El mundo difícil del show business; el cine bélico
de espías; el costumbrismo sureño épico y una extraña aventura de la caballería
de la Unión…, cuatro temáticas muy diversas bajo la que alienta una
cordial mirada humanista con la que
empatizamos ipso facto.
Título original: Upstream
Año: 1927
Duración: 60 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: Randall Faye, Wallace Smith
Música: (Película muda)
Fotografía: Charles G. Clarke (B&W)
Reparto: Nancy Nash, Earle Foxe, Grant Withers, Lydia Yeamans Titus,
Raymond Hitchcock, Emile Chautard, Ted McNamara, Sammy Cohn
Título original: The Seas
Beneath
Año: 1931
Duración: 90 min.
País:Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: Dudley Nichols (Historia: James Parker Jr)
Música: Peter Brunelli
Fotografía: Joseph H. August (B&W)
Reparto: George O'Brien, Marion Lessing, Mona Maris, Walter C. Kelly,
Warren Hymer, Steve Pendleton, Walter McGrail, Larry Kent, Henry Victor, John
Loder
Título original: Judge Priest
Año: 1934
Duración: 81 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: Dudley Nichols, Lamar Trotti (Personajes: Irvin S. Cobb)
Música: Cyril J. Mockridge
Fotografía: George Schneiderman (B&W)
Reparto: Will Rogers, Tom Brown, Anita Louise, Henry B. Walthall, David
Landau, Rochelle Hudson, Roger Imhof, Frank Melton, Charley Grapewin, Berton
Churchill, Brenda Fowler, Francis Ford, Hattie McDaniel, Stepin Fetchit.
Título original: The Horse Soldiers
Año: 1959
Duración: 119 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: John Lee Mahin, Martin Rackin (Novela: Harold Sinclair)
Música: David Buttolph
Fotografía: William H. Clothier
Reparto: John Wayne, William Holden, Constance Towers, Althea Gibson,
Hoot Gibson, Russell Simpson, Anna Lee.
¡Memorable programa
cuádruple de John Ford! Cada una de las películas merecería una extensa crítica
individual, por supuesto, pero, en mi afán de agotar la filmografía completa
del genio usamericano, me veo obligado a agruparlas en función de mis visionados,
siquiera sea para dejar constancia escrita de que las he visto, aunque la verdad
es que «descontarme» y tener que volver a ver alguna de ellas no dejaría de ser
un enorme placer.
Ser o no ser es una película muda sobre los
entresijos del mundo del espectáculo, centrada en una pensión en la que solo
viven artistas, la mayoría de ellos o fracasados o pendientes de que les llegue
la oportunidad de su vida. La película tiene un comienzo realmente
extraordinario, con el ensayo del número de una pareja española apasionada que
es sorprendida por el marido, un lanzador de cuchillos, un número que recuerda
el de El gran Flamarion, de Anthony Mann, aunque aquí es un experto
tirador con pistola. Los primeros planos del coqueteo de la pareja tienen una intensidad que recuerda o acaso imita el ardor amoroso de Rodolfo Valentino, fallecido un año antes. La vida de la pensión se altera cuando un famoso
representante se presenta, justo cuando están comiendo los pensionistas, y todos
creen que viene en busca de cada uno de ellos. El único que sigue comiendo, sin
levantarse para ver de qué se trata el alboroto, es, sin embargo, «el escogido»
para representar Hamlet ¡nada menos que en Londres! Su compañero de mesa, un
gran actor en las postrimerías de su vida, quien le ha enseñado sus viejos
recursos, recibe la noticia casi como si ello supusiera un triunfo propio. La
película sigue al actor en su viaje a Londres y nos narra cómo se convierte en
una gran estrella, noticias que son recibidas con euforia por los pensionistas.
El lanzador de cuchillos, ante el abandono de que su compañera de número es
objeto por parte de su colega, le propone casarse con él. Ella acepta. El
desenlace tiene lugar el día de la boda de estos, pero eso ya ha de verlo el
espectador con sus propios ojos. Nada en esta comedia de ambiente teatral
indica que sea obra inequívoca de Ford, excepto por el abundante humor con que describe
el Director muchas de las situaciones cotidianas de la pensión. La vida de
pensión es todo un mundo, del que en España sabemos mucho, aunque quizás no
haya sido explorado como se debe; si bien cuando se ha hecho se han conseguido
obras eminentes como Tiempo de silencio, de Martín-Santos, por ejemplo, en el plano literario. Las interpretaciones están a la altura de la trama y hay un punto de afectación, de sobreactuación, que nos indica bien a las claras el proceso transformador
del éxito en las personas.
