miércoles, 8 de julio de 2020

«¡Bill, qué grande eres!», de John Ford, una ácida comedia bélica…



El gran, y poco conocido, don de Ford para la comedia…, visión crítica del ejército incluida: un divertimento original y *escacharrante.


Título original: When Willie Comes Marching Home
Año: 1950
Duración: 82 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: Richard Sale, Mary Loos (Historia: Sy Gomberg)
Música: Alfred Newman
Fotografía: Leo Tover (B&W)
Reparto: Dan Dailey, Corinne Calvet, Colleen Towsend, William Demarest, Jimmy Lydon, Lloyd Corrigan, Evely Varden, John Mitchum, Paul Picerni, Luis Alberni, Gregg Barton, Whit Bissell, William Bryant.

         Vaya, vaya, con don John, qué escondidita se tenía esta joya de la que, si no hubiera sido por mi determinación épica de ver toda su obra, jamás hubiera tenido noticia… ¡Una comedia que no tiene nada que envidiar a las más ácidas de Billy Wilder o la más “pasada” de revoluciones de Robert Altman, M.A.S.H., porque coincide con esta última en una visión crítica del ejército y de sus inercias castradoras!
Todo se inicia en una pequeña localidad -esa “provincia” tan explorada en el cine usamericano como lo hizo Chabrol en el europeo- en la que una banda que interpreta jazz recibe la noticia de que se ha declarado la guerra y se inicia un movimiento patriótico en el que todos los jóvenes corren a alistarse para convertirse en «héroes» que salven a la patria en peligro. Las escenas de masas son una de las habilidades de John Ford, de ahí el ritmo extraordinario de unos momentos que dejarán escasos momentos para la intimidad de los dos protagonistas que han de separarse por la guerra, con la terrible perspectiva de no volver a verse. Por una mera casualidad, Bill Kluggs, el protagonista, acaba siendo destacado en el periódico local y «señalado» como símbolo de la nueva generación de jóvenes luchadores por la libertad y la democracia. Y en un baile en el que se despide a los jóvenes reclutas, tiene un indudable protgagonismo.
Elegido poco menos que el soldado representativo del que tanto se espera, todo comienza a complicarse para él cuando, después del periodo inicial de instrucción, acaba volviendo a su pueblo, en el que hay una base militar, en la que se le asigna el cargo de instructor, por lo que la perspectiva es la de pasar la guerra en la retaguardia. Quien fue despedido, pues, como un héroe, ha de convivir, por sus frecuentes visitas al pueblo tan próximo a la base, con el desprecio hacia su «cobardía» por parte de quienes lo despidieron como un héroe. Y por aquí asoma ya la veta amarga que se va apoderando del protagonista hasta deprimirlo seriamente. Es inenarrable el arte sutil de Ford para escoger las secuencias en las que se va degradando la relación del «héroe» con la comunidad, todas ellas perfectamente escritas por la sobrina de la novelista Anita Loos, Mary Loos, quien firma el guion con quien era entones su marido, Richard Sale, también director. Poco a poco, el protagonista insiste, ante sus superiores, en que lo trasladen al frente para  participar en las batallas y desquitarse del injusto sambenito de «cobarde» con que acaba siendo motejado por sus convecinos.
Cuando todo parece perdido, aunque cada vez que protesta sus mandos lo recomiendan para un ascenso…, llega la oportunidad de realizar una acción secreta en Francia. Y allá que va nuestro Bill Kluggs como artillero en un avión del que todos los tripulantes, tras una avería imposible de corregir con un aterrizaje forzoso, saltan en paracaídas, excepto Bill, que se ha quedado dormido. Despierta a tiempo para poder hacerlo minutos antes de que el avión se estrelle y se incendie.
Detenido por la Resistencia francesa, una patrulla dirigida por una heroína espectacular, Corinne Calvet -una actriz parisina afincada en Hollywood-, con quien «confraternizará» adecuadamente el aspirante a héroe, lo retiene y lo protege para que sirva de enlace con Londres, adonde ha de llevar unas grabaciones de las rampas de cohetes alemanes. Las secuencias francesas, con un novio a quien emborrachan en su supuesta boda para que no pueda ser «detectado» por las autoridades alemanas, son el preludio de un encadenado de ellas que nos van a llevar a Londres, a Washington y de nuevo a su pequeña localidad, adonde regresa poco menos que de incógnito y sin que nadie crea ni una palabra de la extravagante historia que cuenta con potentes indicios de estar algo más que borracho. Pero la historia de esa curda monumental que lo pone al borde de la muerte es, sin duda, uno de los finales de comedia más divertidos e ingeniosos que he visto desde hace mucho. Siempre el alcohol ha tenido un lugar destacado en el cine de Ford, pero en esta película se alía con la crítica a la burocracia militar y nos depara un final de película que a más de uno le va a sorprender. Al principio de la película, parece dudarse de que Dan Dailey, habitualmente un secundario exquisito, pueda tener la vis cómica necesaria para no «arruinar» situaciones cómicas tan inteligentes como las que se nos narran en la película. Después de comprobar, al inicio de la cinta, que baila y canta la mar de bien, aún desconfía el espectador de que pueda, él solo, llevar el peso de una comedia tan ácida; pero poco a poco va cogiendo las riendas del conflicto y, al final, hace la película suya en un crescendo cómico que, a mí particularmente, me ha partido de risa, por el encadenamiento progresivo de acciones que potencian hasta el infinito una situación que se inicia en Francia y no acaba hasta que vuelve a su patria chica. Cómo sucede todo eso es algo que el espectador ha de ver por sí mismo.
Ignoro cuántos son los aficionados que conocen esta película de Ford, ¡pero como me entere de que alguno de mis amigos cinéfilos la conocía y no me lo dijo, se va a enterar! A veces, internarse en la obra completa de un genio del cine tiene estas sorpresas. Confío en que no será la última… ¡Feliz visionado!

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