martes, 9 de julio de 2024

«El pueblo de los malditos», de Wolf Rilla y «Los hijos de los malditos», de Anton Leader, los alienígenas como invasores.

 

Título original: Village of the Damned

Año: 1960

Duración: 78 min.

País: Reino Unido

Dirección: Wolf Rilla

Guion: Stirling Silliphant, Wolf Rilla, George Barclay. Novela: John Wyndham

Reparto: George Sanders; Barbara Shelley; Martin Stephens; Michael Gwynne; Laurence Naismith; John Phillips; Richard Vernon.

Música: Ron Goodwin

Fotografía: Geoffrey Faithfull (B&W).

 






Título original: Children of the Damned

Año: 1964

Duración: 90 min.

País: Reino Unido

Dirección: Anton Leader

Guion: John Briley. Novela: John Wyndham

Reparto: Ian Hendry; Alan Badel; Barbara Ferris; Alfred Burke; Sheila Allen; Ralph Michael; Patrick Wymark; Martin Miller; Harold Goldblatt; Patrick White; Bessie Love;

Clive Powell; Yoke-Moon Lee; Roberta Rex; Gerald Delsol; Mahdu Mathen; Frank Summerscale.

Música: Ron Goodwin

Fotografía: Davis Boulton (B&W).

 

El terror de la Metro B contra la todopoderosa Hammer: una imaginativa mirada a la colonización alienígena de la Tierra.

 

          La villa de los malditos comienza como pudiera hacerlo cualquier episodio de la exitosa serie distópica Black Mirror: una localidad británica es objeto de un ataque inexplicable, por medio de recursos ignotos, gracias al cual todos los habitantes de la localidad caen en un estado de pérdida de conocimiento que dura sus casi tres horas, lo que despierta la preocupación no solo de las autoridades locales, sino del propio Ejército. Los planos secuencia que nos van describiendo el pueblo muerto, con los cuerpos caídos en medio de la actividad rutinaria propia de la vida cotidiana son excelentes y dan pie a que las autoridades acordonen la zona para prohibir la entrada hasta que no se sepa exactamente qué es lo que causa lo que en principio se consideran «bajas» y, más tarde, cuando un ternero vuelve en sí y se yergue sobre sus cuatro patas, el suceso más inexplicable del mundo.

          El giro de guion que lo complica todo es el embarazo simultáneo de una docena de mujeres del pueblo aún en estado fértil, y entre ellas, la mujer del protagonista, George Sanders, el único actor de relieve, junto con Barbara Shelley, quien devendría, paradójicamente, estrella de la Hammer, especializada en cine de terror. Esos embarazos van a provocar todo tipo de reacciones en el pueblo, empezando por el conflicto matrimonial del marino mercante que llega a casa tras un año de campaña de pesca y se encuentra a la mujer embarazada. La imagen del pub con un silencio absoluto, solo roto por el deprimido encuentro del vuelo de algún dardo con la diana, es muy significativo del ambiente creado en el pueblo por la inseminación galáctica que va a dar paso al nacimiento acelerado de unos niños cortados todos ellos por el mismo patrón: albinos, silenciosos, serios y de mirada inquietante. Todos ellos han roto las estadísticas de crecimiento  y han alcanzado un nivel de maduración que los convierte en un fenómeno tan extraño que no tardan en despertar las suspicacias de los habitantes de la villa. El protagonista, Sanders, en su calidad de científico, intercede por ellos ante las autoridades, porque su objetivo prioritario es aprender de ellos cuanto pueda, del mismo modo que los niños siguen con inusitado interés sus clases de ciencia.

          No tarda en desencadenarse una retahíla de enfrentamientos que comienza con el que se produce entre los niños «del pueblo» y los «extraños», aunque hayan nacido en el pueblo; pero por el aspecto físico de los niños y por la tendencia de estos a formar un grupo herméticamente cerrado bien pronto son identificados, popularmente, como un grupo de «invasores» venidos de no se sabe dónde. Que la fuerza conjunta mental que los niños pueden emplear al unísono sea capaz de torcer la voluntad de quienes se enfrentan a ellos, y la escena del marino con la escopeta que acaba disparándose a sí mismo es bien elocuente, acentúa el temor de los habitantes y predispone a las autoridades a la ideación de algún plan que pueda o reducirlos a cautividad o exterminarlos.

          La película mezcla muy hábilmente la perspectiva del temor social con  individual de algunos casos, como el de la pareja protagonista, por ejemplo, que no se resiste a que ese David que han traído al mundo no sea el hijo deseado y querido que la edad les negaba. Los niños, sin embargo, no dejan lugar a dudas sobre su nula pertenencia a la sociedad y al lugar donde han nacido: se saben llamados a algo, pero aún no saben a qué, y viven continuamente a la espera de que algo suceda, algo que dé sentido a su presencia en la Tierra. Esa ignorancia de sí mismos es un factor dramático de primer orden y muy novedoso, porque lo propio de las invasiones extraterrestres es tener muy claro los fines de un ataque contra la especie humana que controla un planeta en el que ellos pueden instalarse. No parece descabellado pensar que Larry Cohen, el creador de la serie televisiva Los invasores, pudiera haberse inspirado en esta película, aunque el referente usamericano para todo lo extraterrestre sigue siendo la versión radiofónica que hizo Orson Welles de La guerra de los mundos, de H.G. Wells.

