lunes, 27 de julio de 2020

«Ser o no ser», «Mar de fondo», «El juez Priest» y «Misión de audaces», de John Ford o la versatilidad de un genio del Séptimo Arte.




El mundo difícil del show business; el cine bélico de espías; el costumbrismo sureño épico y una extraña aventura de la caballería de la Unión…, cuatro temáticas muy diversas bajo la que alienta una cordial  mirada humanista con la que empatizamos ipso facto.

Título original: Upstream
Año: 1927
Duración: 60 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: Randall Faye, Wallace Smith
Música: (Película muda)
Fotografía: Charles G. Clarke (B&W)
Reparto: Nancy Nash, Earle Foxe, Grant Withers, Lydia Yeamans Titus, Raymond Hitchcock, Emile Chautard, Ted McNamara, Sammy Cohn

Título original:  The Seas Beneath
Año: 1931
Duración: 90 min.
País:Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: Dudley Nichols (Historia: James Parker Jr)
Música: Peter Brunelli
Fotografía: Joseph H. August (B&W)
Reparto: George O'Brien, Marion Lessing, Mona Maris, Walter C. Kelly, Warren Hymer, Steve Pendleton, Walter McGrail, Larry Kent, Henry Victor, John Loder

Título original: Judge Priest
Año: 1934
Duración: 81 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: Dudley Nichols, Lamar Trotti (Personajes: Irvin S. Cobb)
Música: Cyril J. Mockridge
Fotografía: George Schneiderman (B&W)
Reparto: Will Rogers, Tom Brown, Anita Louise, Henry B. Walthall, David Landau, Rochelle Hudson, Roger Imhof, Frank Melton, Charley Grapewin, Berton Churchill, Brenda Fowler, Francis Ford, Hattie McDaniel, Stepin Fetchit.

Título original: The Horse Soldiers
Año: 1959
Duración: 119 min.
País:  Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: John Lee Mahin, Martin Rackin (Novela: Harold Sinclair)
Música: David Buttolph
Fotografía: William H. Clothier
Reparto: John Wayne, William Holden, Constance Towers, Althea Gibson, Hoot Gibson, Russell Simpson, Anna Lee.

       ¡Memorable programa cuádruple de John Ford! Cada una de las películas merecería una extensa crítica individual, por supuesto, pero, en mi afán de agotar la filmografía completa del genio usamericano, me veo obligado a agruparlas en función de mis visionados, siquiera sea para dejar constancia escrita de que las he visto, aunque la verdad es que «descontarme» y tener que volver a ver alguna de ellas no dejaría de ser un enorme placer.

         Ser o no ser es una película muda sobre los entresijos del mundo del espectáculo, centrada en una pensión en la que solo viven artistas, la mayoría de ellos o fracasados o pendientes de que les llegue la oportunidad de su vida. La película tiene un comienzo realmente extraordinario, con el ensayo del número de una pareja española apasionada que es sorprendida por el marido, un lanzador de cuchillos, un número que recuerda el de El gran Flamarion, de Anthony Mann, aunque aquí es un experto tirador con pistola. Los primeros planos del coqueteo de la pareja tienen una intensidad que recuerda o acaso imita el ardor amoroso de Rodolfo Valentino, fallecido un año antes. La vida de la pensión se altera cuando un famoso representante se presenta, justo cuando están comiendo los pensionistas, y todos creen que viene en busca de cada uno de ellos. El único que sigue comiendo, sin levantarse para ver de qué se trata el alboroto, es, sin embargo, «el escogido» para representar Hamlet ¡nada menos que en Londres! Su compañero de mesa, un gran actor en las postrimerías de su vida, quien le ha enseñado sus viejos recursos, recibe la noticia casi como si ello supusiera un triunfo propio. La película sigue al actor en su viaje a Londres y nos narra cómo se convierte en una gran estrella, noticias que son recibidas con euforia por los pensionistas. El lanzador de cuchillos, ante el abandono de que su compañera de número es objeto por parte de su colega, le propone casarse con él. Ella acepta. El desenlace tiene lugar el día de la boda de estos, pero eso ya ha de verlo el espectador con sus propios ojos. Nada en esta comedia de ambiente teatral indica que sea obra inequívoca de Ford, excepto por el abundante humor con que describe el Director muchas de las situaciones cotidianas de la pensión. La vida de pensión es todo un mundo, del que en España sabemos mucho, aunque quizás no haya sido explorado como se debe; si bien cuando se ha hecho se han conseguido obras eminentes como Tiempo de silencio, de Martín-Santos, por ejemplo, en el plano literario. Las interpretaciones están a la altura de la trama y hay un punto de afectación, de sobreactuación, que nos indica bien a las claras el proceso transformador del éxito en las personas.
           
