domingo, 28 de julio de 2024

«El capital humano», «Locas de alegría» y el «Viaje de sus vidas», de Paolo Virzí, un tríptico sobre el presente.

 

Título original: Il capitale umano

Año: 2013

Duración: 109 min.

País: Italia

Dirección: Paolo Virzì

Guion: Paolo Virzì, Francesco Bruni, Francesco Piccolo. Novela: Stephen Amidon

Reparto: Valeria Bruni Tedeschi; Fabrizio Bentivoglio; Valeria Golino; Fabrizio Gifuni;

Luigi Lo Cascio; Giovanni Anzaldo; Matilde Gioli; Guglielmo Pinelli.

Música: Carlo Virzì

Fotografía: Jérôme Alméras, Simon Beaufils.

 





Título original: La pazza gioia

Año: 2016

Duración: 111 min.

País:  Italia

Dirección: Paolo Virzì

Guion: Francesca Archibugi, Paolo Virzì

Reparto:  Valeria Bruni Tedeschi; Micaela Ramazzotti; Anna Galiena; Valentina Carnelutti;

Elena Lietti; Tommaso Ragno; Bob Messini; Carlotta Brentan; Francesca Della Ragione; Roberto Rondelli.

Música: Carlo Virzì:

Fotografía: Vladan Radovic.

 






Título original: The Leisure Seeker

Año: 2017

Duración: 107 min.

País:  Italia

Dirección: Paolo Virzì

Guion: Stephen Amidon. Novela: Michael Zadoorian

Reparto: Helen Mirren; Donald Sutherland; Kirsty Mitchell; Janel Moloney; Robert Walker Branchaud; Joshua Mikel; Christian McKay; Robert Pralgo; Joshua Hoover; Raul Colon; John Archer Lundgren: Elijah Marcano; Carlos Guerrero; Matt Mercurio; David Silverman;

Richard Pis.

Música: Carlo Virzì

Fotografía: Luca Bigazzi.

 

 

Del neorrealismo turbio de las pirámides financieras a la tragedia individual de la enfermedad mental y a la lírica entreverada de humor negro de las postrimerías.

 

          

           Llego ahora al cine de Virzí, a pesar de que, por razones de índole privada, no quise ver en su día Locas de alegría, que ahora he visto con bastante más amargura y terror de lo que esa alegría en ningún modo da a entender. De hecho, el propio título de la película induce a confusión, junto con el plano tipo Thelma &Louise, de Ridley Scott, usado de tal manera que en modo alguno es fiel a la historia. No es lo mismo Locas de alegría que La alegría loca, que es como acaso se debiera de haber traducido La pazza giogia. Pero sigo el orden de visionado, que es, además, el cronológico.