          No sigo recontando el argumento por razones obvias. La película, en blanco y negro, no pierde el tiempo en desvíos que distraigan de la trama central, por eso avanza la narración centrada en el destino de esos niños y del pueblo donde el semen estelar en que viajaban ha fecundado a las hembras capaces de hacerlos nacer, aunque aún no sepan para qué.

          Los hijos de los malditos no es continuación propiamente dicha de la primera, sino una secuela que parte de un presupuesto muy distinto: los niños con superpoderes y unas mentes prodigiosas han nacido en todas las partes del mundo. Lo curioso es que todos ellos acaban viviendo en Londres y son hijos de los embajadores respectivos de esos países. Un servicio psicológico gubernamental tiene el encargo de estudiar psicológicamente a esos niños prodigio, que nada tienen que ver con los progenitores, como es el caso del niño protagonista de esta secuela, David, antes de que acaben poniéndose todos en contacto mental y se unan para salvarse de sus agresores y para saber cuál es su destino. La película es bastante más floja que la primera, y el reparto así lo indica. Está rodada en un inquietante Londres desierto, que añade un plus de interés a la trama y los niños acaban refugiándose, con la cuidadora del protagonista, en una iglesia desvencijada donde se harán fuertes frente a la amenaza de quienes ellos «leen» mentalmente que quieren deshacerse de ellos, eliminarlos. Se ha añadido algo más de ciencia, pero solo para descubrir que se trata de una especie que nos lleva un millón de años de desarrollo. En cuanto los datos van perfilando la amenaza implícita que significan los niños, los discursos de los adultos se bifurcan sin convergencia posible. Por un lado, está el filantrópico que quiere estudiarlos y comprenderlos para aprender de ellos, y por otro, un miembro de la Seguridad Nacional que plantea el asunto estrictamente en los mismos términos en que muchos observan hoy la invasión musulmana y africana de la vieja Europa: como un proyecto a medio y largo plazo de sustitución de los viejos valores de la ilustración por el oscurantismo políticamente teocrático del viejo islam, que, finalmente, se impondría al cristianismo. ¡No quiero ni pensar que la extrema derecha descubra esta película, porque el discurso de quien quiere abortar la invasión de los alienígenas es calcado del suyo sobre la inmigración ilegal! Es cierto que, al tratarse de una especie no propiamente humana, las decisiones de combatirlos con una agresividad  que implica el exterminio se ven en unos términos de salvar al planeta y a la humanidad con la que es difícil estar en desacuerdo; pero la segunda lectura está presente, acaso porque vemos la película desde nuestro hoy convulso, tan teñido de miedos como de extremismos.

          Que sea una película de serie B no le quita ningún mérito, antes al contrario. Es admirable el partido que sabe sacar el director de una situación que va complicándose desde que se refugian en el templo. Los lances que se multiplican para sacar a los niños e su refugio son variados y muy bien resueltos. Violencia sin ensañamiento y ese punto de ciencia ficción que nos recuerda el género de la película, porque a veces el tratamiento del tema, como si fueran unos «pobres niños» desvalidos, distorsiona el modo de acercarse al serio problema de su presencia en el Londres desierto por el que la cámara pasea con total arrebato estético.

          Vistas una detrás de la otra, se disfrutan ambas mucho mejor que si se ven de forma aislada. Se trata de uno de esos programas dobles que me dieron la vida en mi juventud de doble sesión semanal, y a veces cuádruple…

         

2 comentarios:

  1. Te juro que si no es por lo bien contado estas dos pelis, nunca me hubiera parecido un cine nada atractivo, pero tú o has hecho.. niños albinos, con poderes mentales alienígenas .. me has dejado intrigada con el motivo de su llegada .. será malo, me vas a obligar a verla jaja, , así que mil gracias y sí, muy acertado el paralelismo, vivimos el tema de inmigración africana y mucho más concretamente la musulmana como una especie de invasión alienígena, pero sin dudar por un segundo su negativa interacción en el primer mundo, vamos que sí, la extrema derecha ya los ha estigmatizado y culpado de todos los males habidos y por haber.. que nadie niega que la inmersión cultural es compleja y que al multiplicarse exponencialmente las entradas ilegales dispara la marginalidad y con ella la delincuencia, pero lejos de empeñarnos en no aceptar que en tanto en sus países se sigan muriendo de hambre no van a dejar de subir, así que o les ayudamos en sus países de origen para que no salgan en masa o aceptamos que debemos intentar por todos los medios su integración, por su bien y el nuestro ; ) Como siempre un placer, un beso JUAN!

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    1. Gracias, María. La primera es estupenda; la segunda, muy actual, por ese paralelismo que va camino de enquistársenos como un mal sueño. Los bárbaros cambiaron Europa de arriba abajo. Vamos camino de otra barbaridad, pero esta aún será peor, porque arrasará con los valores de la Ilustración y el liberalismo. En fin, toca remar...

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