Título original: Nijushi no hitomAño: 1954
Duración: 149 min.
País: Japón
Dirección: Keisuke Kinoshita
Guion: Keisuke Kinoshita.
Novela: Sakae Tsuboi
Reparto: Hideki Goko; Hideko Takamine; Yukio Watanabe; Hiroko
Ishii; Kaoko Kase; Makoto Miyagawa; Jun'ichi Miyagawa; Takero Terashita; Setsuko
Kusano; Shirô Watanabe; Yumiko Tanabe; Ikuko Kambara; Yasuko Koike; Hiroko
Uehara; Kunio Sato.
Música: Chuji Kinoshita
Fotografía: Hiroyuki Kusuda
(B&W).
Título original: Chibusa yo eien nare
Año: 1955
Duración: 110 min.
País: Japón
Dirección: Kinuyo Tanaka
Guion: Sumie Tanaka
Reparto: Yumeji Tsukioka; Ryoji
Hayama; Junkichi Orimoto; Hiroko Kawasaki; Shirô Ôsaka; Choko Iida;
Masayuki Mori; Yôko Sugi; Kinuyo
Tanaka; Bokuzen Hidari; Toru Abe.
Música: Takinori Saito
Fotografía: Kumenobu Fujioka.
La historia
japonesa a través de una joven maestra en una isla apartada y la biografía de
una poetisa marcada por el cáncer de mama: Fumiko Nakajō, dirigida por una
«institución» del cine japonés: Kinuyo Tanaka.
Así, de primer
recuerdo, tengo la impresión de que la década de los 50 corresponde a una exlosión
de creatividad en el cine japonés que, sin embargo, no tiene nombre que la
identifique, como si ha pasado con otras explosiones en otras cinematografías:
La nouvelle vague, el Neorrealismo italiano, el Free Cinema inglés o el Novo
Cinema brasileño, por ejemplo. Es cosa de sentarse a estudiarlo, por supuesto,
y, sobre todo, dar con la fórmula que sea capaz de unir bajo un mismo marbete a
directores tan iguales y distintos como los que saltan a la memoria de todos:
Mizogouchi, Ozu, Kurosawa, Kobayashi o los dos que hoy traigo a mi Ojo: Kinoshita
y Kinuyo Tanaka, esta última un caso singular, porque, a pesar de las muchas películas
japonesas que he llegado a ver en toda mi vida, ninguna de ellas había sido
dirigida por una mujer. ¡Y menudo descubrimiento, además! Kinuyo Tanaka, actriz
venerada en Japón, quien trabajó con todos los grandes, y muy especialmente con
Mizoguchi, pues participó en quinc3e de sus películas, solo dirigió seis películas,
pero si todas tienen ni siquiera el cincuenta por ciento de la calidad de Pechos
eternos, bien podríamos decir que cualquier Filmoteca que se precie debería
dedicarle una retrospectiva de toda su obra. Pero sigamos el orden cronológico.
Esta es la
primera película que veo de Keisuke Kinoshita, un director con quien se
formaron otros de la categoría de Kurosawa o Kobayashi, y ya me he dicho que no
será la última. Se trata de un caso de vocación tempranísima, pues a los ocho
años ya quería dedicarse al cine. Estamos, pues, ante esos casos de directores precoces,
que como nos contó Spielberg en su autobiografía encubierta, Los Fabelman,
han nacido ya con los negativos en la mano, como quien dice… Veinticuatro ojos
es una película-río que narra la historia de Japón a lo largo de dieciocho años
cruciales en su Historia, porque se inicia con la tentación autoritaria y la invasión
de Manchuria y acaba con la terrible derrota y humillación de la Segunda Guerra
Mundial.
