Entre el magnetismo y el aburrimiento, Tavernier y el
tempo desasosegante de 1280 almas.
Título original: Coup de torchon
Año: 1981
Duración: 128 min.
País: Francia
Director: Bertrand Tavernier
Guión: Bertrand Tavernier,
Jean Aurenche (Novela: Jim Thompson)
Música: Philippe Sarde
Fotografía: Pierre-William
Glenn
Reparto:
Philippe Noiret, Isabelle
Huppert, Jean-Pierre Marielle, Stéphane Audran, Eddy Mitchell, Guy Marchand.
Dejemos de lado que en la edición francesa de 1280 almas estas quedasen reducidas a
1275, por un prurito contable del editor que se metió en contabilidades que no
debía; pero lo más sorprendente de esta adaptación de Taverniere del clásico de
Jim Thompson es su ubicación en África, en la Francia colonial, lo que añade a
la historia ya conocida una dimensión que parece reescribirla, no solo por la
propia historia del protagonista, sino por la de otros personajes que solo
parecen entenderse en ese contexto colonial, como el protagonizado por una
Isabelle Huppert a quien Bertrand Taverniere ya había dirigido antes de que
esta se hiciera famosa por La encajera.
La película añade una visión del
colonialismo opresor de los negros que el director toma de Viaje al fin de la
noche, de Céline. La trama avanza con un tempo exasperantemente lento que ni
siquiera se ve alterado por el inicio de los asesinatos con los que el único
policía francés de la ciudad colonial pretende reivindicarse frente a quienes
ponen de manifiesto su pusilanimidad, su miseria moral y su insignificancia
social. Que en ese contexto, el personaje interpretado por Huppert sea capaz de
agradecerle con su sumisión sexual el haberla librado del marido celoso y
dominante al que se sentía ligada por estricta necesidad no llama la atención
frente a la situación incestuosa de la mujer del protagonista y su hermano, un
vividor sin recursos, que convive con ellos. La situación es grotesca de
principio a fin, así como esperpénticas son las relaciones humanas y las
situaciones en que se ven los personajes, acuciados por un clima y una
marginación social respecto de la metrópolis que convierte sus vidas en
auténticas fantasmagorías. La “rebeldía” autoafirmadora del policía asesino no
implica que su resolución abone un cambio de actitud o un replanteamiento de
sus inexistentes convicciones, más allá del dejar hacer y el dejarse llevar que
caracterizan su existencia. Así pues, lastrada por ese tempo desasosegante que
exige del espectador no poca inversión de paciencia para dejarse, literalmente,
“empapar” por la deriva viscosa de la vida del protagonista, un ser
absolutamente sin atributos, la película se alarga innecesariamente,
perjudicando lo que podría haberse convertido en una auténtica joya
cinematográfica, porque el escenario, Senegal, y el mimo con que Taverniere ha
rodado en él, otorgan a la película una potencia visual singular. El lánguido
deambular de protagonista por su existencia y por la de quienes lo rodean y lo
vilipendian consigue abrumar al espectador, quien, como ya he dicho, ni
siquiera cuando llega el tiempo de la venganza, consigue resarcirse de la
morosidad infinita con que todo le está siendo contado, a pesar de las
notabilísimas interpretaciones de todo el reparto. Es más, esta adaptación de 1280 almas, una película de
festivales, que una película para el público, sin duda; pero, y aunque solo sea
como auténtica rareza, merece un visionado por parte del cinéfilo, que quede
claro. Al aficionado al cine sin más, no se la recomiendo, la verdad sea dicha,
a pesar, en este caso, de una excelente Huppert llena de verdad y de belleza
interpretativas.
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