          De El capital humano había leído y oído buenas críticas, pero el visionado ha superado las expectativas, porque las historias de los fracasos existenciales que se narran en la película han sido ordenadas en un guion que sigue a los principales protagonistas, individualizándolos y complementando, al mismo tiempo, cruces enigmáticos de unos con otros que no acaban de explicarse en el momento, lo cual nos permite conectar, a posteriori, esos cabos sueltos que nos acaban dando una visión total de lo sucedido. La trama, como en la magnífica Muerte de un ciclista, de Bardem, es el atropello de un ciclista, en este caso de un camarero que circula hacia su casa en bicicleta por la noche y que es empujado violentamente a la cuneta por un vehículo que hace un brusco movimiento para esquivar el choque con otro coche, aunque el conductor ni se da cuenta de haber causado daño alguno, un camarero, además, que aparece trabajando en la casa de los protagonistas en un breve plano, para marcar su anonimato existencial en la escala social. Después emerge la figura del padre de la protagonista, quien no pierde ocasión de intentar trepar en esa escala, aprovechando que su hija es condiscípula del hijo de un magnate de las finanzas, de quien el joven está encaprichado, aunque ella desarrolla hacia él un sentimiento exclusivamente de protección, casi maternal, pero no tiene la relación que su padre cree que tiene. El modo frío y arrogante como el financiero acepta la sugerencia del padre de ella, propietario de una pequeña inmobiliaria, de invertir 700.000€ bajo la promesa de unos intereses que rozarían sus hermosos dos dígitos de interés, estando ya él en apuros económicos, es una disección espectacular del modo operativo de los *piramidistas que gestionan capitales, usualmente jugando en bolsa contra otros valores, algo parecido a lo que sucedió con las famosas subprime que tantos males ocasionaron en todo el mundo. La tensión del «pobrete» que es aceptado en el mundo de los ricachones por la buena relación de los hijos, se va a complicar lo suyo cuando el padre se sienta entre la espada y la pared, a punto de perderlo todo, la inmobiliaria incluida. El hombre pasa de «pareja de tenis» del financiero a ser un apestado del que este huye. El retrato de la mujer del financiero, soberbiamente interpretado por Valeria Bruni, en un papel calcado, diría yo, del de algunas mujeres de las películas de Antonioni, adquiere aquí, sin embargo, un cierto tono patético que ella sabe modular a la perfección, porque el marido quiere cederle la gestión de un teatro que están restaurando para que «se entretenga» y juegue a la «mecenas», y hay una reunión preparatoria de lo que podría ser la dirección artística que ha de seguir el teatro que no tiene desperdicio. A resultas de ella, acaba intimando, como una colegiala, con el candidato a director, con quien ve el vídeo de una performance artística plurigenérica que acaba en revolcón-desquite del papel de florero que le ha asignado el financiero en su vida. Cuando las deudas acorralen al financiero y se diluya el sueño del mecenazgo, habrá la contraescena de ese revolcón, que tampoco tiene desperdicio.

          La hija, metafóricamente llamada Serena, hace una vida independiente y, además de la relación con Massimiliano, el hijo de los magnates, se enamora de un paciente de su madre con el que coincide en la consulta de su madrastra, que es psicóloga, un joven con notables capacidades artísticas, pero con una profunda inestabilidad psíquica que vive con su tío, una relación cuyos fundamentos últimos no se conocerán hasta el final, como casi todo en la película, porque las historias contienen, dentro de la dedicada a cada uno de los personajes principales, retazos de las de los otros,  cuyo sentido último solo se desvela en el epílogo terrible y desolado que nos resume la inhumanidad de no pocos de los  personajes que hemos conocido en un juego de relaciones que nos desvelan lo profundamente herida de muerte que está la sociedad europea, a pesar de los cantos de sirena del poder de la UE y de su proyección hacia ninguna parte, si bien se mira: ni potencia mundial, ni garantía de continuidad poblacional autóctona. Lo que sí está claro es que quien acaba perdiendo es el eslabón más frágil de la cadena, y que quienes han nacido para pícaros caen, como los gatos, sobre los pies desde una altura de siete pisos, a piso por vida.

