Los espléndidos rudimentos biográficos del moderno autoritarismo político encarnado por Trump.
Título original: The
Apprentice
Año: 2024
Duración: 116 min.
País: Canadá
Dirección: Ali Abbasi
Guion: Gabriel Sherman
Reparto: Sebastian Stan; Jeremy Strong; Maria Bakalova; Martin Donovan; Patch
Darragh;
Katie Garyfalakis; Eon Duffy; Stuart Hughes; Randy Thomas; Michelle
Doiron; Moni Ogunsuyi; Craig Warnock; Chloe Madison; Catherine McNally; Taylor
Brunatti; Aidan Gouveia; Chris Gleason; Charlie Carrick; Ben Sullivan; Mark
Rendall; Joe Pingue; Jim Monaco; Bruce Beaton; Ian D. Clark; Valerie O'Connor; James
Madge; Ron Lea; Edie Inksetter; Michael Hough; Robert J. Tavenor.
Música: Martin Dirkov, David
Holmes, Brian Irvine
Fotografía: Kasper Tuxen.
Me entero a
deshora que los dos principales actores de esta película netamente política
estaban nominados a dos categorías de los Oscar, y a fe que ambos, si Trump no
hubiera ganado las elecciones, acaso se lo hubieran llevado, porque nos ofrecen
dos lecciones de interpretación ajustadísimas, al menos en el caso de Stan, al
original. Acaso Strong se muestra un poco pasado de revoluciones, porque tal
determinación impasible para el mal se compadece poco con la cintura que se ha
de tener para ciertas negociaciones, aunque las suyas eran mas del tipo “una
oferta que no puedes rechazar!”, desde luego. En la primera entrevista entre el
joven Trump y el poderoso e influyente abogado Roy Cohn, mano derecha de Joseph
McCarthy y muy activo, posteriormente, en la condena de los esposos Rosenberg,
un «sujeto» con cierto éxito cinematográfico, pues ha sido interpretado por Al
Pacino, James Woods y ahora por un espléndido, a fuerza de malvado, Jeremy
Strong, si bien el arco vital de la película llega hasta su caída y su contagio
de SIDA, muestra de su fanática doble moral, se condensa lo que ha de ser el
desarrollo de una vida continuamente al borde del precipicio y siempre más allá
del bien y del mal. Se trata, en consecuencia, más de un «documento» de imprescindible
conocimiento que de una «ficción» que podamos evaluar en términos estéticos.
Cuesta mucho hacerse a la idea de pasar dos horas con la versión
cinematográfica de Donald Trump, pero, como en tantas otras ocasiones, se
aprende mucho de la biografía del mal. No hay más que ver El vicio del poder,
de Adam McKay sobre Dick Cheney, el todopoderoso vice («vicio» y «vicepresidente»)
de Bush Jr., para darnos cuenta del enorme servicio público que significan
ciertas películas, entra las que se cuenta esta que hoy comento.
La película
aborda la vida de Trump mientras este trata de abrirse paso para liberarse de
la tutela del padre e iniciar su propia carrera en solitario. Se trata de un
Trump de relativa buena planta, muy ambicioso, pero muy limitado. Su encuentro
con el abogado Cohn, porque busca a alguien que defienda a su padre ante los
tribunales de las acusaciones gubernamentales de malas practicas empresariales,
va a ser determinante en su vida, pues el abogado mafioso y sin escrúpulos,
para mí el verdadero protagonista de la película, va a imbuir a Trump de
ciertos «principios» perversos que este hará suyos y convertirá, andando el
tiempo, en los rasgos definitorios de su personalidad. Que setenta y siete
millones de usamericanos hayan visto en él su «salvador» nos muestra bien a las
claras la degradación de la democracia en el país que se erigió en su máximo
defensor, sobre todo en dos terribles guerras mundiales.
La película se
abre con unas imágenes elocuentes: Trump pasando por los pisos alquilados de la
empresa de su padre para cobrar la mensualidad a los inquilinos, quienes lo
reciben de todas las maneras imaginables. Queda claro, pues, que ese negocio al
por menor no es algo que él quiera heredar y/o gestionar, porque se siente
llamado a empresas de mayor envergadura. Lo que no tarda es en aprender, junto
al abogado, que no hay crecimiento económico sin extorsión política y otras
prácticas amedrentadoras. Se trata de ofrecer su «inversión» como un bien
privado al servicio del amejoramiento de la ciudad, razón por la cual los poderes
públicos han de eximirle de los impuestos correspondientes. Se trata, pues, de
unas prácticas que han puesto toda su carrera permanentemente en la picota y
por la que aún está sometido a investigaciones judiciales que, tras ganar las
elecciones presidenciales, sospecho que quedarán en nada o en algo que,
literalmente, será irrelevante, dado el control que parece tener su
Administración del sistema judicial, no muy distinta de la que ejerce Pedro
Sánchez en España, otro caudillo de quien no dejo de hacerme cruces que tenga
los siete millones largos que tiene, tras haber hecho de la mentira y la
degradación democrática una forma de supervivencia política.
