El apocalipsis de la especie, o no..., a través del núcleo familiar extendido, con sus bondades, ciertas, y sus miserias, irrefutables.
Título original: The End
Año: 2024
Duración: 148 min.
País: Dinamarca
Dirección: Joshua
Oppenheimer
Guion: Rasmus Heisterberg,
Joshua Oppenheimer
Reparto: Tilda Swinton; Michael Shannon; George MacKay; Moses Ingram; Lennie
James;
Tim McInnerny; Bronagh Gallagher; Danielle Ryan.
Música: Josh Schmidt, Marius
De Vries
Fotografía: Mikhail Krichman.
La
ficción de los últimos humanos sobreviviendo en un planeta devastado, bien por
la obra extrema de cambios climáticos bien por las exterminadoras guerras
nucleares, ha dado pie a la imaginación de muchos escritores para recrearse en
esa situación extraña en la que la supervivencia es la clave de la existencia,
y usualmente en fuerte lucha depredadora con semejantes con quienes se combate
por el agua, el alimento y el sexo. El cine se ha hecho eco de tales
situaciones extremas de muy diversa manera, desde El último hombre sobre la
Tierra, de Ubaldo Ragona y Sidney Salkow, con un extraordinario Vincent
Price, hasta La carretera, de John Hillcoat, pasando por El último
hombre…vivo, de Boris Sagal, con un Charlton Heston muy en su papel, han sido muchos los acercamientos a esa
situación crítica. Dejo de lado todas esas obra en las que la violencia han convertido la situación poco menos que en un género, como la serie de Mad Max, por ejemplo, y otras.
Joshua
Oppenhemir, reconocido director de la impactante El arte de matar, un valiente
documental sobre los terribles asesinatos políticos en Indonesia —país en el
que el autor no puede entrar, obviamente…—, nos ofrece su primera obra de
ficción con este tema apocalíptico extremo: son contados los supervivientes en
el planeta. Una familia con un hijo, acompañados por tres amigos/sirvientes en
diferente grado, se han instalado en una mina de sal —concretamente en la Mina
de Sal de Wieliczka en Cracovia, Polonia, actualmente declarada Patrimonio de
la Humanidad por la UNESCO, trescientos quilómetros de galerías…— y allí
discurre su día a día, como el de una familia burguesa tradicional que tiene de
todo para sobrevivir: electricidad, agua, invernaderos y piscifactoría, entre
otras cosas. Quien haya visitado la mina de sal de Cardona, en Cataluña, visita
muy recomendable, puede hacerse perfectamente a la idea de lo que es «instalarse»
en esa entraña mágica de la tierra para vivir aislado de lo poco que quede del
mundo con vida.
La
película es un musical, eso no debemos olvidarlo, de ahí que las
interpretaciones musicales ralenticen el desarrollo de la acción y hagan que la
película se alargue acaso demasiado para la corta paciencia ante la supuesta «inacción»
de las nuevas generaciones. ¡Cómo podrían estas comprender que uno se quedara
absorto en los veinte minutos de secuencia de la barroca película sobre Luis ii de Baviera, Ludwig: réquiem por un
rey virgen, de Hans-Jürgen Syberberg
en la que un zoom se acercaba al personaje envuelto en niebla durante ese
tiempo en un plano fijo…! Y digamos cuanto antes que la banda musical de la película
es muy notable, al menos para mi gusto, porque entiendo que se inspira en el continuum
naturalista de la partitura de Los paraguas de Cherburgo, película de
Jacques Demy, cuya música compuso Michel Legrand, en la que los protagonistas canthablan,
digámoslo así, como el antiguo recitativo de las óperas desde su nacimiento,
hacia 1600. Cantan los propios actores y ello contribuye a acercarnos más el
complejo mundo de sentimientos y realidades ocultas que iremos descubriendo
poco a poco.