          La alegría loca, permítanme que me acoja a esta otra traducción para el título de la alegría, es la historia de dos enfermas mentales que son tratadas en una institución semiabierta en la que se afloja el sistema «carcelario» de los antiguos manicomios y se potencia la rehabilitación —en los casos en que ello es posible— de los pacientes. Una, de mediana edad, Beatrice, una mujer de una familia con posibles y educada, ha arruinado la vida de sus padres, sobre todo al aliarse con un abogado que los ha desposeído de sus bienes, lo que los obliga a sobrevivir alquilando su mansión a las estudios de cine para el rodaje de películas. Beatrice está siempre pendiente de «colarse» en las expediciones de residentes que salen del recinto hospitalario, según ella, cedida por su familia, lo que la convierte en «propietaria», lo cual, a su vez, le permite pasearse por el centro como si fueran sus dominios. La llegada de una joven interna demacrada y sufriente llama su atención, como novedad que le alivia el profundo aburrimiento que le supone con vivir con el resto de los internos. La bipolaridad que sufre Beatrice no le impide, en los momentos de lucidez, comportarse con absoluta normalidad, disimulando a la perfección su trastorno. Así, se las ingenia, cuando ve a la joven en la sala de espera de la psicóloga, hacerse pasar por esta para «sonsacar» a la joven una información que le permite saber punto por punto su historia y la razón por la que ha sido internada o, como después se sabrá, trasladada del sanatorio judicial a esta Villa Biondi de régimen más «humano»  y en la que el trabajo, asalariado, con plantas medicinales, supone un auténtico cambio de vida. En cuanto es descubierta la impostura de Beatrice, Donatella, la joven paciente, genera un serio recelo hacia ella, de quien tratará de huir. La película no es, en el fondo y en la superficie, sino la narración de cómo dos enfermas mentales con historias tan distintas y duras logran establecer un sólido lazo de unión en esa suprema adversidad del desvarío racional. El hecho de que Beatrice parezca estar viviendo siempre en el lado eufórico de la bipolaridad puede llamar a engaño al espectador que no conozca bien dicho trastorno —y he de añadir lo deprimente que es el uso coloquial de ese trastorno para referirse a lo que, técnicamente, acaso no pase de mera ciclotimia—, porque en la película es el vehículo de no pocas secuencias que representan esa «alegría loca» que da pie a situaciones realmente divertidas. Todo ello se ve favorecido cuando ambas, en una de las salidas a las que acceden, para entusiasmo de Beatrice, esta decide escapar y arrastrar tras ella a Donatella. A partir de ese momento, la historia da un giro muy singular, no solo porque se convierte en una peculiarísima «road novie», sino porque se inicia una persecución institucional que, poco a poco, irá cerrando el cerco en torno a ellas hasta… Bueno, eso ya lo verán por su cuenta.

          Lo que yo quiero destacar es que la huida de ambas no es gratuita, porque tanto Beatrice como Donatella tienen «asuntos pendientes» que pretenden «resolver» a su manera, y en esos tramos narrativos es donde emerge la verdadera historia de ambas, más dura en un caso que en ele otro, en el de Donatella que en el de Beatrice, pero con un mismo trastorno final desgarrador en ambas, con pronóstico muy distinto, sin embargo.  A través de esas narraciones nos vamos a dar cuenta de lo mucho que influye la vida que nos toca vivir y que nosotros escogemos, a veces desconociéndonos, para acabar siendo pacientes de este o aquel trastorno mental que, eso sí, una vez diagnosticado, nos transforma la vida. Hay, con todo, una cierta «fragilidad constitucional», propia del paciente del trastorno mental, que, sencillamente, le hace «chocar» estrepitosamente con la estructura social y con ciertas psicologías tóxicas con las que cualquiera puede tener la desgracia de acabar cruzándose en la vida. Esas dos historias son las que nos van a conmover de tal manera que es muy posible que el famoso nudo en la garganta y el lagrimal rebosado se manifiesten durante el visionado. Tanto una como otra actriz, Valeria Bruni como Micaela Ramazzotti, nos ofrecen dos interpretaciones que nos rajan la sensibilidad de arriba abajo y nos dejan temblando y sufrientes ante sus duros destinos, llenos de dolor y compasión a partes iguales. No es una película «amable», la de Virzí, lo advierto, y, bajo capa de ese trampantojo de Telma&Luoise, nos acaba pegando un golpe bajo en el sistema emocional que nos noquea. Se ha de reconocer que el homenaje a la película de Scott está bien buscado, porque, confundidas en la mansión de los padres, con dos extras, son colocadas en el coche, caracterizadas como las actrices usamericanas, y, en cuanto dan la orden de «¡acción!», ambas salen pitando con el coche ante la desesperación del director y del equipo técnico. Lo esencial es que Virzí, dos planos después, las hace quitarse la peluca y el pañuelo para impedir que progrese una analogía que no tiene nada que ver con la película y nos las devuelve a esa realidad «cruda» de fugitivas que alargan su aventura para intentar resolver asuntos de tanta potencia emocional como poder ver Donatella a su hijo, que ha sido dado en adopción a una pareja… Y no quiero seguir destripando una historia que me ha conmocionado muy profundamente. ¡Con razón me negaba a verla yo en su momento! Menos mal que, pasados los años, el golpe ahora ha sido menor, pero golpe hay…