Kinoshita ha
escogido un mirador alejado del centro político, algo así como el eco de los
centros de poder. Rodada en una de las islas de Japón, la isla de Shodoshima, una
joven moderna, que viste a la occidental y se desplaza con una bicicleta, es
enviada como maestra de primer grado a una escuela de primaria, y esos
veinticuatro ojos son los de sus doce alumnos, a quien irá conociendo poco a
poco, y con quienes establecerá lazos afectivos que se extenderán a lo largo
del tiempo. Reconozco que cada vez que entro en una película japonesa clásica
me encuentro como en casa, porque su cultura ritual y sus maneras de
relacionarse me parecen la mar de relajantes. La quintaesencia del respeto y la
cortesía serían vistas hoy, aquí en España, como un ceremonial ridículo, pero a
mí me depara una tranquilidad que me permite seguir con fervor las peripecias
de los personajes cuya historia se me narra. La señorita «guijarro», pues eso
es lo que significa el nombre de la profesora, Ôishi, va a iniciarse en la
profesión docente con unos niños cuyas muy diferentes circunstancias personales
va a ir detectando y conociendo poco a poco, pero lo importante es el afecto
que todos ellos le profesan, lo que, tras un infortunado accidente de la
profesora, los lleva a realizar una larga caminata hasta su casa, para
inquietud y desesperación de sus padres que comprueban que no han vuelto a casa
de la escuela. ¡Qué secuencias tan emotivas, las de esa caminata! La profesora abandona
la profesión tras casarse y tener sus propios hijos, pero vuelve a la escuela
para encontrarse en el ultimo grado con sus alumnos. Y entonces se produce el
cambio social hacia el totalitarismo que acabará desembocando en una política militarista
que llevará a Japón a invadir Manchuria y, después, a participar en la Segunda
Guerra Mundial. La relación con los alumnos, próximos por edad a servir en el
ejército, significará para su profesora una horrible perspectiva, porque son
muchos los que van, pero muchas urnas funerarias, también, las que regresan. De
hecho, la profesora recibe una amonestación, e incluso lega a perder su puesto,
por haber expuesto algunas ideas en clase que pueden asociarla con la izquierda.
Decide, pues, apartarse, como dijimos, de la docencia y hacer su vida, aunque
su marido es una de las víctimas de la invasión y ella ha de sacar adelante a
su familia. Que la acción transcurra en una isla permite no solo disfrutar de
unos exteriores privilegiados, sino de un ritmo vital que nada tiene que ver
con el propio del siglo xx, y ello
facilitará un buen número de escenas musicales en las que los niños y la
profesora estrechan sus lazos afectivos. He leído alguna crítica a «tantas
canciones», pero también se canta en las películas irlandesas de Ford, ¿no? o
en El arpa birmana, de Kon Ichikawa, por ejemplo. A mí, amante del cine
musical, todas esas canciones me han parecido un vehículo narrativo excepcional
y, además, me he llevado la sorpresa de que el director ha usado como banda
sonora en no pocas partes de la película el Auld Lang Syne que se popularizó en
Usamérica a partir de 1929, siendo, en origen, una canción popular escocesa
para celebrar el Hogmanay, el último día del año. En todo caso, esa
elección nos habla del interés con que el cine japonés estuvo atento al cine
usamericano.
De hecho, la
película bien puede considerarse un melodrama, porque las emociones están
constantemente a flor de piel y hay muchas escenas en que se desafía la
sequedad del lagrimal. Sinuosamente, porque la profesora «guijarro» vuelve, ya
de mayor a la escuela, para encontrarse con otros «veinticuatro ojos», aunque
esta vez sus alumnos le ponen el mote de «llorica», por cómo vive ella las
noticias que le llegan de sus antiguos alumnos y sus terribles destinos, la película
nos ha ido contando cómo se vivió en una isla relativamente remota, esos
dieciocho años cruciales de la historia moderna del Japón.
Son incontables
los momentos estelares de la película, pero, junto a los muy dramáticos, escogeré
dos muy significativos: la visita a otra isla donde una de las alumnas de la
profesora se ha tenido que poner a trabajar como camarera, explotada a sus muy
pocos años: la escena del recibimiento de la dueña, explotadora de la menor,
hiela la sangre. La otra, muy distinta, es el cruce de dos barcos, en el que
viaja la profesora con sus niños cantarines y en el que viaja quien es su
flamante marido. ¡Con qué mimbres tan sencillos se crea el más primoroso de los
cestos significativos!
La película es
forzosamente larga, dada la materia narrativa, lo cual permite ver la magnífica
selección de actores infantiles y adolescentes que acompañan la vida de la
profesora, dándole un sentido a su existencia que constituye la mejor
recompensa posible para un profesional de la docencia: que por el amor al saber
se fortalezca el amor a nuestros semejantes.
