenme la soberbia, se
devolverá a José Luis López Vázquez al público que lo encumbró, ese que es de
ayer, de hoy y de siempre. A título de ejemplo, aduzco el festival de
carcajadas con que me regalaron mis hijos, adolescentes entonces, cuando los
llamé para que vieran conmigo Usted puede ser un asesino, de José María
Forqué.
Todos conocemos las virtudes artísticas
de JLLV, y en este centenario, que tan discretamente está pasando, ¡cómo se ha
echado de menos un ciclo en La 2 dedicado a sus películas, a todas ellas, las malísimas,
las malas, las regulares, las buenas, las excelentes y las obras maestras... en las
que él siempre ha destacado por encima de cualesquiera circunstancias. El agradecimiento
no es una de las virtudes de nuestro pueblo español, ¡y menos aún de sus gobernantes!, pero insisto en que le debemos a JLLV un homenaje a la altura de
su importancia estelar en la historia de nuestro cine.
Cualquier aficionado a su cine va a
disfrutar con este documental, porque aparece el actor en películas claves y en
momentos muy señalados, pero, ¡y ya es paradójico!, este espectador al menos se
queda con unas ganas inmensas de seguir viéndolo en pantalla, en acción, y cada
vez que se da paso a un familiar, a los amigos o a los colegas se nos pinta la
contrariedad en el rostro, como si nos privaran de lo mejor de la película…
Me quedo con la copla, eso sí, de ¡Es
mi hombre!, de Rafael Gil, que no creo haber visto, de un director, además,
cuya importancia capital en nuestro cine aún no ha sido lo suficientemente justipreciada.
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