lunes, 29 de septiembre de 2025

«El Viejo roble», de Ken Loach, o Capra revisitado

 

La despedida del campeón del buenismo acrítico.

 

Título original: The Old Oak

Año: 2023

Duración: 113 min.

País: Reino Unido

Dirección: Ken Loach

Guion: Paul Laverty

Reparto: Dave Turner; Ebla Mari; Debbie Honeywood; Claire Rodgerson; Andy Dawson; Trevor Fox; Neil Leiper; Laura Daly; Reuben Bainbridge; Jordan Louis; Andrea Johnson; Kika Markham; Chris Gotts;

Micky McGregor; Rhys Stone; Heather Wood; Gary Kitching; Rob Kirtley; Donald McBride.

Música: George Fenton

Fotografía: Robbie Ryan.

 

          Aunque El viento que agita la cebada, Lloviendo piedras o Felices dieciséis son películas muy estimables, el cine de Loach nunca ha sido uno de mis preferidos, sobre todo cuando se adentra en terrenos difíciles y muy polémicos, como ocurrió con Tierra y libertad, sobre la guerra civil española, cuyo maniqueísmo es bastante difícil de soportar. Que Loach es el campeón de los buenos sentimientos no admite duda, pero sí críticas, porque, de un modo acaso más catequístico que Capra, ordena el relato con una finalidad precisa: que triunfe el bien, sea como sea, y se hayan sembrado las incongruencias que se hayan sembrado, por las que se pasa ineluctablemente para llegar a ese fin ejemplar y salvífico.

Es lo que ocurre con esta historia en la que un grupo de refugiados sirios literalmente aterriza en una comunidad inglesa empobrecida, sin recursos propios, en la que, al menos ese es el retrato que se nos ofrece, hasta los propios ingleses tienen carencias que llegan incluso a la infraalimentacion. Aún no se han bajado del autobús y se desata la primera refriega xenófoba, una «bienvenida» que no tardará en extenderse a no pocas familias de la localidad. Estamos ante un choque de culturas canónico, y enseguida van a emerger dos personajes que atenúan ese choque, primero, y, luego, lo disuelven, con la ayuda de una voluntaria que deus ex machina aporta unas ayudas a las familias sirias que favorecen el desagrado con que se observa un trato de favor que, implícitamente, desdeña a los locales, como el protagonista le dice a la joven solidaria, casi con la bocha chica, como si fuera la coartada para poder desarrollar después la total instalación, y posterior integración, de los sirios en la vida de la castigada localidad. Que la joven siria que domina el inglés y el viejo solitario que regenta El viejo roble, un pub frecuentado por parroquianos que no se muestran muy favorables a los refugiados, se entiendan pronto abre un camino hacia la normalidad de las relaciones con los «extraños» que irá progresando a partir de iniciativas solidarias a las que se suma el dueño del pub, tras establecer como vínculo que él se encargue de arreglarle a la joven, aficionada a la fotografía, la cámara que le rompió el bárbaro xenófobo con quien tuvo la mala suerte de tropezar el mismo día de su llegada.

He de reconocer que la historia está narrada con fluidez y que el hecho de no contar en la película con actores y actrices de primera magnitud hace bastante más creíbles las reacciones de los personajes. Los parroquianos, un dechado de orgullo nacional malentendido no tienen desperdicio, pero responden a una situación de degradación de su localidad y de sus pequeñas posesiones que les afecta lo suficiente para ver en la llegada de los extranjeros «bendecidos por las autoridades lejanas de la capital» una amenaza cierta. De forma lateral, pero es importante en la trama, uno de los clientes que tiene a la mujer enferma y quiere marcharse de un barrio donde su vecino les hace, con sus ruidos, la vida imposible, se percata de que la vivienda que a él le costó 50.000 libras, las están vendiendo a fondos buitre por 9.000, lo que, de hecho, le condena a tener que seguir viviendo donde está.

Como se trata de una película «de tesis», es evidente que hay algunos episodios, como el del sacrificio de la perrita del dueño del pub que es acosado por los perros peligrosos de unos jóvenes con pintas, acaso un poco trasnochadas ya, de skins, a quienes se les escapa uno de ellos sin que el dueño del pub pueda hacer nada para evitar que se «meriende» a un animalejo entrañable para el protagonista, porque está muy ligado a una biografía cuyos hechos más destacables, por dramáticos, solo se nos cuentan al final, cuando ya se ha forjado una estrecha relación de solidaridad entre él y la joven siria. De hecho, esa salvajada queda en nada, dada la resignación con que e protagonista se abstiene de pedir algo más que explicaciones a los gamberros.

Que la solidaridad con los sirios supone una vía de «redención» para el protagonista casa con la perspectiva comunitaria que enseguida adquiere la acción, porque el viejo roble abre sus puertas como comedor social que favorece el contacto de los recién llegados con los nativos de la localidad, lo cual va tejiendo una nueva realidad social que llenará a todos de orgullo y de felicidad, capriana, por supuesto. La intención de la película, sana y buena como todas las de las películas de Loach, el cineasta «social» por antonomasia, es conseguir una convivencia «natural» entre las buenas gentes de la localidad y las buenas gentes llegadas del otro extremo del mundo, con costumbres, lengua y dioses diferentes, pero, ¡eso sí!, con un abanico de buenos sentimientos que a la fuerza han de coincidir punto por punto con los de la localidad que les tiene, al comienzo, tanto miedo.

No voy a entrar en el desenlace, porque cualquiera que haya leído hasta aquí, ya imagina a la perfección cuál y cómo será, pero no quiero concluir la crítica sin añadir un dato que parece la «contestación» social a esta película, a su tesis, en verdad: el partido xenófobo y partidario del Brexit, liderado por Farage, tiene ahora mismo una estimación de voto en las encuestas que se traduce en la conquista de 450 escaños, una mayoría absoluta incontestable. Y la verdad es que no sé qué me parece más preocupante, si la ceguera de unos o la de otros, porque está claro que en tiempos revueltos la propaganda polarizada causa estragos.

Quizás sea esta la última película de Loach, y por eso he querido levantar acta crítica de mi despedida, porque, compartiendo la aspiración de entendernos a través de los buenos sentimientos, no me ciego para no entender que también los malos sentimientos anidan en el corazón humano y son causa de innumerables injusticias. He seguido su obra de forma intermitente, pero nunca me he negado a ver sus obras, algunas de las cuales, como las citadas, a las que debería añadirse Agenda oculta, por supuesto. Aunque de inspiración capriana, el cine de Loach siempre ha tenido un deliberado contenido político, aunque cierto tratamiento en exceso maniqueo ha lastrado algunas de sus películas. Con todo, a través de su cine se levanta acta de la incontestable degradación de la vida de la clase trabajadora en Inglaterra, sobre todo a partir de la época de Margaret Thatcher. Su despedida incide en un tema, el de la inmigración —aunque en la película se trata de refugiados de un conflicto bélico— que está llamado a colocarse en los primerísimos puestos de la agenda política, al menos en Occidente.

         

 

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