Un
western crepuscular canónico, en franca competencia con El hombre que
mató a Liberty Valance, de John
Ford, rodada el mismo año.
Título original: Lonely are the Brave
Año: 1962
Duración: 107 min.
País: Estados Unidos
Dirección: David Miller
Guion: Dalton Trumbo. Novela: Edward
Abbey
Reparto: Kirk Douglas; Gena Rowlands; Walter Matthau; Michael Kane; Carroll
O'Connor; William Schallert; George Kennedy; Karl Swenson; William Mims.
Música: Jerry Goldsmith
Fotografía: Philip H.
Lathrop (B&W).
Espectacular
inicio y una continuación mayúscula. Una fogata en tierras desérticas, un
vaquero y una yegua semidócil. De repente, el sonido estruendoso de un avión invisible cuyo ruido, fuera de
campo, me provoca un choque anacrónico que me deja estupefacto. ¿Aviones en un
western, usualmente ubicados en el XIX? No sabiendo nada del argumento con
anterioridad, ignoraba que la acción se desarrolla en 1953. Estamos, pues, ante
una muestra tan exquisita como inteligente de lo que, de la mano de Ford y El
hombre que mató a Liberty Balance, conocemos como «western crepuscular». Un
clásico cowboy sin ataduras ni compromisos que lo priven de su amor por
la libertad regresa a una pequeña localidad donde visita a una antigua novia
ahora casada con su mejor amigo, con
quien tiene un hijo. La declaración de intenciones del guion queda clara
cuando el vaquero encuentra una alambrada que le impide seguir su camino. Ni
corto ni perezoso, saca unos alicates de la alforja, la corta y continúa su
marcha, sin respetar la supuesta propiedad privada que le ha puesto «puertas al
campo». Apenas desaparecido el rastro de los aviones en el cielo, finalmente
enfocados, el vaquero habrá de «salvar» una terrible cicatriz del territorio:
una carretera muy transitada en la que, a lomos de Whiskey, se siente de
repente perdido y en peligro de ser atropellado. Poco más necesita el guion
para hacernos ver el choque de mundos que han de entrar en colisión.
Esa será la «tónica dominante» del relato:
el enfrentamiento de un hombre libre contra los compromisos sociales, dispuesto
a seguir el dictado de unos valores que lo llevan a buscar ser detenido e
ingresado en la cárcel para ayudar a su amigo a escapar. Que el amigo esté en
la cárcel por haber ayudado a unos mejicanos que han pasado la frontera sin
papeles nos trae directamente a nuestro presente de fortísimas presiones en las
fronteras de buena parte del mundo, y en la película, al menos, se contempla el
acto desde dos puntos de vista muy diferentes, el del amigo, lleno del
idealismo y la defensa de la libertad ante todo, y el de la mujer, que, al
cuidado de un hijo, no se explica que el marido anteponga su idealismo al
«materialismo», digámoslo así, de cuidar de su familia. Esa ambigüedad de
visiones, una apegada a la realidad y las dificultades para sobrevivir, y la
otra atenta a los principios fundamentales que han de regir las vidas de las
personas, irá resolviéndose a medida que avance la película, y, como la
condición genérica de la película exige, queda anticipado que nos las hemos de
ver con un “noble perdedor”.
La peripecia
del vaquero para conseguir llegar hasta donde está encerrado el amigo pasa por
una espectacular lucha con un manco excombatiente, igual condición que la del
vaquero, por supuesto. La lucha está rodada con un brío espectacular, hasta que
la llegada de la policía le pone fin. Se ignora, más allá de ser un forastero,
la razón última del inicio de la pelea, excepto el trastorno obsesivo del
manco, al parecer siempre dispuesto a «imponer» su superioridad de tullido
frente a cualquier «gallito» que entre en corral ajeno. Detenido por la
policía, y expuesto a ser «perdonado» y considerarlo todo una pelea de bar
normal y corriente, el cowboy la emprende a golpes con los policías que lo
custodian para acabar siendo llevado a la cárcel donde los detenidos aguardan a
ser llevados, posteriormente, a la cárcel del condado. Enseguida vemos que la
propuesta de evasión del amigo, lima de por medio, escondida en sus botas, no
obtiene la respuesta que esperaba: prefiere cumplir los dos años y seguir
viviendo con su mujer y su hijo, que lanzarse a la aventura de ser un prófugo
perseguido. El cowboy, que ha sido golpeado cruelmente por el oficial de
prisiones, exclusivamente para «bajarle los humos», tras un conato de
enfrentamiento en defensa de su amigo, sí decide escaparse, lo cual sella su
futuro.
Paralelamente,
entra en escena el sheriff de la localidad, una interpretación magistral
de Walter Matthau, quien recuerda muy vagamente al Quinlan de Sed de mal,
de Welles, pero sin la acritud y el asco que este inspira. Su entrada en la
oficina, con una línea magistral, nos da ya a entender su hastío y su escasa
motivación laboral: «Recuerdas la prostituta que encontramos con un puñal
clavado en la espalda, y que el forense calificó como suicidio. Pues ve y detén
al forense». En cuanto le llega la comunicación de la huida del preso, inicia
un dispositivo para calcularlo que aporta a la acción una perspectiva de
comedia muy eficaz, porque el sheriff persigue, sí, pero depende de los
medios técnicos del ejército, sobre todo del helicóptero que permite sobrevolar
el escarpado terreno montañoso y arbolado por donde el fugitivo busca su camino
de huida a México.
Las secuencias de la escalada con la yegua son auténtico cine de acción del mejor, y aquí es donde conviene recordar que el debut del personaje «Rambo» en el cine, fue en la película Acorralado, de Ted Kotcheff, cuyo guion sigue casi punto por punto la novela de Edward Abbey que Dalton Trumbo convirtió en guion. La «caza del hombre», la huida desesperada, el vuelo del helicóptero que es abatido en ambos relatos, la paliza policial… Llama la atención que un excombatiente de la Guerra de Vietnam fuera algo así como la réplica del de la Guerra de Corea. Sí, es cierto que el sustrato social de ambos relatos es muy distinto, porque en el guion de Trumbo se potencian actitudes en pro de la igualdad y la Justicia, así como el respeto a lo más sagrado del mundo para el cowboy, después de su independencia individual, la lealtad a la amistad, que lo lleva a arriesgar su propia vida. No avanzo nada del desenlace, pero con un poco de pesquis cualquier lector de estas líneas puede captar qué sentido tendrá. La interpretación de Kirk Douglas, auténtico factótum del film, es de las mejorcitas de su carrera, ¡y anda que no las tiene memorables!, pero él mismo lo decía, muy orgulloso. Se juntan en él la socarronería, el sentido de la responsabilidad, el amor a la libertad y la fiera determinación de seguir siendo un cowboy libre en una tierra sin obstáculos a su libre circulación por ella, y añádase el amor a su yegua, que lo lleva incluso a tomar decisiones que lo perjudican, pero ¿qué es un cowboy sin su cabalgadura? They Shoot Horses, Don't They?, de Sydney Pollack es parte de la respuesta… Douglas escogió al director, David Miller, de quien he criticado aquí La historia de Esther Costello (https://elojocosmologicodejuanpoz.blogspot.com/2019/11/la-historia-de-esther-costello-de-david.html) y de quien debería haber criticado Miedo súbito, un thriller magnífico con Joan Crawford, Jack Palance y Gloria Grahame. Tal vez me anime, para completar en este Ojo, una trilogía de un autor poco citado y menos valorado. Y también escogió al músico, Jerry Goldsmith, para quien fue su tercera banda sonora.
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