lunes, 1 de septiembre de 2025

«El amo», de Yuriy Bykov, Rusiaurss por de dentro…

 

La corrupción como principio fundamental de un régimen político.

 

Título original: The Owner

Año: 2023

Duración: 123 min.

País: Rusia

Dirección: Yuriy Bykov

Guion: Yury Bykov

Reparto: Artyom Bystrov; Oleg Fomin; Klavdiya Korshunova; Konstantin Solovyov; Kirill Pletnyov; Yekaterina Rednikova; Darya Poluneeva; Aleksandr Anoprikov; Yevgeni Antropov; Aleksey Ushakov; Aleksandr Bandurin; Petr Tomashevsky; Roman Borzovskiy; Aleksey Lysenko; Olga Rostina; Andrey Davydov; Valeriya Likhachyova; Valeriy Karpukhin; Ostap Bogomolov; Artyom Borzovskiy.

Música: Ivan Isyanov, Yuriy Bykov

Fotografía: Mikhail Soloviev.

 

          Si hace poco criticaba una película georgiana en la que se describía la represión de la inmigración ilegal en Rusia, hoy le toca el turno a una película rusa que aborda, de un modo eficaz, algo efectista, y siempre descarnado, el hecho de la corrupción a escala institucional, paralela a la privada de los grandes jerarcas de la economía privatizada en función de su cercanía a los poderes máximos del antiguo imperio, hoy en horas bajas y desangrándose en una guerra contra Ucrania que se anunció poco menos que como un paseo triunfal en el que los ucranianos recibirían con claveles y rosas a los invasores…

          La narración es sencilla, pero contundente, y tira de la paradoja para adentrarnos en los códigos de conducta de un tiranuelo que se aprovecha de su poder policial para construirse una reputación de hombre todopoderoso a quien nadie le levanta la voz ni hace nada que no reciba su «bendición» social y apolítica, porque esos señores de la guerra sin guerra, auténticos toparcas que operan a nivel regional e incluso comarcal, no se mueven en los viejos esquemas europeos de la influencia social determinante de los partidos políticos arraigados en cada sociedad, sino que se imponen por la vía del terror, de la violencia extrema e incluso, lógicamente, del asesinato como una de las artes más eficaces posibles de persuasión de terceros.

          Tras un arranque sexual explícito, rodado con soberbia intensidad, la familia monta en el coche y, tras el alboroto de los pequeños indisciplinados en la parte trasera, el protagonista ha de frenar bruscamente para evitar chocar con una camioneta que ha colisionado con un turismo de alta gama que ha quedado con las ruedas al aire y en el que se ha declarado un incendio. Menshov, el protagonista, dueño de un concesionario de coches, con deudas y problemas de acoso oficial para cerrarle el taller o someterlo a extorsión, no duda en sacar una palanca de hierro e irse al coche accidentado para intentar salvar al ocupante. Todas estas secuencias tienen un tono de realismo extremo que angustian notablemente al espectador, porque teme no solo que muera el accidentado, sino que el propio Menshov salte por los aires, si el coche explota. Con no pocos esfuerzos, y antes de que esa eventualidad suceda, Menshov, con ayuda de algunos otros conductores, consigue sacar del coche a su ocupante, Rodin, el policía corrupto archifenomenalmente interpretado por Oleg Fomin, que compone un villano antológico  que vale, él solo, por toda la película.

          Tras localizar al salvador, quien había seguido su camino sin dejar señal de sí, como debe ser en quien hace el bien sin mirar a quién, Rodin se presenta en su casa con una botella para brindar por la heroicidad de Menshov y agradecerle lo que, desinteresadamente, hizo por él. Y luego se despide,

          La película, a partir de ese momento, sigue el camino ya trillado del relativo panoli deslumbrado por el inmenso poder de un personaje de quien no sabe nada y sobre quien lo vamos sabiendo los espectadores al mismo tiempo que él. Y sí, lo que vamos conociendo de ese personaje nos inquieta hasta el punto de sentir un conato de rechazo que se acentuará a medida que vayamos conociéndolo mejor, porque el todopoderoso jefe mafioso, que vive con el lujo de un millonario, siendo un discreto comisario de policía, no tarda en aparecer como lo que es: alguien repugnante.

          Hay un notable proceso de vampirismo que es, al mismo tiempo, la necesidad de un hombre mayor de «educar» a un hombre joven, lleno de valores positivos y humanistas, para que se abra a una realidad que no es la que él conoce, desde su bondad, sino la que el viejo domina desde su poder violento que le permite vivir sin contratiempos. Hay un proceso de seducción, pues, que se corresponde con la perversión de un alma noble para convertirla en un secuaz tan repugnante como el iniciador y dominador, siempre dispuesto a ayudar a su salvador, porque, como dice en su fiesta de cumpleaños, ha vuelto a nacer gracias a él.

          Desde que Menshov cae en las redes protectoras de Rodin, la mujer de Menshov advierte la transformación y comienza a inquietarse. El verdadero asco que siente esa mujer hacia Rodin es algo así como el otro platillo de la balanza que quiere evitar que su marido se despeñe aupándose al de Rodin. El fin de semana en casa de Rodin, cuando la mujer sube a su cuarto y se encuentra cara a cara con la mujer de Rodin, escuchando en el descansillo cómo su marido se folla a una de las mujeres de los invitados, el mismo a quien la mujer de Menshov, Anna, contemplará ajustándose el pantalón y subiéndose la cremallera de la bragueta después de polvo rápido a la invitada. El temor que siente en ese instante la mujer de Menshov es el propio que sienten cuantos se relacionan con él y el que siente el espectador ante la arbitrariedad de un personaje de ese calibre.

          Se trata, como se advierte, de una película de fuerte contenido psicológico, porque, al cabo, es la lucha de ese ser de sólida moral que acaba derritiéndose y siendo moldeado en las manos del tiranuelo como los miles que se han apoderado de la sociedad rusa e imponen su ley, como la imponen los dueños del Kremlin sobre toda la sociedad en su conjunto: el ciego, soberbio y temible autoritarismo a escala. En el fondo, aquí en España no estamos libres de esas mafias que se han radicado en la Costa del Sol, y a las que combate la policía con escasos medios.

          Curiosamente, es la parte política que aparece en la película lo más flojo de ella, porque los movimientos populares tienen poco o ningún recorrido en esa sociedad tan cercana a un estado policial, como en los viejos tiempos del KGB, que fue la escuela del actual presidente de Rusia, Putin. Con todo, se nos ofrecen como un débil rayo de esperanza frente a la consolidación del mal como ideal social.

          Siempre es un placer adentrarse en sociedades tan herméticas como la Rusia de hoy, del mismo modo que resulta apasionante cualquier incursión en ese país surrealista que es Corea del Norte, por supuesto. Desde este punto de vista, nadie se verá defraudado, y, además, la galería de actores alcanza un nivel de representación excepcional. Desde Artyom Bystrov, Menshov, hasta Klavdiya Korshunova, pasando por Oleg Fomin, auténtica estrella de la película, sin duda.

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