Un violentísimo thriller familiar despiadado y
bañado en irresistible humor negro.
Título original: Killer Joe
Año: 2011
Duración: 103 min.
País: Estados Unidos
Dirección: William Friedkin
Guion: Tracy Letts
Reparto: Matthew
McConaughey; Emile Hirsch; Thomas Haden Church; Gina Gershon; e
Juno Temple; Marc Macaulay; Gralen Bryant Banks; Carol Sutton; Danny
Epper; Jeff Galpin; Scott A. Martin; Gregory C. Bachaud; Charley Vance.
Música: Tyler Bates
Fotografía: Caleb Deschanel.
¡Menuda
sorpresa, la de este thriller «sucio» del casi octogenario
William Friedkin! Del mismo guionista y autor, Tracy Letts, había dirigido
antes Bug, un escalofriante relato de la soledad, la incomunicación y la
paranoia, criticado preceptivamente en este Ojo.
Esta entrega de
tan excelente y bien avenido tándem nos sumerge en una historia ambientada en
los infraestratos sociales usamericanos, que aparecen ante nosotros como el
reverso del famoso y supuestamente seductor «sueño americano», de tan difícil
acceso, al menos para los sórdidos personajes de esta historia, que viven
entrampados, bajo mínimos, y en lo que tiene toda la apariencia de ser un
contenedor al estilo de los que preconizaba la sectaria alcaldesa Colau para
resolver el gran problema de la vivienda en Barcelona.
La historia es
tan tremenda que gana su verosimilitud a partir de la vida «al límite» del
protagonista, sin oficio ni beneficio, de esta historia de perdedores
canónicos. Un padre, casado en segundas nupcias, convive con sus dos hijos, una
hija perdida en su mundo de debilidad mental y emocional, y un hijo que, entrampado
en deudas con violentos mafiosillos, es fidelísimo creyente de que el azar del
hipódromo le resuelva la vida. Este hijo, magnífica la interpretación de Emile
Hirsch, cuya actuación en la película de Tarantino Érase una vez en
Hollywood me pasó desapercibida, que va y viene y actúa, en el seno de la
familia, como el único con dos dedos de frente y cierto nivel de razonamiento,
aunque se jacta de ello y consigue que el padre, un zumbado integral, llegue a
odiarlo, va a embarcar a toda la familia en una terrible aventura: contratar a
un liquidador, Killer Joe, para asesinar a su madre y exesposa de su
padre, a fin de cobrar el seguro de vida de 50.000$ que, según él, solo tiene
una beneficiaria: su hermana, a quien, nada más nacer, su madre intentó matar
para deshacerse de ella, un trauma del que, evidentemente, la hermana nunca se ha recuperado.
A partir de tan
tremendo planteamiento, toda la trama girará en torno al asesinato de un
personaje, la madre, a quien solo conocemos a través de la visión distorsionada
de los otros, cuyos relatos no la favorecen, ciertamente. Y poco después hace
su aparición el Príncipe de las Tinieblas que va a convertirse en el ángel
vengador de la familia y va a asumir un protagonismo absoluto. En efecto,
hablamos de Joe, el «liquidador», el killer profesional que, por la módica
cantidad de 25.000$ se encargará del «trabajo». Para acentuar aún más el
retrato de la Usamérica degradada, Joe compagina dos profesiones aparentemente
irreconciliables: la de policía y la de asesino a sueldo en sus muchas horas
libres. La estampa del personaje, de negro integral y riguroso, con sombrero de
ala ancha y una voz de terciopelo, incapaz de alterarse ni un decibelio cuando
amenaza con la más terrible de las venganzas, una voz en las antípodas de su agresividad
presencial, remite al mundo del western, pero, salvo en la apariencia, ni
roza el género. El mundo de los asesinos a sueldo, con un toque de psicópata,
forma parte de la realidad Usamericana desde siempre, y, en determinadas
circunstancias, un sicario profesional es un «tesoro».
El hijo de la
familia, que recibe una paliza descomunal por no haber pagado a tiempo sus
deudas, una espectacular huida de los malos que se resuelve en el ardid
ingenioso de sus perseguidores, quienes apagan las motos y avanzan empujándolas
con los pies, para «confiar» al evadido y poder reducirlo hasta que llega el
jefe, quien lo trata con infinita cortesía para decirle que, si no paga, será
lo última que haga en vida, y le anuncia que los dos orangutanes que trabajan a
su servicio, le van a dar una paliza para que no se le olvide.
A partir de
aquí, se acelera el trato con Joe, pero las complicaciones derivadas del
reparto y el pago de un «anticipo» imprescindible para llevar a cabo el plan de
hacer desaparecer a su madre entorpecen la negociación. Sin embargo, cuando
están en un tris de romperse y seguir el killer su camino, emerge la
figura de la hermana, de la que se encapricha el pistolero, lo cual va a
generar una nueva línea narrativa que enfrenta, esta vez, al hermano y al
pistolero, pues ambos pretenden ejercer su poder sobre la ingenua joven, una
magnífica interpretación de Juno Temple, a quien hemos visto con placer, once
años más tarde, en la serie La oferta, de Dexter Fletcher, una serie
excepcional sobre la producción de El Padrino, de Coppola. La escena del
encuentro romántico entre Joe y Dottie, la hermana, tiene un lirismo y un
erotismo tan marcados y de excelente resultado como, más tarde, será cruel y
desgarrador la escena de una felación con un muslo de pollo de KFC, ¡inolvidable!,
y aterradora al mismo tiempo. Pero eso pertenece ya al desenlace y ahí no me
está permitido decir nada, porque, una vez asesinada la madre y descubierto que
el beneficiario del seguro no es la hija, Dottie, sino el segundo marido de
ella, quien la engaña con la mujer de su ex, todo se complica de tal manera que
se ha de ver, no merece la pena que yo cometa la villanía de «rebajarlo» con
una narración escrita.
Si la película
en sus inicios tiene a la familia como núcleo central de la degradación de un
modo de vida que deja poco o ningún camino a quienes sueñan con la riqueza desde
la desidia académica y profesional, el final es una declaración de guerra a la
impostura de ese ideal que alimenta la sociedad a otros niveles de propaganda. A
su manera, ¡y menuda manera!, recuerda en parte al desenlace de La boda de
los pequeños burgueses, de Brecht.
Por esos azares
de las teclas aporreadas, no había mencionado que el Príncipe de las Tinieblas
está interpretado por Matthew McConaughey, en uno de sus mejores trabajos, si
no el mejor, aunque su breve escena en El lobo de Wall Street, de Martin
Scorsese, que casi le roba el protagonismo a DiCaprio con tan breve aparición, pertenece
a la antología del arte interpretativo. En cualquier caso, la presencia del
pistolero del Far West reconvertido en maquinal psicópata con una dignidad
profesional que lo lleva a desentrañar el juego que han querido jugar con él,
deja boquiabiertos a los espectadores. Anuncio, para paladares delicados, que
hay unas dosis de violencia extrema difíciles de contemplar, pero incardinadas
en la trama tan lógicamente como deslumbrantes son las imágenes que ha
conseguido Friedkin para materializarla.
Lamentaría
equivocarme, pero creo que esta película irá creciendo en la estima de los públicos,
a poco que se vaya corriendo la voz de la excelencia de la trama y de las
interpretaciones, porque la de la figura del padre, a cargo de Thomas Haden
Church, un ser con tan pocas luces como las que parece haber heredado su hija
Dottie, es magistral, y bien está que no la pase por alto. Atentos a la escena
de su presencia ante el Notario y la manga de la chaqueta…
No hay comentarios:
Publicar un comentario