Dos películas de Bergman tan poco
vistas (me imagino) como tan excelentes: Ciudad
portuaria, un punzante drama social, y Una
lección de amor, una deliciosa e inteligente comedia matrimonial.
Título original: Hamnstad
Año: 1948
Duración: 99 min.
País: Suecia
Director: Ingmar Bergman
Guión: Ingmar Bergman, Olle Länsberg (Novela: Olle Länsberg)
Música: Erland von Koch
Fotografía: Gunnar Fischer
Reparto: Nine-Christine
Jönsson, Bengt Eklund, Mimi Nelson, Berta Hall, Birgitta Valberg, Sif Ruud,
Britta Billsten, Harry Ahlin, Nils Hallberg.
Título original: En lektion i kärlek
Año: 1954
Duración: 96 min.
País: Suecia
Director: Ingmar Bergman
Guión: Ingmar Bergman
Música: Dag Wirén
Fotografía: Martin Bodin (B&W)
Reparto: Eva Dahlbeck, Gunnar Björnstrand, Yvonne Lombard, Harriet
Andersson, Åke Grönberg, Olof Winnerstrand, Birgitte Reimer, John Elfström,
Renée Björling, Dagmar Ebbesen, Sigge Fürst
Pensé en dedicarle una crítica a cada película, pero,
por no abusar de la paciencia de los atrevidos lectores de este impertinente Ojo cosmológico, he decido agruparlas
como las dos caras de una misma moneda, la del director sueco, usualmente
encasillado en la parte sombría de la experiencia humana, como sus películas
más famosas nos han casi obligado a hacer, desde El séptimo sello hasta Fresas
salvajes, pasando por Persona, Secretos de un matrimonio o Gritos
y susurros. Pero la obra de Bergman va mucho más allá de ese
encasillamiento, no solo porque es más prolífica de lo que muchos creen, sino,
sobre todo, porque hay en el director sueco un gusto por la comedia y un saber
hacerla que sus buenos aficionados estimarán como yo lo hago, porque una
película como Lección de amor tendrá una continuación espléndida, rayando en la
perfección, en El ojo del diablo
(1960), una recreación divertidísima del mito de Don Juan, una auténtica joya,
esta sí que me parece que desconocida incluso para cinéfilos de pro, y que,
gracias a mi filmoteca particular, esa especie de cueva de Alí Baba de los
tesoros cinematográficos, descubrí hace algunos años. Hoy cumple, sin embargo,
detenernos en este par de películas de lo que no sé si podríamos llamar, en
puridad, primera época, porque las constantes en el cine de Bergman parecen
trazar una línea continua que imposibilita la percepción de esas posibles
etapas de su cine. Tan Bergman, por los encuadres, la puesta en escena, el uso
maravilloso del primer plano, el blanco y negro de contrastes suavizados o
enconados, en función del contenido de la escena, la impecable naturalidad de
sus actores, etc.; tan Bergman es el de estas dos películas, entre las que hay
die años de diferencia, como el de sus títulos emblemáticos. Ciudad portuaria, entramos ya en
materia, es un drama que se abre con el intento de suicidio de una joven que,
por rebeldía contra sus padres, un matrimonio que anda siempre a la greña y se
desentiende de ella, ha salido del reformatorio adonde ha sido llevada por
denuncia expresa de su propia madre, incapaz de “dominarla”. Los intentos de la
joven por llevar una vida “normal” se ven frustrados por el peso de sus
experiencias traumáticas desde que ingresó en el reformatorio y, después, por
los fracasos sentimentales que la hacen desconfiar instintivamente de que
cualquier aproximación amorosa a un hombre pueda acabar teniendo un final
distinto del de la separación, del fracaso. La película narra, pues, la
posibilidad de redención de esa joven a través de la relación con un marinero
sin excesivas ambiciones que se enamora de ella y de quien se aleja por la
enrevesada psicología de la joven, dominada por el miedo a ser abandonada y por
la inminente reunión de sus progenitores, después de que la madre acepte la
vuelta del marido del que se había separado. La vida cotidiana en las fábricas,
en el puerto, en los bailes, en la escapada de fin de semana como falso
matrimonio, etc., parece que nos hable de un enfoque tipo crónica social, pero,
al modo naturalista, la película es el “estudio” de la protagonista, a quien
sigue la cámara prácticamente durante todo el metraje de la película, una
excelente Nine-Christine Jönsson que sabe transmitir en todo momento la
angustia existencial en la que vive, así como también la iluminadora
experiencia amorosa que tanto le cuesta aceptar sin el miedo a ser burlada y
abandonada. La película muestra el tipo de vida que se tenía en los
reformatorios y, a través de una de las amigas de ese internado, un caso de
aborto que acaba con la muerte de la paciente, después de haber abortado de
forma clandestina y en unas pésimas condiciones. La película presta especial
atención a las relaciones laborales en las que el acoso a las empleadas forma
parte de las “maneras tradicionales” de los jefes y empleados, por ejemplo,
quienes buscan cambiar favores profesionales por relaciones sexuales, es decir,
nada que, a más de 70 años de distancia, haya cambiado lo más mínimo, a juzgar
por las noticias. Bergman, con exquisita sensibilidad , sobre todo a través de
la interpretación de la protagonista, tanto en exteriores como en interiores
sabe conseguir esa veracidad que permite al espectador asistir a una de esas tranche de vie que decía Zola, un trozo
de vida representado ante sus ojos con una capacidad de impresionar que no le
permite al espectador refugiarse en distancia alguna: Bergman tira del
espectador y lo mete de hoz y coz en la pantalla, para seguir, casi tocando las
narices a los protagonistas, totalmente entregado la dramática peripecia vital
de sus personajes, seres corrientes, vidas ordinarias, conflictos eternos.
