Título original: The Shrouds
Año: 2024
Duración: 116 min.
País: Canadá
Dirección: David Cronenberg
Guion: David Cronenberg
Reparto: Vincent Cassel; Diane Kruger; Guy Pearce; Sandrine Holt; Elizabeth
Saunders; Ingvar Eggert Sigurdsson; Jennifer Dale; Matt Willis; Jeff Yung; Steve
Switzman; Eric Weinthal; Al Sapienza.
Música: Howard Shore
Fotografía: Douglas Koch.
Título original: eXistenZ
Año: 1999
Duración: 97 min.
País: Canadá
Dirección: David Cronenberg
Guion: David Cronenberg
Reparto: Jennifer Jason Leigh; Jude Law; Don McKellar; Willem Dafoe; Ian Holm; Robert A. Silverman;
Christopher Eccleston; Oscar Hsu; Callum Keith Rennie; Sarah Polley; Kris Lemche; Vik Sahay; Kirsten Johnson; James Kirchner; Balázs Koós; Stephanie Belding.
Música: Howard Shore
Fotografía: Peter Suschitzky.
El maridaje
incierto y problemático de la vida y la tecnología.
Cronenberg
es un capítulo aparte dentro del mundo de la ciencia-ficción y el terror,
porque su mundo atormentado de realidades corporales condicionadas por la tecnología tienen su
sello inconfundible, y estas dos películas, separadas por cinco lustros, son un
claro ejemplo de esa línea que podemos remontar incluso a sus primeras
producciones, esas que formaban parte, entonces, por la modestia de la
producción, de la serie B.
eXistenZ,
como antes lo fuera Videodrome, es una película sobre los videojuegos
con una notable particularidad: la tecnología se ha convertido en biotecnología
y se construyen los aparatos a partir de la materia viva, de ahí que los mandos
reproduzcan una placenta y el tubo conector sea una suerte de cordón umbilical
que los jugadores enchufan en un esfínter abierto en la espalda a la altura de
la zona lumbar, un auténtico ano artificial cuya apertura no es, precisamente,
como lo demuestra el personaje de Jude Law, Ted Pikul, un momento de placer,
sino todo lo contrario. ¡Y a fe que Cronenberg se recrea en ese momento
penetrante de la clavija en el enchufe para conectarse a un juego en el que se
irá perdiendo, sucesivamente, la conciencia de habitar en la verdadera
realidad.
La película comienza con la presentación del juego por parte de su creadora, Allegra Geller, una exquisita interpretación de Jennifer Jason Leigh, quien promete a los jugadores del mismo unas experiencias difíciles de superar, porque, como lo comprobamos a través del desarrollo argumental, resulta imposible, una vez dentro del juego, identificar cuál es la verdadera realidad, si la de dentro o la de fuera. Todo ello se nos plantea a partir del intento de asesinato de la creadora, llevado a cabo por otra empresa competidora, y de su salvación gracias a un personaje secundario, Ted Pikul, interpretado por Jude Law con absoluta propiedad, no solo porque no quiere jugar a esos juegos que lo apartan completamente de la realidad, sino porque se resiste a dejarse abrir el esfínter que lo permita. La realidad, sin embargo, de tener que proteger a la creadora acaba convenciéndole de que solo con la «huida» a la realidad virtual de eXistenZ pueden sobrevivir, ambos, a la amenaza «real» de los intentos de asesinato de la creadora. Y ahí, en esa decisión, se consuma la pérdida de las fronteras seguras entre el videojuego y la realidad, porque la película discurrirá por una trama enloquecida y llena de amenazas y trampas que nos harán desear que se «desconecten» para tener una perspectiva de cuanto está pasando desde «la realidad». ¡Ah, infelices! Una vez entrados en eXistenZ, ya no podemos salir de él, y nuestra vida deja de ser nuestra vida para convertirnos en los personajes de una trama embrollada en la que lo único cierto es el designio de acabar con la vida de Allegra y con la inutilización de su juego, excesivamente bueno, a juicio de sus competidores, a quienes acabaría arruinando.