Aunque la
película pudiera entenderse como una biografía sobre los corruptos pies de hierro
de un magnate, el clásico Tycoon de tantas películas, como las biografías
fílmicas de Irving Thalberg en El último magnate, de Elia Kazan o de
Charles Foster Kane en Ciudadano Kane, de Welles, los primeros pasos
empresariales de Trump por fuerza hemos de verlos desde la perspectiva política
como los cimientos de su personalidad púbica, proyectados, después, en la
carrera que lo ha llevado a alcanzar la Casa Blanca por dos veces. Una
personalidad que se manifiesta de igual manera en la esfera privada, a juzgar
por las relaciones que establece con su familia, su hermano y su primera mujer
Ivana, de quien se separa de un modo que va a regir la vida de Trump desde entonces,
con un «escándalo» mediático. Estamos hablando de la forja no de un carácter,
sino de un pobre de espíritu con paradójica e insólita fortaleza que hará de
tres principios un catecismo vital: 1. Atacar, atacar, atacar. 2. No admitir
nada y negarlo todo. 3. No importa qué pase, nunca admitir la derrota y siempre
reclamar la victoria. Nadie ignora cómo Trump ha aplicado esos principios para
consolidar una carrera política que ahora amenaza con trastocar, desde tan
poderoso lugar como la presidencia de su país, el orden mundial y convertir el
planeta en un escenario algo más que peligroso, a tenor de su sintonía con
dictadores tan «asentados» como Putin y Xi Jinpng, además de con sus satélites
europeos de extrema derecha.
La interpretación
de Sebastian Stan, a quien no reconocí, tras haberlo visto en Yo, Tonya,
de Craig Gillespie, es antológica, porque ha sabido reproducir con extrema
fidelidad no solo la apariencia general del personaje, sino sus pulsiones más
íntimas. Supongo que el «duelo» con Jeremy Strong habrá contribuido a esa
representación. El «muequeo» de los
morros de Trump, esos dejes mussolinianos que tiene el político neoyorquino,
así como la prepotencia típica con que se dirige a cualquiera están conseguidísimos.
El culto que rinde Trump al éxito está en relación directa con su deprimente criterio
estético, y de ahí la decoración de su propia casa o un exhibicionismo
incompatible con su tendencia a engordar y la inevitable pérdida de cabello,
extremos que trata de remediar mediante tratamientos agresivos perfectamente
descritos, con toda su crudeza, en la película. ¿Hay algo más trumpiano que ese
rostro anaranjado y el cabello pericompuesto para tratar de frenar la calvicie?
El aprendiz
se limita, por tanto, a ese periodo inicial en que se apoya en Roy Cohn y aún
ni se vislumbra que pueda tener una carrera política como la que ha tenido. Curiosamente,
tanto Cohn como Trump estaban registrados como votantes del Partido Demócrata,
pero sus hechos los incluyen bien en las prácticas mafiosas bien en el ámbito
corrupto de las políticas republicanas, más atentas a sus lobbies que al bien
común. Ni siquiera entra la película en aquella fase televisiva de Trump, como
el concurso que él patrocina y que da nombra a la película, The Apprentice,
cuyo premio es un contrato para trabajar en los negocios de Trump. Tampoco
aparecen sus problemas judiciales como el ya sentenciado, como culpable, a
propósito de sus relaciones con la actriz porno Stormy Daniels, si bien
queda clara su particular vida sexual en la película, e incluye una violación
de su mujer, Ivana, denunciada por ella, pero de la que luego se arrepintió. Y
también tiene un lugar especial la propia relación con su hermano mayor, Fred,
a quien su padre «deshereda» como su sucesor tras haber seguido la carrera d
piloto de aviones, profesión que deja por sus problemas con el alcohol, ejemplo
en el que escarmentará el joven aprendiz de lobo inmobiliario para ahorrarse «sorpresas».
Piénsese que
la premisa fundamental de la «ideología» trumpiana es que la verdad no existe,
que cada cual tiene la suya y que de lo que se trata es de imponer la propia,
cueste lo que cueste, para jugar con ventaja y sacar provecho, mucho provecho
o, como él dice, mi cliente es todo el país, primero, y, luego, todo el mundo.
Y en esas (perversas) estamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario