La corrupción como principio fundamental de un régimen político.
Título original: The Owner
Año: 2023
Duración: 123 min.
País: Rusia
Dirección: Yuriy Bykov
Guion: Yury Bykov
Reparto: Artyom Bystrov; Oleg
Fomin; Klavdiya Korshunova; Konstantin Solovyov; Kirill Pletnyov; Yekaterina
Rednikova; Darya Poluneeva; Aleksandr Anoprikov; Yevgeni Antropov; Aleksey
Ushakov; Aleksandr Bandurin; Petr Tomashevsky; Roman Borzovskiy; Aleksey
Lysenko; Olga Rostina; Andrey Davydov; Valeriya Likhachyova; Valeriy Karpukhin;
Ostap Bogomolov; Artyom Borzovskiy.
Música: Ivan Isyanov, Yuriy
Bykov
Fotografía: Mikhail Soloviev.
Si
hace poco criticaba una película georgiana en la que se describía la represión
de la inmigración ilegal en Rusia, hoy le toca el turno a una película rusa que
aborda, de un modo eficaz, algo efectista, y siempre descarnado, el hecho de la
corrupción a escala institucional, paralela a la privada de los grandes
jerarcas de la economía privatizada en función de su cercanía a los poderes máximos
del antiguo imperio, hoy en horas bajas y desangrándose en una guerra contra
Ucrania que se anunció poco menos que como un paseo triunfal en el que los
ucranianos recibirían con claveles y rosas a los invasores…
La
narración es sencilla, pero contundente, y tira de la paradoja para adentrarnos
en los códigos de conducta de un tiranuelo que se aprovecha de su poder
policial para construirse una reputación de hombre todopoderoso a quien nadie
le levanta la voz ni hace nada que no reciba su «bendición» social y apolítica,
porque esos señores de la guerra sin guerra, auténticos toparcas que operan a
nivel regional e incluso comarcal, no se mueven en los viejos esquemas europeos
de la influencia social determinante de los partidos políticos arraigados en
cada sociedad, sino que se imponen por la vía del terror, de la violencia
extrema e incluso, lógicamente, del asesinato como una de las artes más
eficaces posibles de persuasión de terceros.
Tras
un arranque sexual explícito, rodado con soberbia intensidad, la familia monta
en el coche y, tras el alboroto de los pequeños indisciplinados en la parte
trasera, el protagonista ha de frenar bruscamente para evitar chocar con una
camioneta que ha colisionado con un turismo de alta gama que ha quedado con las
ruedas al aire y en el que se ha declarado un incendio. Menshov, el
protagonista, dueño de un concesionario de coches, con deudas y problemas de
acoso oficial para cerrarle el taller o someterlo a extorsión, no duda en sacar
una palanca de hierro e irse al coche accidentado para intentar salvar al
ocupante. Todas estas secuencias tienen un tono de realismo extremo que
angustian notablemente al espectador, porque teme no solo que muera el
accidentado, sino que el propio Menshov salte por los aires, si el coche
explota. Con no pocos esfuerzos, y antes de que esa eventualidad suceda,
Menshov, con ayuda de algunos otros conductores, consigue sacar del coche a su
ocupante, Rodin, el policía corrupto archifenomenalmente interpretado por Oleg Fomin,
que compone un villano antológico que
vale, él solo, por toda la película.
Tras
localizar al salvador, quien había seguido su camino sin dejar señal de sí,
como debe ser en quien hace el bien sin mirar a quién, Rodin se presenta en su
casa con una botella para brindar por la heroicidad de Menshov y agradecerle lo
que, desinteresadamente, hizo por él. Y luego se despide,
La
película, a partir de ese momento, sigue el camino ya trillado del relativo panoli
deslumbrado por el inmenso poder de un personaje de quien no sabe nada y sobre
quien lo vamos sabiendo los espectadores al mismo tiempo que él. Y sí, lo que
vamos conociendo de ese personaje nos inquieta hasta el punto de sentir un
conato de rechazo que se acentuará a medida que vayamos conociéndolo
mejor, porque el todopoderoso jefe mafioso, que vive con el lujo de un
millonario, siendo un discreto comisario de policía, no tarda en aparecer como
lo que es: alguien repugnante.
Hay
un notable proceso de vampirismo que es, al mismo tiempo, la necesidad de un
hombre mayor de «educar» a un hombre joven, lleno de valores positivos y humanistas,
para que se abra a una realidad que no es la que él conoce, desde su bondad,
sino la que el viejo domina desde su poder violento que le permite vivir sin
contratiempos. Hay un proceso de seducción, pues, que se corresponde con la
perversión de un alma noble para convertirla en un secuaz tan repugnante como
el iniciador y dominador, siempre dispuesto a ayudar a su salvador, porque,
como dice en su fiesta de cumpleaños, ha vuelto a nacer gracias a él.
Desde
que Menshov cae en las redes protectoras de Rodin, la mujer de Menshov advierte
la transformación y comienza a inquietarse.
El verdadero asco que siente esa mujer hacia Rodin es algo así como el otro
platillo de la balanza que quiere evitar que su marido se despeñe aupándose al
de Rodin. El fin de semana en casa de Rodin, cuando la mujer sube a su cuarto y
se encuentra cara a cara con la mujer de Rodin, escuchando en el descansillo
cómo su marido se folla a una de las mujeres de los invitados, el mismo a quien
la mujer de Menshov, Anna, contemplará ajustándose el pantalón y subiéndose la
cremallera de la bragueta después de polvo rápido a la invitada. El temor que
siente en ese instante la mujer de Menshov es el propio que sienten cuantos se
relacionan con él y el que siente el espectador ante la arbitrariedad de un
personaje de ese calibre.
Se
trata, como se advierte, de una película de fuerte contenido psicológico, porque,
al cabo, es la lucha de ese ser de sólida moral que acaba derritiéndose y
siendo moldeado en las manos del tiranuelo como los miles que se han apoderado
de la sociedad rusa e imponen su ley, como la imponen los dueños del Kremlin
sobre toda la sociedad en su conjunto: el ciego, soberbio y temible
autoritarismo a escala. En el fondo, aquí en España no estamos libres de esas
mafias que se han radicado en la Costa del Sol, y a las que combate la policía
con escasos medios.
Curiosamente,
es la parte política que aparece en la película lo más flojo de ella, porque
los movimientos populares tienen poco o ningún recorrido en esa sociedad tan
cercana a un estado policial, como en los viejos tiempos del KGB, que fue la
escuela del actual presidente de Rusia, Putin. Con todo, se nos ofrecen como un
débil rayo de esperanza frente a la consolidación del mal como ideal social.
Siempre
es un placer adentrarse en sociedades tan herméticas como la Rusia de hoy, del
mismo modo que resulta apasionante cualquier incursión en ese país surrealista
que es Corea del Norte, por supuesto. Desde este punto de vista, nadie se verá
defraudado, y, además, la galería de actores alcanza un nivel de representación
excepcional. Desde Artyom Bystrov, Menshov, hasta Klavdiya Korshunova, pasando
por Oleg Fomin, auténtica estrella de la película, sin duda.
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