Adolescencia, memoria, ficción y culpa: La propera pell, un drama realista,
contundente, plurilingüe y de altura.
Título original:La propera pell
Año: 2016
Duración: 103 min.
País: España
Director: Isaki Lacuesta, Isa Campo
Guión: Isa Campo, Isaki Lacuesta, Fran Araújo
Música: Gerard Gil
Fotografía: Diego Dussuel
Reparto: Àlex Monner, Emma Suárez, Sergi López, Bruno Todeschini, Igor
Szpakowski, Mikel Iglesias, Greta Fernández, David Arribas, Pablo Rosset,
Guillem Jorba.
Me chocó, ante la taquilla, que la película se
anunciara subtitulada en castellano, pero quise entender que, ¡así lo espero!,
no habrá una “versión” en castellano para el resto de España y que, en
consecuencia, aun siendo tan fácilmente comprensible el catalán de la misma
-salvo cuando habla Sergi López, un caso singular de antivocalización
cinematográfica, da igual que sea en catalán que en francés que en castellano
(aunque en este caso la tosquedad del personaje parece que requiera ese
registro ininteligible)-, los poco dados a hacer esfuerzos de comprensión tengan
una referencia más o menos exacta de lo que se dice, aunque tampoco, dado el
realismo cotidiano que respira la película durante la mayor parte del metraje
sea de vital importancia lo que se dice, frente a lo que se hace y, sobre todo,
frente a lo que se calla. Es muy de agradecer que, como suele ocurrir en
lugares de frontera, las lenguas convivan armoniosamente, porque el afán
comunicativo se impone sobre torpes y estériles debates identitarios. Así,
francés, catalán y castellano se usan en la película con esa naturalidad de
quien ni siquiera repara en el hecho, lo cual otorga a la historia un plus de
realismo que beneficia mucho a la cinta. La historia es, hasta cierto punto,
sencilla: el encargado de un centro de internamiento de jóvenes con problemas cree
haber podido rastrear con una mínima dosis de certidumbre el origen familiar de
uno de los internos y le propone el regreso al hogar del que ha desaparecido
desde los 9 hasta los 17 años actuales, para sorpresa, lógicamente, de una
madre que lo daba por desaparecido y quizás por muerto, por el modo como
desapareció, a través de las montañas del Pirineo un día de invierno. El regreso de Martin Guerre y su remake Sommersby se nos vienen enseguida a la
memoria, pero, ¡afortunadamente!, pronto advertimos que la trama sigue otro
rumbo, el de la dificultad de asumir la memoria de un pasado traumático y el
del enfrentamiento con los demonios familiares a los que el protagonista, el
joven Gabriel, Leo en su “exilio” francés, porque llevaba una camiseta de Messi
cuando lo encontraron y con ese nombre se quedó, ha de enfrentarse desde esa
suerte de doble personalidad que refuerza la presencia del encargado francés
que lo acompaña durante unas semanas para garantizar la viabilidad del
reencuentro. A lo largo de la película se juega constantemente con la
ambigüedad y ni siquiera cuando se produce el desenlace sale el espectador de
la sala convencido de que el joven no sea un impostor, por más que haya
imágenes de inequívoco significado que parecen indicios más que convincentes. Desde
la llegada del joven al pueblo de alta montaña donde transcurre la acción, la
historia va acumulando, en un crescendo perfectamente dosificado, extrañas
contradicciones que mantendrán la alerta de los espectadores respecto de lo que
se le propone en pantalla, aun siendo, a veces, más que sorprendentes, como la
atracción homosexual entre los primos, por ejemplo, de tan súbita irrupción en
la trama, muy diferente de la previsible relación entre el tío y la madre del
protagonista, por ejemplo, o la insinuación de seducción incestuosa en un par
de escenas, en el baile de la fiesta de entrega de trofeos al mejor cazador y
cuando la madre está apoyada en el regazo del hijo mientas ven películas
familiares de su infancia. La película comienza, como suele ocurrir en las
buenas películas, y esta lo es, sin duda, con una poderosa imagen metafórica:
el deshielo de los carámbanos en unas rocas, ese lento gotear del hielo de las
cumbres que acaba alimentando los ríos, los de la naturaleza, pero también los
de la vida, con sus vueltas y revueltas, sus rápidos y su discurrir tranquilo,
sus turbiedades y sus transparencias. La puesta en escena en un pueblo de alta
montaña, con estación de esquí, con un tipo de vida centrada en el contacto con
la naturaleza, con relaciones humanas adensadas en pasiones acaso condicionadas
por el propio medio, con aficiones como la caza, tan presente a lo largo de la película,
con una manera de tratarse unos a otros algo arisca, etc.; esa presencia
poderosa del medio como, si de una película “naturalista” a lo Zola se tratase,
me induce a poner en relación esta película con la más que magnífica de Joaquim
Jordà Un cos al bosc, que he visto no
hace mucho, y de ahí que la tenga tan presente. Ambas, y esta aún más por la presencia de esa variante
francesa de la trama, me parecen de inequívoca estirpe chabroliana, lo cual ha
de entenderse como un merecido elogio. Hay ciertas tosquedades en la historia y
algunas escenas, sobre todo la de los jóvenes y las fantasías que el
protagonista despliega ante su auditorio “paleto”, como él dice en un momento, que
tienen un ligero toque de impostura, de ausencia de naturalidad que, sin
embargo, se recupera, por ejemplo, con todo su poder de convicción en la
aventura homosexual de los primos en compañía de la novia del primo del
protagonista. La relación entre madre e hijo y la desconfianza lógica del tío,
que es amante de su cuñada, hacia el aparecido casi como por arte de magia,
compone un trío de relaciones cuya evolución mantiene en vilo al espectador.