 Mar de fondo es una película bélica y de espionaje que ya se acerca bastante más al cine característico de Ford, sobre todo porque, como muchas de sus películas, es una historia «de hombres», con un papel muy reducido, pero fundamental, de las mujeres, puesto que son ellas las espías a favor, además, del ejército alemán. Un buque militar usamericano disfrazado de carguero es el encargado de detectar la presencia de un submarino alemán que está diezmando la flota aliada. Anclados en la bahía de un pueblo español no especificado, pero cerca de Gibraltar, el barco camuflado renueva sus provisiones, lo mismo que los del submarino alemán. Con un día de asueto por delante, la tripulación desembarca y se siguen las aventuras de diferentes soldados y también del capitán, quien acaba relacionándose con una turista, del mismo modo que un marinero se enamora locamente, llevado por su inexperiencia y su juventud (si es que no es esto un pleonasmo), de la cantante de la cantina donde se hospedan los militares alemanes para los que ella trabaja. Con esos mimbres, Ford nos cuenta una historia en la que los valores humanos serán determinantes para el desenlace de la misma. Las escenas de los números musicales están muy bien rodadas, y a diferencia de otras producciones, no hay un exceso de mejicanismos que rompan la ilusión de que se desarrolle en España la historia. Los extras con papel están muy bien escogidos para evitarlo. Del mismo modo que Ford parece, en la imaginería popular, un director asociado al Monumental Valley, por sus extraordinarias películas del oeste, no son pocas las incursiones marineras del Director, quien sabe ver, a la perfección, el espíritu de aventura que hay en el mar desde que la especie humana se atrevió a desafiarlo con unas maderas y unas telas como toda venéfica invención, porque el mar, en efecto, acabó convirtiéndose en un veneno para los espíritus aventureros.
       
 El juez Priest, encarnado aquí por el popularísimo actor Will Rogers, fue un personaje retomado por Ford veinte años más tarde para rodar El sol siempre brilla en Kentucky, con Charles Winninger, en su único papel protagonista, esos regalos de Ford que nos revelaban verdaderas cumbres de la interpretación. De algún modo, la segunda versión supuso un desmentido en toda regla de la supuesta complacencia con el esclavismo propio del sur que se manifestaría en esta película, en la que Hattie McDaniel, ¡cinco años antes de Lo que el viento se llevó, de Victor Fleming, que le valió el primer Oscar a una mujer negra!, tenía ya un papel espectacular. De El sol siempre brilla en Kentucky decía Ford que era su película favorita de cuantas había dirigido, y presumía -esos desplantes de los genios…- de no volverlas a ver, una vez rodadas. La secuencia en la que McDaniel y el juez se alternan cantando una canción es de lo mejorcito de la película. La presencia de Stepin Fetchit, haciendo el mismo papel que haría después en la segunda versión, que no remake, es uno de los argumentos que usaron sus detractores para acusarle de un racismo que de ninguna de las maneras, a mi entender, se ha manifestado en la obra de Ford, porque el papel poco menos que de perezoso que se confunde con el retrasado mental sacó siempre de sus casillas a la minoría negra, aunque al actor lo hizo millonario.... Otra cosa es, claro está, que Ford describa una sociedad racista, como lo es no solo la del Sur, como fue público y notorio, sino también la del Norte, como a pocos se les escapa:  ¡Y no hay más que ver Detroit, de Kathryn Bigelow para comprobarlo! El retrato apacible de una localidad pequeña en la que se vive armoniosamente y que, de repente, es sacudida por un incidente que conmociona esa pausada vida es una de las especialidades de Ford. Hay quien dice de él que es uno de los inventores del alma usamericana, y no diría yo tanto, pero sí uno de sus mejores retratistas. El juez que apura los últimos días de varias décadas como juez electo de la comunidad se enfrenta a un caso en el que, por consanguinidad con el abogado defensor, su sobrino, se ve obligado a ceder su puesto para que no sea impugnado el veredicto. Un lacónico trabajador de la villa, que parece peleado con el mundo, sale en defensa de una joven de la localidad y se ve inmerso en una pelea en la que acaba hiriendo con un cuchillo, en legítima defensa, a uno de sus tres agresores, quienes lo denuncian y lo llevan a juicio, siendo el abogado acusador quien se presenta a las elecciones para sustituir al juez Priest, desde una versión caricaturesca de la pomposidad vacía del ordeno y mando. La película, en la que se mezcla una trama amorosa y se desenlaza con una anagnórisis de manual, más un encendido canto nostálgico de las glorias de la Confederación, tiene un crescendo maravilloso que gustará, creo, a quienes captan aquel orgullo sureño de la independencia, abstracción hecha del racismo que lo constituía como estructura social básica. La relación entre negros y blancos, sin embargo, o entre algunos de ellos, tiene aquí una dimensión que no se reviste con el manto del oprobio, el escarnio y el desprecio. Recomiendo vivamente un programa doble en que se vean las dos películas con el mismo personaje entrañable, porque se habrá visto uno de los programas dobles más memorables de la cinematografía de Ford. Si después sumamos otro con La diligencia y Pasión de los fuertes, ¡el acabose!