Llama mucho la atención un diálogo entre un marinero viejo y otro joven. El
viejo sale a bailar, para pasar la tarde del domingo. El joven dice que se
queda a leer y le pregunta al viejo si él no lee. Leía, pero he dejado de hacerlo: los libros lo complican todo, le
responde, momento en el que el coprotagonista lanza el libro sobre el colchón y
decide salir también. Ciudad portuaria
es una obra sobre la clase obrera y la puesta en escena lo refleja con especial
propiedad. No solo en la humilde casa de la protagonista, sino también en espacios
comunes como la playa, el transporte público, la sala de baile o los espacios
laborales, como la fábrica donde la protagonista se machaca las manos en su
cometido o el puerto donde el estibador trabaja al aire libre. Se suma, pues,
Bergman, a un afán casi documentalista que levanta ata de las condiciones de
vida de la clase trabajadora, de sus frustraciones, de sus miserias y, dado el
final optimista, tras tantas decepciones, también de sus esperanzas. Una lección de amor, por el contrario,
hemos de situarla en la pequeña burguesía profesional, personas con sólida
formación y un tipo de vida rutinaria que acaba convirtiéndose en una monotonía
que fulmina la ilusión de vivir, aunque asegure la tranquilidad. El conflicto
se centra en un matrimonio en el que él, un ginecólogo e investigador, se
siente atraído por una paciente que lo seduce en su consulta, devolviéndole, en
esa peligrosa mediana edad por la que atraviesan todos los matrimonios en
exceso acomodaticios, una alegría y una vitalidad que creía definitivamente
perdida en aras de la paz hogareña, de la crianza de los hijos y de la atención
a los padres. La mujer descubre la infidelidad y sorprende al marido en el
hotelito de fin de semana donde, bajo pretexto
de las típicas sesiones del no menos típico y soporífero congreso profesional,
se resarcía de la monotonía de su matrimonio. A partir de ese momento, y con un
divorcio de por medio, se inicia la reconquista del bien que solo se echa de
menos cuando se pierde. Aunque siempre domina el tono de comedia inteligente y
sofisticada, la película es toda una radiografía del aburrimiento conyugal
burgués, al mismo tiempo que una encendida loa de dicha institución, gracias a
los flash back a que nos envía un viaje de ambos esposos separados, camino una
de un nuevo matrimonio con el mejor amigo de ambos, con quien ya estuvo a punto
de casarse una vez, frustrada ceremonia nupcial, cura de por medio, que
constituye una de las mejores secuencias de la película, y camino él de
torpedearlo con sus mejores artes estratégicas. Ambos actores, en total estado
de gracia interpretativa, sobre todo la inconmensurable actriz Eva Dahlbeck, cuya interpretación llena de
gracia, picardía, ironía, ternura y naturalidad es la mejor baza de la
película; secundada, claro está por Gunnar Björnstrand, actor emblemático de
Ingmar Bergman, pues aparece en la mayoría de sus películas más famosas. Aquí,
ambos, componen una especie de guerra de sexos en un guión ingenioso y perfecto
que mantiene interesado al espectador a lo largo de la película, todo ello con
un ritmo perfecto para dosificar no solo los gags sino también esa visión
levemente ácida que Bergman, entre sonrisas, deja escapar casi como una
necesidad, no vaya a ser que, por el tributo genérico, la comedia, van a pensar
que el matrimonio es un camino de rosas, en vez del de espinas que él ha sabido
retratar como nadie: “El amor es una mueca que acaba en un bostezo”, le dice la
mujer al marido, para cortar de raíz cualquier presunción de que pudiera volver
con él. “Devuélveme tu amor y lo conservaré como una reliquia”, le dice él,
inflamado de amor, teniendo presente todos y cada uno de los momentos en que
ella ha colmado el presente tranquilo que siempre ha deseado vivir, y del que
ella le dice, cuando él le pregunta por sus deseos más profundos, “que nada
cambie, que todo siga igual”…, con la única excepción de querer volver a ser
madre; todo ello en una escena en primer plano llena de intimidad conyugal
naturalísima, como tantas y tantas otras en que la cotidianeidad de la vida en
pareja es captada con una espontaneidad maravillosa, como cuando pasean por el
bosque fumando y el humo parece solidificarse fugazmente entre la vegetación.
La comedia aborda desde una suave crítica a la institución lo que de poderoso
vínculo tiene entre dos seres humanos, su capacidad para forjar una sólida unión
que vaya más allá de las tentaciones fugaces o de la posible propia inclinación
al abandono y la rutina. De hecho, el marido abandonado ha de conseguir sacar su
mejor inventiva para convencer a su esposa de que aún es digno de seguir siendo
amado por ella, a quien ha defraudado, y con quien él se ha defraudado a sí
mismo. No sé si puede considerarse una herejía poner en relación Una lección de amor con el
afamado toque Lubitsch, pero los diálogos ingeniosos de la película y la
desprejuiciada ironía derramada con donosura a través de cualquier situación,
llegando incluso a la irreverencia, me parece que tienen en Lubitsch un
referente adecuado para entender la gracia desbordante de esta película de
Bergman. De hecho, si la actuación de Eva Dahlbeck se hubiera de comparar con la
de otra actriz famosa, no dudaría en compararla con la Jeanette MacDonald de El desfile del amor, en cuanto a nivel
de frescura, gracia y espontaneidad. En fin, deseo que todos aquellos a quienes
Bergman les ha sobrecogido el alma en no pocas ocasiones, vean cuanto antes
esta Lección de amor o, en su
defecto, El ojo del diablo, para
agradecerle pasar un rato tan estupendo, tan agradable y, por supuesto,
inolvidable.
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