La despedida del campeón del buenismo acrítico.
Título original: The Old Oak
Año: 2023
Duración: 113 min.
País: Reino Unido
Dirección: Ken Loach
Guion: Paul Laverty
Reparto: Dave Turner; Ebla Mari; Debbie Honeywood; Claire Rodgerson; Andy
Dawson; Trevor Fox; Neil Leiper; Laura Daly; Reuben Bainbridge; Jordan Louis; Andrea
Johnson; Kika Markham; Chris Gotts;
Micky McGregor; Rhys Stone; Heather Wood; Gary Kitching; Rob Kirtley; Donald
McBride.
Música: George Fenton
Fotografía: Robbie Ryan.
Aunque
El viento que agita la cebada, Lloviendo piedras o Felices
dieciséis son películas muy estimables, el cine de Loach nunca ha sido uno
de mis preferidos, sobre todo cuando se adentra en terrenos difíciles y muy
polémicos, como ocurrió con Tierra y libertad, sobre la guerra civil española, cuyo maniqueísmo es bastante difícil de soportar. Que Loach es el
campeón de los buenos sentimientos no admite duda, pero sí críticas, porque, de
un modo acaso más catequístico que Capra, ordena el relato con una finalidad
precisa: que triunfe el bien, sea como sea, y se hayan sembrado las incongruencias
que se hayan sembrado, por las que se pasa ineluctablemente para llegar a ese
fin ejemplar y salvífico.
Es lo que ocurre con
esta historia en la que un grupo de refugiados sirios literalmente aterriza en
una comunidad inglesa empobrecida, sin recursos propios, en la que, al menos
ese es el retrato que se nos ofrece, hasta los propios ingleses tienen
carencias que llegan incluso a la infraalimentacion. Aún no se han bajado del
autobús y se desata la primera refriega xenófoba, una «bienvenida» que no
tardará en extenderse a no pocas familias de la localidad. Estamos ante un choque
de culturas canónico, y enseguida van a emerger dos personajes que atenúan ese
choque, primero, y, luego, lo disuelven, con la ayuda de una voluntaria que
deus ex machina aporta unas ayudas a las familias sirias que favorecen el
desagrado con que se observa un trato de favor que, implícitamente, desdeña a
los locales, como el protagonista le dice a la joven solidaria, casi con la bocha
chica, como si fuera la coartada para poder desarrollar después la total
instalación, y posterior integración, de los sirios en la vida de la castigada
localidad. Que la joven siria que domina el inglés y el viejo solitario que
regenta El viejo roble, un pub frecuentado por parroquianos que no se muestran muy
favorables a los refugiados, se entiendan pronto abre un camino hacia la
normalidad de las relaciones con los «extraños» que irá progresando a partir de
iniciativas solidarias a las que se suma el dueño del pub, tras establecer como
vínculo que él se encargue de arreglarle a la joven, aficionada a la fotografía,
la cámara que le rompió el bárbaro xenófobo con quien tuvo la mala suerte de
tropezar el mismo día de su llegada.
He de reconocer que la
historia está narrada con fluidez y que el hecho de no contar en la película con
actores y actrices de primera magnitud hace bastante más creíbles las
reacciones de los personajes. Los parroquianos, un dechado de orgullo nacional
malentendido no tienen desperdicio, pero responden a una situación de
degradación de su localidad y de sus pequeñas posesiones que les afecta lo
suficiente para ver en la llegada de los extranjeros «bendecidos por las
autoridades lejanas de la capital» una amenaza cierta. De forma lateral, pero
es importante en la trama, uno de los clientes que tiene a la mujer enferma y
quiere marcharse de un barrio donde su vecino les hace, con sus ruidos, la vida
imposible, se percata de que la vivienda que a él le costó 50.000 libras, las
están vendiendo a fondos buitre por 9.000, lo que, de hecho, le condena a tener
que seguir viviendo donde está.
Como se trata de una película
«de tesis», es evidente que hay algunos episodios, como el del sacrificio de la
perrita del dueño del pub que es acosado por los perros peligrosos de unos
jóvenes con pintas, acaso un poco trasnochadas ya, de skins, a quienes se les
escapa uno de ellos sin que el dueño del pub pueda hacer nada para evitar que
se «meriende» a un animalejo entrañable para el protagonista, porque está muy
ligado a una biografía cuyos hechos más destacables, por dramáticos, solo se
nos cuentan al final, cuando ya se ha forjado una estrecha relación de
solidaridad entre él y la joven siria. De hecho, esa salvajada queda en nada,
dada la resignación con que e protagonista se abstiene de pedir algo más que explicaciones
a los gamberros.
Que la solidaridad con
los sirios supone una vía de «redención» para el protagonista casa con la
perspectiva comunitaria que enseguida adquiere la acción, porque el viejo roble
abre sus puertas como comedor social que favorece el contacto de los recién
llegados con los nativos de la localidad, lo cual va tejiendo una nueva
realidad social que llenará a todos de orgullo y de felicidad, capriana, por
supuesto. La intención de la película, sana y buena como todas las de las
películas de Loach, el cineasta «social» por antonomasia, es conseguir una
convivencia «natural» entre las buenas gentes de la localidad y las buenas
gentes llegadas del otro extremo del mundo, con costumbres, lengua y dioses
diferentes, pero, ¡eso sí!, con un abanico de buenos sentimientos que a la
fuerza han de coincidir punto por punto con los de la localidad que les tiene,
al comienzo, tanto miedo.
No voy a entrar en el
desenlace, porque cualquiera que haya leído hasta aquí, ya imagina a la perfección
cuál y cómo será, pero no quiero concluir la crítica sin añadir un dato que
parece la «contestación» social a esta película, a su tesis, en verdad: el
partido xenófobo y partidario del Brexit, liderado por Farage, tiene
ahora mismo una estimación de voto en las encuestas que se traduce en la
conquista de 450 escaños, una mayoría absoluta incontestable. Y la verdad es
que no sé qué me parece más preocupante, si la ceguera de unos o la de otros,
porque está claro que en tiempos revueltos la propaganda polarizada causa
estragos.
Quizás sea esta la
última película de Loach, y por eso he querido levantar acta crítica de mi
despedida, porque, compartiendo la aspiración de entendernos a través de los buenos
sentimientos, no me ciego para no entender que también los malos sentimientos
anidan en el corazón humano y son causa de innumerables injusticias. He seguido
su obra de forma intermitente, pero nunca me he negado a ver sus obras, algunas
de las cuales, como las citadas, a las que debería añadirse Agenda oculta,
por supuesto. Aunque de inspiración capriana, el cine de Loach siempre ha
tenido un deliberado contenido político, aunque cierto tratamiento en exceso
maniqueo ha lastrado algunas de sus películas. Con todo, a través de su cine se
levanta acta de la incontestable degradación de la vida de la clase trabajadora
en Inglaterra, sobre todo a partir de la época de Margaret Thatcher. Su
despedida incide en un tema, el de la inmigración —aunque en la película se
trata de refugiados de un conflicto bélico— que está llamado a colocarse en los
primerísimos puestos de la agenda política, al menos en Occidente.
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