Dije al comienzo
que, ¡por fin!, había visto una película de una directora japonesa, tras
tantísimas películas de ese país como he visto y disfrutado, y me reconozco
cierta adicción a esa cinematografía, aunque como soy un diletante profesional
(y permítaseme el oxímoron) no me he dedicado en exclusiva a elaborar algún
estudio sobre ello, sin duda porque ya habrá muchos otros de auténticos
especialistas que me ahorran el trabajo. Mi admiración hacia Kinuyo Tanaka , a
quien su director y amigo Kenji Mizoguchi solía llamar Oharu, la protagonista
de una de las quince películas que rodó con él, es casi incondicional, porque
nunca la he visto interpretar por debajo de un nivel de excelencia muy difícil
de conseguir. Ella dirigió esta película sobre la poetisa Fumiko Noe (nacida Nakajō
en 1.922 en Obihiro), fallecida a la temprana edad de 32 años en Sapporo tras
una ardua lucha contra un cáncer de mama en 1954, un año antes de que se rodara
la película. La poetisa, llamada en el filme Fumiko Shimojô, papel que
interpreta con exquisita delicadeza emocionao Yumeji Tsukioka, es una madre de
familia despreciada por su marido, quien tiene una aventura extramatrimonial
que acabará provocando el divorcio entre ellos, y la consiguiente vuelta a casa
de sus padres con sus hijos (en la película son dos, en la realidad fueron seis…).
Durante toda su vida, Fumiko se ha dedicado a la poesía y forma parte de un
club de poetas locales, entre quienes cae como una bendición que una publicación
de la capital se haya interesado por ellos y esté dispuesta a publicar algunos
de los poemas de miembros del grupo. Durante ese proceso, a la poetisa le
detectan un cáncer de mama y sufre una doble mastectomía. El interés del diario de la capital por la
poetisa seriamente enferma, pendiente de morir en cualquier omento, porque así
es, con ese interés morboso, como se presenta el periodista que quiere entrevistarse
con ella y a quien ella, enterada de esa perspectiva amarillista se niega a recibir.
La película da un giro importante en ese momento, porque tras entrevistarse, finalmente,
con ella, la relación de tensión y rechazo dará lugar a un acercamiento
emocional y afectivo que poco a poco acabará convirtiéndose en su verdadera
relación amorosa, aunque, antes, ha estado enamorada del marido de una amiga,
con quien compartió los estudios, si bien jamás llega a dar el paso de
disputárselo a su amiga, aunque haya señales, por ambas partes, la de ella y la
de él, de un entendimiento tácito, no solo por su común afición a la poesía, que
no puede entenderse más que como complicidad amorosa, y no hay más que recordar
la poética secuencia del breve paseo hasta el autobús bajo la lluvia. La muerte
del amigo va a significar un trauma en su vida, y de él solo la salva el joven
periodista, Akira Otsuki, interpretado por Ryoji Hayama, quien la anima a seguir escribiendo, pase lo
que pase; la salva, además, con una
dedicación a su persona que llega incluso a poner en peligro su propia carrera
como periodista, pues se instala con ella en el sanatorio donde convalece la
poetisa, y desde donde envía al diario sus poemas bajo un título evocado en el de
la película: Pechos perdidos, lo que se recibe, públicamente, como una
auténtica revelación literaria de primera magnitud.
No sé si una
historia así había de contarla una mujer, dado lo que supone para cualquiera de
ellas una doble mastectomía, pero lo cierto es que Kinuyo Tanaka ha sabido
entender a la perfección el drama interior de una mujer que ya antes de padecer
su enfermedad, ha tenido que lidiar con un hombre que no la respetaba y a quien
sorprende en su casa con otra mujer. Verse enfrentada al mundo desde la soledad
de una mujer divorciada que ha de preocuparse por sus hijos, no es una
perspectiva fácil de entender en su totalidad con la sensibilidad con que
Tanaka ha sabido hacerlo. Y desde el punto estrictamente cinematográfico, bien
puede decirse que aprendió perfectamente la lección gratuita que supuso
trabajar con los grandes genios del cine japonés. Toda la parte final de la
convalecencia en el hospital y lo que tiene para ella de última morada sabe
aprehenderlo con maestría la cámara de Tanaka, como lo demuestran esos planos
del pasillo que lleva a la morgue del hospital o el encuentre de la poetisa con
el periodista tomado desde el exterior, lo que sitúa a los personajes tras unos
barrotes que significan la prisión dela que la enferma no podrá salir con vida.
Por no hablar de los primeros planos de la actriz con el pelo muy corto y
marcadas ojeras… y del encuentro erótico entre ambos protagonistas, cuando,
echado él en el suelo donde duerme, al pie de la cama de ella, Fumiko emerge
lentamente junto a él, acariciándolo… ¡Extraordinario, todo! Una obra a la
altura de los autores con quien Tanaka rodó tantos años.
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