Un modesto thriller de serie B con estrellas de relumbrón
y un guion de Robert Rossen…
Título original: Desert Fury
Año: 1947
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Lewis Allen
Guion: A.I. Bezzerides, Robert Rossen (Novela: Ramona Stewart)
Música: Miklós Rózsa
Fotografía: Edward Cronjager, Charles Lang
Reparto: John Hodiak, Lizabeth Scott, Burt Lancaster, Wendell Corey,
Mary Astor, Kristine Miller, William Harrigan, James Flavin, Jane Novak, Anna
Camargo.
De hecho, ahora mismo tendría que estar haciendo la crítica
de una película, El poni Rojo, de Lewis Milestone, que vi ayer y que me
dejó un grato sabor de boca. Luego me pondré con ella. Rescato ahora, sin
embargo, porque en la búsqueda de película en Filmin tropecé con ella, esta
modesta película sin aparentes pretensiones que se acaba convirtiendo en un
eficaz melodrama en el que se barajan fuertes pasiones que arrastran a los
personajes hacia destinos insospechados.
La
presencia, no diré anecdótica, pero casi, de Burt Lancaster en su tercera
aparición en pantalla contribuye notablemente a darle a la película la dimensión
que realmente tiene, porque, aun planteada como una película sin ambiciones, lo
cierto es que el excelente guion de Bezzerides y Rossen nos va permitiendo
entrar en una psicología, la de la protagonista, la bellísima LizabethScott,
reina del cine negro usamericano, que se mueve entre la obediencia y la rebeldía
a su madre.
La
madre regenta una casa de juegos y burdel de la que mantiene apartada a su
hija, a quien obliga a estudiar para no relacionarse de ninguna de las maneras
con ese mundo en parte depravado. A la hija, sin embargo, le interesa mucho ese
mundo y muy poco los estudios. Ella y el sheriff, encarnado por Burt Lancaster,
tienen una buena relación que bien podría convertirse en noviazgo, pero la
posición social de él no lo avala ante la madre.
A la
pequeña ciudad, alzada en medio del desierto, llega un forastero con aire de
mafioso y maneras de seductor que no tarda en tirarle los tejos a la
protagonista, con quien inicia, entonces, una relación que tampoco será del
agrado de su madre. A partir de la negativa de la madre y su inoperante
prohibición de frecuentar a ese «sujeto», la hija se deja enamorar por él e
inicia una tórrida relación peligrosa que no es bien vista por el lugarteniente del mafioso, un
estupendo secundario, Wendell Corey, sobre cuya profesionalidad lo dice todo el
hecho de su larga trayectoria en el cine y en la televisión tras este debut
cinematográfico en el que brilla a gran altura. El lugarteniente cuida del jefe
con un mimo extraordinario, como si supiera que se trata de un ser caprichoso
que no mide el alcance de sus actos y que siempre acaba metiéndose en líos,
como de los que parecen haber escapado ambos, al refugiarse en esta pequeña
localidad. Hay, si se me permite la licencia, un sí se sabe qué de relación
homosexual larvada que se manifiesta en la delicadeza con que trata a su jefe,
sí, pero no menos en la férrea oposición a que una niña bonita lo relegue a una
posición subalterna en su relación con
el protagonista. No es fortuito, el hecho de aparecer en ese pueblo, y
la historia irá desarrollándose de tal manera que los hechos del pasado acaben
condicionando los del presente, como si estuviera produciendo una repetición de
los mismos hechos. Llama la atención que un actor como John Hodiak, que murió
muy joven, a los 41 años, sea, junto a Scott, la estrella deslumbrante de esta
película, sobre todo porque la muerte nos privó de lo que hubiera sido, acaso,
una brillante carrera hacia el estrellato. En todo caso, un año antes, Hodiak
había rodado ¡nada menos que con Mankiewicz!, el magnífico thriller Solo en
la noche. O sea, que su proyección interpretativa era enorme.
Poco a
poco se irá desarrollando una trama que esconde, en buena lógica, giros
argumentales que me está vedado desvelar y que construyen una buena historia
que se cierra tal como comienza, casi con el mismo plano de la carretera que
lleva en el desierto a una población donde, como en cualquiera, suelen hervir
las pasiones, sobre todo las del pasado…
La
película tiene algo de relato sureño, sobre todo por las rígidas relaciones
sociales, la hipocresía de algunos personajes y la rebelión contra las
imposiciones familiares: la relación madre-hija, uno de los pilares de la película;
la relación asfixiante y paternal entre el lugarteniente y el jefe o la
distante y respetuosa entre la protagonista y el sheriff, quien jugará sus
bazas en el desenlace de la película. La
presente es una muestra de ese nivel medio del cine usamericano que construye
como nadie las historias y consigue unos visos de verosimilitud
extraordinarios. No es cuestión de dineros, aunque estos ayuden, porque son
multitud los ejemplos de películas «baratas» llenas de imaginación; sino de
profesionalidad y algo que no se acaba de entender muy bien aquí: la «especialización».
Se mire como se mire, y aunque no se trate de la «gran» película que podría
haber sido, estamos ante una obra seria, exigente, atractiva y con excelentes
interpretaciones: una excelente tarde de verano ante la pantalla…
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