        El viaje de sus vidas, que  acaso sea la de menor entidad de las tres, pero no por ello exenta de interés, nos cuenta la historia de un par de viejos que, ante la estupefacción de sus hijos, quienes lo descubren cuando ya les es casi imposible detenerlos, se dan cuenta de que sus padres han sacado la caravana del cobertizo donde la guardaban  de una marca que es el título lógico de la película, The Leisure Seeker, que vale tanto como «El buscador del ocio» o, acaso más propiamente, «El buscador del tiempo libre», porque es la sensación de libertad de las vacaciones, solos o en familia y han iniciado un viaje, «el viaje de sus vidas»,  escondiéndose de ellos, porque, sobre todo para desesperación del hijo que es el que vive más cerca de ellos, ambos cónyuges están en un estado más que lamentable: el padre, con Alzheimer galopante; la madre, con un cáncer contra el que la quimio poco puede. Ambos, deciden dejar de lado sus tratamientos, salvo los básicos para el dolor, e iniciar un viaje hacia el destino al que siempre quiso ir el marido: a Miami, a visitar la casa de Hemingway, su héroe literario. Él ha sido profesor de literatura en la Universidad, pero ella no tiene la cualificación académica del esposo, y se conocieron cuando él entró en una tienda donde ella trabajaba como dependienta para comprar unos calzoncillos. Luego se sabe que, cuando se emparejan, ella descubre cincuenta y cinco calzoncillos perfectamente ordenados en su armario, es decir, las veces que necesitó entrar en la tienda para culminar el cortejo.

El planteamiento de la historia está teñido de esa dulce melancolía de la añoranza de los buenos tiempos, y sobre todo de su juventud, de ahí que la banda sonora constante sea la música de los hits de finales de los 60; pero el viaje a través del olvido tiene a veces puertas secretas abiertas a realidades que se ignoraron en su momento porque fueron celosamente ocultadas, pero las confusiones del Alzheimer provocan ahora situaciones que permiten ver el pasado de otro modo distinto. Hay, en la situación, un leve algo de artificio, porque cuesta entender que un Alzheimer tan avanzado te permita conducir tan fácilmente y durante tantos días, y orientarte, ¡sobre todo orientarte! Bien, paguemos ese peaje que, como algunos otros, son imprescindibles para que la historia progrese, es decir, para que ambos cónyuges se «re-conozcan» de un modo que a veces roza el patetismo. Sutherland y Mirren logran un entendimiento perfecto, y ella sabe llevar las riendas de la relación entre ambos con una entereza que solo se quiebra cuando… Stop! El hecho de ir de camping provoca ciertas situaciones a medio camino entre la comedia y ese patetismo del que he hablado, porque la situación genera la oscilación entre ambos polos: la comedia y el drama. Virzí se mueve con facilidad en una sociedad ajena a la de su Italia natal, y todo fluye con una naturalidad apabullante, la que emana de dos actores con tan larguísima trayectoria de éxitos. Sí, se fuerza en parte la mecánica de los actos simples, como cuando deja a su marido en una residencia ante la estupefacción de los trabajadores de la misma, pero lo importante es seguir avanzando en el viaje hacia ese destino cuya conversión en atracción turística masiva implica una degradación paralela a la de las vidas de ambos. El hecho de alternar el viaje de los padres con las reacciones de los hijos y el acercamiento entre ambos permite una cierta distensión y el aporte de un contexto que acaba de redondear la historia, porque si la relación entre los miembros de la pareja es el fundamento de la historia, no se ha de dejar de lado la relación de ambos con los hijos, por supuesto, que formaban parte de esos viajes en la Leisure Seeker. De hecho, esas vacaciones se «rescatan» de forma poética cuando, instalados en el camping, cuelgan un trapo blanco entre dos árboles para que sirva de pantalla donde proyectar las diapositivas de su vida. Se abre, entonces, mágicamente, un ojo blanco a su pasado que se llena de imágenes que el marido no siempre es capaz de identificar, aunque la mujer suple su desmemoria enseguida. Precisamente esa tensión constante entre la memoria y la desmemoria va a ser, al margen de la enfermedad de ella, va a ser determinante en la continuación de la historia, pero por ahí es indispensable que sigan los espectadores a solas el camino.

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