Acaso
sorprenda en esta película sobre las diferentes capas de la realidad y la
ficción el hecho de que el mundo, ¿me atreveré a llamarlo «real»?, bueno, vale,
de ese mundo real de sus escondites sea tan de poca monta, tan discreto, tan,
en principio, alejado de exquisiteces tecnológicas como la biotecnología, una
producción industrial que se recoge en el seno de juego y que tiene mas de
casquería que de industria refinada, ciertamente. Y eso sí que es un sello Cronenberg
indiscutible: no tanto el gore de las vísceras como la naturalidad con que
forman parte, en este caso, de la industria y del ocio, porque no podemos
olvidar que estamos hablando de un videojuego…
Con
continuos saltos, de unas realidades a otras, el espectador acaba como lo desea
el autor: hecho un lío tremendo de en qué mundo particular están en cada
momento los fugitivos, lo cual permitirá, no solo ir «pasando pantallas», al
tiempo que escapan de los asesinos que persiguen a la creadora, sino acercarse,
sorpresivamente, a un desenlace que pilla por sorpresa a los espectadores y, al
tiempo, los deja sumidos en la mayor de las perplejidades, por el cambio de
punto de vista que implica, tras toda una narración viendo lo que ocurre desde
los personajes con quienes los espectadores se han identificado: Allegra y
Pikul. El nivel general de la película es excelente e incluso las figuraciones
de los muy distintos espacios de la trama responden a una puesta en escena
magnifica y convincente: no hay lugar para el chafarrinón, sino para una
imaginación morbosa y biológica que puede echar para atrás a más de un
espectador, pero conseguir la atención encandilada de muchos más. Decir de una película
de Cronenberg que es «muy Cronenberg» supone una suerte de juicio en clave para
sus muchos seguidores, aunque la principal descalificación, al tiempo, para sus
espero que pocos detractores.
Los
sudarios es una fantasía científica que nos invita a considerar el duelo
por los seres queridos como un vínculo que nos permite seguir estando en su
compañía durante el largo tiempo de la descomposición total del envoltorio
corporal de ese ser querido, gracias a un programa que permite, mediante una cámara
instalada en la tumba, a partir de un sudario especial diseñado por el propietario
de la funeraria, Karsh Relikh —y no me resisto a pensar que el espíritu lúdico
y simbólico de Cronenberg ha incluido Crash en ese anagrama que es Karsh,
seguido por la reliquia, Relic, del apellido, uniendo dos películas en una sola:
esta— seguir ese proceso de descomposición, algo perturbador e inquietante para
la mujer que ha accedido a una especie de cita a ciegas con Karsh, quien tiene la
ingenua idea de que acaso su acompañante quiera participar de esa visión
macabra, como en realidad sucede.
El duelo del personaje,
real e intenso, va acompañado por una suerte de abstinencia erótica que dura ya
casi once años, y de ahí el intento de una amistad de conseguirle una
compañera, porque es bueno que el hombre no esté solo. El último deseo de su
mujer, con todo, fue que se mantuviera alejado, sexualmente, de su hermana
gemela, y aquí aparece otro de los temas estrella de Cronenberg: los gemelos
idénticos. La hermana es una peluquera de perros y se ha separado recientemente
de su marido. Tanto ella como el cuñado saben lo que se prohíben: que ambos se
atraen, pero, aun muerta la esposa y hermana, la sola idea de unirse
sexualmente ambos constituye una «profanacion».
