Un clásico
poderoso del cine negro: El abrazo de la muerte, de Robert Siodmak o la fuerza
destructiva del ciego amor apasionado.
Título original: Criss Cross
Año: 1949
Duración: 88 min.
País: Estados Unidos
Director: Robert Siodmak
Guión: Daniel Fuchs
Música: Miklós Rózsa
Fotografía; Franz Planer (B&W)
Reparto: Burt Lancaster, Yvonne De Carlo, Dan Duryea,
Stephen McNally, Tom Pedi, Percy Helton, Alan Napier, Griff Barnett, Meg
Randall, Richard Long.
Robert Siodmak, autor de lo que todos consideran una
obra maestra del género negro, Forajidos,
una adaptación del cuento The killers,
de Hemingway, dirigió tres años más tarde, otra película, esta, El abrazo de la muerte, que, a mi modo
de ver, no solo puede competir con aquella, sino que incluso me parece que tiene
mayores alicientes. No, quizá, en la perfección formal del uso de la luz y del juego
casi expresionista del blanco y negro, así como de algunos encuadres
espectaculares, como el del gran espejo en cuyo fondo se sigue, desde donde
están sentados los personajes que se entrevistan, el investigador, el
extraordinario Edmond O’Brien de Con las
horas contadas y Ava Gardner, famosa por tantas y tantas películas de
obligada visión, la evolución de la amenaza que pretende acabar con el
investigador y con la amante del jefe de la banda. El abrazo de la muerte, con un inicial trávelin aéreo espectacular
que se resuelve en un descenso hasta el apartamento donde los protagonistas,
Burt Lancaster e Yvonne DeCarlo se besan apasionadamente en el aparcamiento del
local de baile del marido de ella, un gánster celoso de que ella pueda volver a
reunirse con quien fue su primer marido y de quien se separó para casarse con
él, comienza, pues, in media res, lo que alimenta el interés del espectador
desde ese inicio, y lo mantendrá hasta el desenlace, porque la técnica del
flash back, también usada en Forajidos,
permite construir la historia como un mecano cuyas piezas van encajando para
enorme satisfacción de quien sigue esa construcción dramática. A título
anecdótico, y antes de entrar en materia, quiero dejar constancia del schock
estético que produce el traje con que aparece en escena Burt Lancaster, quien
tiene un tipo que soporta incluso ese atentado. La historia de un amor fou se mezcla con un atraco que le pueda
permitir al enamorado, recién regresado a su Los Ángeles natal para intentar
recuperar a su exmujer, aunque el pretexto sea cuidar de sus padres una vez que
el hermano menor se case y se vaya del hogar familiar, conseguir dicho
objetivo, recuperarla, y ser capaz, además, con el botín, de iniciar una nueva
vida lejos de allí y pudiendo mantener el exigente ritmo de vida de su exmujer.
El ingenuo enamorado, porque vive ciego por su pasión, se pone a disposición de
la banda de un eficacísimo Dan Duryea, quien borda el papel de elegante criminal
celoso, de modo que, tras haber entrado a trabajar como agente de seguridad de
furgones blindados, planea lo que puede entenderse como un “robo limpio” que,
como es de rigor, se complica con alguna muerte y con la tensión propia de esos
robos en los que no pocos de sus participantes tienen ideas diferentes sobre el
reparto del botín. La perfecta descripción de los personajes, sobre todo del
protagonista, viene reforzada por una puesta en escena medidísima y ajustada a
los cánones del mejor cine negro, con una barra de bar aneja a la sala de baile
llena de sabor delictivo, donde un barman, Percy Helton, tiene una escena
extraordinaria con el recién llegado que duda entre llamar o no a su ex, ante
la sorpresa del dependiente. Cuando se produce, dentro del flash back, el
primer encuentro entre Lancaster y DeCarlo, si uno presta atención a la pareja
de baile de DeCarlo, no le costará trabajo reconocer a un jovencísimo Tony
Curtis en un papel tan fugaz como el de Glenda Jackson en la película de
Anderson, El ingenuo salvaje, idéntica
primera aparición en pantalla. Es curioso tener noticia de cuándo fue la
primera aparición en pantalla de quienes luego se convierten en auténticas
estrellas. La trama, a partir del irremediable reflechazo de ambos excónyuges,
progresa de forma clásica en este tipo de películas, y en modo alguno quiero
estropear a los espectadores la sorprendente evolución de la misma, pues en
ella radica lo esencial de la película. En cualquier caso, y si se me hace,
caso, puedo garantizar que nadie se verá defraudado por la película, llena de
tensión dramática, erótica, policiaca y emocional. La dirección de Siodmak, en
la línea de Forajidos, potencia el
claroscuro y se apoya efectivamente en la poderosa música de Rosza, el mismo
compositor que usó para Forajidos,
capaz de reforzar tanto el suspense propio de la trama delictiva como,
principalmente, la tensión amorosa de quienes quieren huir para iniciar una
nueva vida, salvo que el destino depare sorpresas, que las depara. Felicidades
a quienes aún no la hayan visto. Yo tendré que esperar unos diez años para que
se me desdibuje y poder volver a disfrutar con ella.
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