La
pareja protagonista, Michael Shannon y Tilda Swinton no aparecen demasiado
glamurosos, ciertamente, sino envejecidos y agobiados por un pasado del que
huyen y al que, tras la llegada azarosa de una joven al refugio, aparecida en
él un poco Deus ex machina, todo sea dicho…, no es quedará más remedio
que enfrentarse, porque la joven arrastra consigo el drama de haberse separado
de su familia y reparar en que ella está ahí en el refugio, viva, y su familia
habrá perecido. Que la situación tiene no poco de teatral es obvio, dado el
escenario único: una auténtica mansión confortable y llena de obras de arte que
la mujer cuidad con mimo. El protagonista tiene en su despacho, detrás de su
sillón, un magnífico cuadro de un naufragio en el que aparece un ángel salvador,
acaso alegoría del que los ha rescatado a ellos frente a la humanidad que
perece en el torbellino de su locura nuclear.
El
espectador comprobará que el joven hijo de la pareja, al que todos miran como
el verdadero último representante de la Humanidad sobre la Tierra, ha sido
educado en la responsabilidad de preservar la memoria de la familia y casi de
la especie, de ahí la maqueta en la que trata de representar parte de esa
Historia que, cuando se relacione con la joven de igual a igual, después de
haberse disuadido la familia de ejecutar la terrible idea que todos tuvieron:
hacerla desaparecer, de acuerdo con las condiciones de su estancia en el
refugio, dispuestas al inicio de la ventura, tras ser tomada la decisión de
meterse en el búnker salino para aislarse de la catástrofe y sobrevivir con un
entusiasmo ingenuo que los lleva a cantar con convicción, pero con entusiasmo
contenido que esperan un futuro brillante: Together our future is bright,
cantan, gracias a la unión familiar que
les permitirá superar todas las adversidades. A esa estrofa se añaden todos los
residentes en el hogar, mostrando la esencia de su unión.
No
se ha de ser un line para intuir que, muy poco a poco, a través de las
relaciones que, de repente, se tuercen por informaciones que hasta ese momento
se nos habían ocultado, el clima de unidad familiar, la loa de esa célula
primigenia de la Humanidad, va a quebrarse y dejarnos el regusto amargo de
realidades que, habiéndolas ignorado para escoger la vida en el refugio, acaban
obligando a todos los residentes a enfrentarse a ellas, dado que hay una
historia desgarradora detrás de cada uno de los miembros de la minúscula sociedad
feliz que lleva con alegría y esperanza su día a día, en busca de la felicidad.
La prueba más evidente es la biografía que el hijo escribe sobre el padre, con
la supervisión de este, y que acabará siendo reescrita en función de
revelaciones que van poco a poco descomponiendo el idílico planteamiento
inicial. Con todo, la pesadilla que despierta a la protagonista, Tilda Swinton,
nada más iniciarse la película, sugiere un desarrollo que tarda en aparecer,
aunque solo a los no amigos del cine musical les puede parecer que se hace
esperar demasiado. Canciones y coreografías, que las hay, ¡y espectaculares en
la mina de sal!, son una recompensa suficiente frente a esa demora.
Sí,
es posible que la vida del joven heredero en el refugio recuerde mucho a El show
de Truman (Una vida en directo), de Peter Weir, porque él ya ha nacido en
la mina de sal y no conoce el mundo de antes, salvo por algunas grabaciones que
se conservan, pero la gran diferencia es que él verá el otro lado, el de la
realidad, en la descomposición de la fachada que han levantado para él sus
padres, al estilo de las Potemkin para Catalina de Rusia.
The
End es una película hermosa, a pesar de su esquema simple y previsible,
pero las interpretaciones y la dosificación del conocimiento de la realidad de las vidas allí reunidas
permiten un visionado en el que no desfallece el interés del espectador,
siempre, insisto, que se sea amante del cine musical y de una puesta en escena
tan especial y motivadora como la presente, porque son extraordinariamente
bellos los planos de los exteriores de la mina que sirven para huir de la
posible claustrofobia que podría producir el bello refugio, y que, en alguna
medida, afecta a la estabilidad psíquica de la madre.
Está
claro que The End no se ha dirigido para acercarse al gran público, sino
para darse el gustazo de desarrollar, con todos los medios imaginables, una
vieja historia de mezquindades disfrazadas y esperanzas egoístas.
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