sábado, 18 de julio de 2020

«La hija del pecado», de Lewis Allen o las leyes de la genética.



Un modesto thriller de serie B con estrellas de relumbrón y un guion de Robert Rossen…

Título original: Desert Fury
Año: 1947
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Lewis Allen
Guion: A.I. Bezzerides, Robert Rossen (Novela: Ramona Stewart)
Música: Miklós Rózsa
Fotografía: Edward Cronjager, Charles Lang
Reparto: John Hodiak, Lizabeth Scott, Burt Lancaster, Wendell Corey, Mary Astor, Kristine Miller, William Harrigan, James Flavin, Jane Novak, Anna Camargo.

         De hecho, ahora mismo tendría que estar haciendo la crítica de una película, El poni Rojo, de Lewis Milestone, que vi ayer y que me dejó un grato sabor de boca. Luego me pondré con ella. Rescato ahora, sin embargo, porque en la búsqueda de película en Filmin tropecé con ella, esta modesta película sin aparentes pretensiones que se acaba convirtiendo en un eficaz melodrama en el que se barajan fuertes pasiones que arrastran a los personajes hacia destinos insospechados.
La presencia, no diré anecdótica, pero casi, de Burt Lancaster en su tercera aparición en pantalla contribuye notablemente a darle a la película la dimensión que realmente tiene, porque, aun planteada como una película sin ambiciones, lo cierto es que el excelente guion de Bezzerides y Rossen nos va permitiendo entrar en una psicología, la de la protagonista, la bellísima LizabethScott, reina del cine negro usamericano, que se mueve entre la obediencia y la rebeldía a su madre.
La madre regenta una casa de juegos y burdel de la que mantiene apartada a su hija, a quien obliga a estudiar para no relacionarse de ninguna de las maneras con ese mundo en parte depravado. A la hija, sin embargo, le interesa mucho ese mundo y muy poco los estudios. Ella y el sheriff, encarnado por Burt Lancaster, tienen una buena relación que bien podría convertirse en noviazgo, pero la posición social de él no lo avala ante la madre.
A la pequeña ciudad, alzada en medio del desierto, llega un forastero con aire de mafioso y maneras de seductor que no tarda en tirarle los tejos a la protagonista, con quien inicia, entonces, una relación que tampoco será del agrado de su madre. A partir de la negativa de la madre y su inoperante prohibición de frecuentar a ese «sujeto», la hija se deja enamorar por él e inicia una tórrida relación peligrosa que no es bien vista por el lugarteniente del mafioso, un estupendo secundario, Wendell Corey, sobre cuya profesionalidad lo dice todo el hecho de su larga trayectoria en el cine y en la televisión tras este debut cinematográfico en el que brilla a gran altura. El lugarteniente cuida del jefe con un mimo extraordinario, como si supiera que se trata de un ser caprichoso que no mide el alcance de sus actos y que siempre acaba metiéndose en líos, como de los que parecen haber escapado ambos, al refugiarse en esta pequeña localidad. Hay, si se me permite la licencia, un sí se sabe qué de relación homosexual larvada que se manifiesta en la delicadeza con que trata a su jefe, sí, pero no menos en la férrea oposición a que una niña bonita lo relegue a una posición subalterna en su relación con  el protagonista. No es fortuito, el hecho de aparecer en ese pueblo, y la historia irá desarrollándose de tal manera que los hechos del pasado acaben condicionando los del presente, como si estuviera produciendo una repetición de los mismos hechos. Llama la atención que un actor como John Hodiak, que murió muy joven, a los 41 años, sea, junto a Scott, la estrella deslumbrante de esta película, sobre todo porque la muerte nos privó de lo que hubiera sido, acaso, una brillante carrera hacia el estrellato. En todo caso, un año antes, Hodiak había rodado ¡nada menos que con Mankiewicz!, el magnífico thriller Solo en la noche. O sea, que su proyección interpretativa era enorme.
Poco a poco se irá desarrollando una trama que esconde, en buena lógica, giros argumentales que me está vedado desvelar y que construyen una buena historia que se cierra tal como comienza, casi con el mismo plano de la carretera que lleva en el desierto a una población donde, como en cualquiera, suelen hervir las pasiones, sobre todo las del pasado…
La película tiene algo de relato sureño, sobre todo por las rígidas relaciones sociales, la hipocresía de algunos personajes y la rebelión contra las imposiciones familiares: la relación madre-hija, uno de los pilares de la película; la relación asfixiante y paternal entre el lugarteniente y el jefe o la distante y respetuosa entre la protagonista y el sheriff, quien jugará sus bazas en el desenlace de la película.  La presente es una muestra de ese nivel medio del cine usamericano que construye como nadie las historias y consigue unos visos de verosimilitud extraordinarios. No es cuestión de dineros, aunque estos ayuden, porque son multitud los ejemplos de películas «baratas» llenas de imaginación; sino de profesionalidad y algo que no se acaba de entender muy bien aquí: la «especialización». Se mire como se mire, y aunque no se trate de la «gran» película que podría haber sido, estamos ante una obra seria, exigente, atractiva y con excelentes interpretaciones: una excelente tarde de verano ante la pantalla…

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