          
           Misión de audaces es una de esas películas que los críticos consideran «menor» dentro de la obra total de un cineasta y que, con el paso del tiempo y de las generaciones de críticos, se «redescubren» y revalorizan hasta convertirse en una de las «grandes». Andan las voces críticas muy desacordes sobre el alcance de los méritos de esta película, y creo intuir que se debe a una muy particular carencia de «historia» que articule la narración. Entramos in medias res en la aventura de una patrulla de soldados de la Unión que se ha internado en territorio enemigo de la Confederación con una misión secreta: cortar una vía férrea para impedir recibir suministros a los confederados. Toda la película puede ser calificada, literalmente, de in itínere, porque el concepto de road movie tiene una connotación de lanzarse libremente al camino que esta ausente en este caso, en el que la patrulla ha de ir sorteando, en pos de su misión, los peligros de estar en territorio enemigo. Sí comparte, con las road movies, la transformación moral de los personajes, en este caso objetivada en el proceso de acercamiento amoroso que se produce entre el coronel de la compañía, un indignado John Wayne, que, a pesar de cumplir con su obligación militar, está resentido acibaradamente contra la medicina -de ahí el enfrentamiento con el doctor de la compañía, un William Holden en pleno disfrute de su veteranía interpretativa, como el propio Wayne- y contra la propia guerra, que lo obliga a destruir las vías del ferrocarril, siendo él, en su vida civil, un ingeniero que se dedicaba a construirlas. Las leyes de la guerra están siempre presentes en la expedición, y rigen la vida del grupo humano. Esa homogeneidad del mismo se complica cuando, tras hospedarse en casa de una propietaria sureña, esta espía la reunión de oficiales que se está celebrando en su casa y es descubierta por el doctor. Como el coronel no tiene otra alternativa que hacerla prisionera para no ser descubiertos, la incorporación de la orgullosa sureña y su criada -el único papel en el cine de  Althea Gibson, una tenista negra ganadora de once Grand Slam y primera mujer negra en ganar en Wimbledon- supone, de repente, un contratiempo que animará no poco la travesía tras las líneas enemigas, donde se suceden las escaramuzas, hasta llegar al lugar donde se producirá un enfrentamiento espectacular, y no poco romántico, entre las mal equipadas y desesperadas fuerzas del sur frente a los mejor preparados atacantes del norte. Convertido el Saloon en hospital, y a la vista de la devastación humana que ha provocado un ataque sudista tan insensato, el Coronel da rienda libre, en una escena muy brillante, a ese hondo y negro resentimiento que lo corroe. Se trata de un punto de inflexión en la película, que después seguirá su discurrir de un modo que no parece tener propiamente desenlace, pero ello se debe a que cada nueva escena de enfrentamiento entre los personajes: el Coronel, el doctor y la rebelde sudista, va construyendo ese desenlace que, propiamente, no corona una película rodada con un ritmo extraño: entre la huida, el ocultamiento, el ardid y el heroísmo minúsculo de cada acción que pone en peligro real de muerte a todos y cada uno de los personajes. Soy osado, lo sé, en esto de las comparaciones fílmicas, pero hallo ecos aquí de La patrulla perdida, porque nunca se sabe por dónde puede acabar atacando el enemigo; un enemigo que, además,  llevan dentro, porque la altiva mujer rebelde colabora lo suyo para ponerlos en aprietos. Si la especialidad de Ford son los conflictos morales que definen a sus personajes, y el modo en tono menor con que suelen presentarse en las escenas en las que uno menos se lo espera, Misión de audaces tiene un título épico que no se compadece con el fondo de la narración, de marcado carácter psicológico y emocional. Ford la bautizo como The horse soldiers, «Soldados de caballería», y se acerca muchísimo más al verdadero fondo de unos profesionales accidentales que saben ajustar sus conductas a códigos que constriñen, normalmente a su pesar, su conducta, y contra los que, tarde o temprano, entrarán en conflicto. Si algo particularmente me gusta de las películas bélicas usamericanas es precisamente que los mandos que son militares accidentales, porque tienen una vida civil a la que volver en cuanto acabe el conflicto, tienen una manera de ejercerlo muy alejada del fanatismo ordenancista de los militares de carrera, y de ahí la flexibilidad y la espontaneidad en el trato con los inferiores, y, sobre todo, su particular manera de impartir justicia. Insisto, está la crítica dividida, pero, en conjunto, tengo para mí que esta película merece la revisión crítica: da muchísimo más de lo que su simple estructura narrativa parece ofrecernos. No diré que hay que saber leer entre líneas, pero sí valorar la estremecedora dimensión humana de los conflictos que se nos exponen. Ford siempre sorprende, desde luego…  

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