lunes, 12 de diciembre de 2022

«Amor en la oficina», de Otto Preminger, recién aterrizado en Hollywood.

 


Una sorprendente y divertida comedia loca de Otto Preminger en su accidentada carrera realizadora.

 

Título original: Danger-Love at Work

Año: 1937

Duración: 84 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Otto Preminger

Guion: James Edward Grant, Ben Markson, Buddy G. DeSylva

Música: Cyril J. Mockridge

Fotografía: Virgil Miller (B&W)

Reparto:   Ann Sothern; Jack Haley; Mary Boland; Edward Everett Horton; John Carradine; Walter Catlett; Benny Bartlett; Maurice Cass; Alan Dinehart; Etienne Girardot; E.E. Clive; Elisha Cook Jr.

 

         Aunque la carrera de Preminger tiene en su haber algunas de las mejores películas de todos los tiempos, Laura, la primera, su desarrollo no estuvo exento de serias dificultades, y el director austriaco, nacido en una ciudad que hoy forma parte de Ucrania,  hubo de luchar contra demasiadas adversidades para poder hacer el cine que quiso, incluso hasta el punto de haberlo tenido que dejar y dedicarse al teatro, hasta que, finalmente, y no sin dificultades, consiguió desplazar a Rouben Mamoulian de la dirección de Laura y hacerse él responsable de lo que luego devendría un clásico del cine negro, aunque hubo de pelear también para que Clifton Webb fuera quien apareciera en escena, en vez de Laird Cregar, protagonista de The Lodger, de John Brahm, de un «malo» demasiado tosco para un papel que requería una exquisitez que Webb encarnó a la perfección.

         A cualquier espectador le resultará chocante que un director como Preminger figure como director de una screwball comedy absolutamente fiel al género, pero en las antípodas de sus obras más destacadas. Se trata, sin embargo, de su segundo encargo en Hollywood, y está claro que quien quiere medrar en un mundo tan difícil como el de los grandes estudios no puede ni debe rechazar ningún encargo, porque cada uno de ellos supone un aprendizaje que, obviamente, permitirá, después, la realización de obras de más largo aliento.  De hecho, ni siquiera después de Laura puede hurtar el bulto a encargos como Centennial Summer, no estrenada en España y que trataré de ver en cuanto pueda, el último musical de Jerome Kern.

         Amor en la oficina es un gozoso y continuo disparate que tiene un estupendo arranque que no va a ceder en ningún momento, porque incluso cuando parece que la trama puede decaer algo, irrumpe en escena, casi con la vehemencia de Groucho Marx, uno de mis comediantes favoritos: Edward Everett Horton, auténticamente genial en la muy olvidada Esposas solitarias, de Rusell Mack. Su entrada, como novio de la hija supuestamente cuerda de una familia totalmente extravagante, supone casi un antes y un después en la trama, si bien todo el peso de la película cae sobre los hombros de Jack Haley, quien se hiciera famoso por ser el hombre lata de El mago de Oz, de Victor Flemning. Junto a él, Ann Sothern contribuye eficazmente a la peculiar historia de amor que se va gestando entre el abogado de una firma que ofrece a la familia una fortuna por una propiedad cuya venta ha de ser autorizada por todos y cada uno de los miembros de la familia, un empeño del que el anterior abogado enviado por la firma ha salido escaldado, en lo que es el arranque de la película. Este género exige no solo un dominio del ritmo frenético, sino unos actores que convenzan a los espectadores de que sus propias manías no son un disfraz hilarante, sino una manera harto curiosa de vivir la vida. El reparto, impagable, cuenta con un John Carradine magnífico y con Benny Bartlett, un auténtico niño prodigio musical hoy, sin embargo, absolutamente desconocido, y que aquí interpreta un superdotado que prácticamente lo sabe todo, pero a quien odian, por su soberbia, buena parte de quienes lo rodean, familiares y servicio. Otros dos clásicos secundarios, E.E. Clive, el eterno mayordomo de decenas de películas, y  Elisha Cook Jr., especializado, sin embargo, en perdedores psicópatas, contribuyen a esa armonía interpretativa que consigue la sonrisa y en ocasiones la carcajada del espectador, porque, en eso, Preminger es fidelísimo al género, no hay momento de descanso y el cada uno a lo suyo que se funde en el hilo conductor de la narración, la venta de la propiedad, funciona a la perfección.

         La película es una muestra inequívoca del cine para pasar un rato divertido, y aunque es imprescindible aceptar la situación e ir entrando poco a poco en el alocado mundo de la familia Pemberton, la recompensa deja muy buen sabor de boca, y nos sorprende, sobre todas las cosas, que Preminger haya sido capaz de dirigirlo. Vista desde España, bien podríamos decir que la película está totalmente en la onda del teatro de Enrique Jardiel Poncela y, específicamente, de Eloísa está debajo de un almendro. Y uno lamenta que en nuestro cine no haya cuajado, salvo casos muy esporádicos, este género alocado y tan divertido.

 

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