La vida sin subrayados o las
relaciones de poder al desnudo: Verano en
Brooklyn, de Ira Sachs, o la confusión entre la sutileza y lo plúmbeo.
Título original: Little Men
Año: 2016
Duración: 85 min.
País: Estados Unidos
Director: Ira Sachs
Guión: Ira Sachs, Mauricio Zacharias
Música: Dickon Hinchliffe
Fotografía: Óscar Durán
Reparto: Theo Taplitz, Michael Barbieri, Greg Kinnear, Jennifer Ehle,
Paulina García, Alfred Molina, Talia Balsam, Mauricio Bustamante.
No vi El amor es extraño, aunque pensé que quizás pudiera estar bien, pero el cinéfilo propone y las tareas de los días ajetreados disponen. La presencia de Alfred Molina siempre es un argumento de peso, pero al final no fui. En este Verano en Brooklyn aparece en un papel minúsculo e intrascendente por el que ni siquiera se puede juzgar su actuación, escuetamente instrumental. A pesar de lo que otros quieran ver, mucho me temo que actuaciones como las del excelente actor Greg Kinnear, espléndido en Little Miss Sunshine o Mejor…imposible, teñida de esa “normalidad” sin aspavientos de la actuación “que no se note”, por puro calco de la realidad no distorsionada, acabe resultando, como toda la película en general, un algo más que insípida y anodina, aun a pesar, no lo niego, de algunas escenas en las que consigue sacar del sopor al espectador que, en errónea decisión, decida asistir a la primera sesión, estando aún el proceso digestivo en plena ebullición. Con todo, el trasfondo de la película está muy de moda, sobre todo en la Barcelona turística en la que se lucha a muerte entre el negocio y la fisonomía y el carácter de la ciudad. La trama es tan sencilla como el caso corriente y moliente de los herederos que quieren sacar un beneficio a un local heredado del padre, quien lo tenía arrendado a una modista que pagaba un precio muy por debajo del precio de mercado, aunque como eran amigos y tenían una relación estrecha e intensa no le importaba en absoluto. Digamos que recibía una parte del alquiler en dinero y la otra en especie. ¿Qué ocurre cuando se rompe esa relación con los nuevos propietarios? Que la antigua relación sentimental no pesa nada, pero es que ni lo más mínimo, a la hora de serle revisado el contrato por los nuevos propietarios, quienes, ¡para acabar de agravar la situación!, pasan ciertos apuros económicos. Claro que Brooklyn se ofrece al espectador como un barrio “humano”, “ético”, donde las relaciones basadas en el afecto y no en el interés pudiera parecer que tienen su asiento “natural”, al lado de la Manhattan depredadora y ferozmente capitalista en la que parece justificado explotar al máximo cualquier local, sea para viviendo o para negocio. El director, de manera tosca, por excesivamente obvia, nos quiere decir que estamos acabando con un tipo de vida, el de la vecindad solidaria y cooperativa, parta instalar una visión estrictamente economicista que solo nos llevará a la degradación de las relaciones humanas, a la soledad y a la insolidaridad. Esa pequeña anécdota inmobiliaria se vehicula, sin embargo, a través de la hermosa amistad entre los dos hijos de quienes comparten el inmueble: el hijo del copropietario, un actor de poco éxito, casado con una mediadora social que es, en realidad, quien permite con su trabajo que la familia salga adelante, y el hijo de la modista, que aspira a ser actor. Mediante la observación bien narrada de esa amistad de la primera adolescencia, el director nos acerca al drama social que supone el hecho de tener que abandonar el propio local de negocio y a la quiebra sentimental que implica, para los jóvenes, tener que renunciar a su amistad simplemente porque han de primar los ingresos sobre los afectos, dicho de manera tan simple como la película lo presenta. Sí, el lector ha intuido perfectamente que estamos ante una de esas películas en las “que no pasa nada” y en la que los críticos nos dicen que pasan, sutilmente, enmascaradamente, cosas sustanciales y de mucho peso. En todo caso, son los sentimientos de los adolescentes los que se ven afectados y duramente alterados, porque los adultos, aun a pesar de la “tibieza” del actor ante la decisión firme de su hermana de iniciar el proceso de desahucio de la inquilina por retrasarse en el pago de los recibos, no se mueven ni un jeme de la decisión inicial de echar a la modista, de origen sudamericano, por cierto. La película, diría yo, se nos presenta como una muestra del rito de paso de la adolescencia a la primera madurez de la juventud, con lo que ello tiene de transformación dolorosa, y por esos terrenos se mueve un desenlace de carácter nostálgico, entristecido y resignado ante el principio de realidad. La película es de formato pequeño, esto es, una narración sin excesivos adornos de puesta en escena, y en la que todo se fía al buen hacer de actores y actrices para transmitirnos ese minúsculo anecdotario de la vida que, sin embargo, tanta trascendencia, a menudo, suele tener, como es el caso. Privilegiar, con todo, el punto de vista de la familia usamericana frente al de la inquilina sudamericana no deja de ser una opción harto discutible, desde lo que el planteamiento de la película parece querer dar a entender. No estoy muy seguro de que las poderosas razones de la modista y modesta inquilina hayan encontrado eco adecuado ni metraje suficiente para contrarrestar la visión del asunto de la otra parte contratante. Salir del cine tan “apagado”, tan próximo a la indiferencia, no dice nada bueno de una película, y menos en estos tiempos de tan feroz competitividad y precios tan caros en las salas.
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