Misión
de audaces es una de esas películas que los críticos consideran «menor» dentro
de la obra total de un cineasta y que, con el paso del tiempo y de las
generaciones de críticos, se «redescubren» y revalorizan hasta convertirse en
una de las «grandes». Andan las voces críticas muy desacordes sobre el alcance
de los méritos de esta película, y creo intuir que se debe a una muy particular
carencia de «historia» que articule la narración. Entramos in medias res
en la aventura de una patrulla de soldados de la Unión que se ha internado en
territorio enemigo de la Confederación con una misión secreta: cortar una vía
férrea para impedir recibir suministros a los confederados. Toda la película
puede ser calificada, literalmente, de in itínere, porque el concepto de
road movie tiene una connotación de lanzarse libremente al camino que
esta ausente en este caso, en el que la patrulla ha de ir sorteando, en pos de
su misión, los peligros de estar en territorio enemigo. Sí comparte, con las road
movies, la transformación moral de los personajes, en este caso
objetivada en el proceso de acercamiento amoroso que se produce entre el coronel
de la compañía, un indignado John Wayne, que, a pesar de cumplir con su
obligación militar, está resentido acibaradamente contra la medicina -de ahí el
enfrentamiento con el doctor de la compañía, un William Holden en pleno
disfrute de su veteranía interpretativa, como el propio Wayne- y contra la
propia guerra, que lo obliga a destruir las vías del ferrocarril, siendo él, en
su vida civil, un ingeniero que se dedicaba a construirlas. Las leyes de la
guerra están siempre presentes en la expedición, y rigen la vida del grupo
humano. Esa homogeneidad del mismo se complica cuando, tras hospedarse en casa
de una propietaria sureña, esta espía la reunión de oficiales que se está
celebrando en su casa y es descubierta por el doctor. Como el coronel no tiene otra alternativa
que hacerla prisionera para no ser descubiertos, la incorporación de la
orgullosa sureña y su criada -el único papel en el cine de Althea Gibson, una tenista negra ganadora de once
Grand Slam y primera mujer negra en ganar en Wimbledon- supone, de repente, un
contratiempo que animará no poco la travesía tras las líneas enemigas, donde se
suceden las escaramuzas, hasta llegar al lugar donde se producirá un
enfrentamiento espectacular, y no poco romántico, entre las mal equipadas y
desesperadas fuerzas del sur frente a los mejor preparados atacantes del norte.
Convertido el Saloon en hospital, y a la vista de la devastación humana que ha
provocado un ataque sudista tan insensato, el Coronel da rienda libre, en una
escena muy brillante, a ese hondo y negro resentimiento que lo corroe. Se trata
de un punto de inflexión en la película, que después seguirá su discurrir de un
modo que no parece tener propiamente desenlace, pero ello se debe a que cada
nueva escena de enfrentamiento entre los personajes: el Coronel, el doctor y la
rebelde sudista, va construyendo ese desenlace que, propiamente, no corona una
película rodada con un ritmo extraño: entre la huida, el ocultamiento, el ardid
y el heroísmo minúsculo de cada acción que pone en peligro real de muerte a
todos y cada uno de los personajes. Soy osado, lo sé, en esto de las
comparaciones fílmicas, pero hallo ecos aquí de La patrulla perdida,
porque nunca se sabe por dónde puede acabar atacando el enemigo; un enemigo que, además, llevan dentro, porque la altiva mujer rebelde colabora lo suyo para ponerlos en
aprietos. Si la especialidad de Ford son los conflictos morales que definen a
sus personajes, y el modo en tono menor con que suelen presentarse en las
escenas en las que uno menos se lo espera, Misión de audaces tiene un título
épico que no se compadece con el fondo de la narración, de marcado carácter
psicológico y emocional. Ford la bautizo como The horse soldiers, «Soldados
de caballería», y se acerca muchísimo más al verdadero fondo de unos
profesionales accidentales que saben ajustar sus conductas a códigos que
constriñen, normalmente a su pesar, su conducta, y contra los que, tarde o
temprano, entrarán en conflicto. Si algo particularmente me gusta de las películas
bélicas usamericanas es precisamente que los mandos que son militares
accidentales, porque tienen una vida civil a la que volver en cuanto acabe el
conflicto, tienen una manera de ejercerlo muy alejada del fanatismo
ordenancista de los militares de carrera, y de ahí la flexibilidad y la espontaneidad
en el trato con los inferiores, y, sobre todo, su particular manera de impartir
justicia. Insisto, está la crítica dividida, pero, en conjunto, tengo para mí
que esta película merece la revisión crítica: da muchísimo más de lo que su
simple estructura narrativa parece ofrecernos. No diré que hay que saber leer
entre líneas, pero sí valorar la estremecedora dimensión humana de los
conflictos que se nos exponen. Ford siempre sorprende, desde luego…
No hay comentarios:
Publicar un comentario