La aparición de una
mujer ciega —parece que las carencias físicas constituyan una obsesión para
Cronenberg— que quiere, con su marido, exportar la idea de ese cementerio
visual va a desviar temporalmente la acción por unos derroteros que, poco a
poco, nos irán introduciendo en la trama de espionaje y política —China y Rusia
de por medio— que, a mi juicio, es la parte más endeble de la película, por
imaginativo que sea que, a través de la red de conexiones de los cementerios
visuales pueda establecerse una red de vigilancia que permita obtener valiosa
información a unos países de otros, supuestamente enemigos. La intimidad entre
la ciega y el empresario fúnebre despertará los celos de la cuñada, quien no
tardará en insinuarse eróticamente al cuñado para representar una de las más
turbadoras escenas de sexo de los últimos años, a fuer de poco explícita y
condicionada por la comparación que la hermana viva entabla con el recuerdo,
para el cuñado, de la hermana muerta: ¡muy turbador!, muy propia de Cronenberg
y un recuerdo innegable de la sexualidad enfermiza dela obra maestra que es Crash.
La destrucción de
algunas tumbas, un ataque vandálico incomprensible, permite la aparición del
técnico que ha instalados los sistemas en las tumbas, el cuñado de Krash,
quien, además, le ha ideado un avatar de inteligencia artificial que, desde el
teléfono o el ordenador, le sirve de ayudante perfecta al empresario para
llevarle la agenda, además de mantener una relación que puede asimilarse
perfectamente a la del avatar de Her, de Spike Jonze, con su protagonista.
Por esa vía podemos unir las dos historias, la de la complicada vida emocional y
sexual del protagonista y la del negocio y la red de espionaje, aunque de ello
se resiente la película, por supuesto, lo cual es una pena, porque, hasta
entonces, todo transcurría en los límites tolerables de una realidad macabra,
pero efectiva. Ha de tenerse presente que el protagonista es propenso a tener
visiones, y, en un momento dado, se recubra con uno de sus sudarios para «ponerse
en situación» de lo que debe sentirse al estar enterrado con ellos,
confeccionados, no lo olvidemos, con tecnología china, otro dato que alimenta
la parte de espionaje de la historia. Entre sus figuraciones, tiene un
destacado lugar la de su esposa, quien, después de tratarse con un doctor —con
quien él sospecha que su mujer ha tenido una aventura…— se le aparece perdiendo
partes del cuerpo y, como sucede cuando se acuesta con él y le urge a tener
relaciones con ella, rompiéndosele la cadera en el intento, por ejemplo… La
presencia inquietante de la mujer tullida, sin medio brazo izquierdo, con un
pecho amputado, con la cadera cosida de arriba abajo para ponerle un refuerzo metálico…
nos hablan bien a las claras de esas obsesiones de Cronenberg por el cuerpo
humano y el erotismo morboso que permite, y es, al tiempo, una macabra celebración
de la materia frente a la tecnología que, como sucede en este caso, se orienta
hacia la muerte, hacia la degradación de esa carne que se celebra como milagro
de la pasión.
Los sudarios es una película
intimista, de ahí que abunden los interiores con escasa iluminación y con
cuerpos y rostros iluminados en fuerte contraste con el resto del plano. Se trata
de una fotografía calidísima que contrasta con el duelo morboso de Crash,
interpretado por un Vincent Cassel que parece haber sido escogido por su propio
parecido con el director, como si ese duelo lo fuera propio, por una mujer,
Carolyne Zeifman, con quien convivió treinta
y ocho años antes de que ella muriera prematuramente a los sesenta y seis. La
verdad que rezuma el duelo de Karsh es tan obvia que remite a un duelo real, y
esa es la parte que seduce al espectador desde buen comienzo. Ignoro si las claves
de leve comedia de humor muy negro que pueden advertirse en la película forman
parte del código que compartieran ambos esposos, ella era también directora de
cine y trabajó estrechamente con él en Rabid, por ejemplo.
Dejando, pues, de lado,
la deriva del espionaje, merece la pena quedarse con ese tratamiento intenso y
morboso del duelo, solo apto para personas cuya pasión por el cuerpo traspase
la frontera de lo vivo, por supuesto.
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