viernes, 16 de diciembre de 2022

«Love and Pain and the Whole Damn Thing», de Alan J. Pakula, ¡Feliz hallazgo!

  

Una inusual y un punto surrealista historia de amor fou en la España de 1971.

 

Título original:  Love and Pain and the Whole Damn Thing

Año:  1973

Duración: 110 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Alan J. Pakula

Guion: Alvin Sargent

Música: Michael Small

Fotografía: Geoffrey Unsworth

Reparto: Maggie Smith; Timothy Bottoms; Emiliano Redondo;

Jaime de Mora y Aragón; May Heatherly: Elmer Modlin.

 

         ¡Bendito invento el de Filmin, que nos permite acceder a rarezas tan entrañables como esta película de Pakula rodada en España después de Klute y antes de El último testigo! A diferencia de buena parte del cine del autor, orientado hacia el thriller político, Pakula se permitió el lujo de rodar una extraña historia de amor entre dos personajes desiguales, una mujer inglesa en su treintena y un universitario retraído y con asma cuyos padres lo envían a unas vacaciones turísticas en España en bicicleta. Los protagonistas son magníficos; Maggie Smith, que ya ha rodado Los mejores años de Miss Brodie, de Ronald Neame y la pujante estrella Timothy Bottoms, que acababa de rodar ese mismo año, 1971, La última película, de Peter Bogdanovich, una parte de la cual guarda relación, el romance imposible con Cloris Leachman, con esta película que pasó dos años en el cajón de los proyectos acabados de la productora antes de ser estrenada, y de ahí la fecha equivocada de realización de la película. Quizás fuera debido al éxito internacional que alcanzó Love Story, de Arthur Hiller,  lo que provocó ese retraso, porque también en esta la enfermedad tiene una presencia relevante en la trama, si bien el propio título ya da a entender un tratamiento en nada parecido al de la película de Hiller.

         Para los espectadores españoles es un regalo añadido el hecho de que haya sido rodada en nuestro país y que, en la medida en que ambos personajes son turistas, se dedique buena parte el rodaje a mostrar hermosos rincones de nuestro país, si bien nos choca lo suyo la imagen eminentemente rural y atrasada que se ofrece de nuestro país en 1971, a un paso, como quien dice del final del franquismo. Si a la selección tópica de espacios, paisajes y paisanos que aparecen sumamos dos episodios totalmente surrealistas: el don Juan que pretende seducir a la protagonista con sus imitaciones del canto de los pájaros, interpretado en clave jardeliana por Emiliano Redondo, quien en las locas comedias chuscas españolas del destape se especializaría en papeles de homosexual amanerado, y la irrupción romántica de un duque que rescata a la desvanecida protagonista y se la lleva a lomos de un brioso corcel negro a su castillo, donde intentará también seducirla con untuosas maneras, interpretado ¡nada menos que por el vividor Jaime de Mora y Aragón, el alma de las fiestas marbellíes!, el giro cómico surrealista nos deja totalmente hechizados, porque la puesta en escena del interior lujoso del castillo choca enormemente con su exterior parcialmente en ruinas.

         Debido al asma, el protagonista abandona el programa cicloturista y se apuna a un programa de visita en autobús, y ahí es donde  entra en contacto con Lila Fisher, si bien de un modo tan accidentado que todo da a entender que ella saldrá huyendo del tosco joven que le ha tocado como compañía. Lo curioso de la película es que, respondiendo ambos a dos estereotipos, la solterona inglesa amante de la belleza y el joven  inseguro, patoso e inexperto amante, todo vaya progresando en el sentido de un acercamiento entre ambos, no exento de mil y una dificultades. Muchas de las accidentadas situaciones que jalonan su relación caen del lado cómico y están tan bien conseguidas que la película parece haberse inspirado en la screwball comedy, aunque sin llegar al ritmo frenético que ese género exige. La compartida timidez de Lila y Walter y su convencimiento de ser extraños y ajenos al mundo del común de los mortales, y no solo por la diferencia de edad entre ambos, ¡y el hecho, para aquella época, casi pecaminoso de que la mujer sea mayor que el hombre!, imprimen a la película un ritmo lento y reflexivo que habilita no pocos momentos líricos, como cuando Lila evoca los versos del himno de Cecil Frances Aleander: All things bright and beautiful,/All creatures great and small,, el segundo verso del cual da nombre a una serie televisiva recién estrenada con bastante éxito.

         Cuando ambos se cansan, pero sobre todo él, de la pauta rígida de la visita en autobús, el joven la persuade para seguir camino en una destartalada caravana, con matrícula de Murcia, por cierto, de la que tira un no menos destartalado Citroen 2CV. Ese nuevo comienzo de su visita nos trae a la memoria Un remolque larguísimo, de Vincente Minnelli o Los viajes de Sullivan, de Preston Sturges, especialmente cuando los sorprende un tormentón y refugiarse dentro del remolque es casi más complicado que permanecer a la intemperie y aguantar el chaparrón. Son escenas cómicas, pero rodadas con un ritmo y con una efectividad que acreditan a Pakula como dominador de un género en el que nunca volvió a rodar nada, ni remotamente parecido. Está claro que al buen fin de esas escenas contribuye mucho el trabajo de Maggie Smith y el de Timothy Bottoms, quienes parecen pasárselo de lo lindo no solo en esas escenas, sino, también, en otras como su subida al tablado flamenco, donde bailan con los profesionales, o mientras visitan un mercadillo o se reúnen junto a unos supuestos gitanos trashumantes dedicados al espectáculo alrededor de una hoguera. Ni que decir tiene que nada está rodado con descuido, sino con una sensibilidad para los encuadres y la iluminación que permiten contemplar la película como una sucesión de escenarios magníficos que constituyen, a mucho toro pasado, la mejor propaganda turística posible de un país aún en vías de desarrollo como el nuestro. El director de fotografía, que lo fue de 2001: una odisea del espacio, de Kubrick, Geoffrey Unsworth, es toda una garantía al respeto y ha de ponerse en su haber el mimo como ha tratado a Maggie Smith, de quien ha sacado un partido excepcional, fotográficamente.

         La película, ya lo anticipo, es una soberana rareza y puede que a algunos espectadores les desconcierte la extraña mezcla de folclore, amor tormentoso y comedia surrealista, pero ni hay cursilería ni el dramatismo se convierte en dramón decimonónico: todo está medido y ajustado a unos personajes que se van dibujando poco a poco en sus grandezas y miserias, como debe ser.

 

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