lunes, 10 de octubre de 2016

Naturaleza contra Industria o el odio de clase en “Juego sucio” de Hitchcock.



Juego sucio: una película social y ecologista del primer Hitchcock sonoro.

Título original: The Skin Game
Año: 1931
Duración: 85 min.
País: Reino Unido
Director: Alfred Hitchcock
Guión: Alfred Hitchcock, Alma Reville (Obra: John Galsworthy)
Fotografía: Jack E. Cox (B&W)
Reparto: Edmund Gwenn, Jill Edmond, John Longden, C.V. France, Helen Haye, Phyllis
Konstam, Frank Lawtn.

Hitchcock tiene una historia cinematográfica lo suficientemente larga como para rastrear su genio artístico aun hasta en la, en apariencia, más intrascendente de sus películas. Es el caso de esta Juego sucio en la que, a pesar de su origen teatral, logra imprimir a las imágenes ese toque que después lo haría tan famoso. La historia de un enfrentamiento entre un terrateniente y un industrial, vecinos que se odian “cordialmente”, cuyos hijos están enamorados, por cierto, muy a lo Romeo y Julieta, y quienes, además, contemplan esas reyertas y odios como un pasado que ellos han de superar, logra atraer por completo la atención del espectador, quien no solo disfrutará con el planteamiento digamos ideológico de la película, muy de nuestros días, por su ecologismo militante y su crítica del progreso a toda costa, sino por escenas tan propias de Sir Alfred como la de la subasta, que a más de uno le traerá a la memoria la celebérrima de Con la muerte en los talones. Rodada en blanco y negro, Hitchcock describe con sobriedad las personalidades de los rivales, los altivos terratenientes y el campechano industrial, y la trama se complicará con un chantaje social que acabará en drama, para escarmiento de ambas familias, que quedarán igualmente destrozadas. Hitchcock se complace en la descripción de esa aristocracia rural decadente, capaz de la conducta más miserable para imponer su derecho de propiedad sobre la tierra, el paisaje y aun la historia, sin reparar en nada. Por otro lado, la descripción del grosero industrial que ha hecho de su desquite a través de su poder económico el único objetivo de su vida, adquiere un relieve en todo comparable al de los arruinados vecinos a quienes quiere privar de un paisaje emocional levantando una fábrica ante sus mismísimas narices. Que el idustrial esté interpretado por Edmun Gwenn poco le dirá en principio al lector de esta crítica, pero si le recuerdo que Gwenn fue el protagonista de Calabuch, de Berlanga o de Pero... ¿quién mató a Harry?, del propio Hitchcock, enseguida le vendrá a la memoria un prodigioso actor de la estirpe de nuestro admirable Pepe Isbert, por poner un ejemplo de absoluta naturalidad interpretativa. Gwenn lleva, propiamente, el peso de la película y es capaz, eficazmente ayudado por el resto, de concederle una verosimilitud a la película que se gana la credibilidad del espectador. A medida que avanza la historia, advertimos que los temas planteados en la película van más allá del mero entretenimiento de una trama más o menos discreta, como ocurre en algunas de sus películas más famosas, y exigen del espectador, y del propio director una posición ética que tome partido. Resulta difícil escoger entre dos muestras de odio y de venganza, sutiles o francos, y eso es lo que nos quiere dar a entender Hitchcock cuando, en la escena final, consumada la tragedia, los enamorados se dan la mano a hurtadillas, sellando mediante el amor la superación de las rivalidades que han hundido en la miseria moral a sus progenitores. Un detalle fílmico muy del Hitchcock célebre que vendrá, sin duda, y del que ya advertimos en este Juego sucio no pocas manifestaciones.



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