Curiosamente, Emma Suárez, que en la última película de Almodóvar representa
una madre con una historia muy parecida a la de esta, realiza aquí una
interpretación brillantísima, muy alejada de la artificiosidad del personaje de
la del manchego que, a mi entender, no se creía de ninguna de las maneras, y de
ahí que su actuación, allí, se resintiese tanto y aquí, sin llegar a conmover, porque
ni siquiera lo pretende, sí consiga auténticas escenas que conectan enseguida
con el espectador. Alex Monner, por su parte, sobre quien descansa toda la
película, sale del paso con una solvencia que ya quisieran muchos veteranos.
Seis años de rodajes le han dejado un poso de buenas maneras que aquí alcanzan
una cumbre interpretativa particular que lo catapultará al Goya a la mejor
interpretación, me imagino. Lacuesta, además, explota visualmente su fotogenia
y consigue primeros planos por los que no pocos actores y actrices estarían
dispuestos a trabajar gratis. La voz ronca y “maltratada”, en consonancia con
esa supuesta vida llena de experiencias insólitas con las que impresiona a sus
jóvenes convecinos, contribuye no poco a la dimensión transgresora de un
personaje atormentado, con terribles problemas psicológicos que calma con
autoagresiones físicas. El personaje es complejo, y Monner sabe transmitir
convincentemente esa mezcla de orfandad y prepotencia que se van alternando a
lo largo de la historia. Que hasta Sergi López quede algo eclipsado a su lado
en el duelo interpretativo que ambos mantienen creo que ya lo dice todo. Me
gustaría extenderme por esos recovecos oscuros que la trama siembra con una
dosificación extraordinaria y que conducen a un desenlace impactante, pero, por
encima de mis deseos está no desvelar aquello que ha de ser recibido tras la
morosa preparación de la hora y media previa. Aun siendo tan poderosa la trama,
en el plano de los sentimientos y en el de la reflexión sobre la identidad, lo
que, al final, se queda en la memoria de la retina del espectador es la
magnífica fotografía de la montaña en invierno, y esa suerte de niebla húmeda
que otorga a la vida del pueblo un aire de fantasmagoría que se cruza, en
parte, con la propia historia de Gabriel, un nombre simbólico sobre el que, a
buen entendedor…, me abstengo del más mínimo comentario. Que conste, para
acabar, que la otra película que vi de Lacuesta, el documental sobre Ava Gardner,
La noche que no acaba, me aburrió
solemnemente; me pareció tan soporífera como estimulante y visualmente
impactante me ha parecido La propera pell.
Tómo nota! Una película con mis tres lenguas familiares no ocurre cada día. Me gusta eso de "el afán comunicativo se impone sobre torpes y estériles debates identitarios.". Se nos olvida demasiadas veces que las lenguas están para eso, para comunicar. A Alex Monné lo vi en Pulseres Vermelles. La serie no me enganchó por el uso musical excesivo y edulclorado, pero el ejercicio de convertir a los pacientes, y no a los médicos, en protagonistas (como ya hiciera Planta 4ta) me parece un ejercicio muy digno. No sé si Spielberg acabó haciendo el remake americano que prometió. En fin, decía: Alex Monné me parece un actor instintivo y carismático. Además con Emma Suárez (Reconciliada de Julieta) y el gamberro de Sergi Lopez (cuántas veces habré visto la francesa "Harry, un amigo que os quiere"?). Esta película me apetece.
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